lunes, 2 de mayo de 2011

Reflexionar la poesía


Un poeta es quien entrega toda una vida (la suya) a la poesía. Si bien la condensación de su trabajo se cifra en la escritura del poema, para la realización de ese prodigio sólo la vida, aunque Bretón diría “yo no daría mi vida por la vida”, en toda la extensión de la palabra, le surte los elementos necesarios para la creación, donde tanto el poema y su “transmisor” viven siempre en estrecha simbiosis.

Sin embargo, para que podamos decir que en México actualmente existe un movimiento poético en creciente evolución, se necesita no sólo de la actividad propiamente creativa (escribir poemas y publicar obras), sino también de la reflexión, puesto que encontramos aquí y allá muchos poetas ganando premios, becas y canonjías, pero muy pocos reflexionando sobre su propia creación o la de sus congéneres.

Esto quizá tenga que ver con el nivel de independencia estética e ideológica a la que cada poeta aspira, pero también a una tradición literaria. José Gorostiza en sus “Notas sobre poesía”, instala la reflexión poética en torno al poeta como un “pequeño dios”, un “hombre de dios”, lo que a su vez proviene de la concepción vanguardista del poeta como una especie de “antena parabólica” que lo hace “vaso comunicante” entre lo terrestre y lo divino (Huidobro).

Con lo anterior se puede afirmar que en sus “Notas sobre poesía”, Gorostiza instala la reflexión sobre la poesía a partir de la tradición o poética canónica, pero consiente ya de la voluntad de ruptura. Además pertenecía a una generación literaria que además tenía como valor la idea de que “el buen escritor es el que escribe poco”. Por lo que la misma reflexión, menos cualquier intento de teorización, sobre el trabajo del poeta, era escaso entre el grupo Contemporáneos.

Con Octavio Paz se rompe este valor de “poca escritura” y sus abundantes concepciones sobre el quehacer poético se volvieron fuente de revisión y consulta ineludibles de sus “Obras Completas”. Sin embargo, no fue sino hasta el surgimiento del poeticismo, con Enrique González Rojo Arthur al frente (hasta hoy en día), donde encontramos un mayor intento de abarcar, incluso de darle un marco teórico por parte de un movimiento, a las reflexiones sobre la poesía.

Porque no se trata únicamente de llegar a una retórica sobre forma y contenido o a manejar conceptos más o menos formales en torno a la poética, sino también y sobre todo se trata de tomar una posición autocrítica frente al mundo, donde el poeta revolucione su papel ante la sociedad en su conjunto (antes que sólo a su “grupo”).

Es interesante considerar entonces que puedan surgir propuestas desde lo ensayístico, pero también desde la participación de los propios poetas en movimientos estéticos y sociales más amplios, para hacer de la poesía una digna labor que contagie a nuestros semejantes, conquistando un nuevo público (el de siempre: el pueblo); quienes ahora más que nunca necesitan algo más que un simple consuelo, puesto que la poesía tiene esa actitud de constante inconformidad frente al estado de cosas que se pretende absoluto e irreparable.

Digo lo anterior porque, revisando antologías y sitios web (como por ejemplo: “afinidades electivas/elecciones afectivas”) me encuentro que a muchos poetas jóvenes les han encargado (como línea editorial) definir su propia “poética”, dando como resultado textos en forma de justificación “estetizada”, metáforas explicadas con otras metáforas, donde en el mejor de los casos definen, en esas breves líneas, su propia personalidad.

Creo que nunca conoceré a un poeta que se haya vuelto rico por escribir o publicar su poesía, pero eso no importa. Al menos me gustaría conocer, en un futuro no muy lejano, a un puñado de poetas que recién o hace mucho tiempo (sin que uno lo sepa, mejor) estén volcando la mirada (si es posible, colectiva) a la reflexión sobre su propia labor.

La relación estrecha entre poema y creador la puedo digerir mejor con una imagen que tuve hoy por la mañana, caminando entre los árboles de la sierra poblana: el heno que colgaba de los pinos crece de manera simbiótica con el árbol, porque el heno carece de raíces y de estructura (tronco) que pueda sostener su propio peso. Así, el poeta es un árbol que se desplaza, un árbol hecho de tiempo que le permite recrear las experiencias; mientras que el heno, esas hermosas canas en el aire, es el poema instalado en la fronda de su imaginación.

Aunque también la creación poética se puede visualizar, como ya lo he señalado, en la imagen pugilística que nos ha vertido Mario Santiago Papasquiaro: “darse en la madre en el centro del ring”. O sea: date en tu madre con la página en blanco.

No obstante, oh paradoja
constreñida por el rigor del vaso que la aclara
el agua toma forma". 
Muerte sin fin (fragmento) de José Gorostiza

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