lunes, 23 de mayo de 2011

(Des)enmascaramiento del poeta sobre el Ring

Fotografía de Rodrigo Monreal

Con la poesía pasa como en la lucha libre: yo es otro (diría Rimbaud). El luchador se enmascara para devenir en mito (aunque ese rictus no garantiza trascendencia). Sólo es a partir de la épica que se construye en torno como podemos advertir que un poeta dejará de pasar más penas arriba del Ring y por fin conquistará la gloria.

Antes de encarnar al mítico El Santo, Rudy Guzmán era un practicante más dentro del ámbito luchístico; es decir, era un pobre diablo antes de que la máscara plateada le diera su toque divino. Algo parecido sucedió en Fernando Pessoa. Un traductor de cartas comerciales inventa su trascendencia a partir de otredades: los heterónimos. “El poeta es un fingidor”, como sentencia uno de ellos. Pero esto no quiere decir que al poeta en verdad no le dolieran las vivencias como cualquier otra persona, ni que a El Santo tampoco en realidad  no le dolieran las patadas voladoras y urraca-ranas que recibió durante toda su carrera.

De esta manera, publicando una primera plaqueta de poesía, así como contendiendo por el campeonato arriba del Ring, el ejercicio de construcción de la identidad en el poeta es hacia afuera, es decir, hacia el público (sus lectores) tanto como hacia adentro, esto es, en el trato (siempre desnudo, a decir de Octavio Paz) con el poema. En este sentido, creo que debe haber un equilibrio, un balance entre ambas “orillas”, sobre todo porque muchos poetas tienden a volverse exhibicionistas cuando ven que por sí misma su poesía no se sostiene.

¿Qué sería de la poesía si l@s poetas no se hubieran concebido como “otr@s”? En este sentido, el nombre del poeta intenta a veces ser su resurrección como humano. Por eso la última vez que hablé con el poeta Hugo Garduño, no dejó de sentirse inconforme frente a mi señalamiento de que un poeta anterior (en proceso de reconocimiento) tuviera su mismo apellido: Raúl Garduño. Por eso existen los Leones Felipes, los Eliseos Diegos, los Marios Santiagos (José Revueltas y Juan Rulfo no necesitan de adjetivos ni plurales ni gentilicios) quienes no podrán ser “localizados” por sus actas de nacimiento tanto como por sus emblemáticos nombres en concordancia con una grandiosa literatura.

Por eso, ante cualquier cuestionamiento, Jorge Luis Borges explicó lúcidamente su labor como poeta con relación a su otredad: poeta es quien trabaja 48 horas al día (un ejercicio de desdoblamiento). Aunque no en todos los casos las invenciones de una “otredad” fueron a propósito. El premio Nóbel griego Odysseas Elytis, por ejemplo, quien por cierto este año cumple 100 años de su nacimiento (2 de noviembre, día de muertos mexicano)  dicen que aceptó su pseudónimo a regañadientes sólo porque sus amigos le publicaron unos primeros poemas sin su permiso.

Lo cierto es que si bien la identidad desde la cual habla el autor en afortunadas ocasiones ha constituido sin duda un elemento imprescindible para comprender la conformación de todo el sentido de una obra, la construcción de una poética a partir la otredad es un momento fundacional para el nacimiento del poeta moderno, donde todo creador es su otredad: “el dolor que de verdad se siente”.

Menciono al poeta moderno, porque lo que lo caracteriza es precisamente una poética en ruptura con la tradición, que ha sustituido como recurso a “esto como aquéllo” por: “esto es lo otro”. Lo cual se sugiere entre las entrelíneas posmodernas, por parte de algunos críticos literarios como Roland Barthes: el autor muere para nacer literatura, donde acaso el momento en sí de la creación sea el menos importante de todos.

Esto último porque quizá lo que importa sea el instante no del escritor en acto o incluso del libro como obra a pervivir sobre el tiempo, sino más bien en el que uno reflexiona y hace el gesto como lector de alzar la vista y posar nuestra mirada en el “otro” horizonte, donde como dice Bolaño “no hay nada que no le deba todo a la vida”. Son nuestros latidos la lectura de un poema.


Con esto puedo afirmar también que más allá del Torneo de Poesía de años anteriores y venideros a los poetas nos queda todavía (hasta el final de nuestros días) varias batallas con la palabra. Desde tiempos ancestrales. Así que a los poetas del surgimiento, si se buscan un nombre, sólo nos queda darles un pobre argumento: no se esmeren mucho. Al final de cuentas, somos unas cuantas sílabas que nos aprendemos de memoria y aprendemos a decir hasta el último día: llegar a la otra orilla, entrecortadas a cuentagotas del olvido. Sólo el tiempo nos dará un nombre y nos (des)enmascarará del mundo. 
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