domingo, 15 de mayo de 2011

Homenaje y Deriva


Con la presencia de una importante comunidad intelectual, amigos y seguidores del poeta Enrique González Rojo Arthur, el pasado 16 de mayo se culminó con una serie de homenajes realizados desde 2008 a su persona y obra.

En esta ocasión, frente a un público que llenó el Club de Periodistas, los oradores hablaron sobre distintas facetas de Enrique: la poética, la filosófica y la política. Entre otros, destaca el texto de Luis Hernández Navarro, publicado en la Jornada en 2009, que nos da un retrato del poeta: un hombre que ante todo tiene la extraña virtud de saber escuchar. Armando Bartra por su parte, resalta la honestidad intelectual y la congruencia política de González Rojo, tanto en épocas de álgidas luchas ideológicas y políticas, pero también con el presente. Más de dos ponentes destacaron que Enrique sigue trabajando y que han leído, quedándose picados, los manuscritos de su siguiente libro: “La idea de socialismo”.

Al final, leyó el más joven de los miembros de la mesa: Jorge Aguilera López, que recientemente ha escrito un texto sobre la concepción del trabajo intelectual para Enrique González Rojo y sus “implicaciones estéticas”, con lo que es evidente que las reflexiones entrecruzan los temas que le han apasionado a este octogenario descendiente de poetas.  

En el 2008, junto con la editorial Versodestierro, algunos escritores jóvenes organizamos los Premios Nacionales de Literatura “Enrique González Rojo” desde Ecatepec de Morelos, Estado de México (ahora el botín político de Peña Nieto y Elba Esther). Publicamos entonces “Poeta en la ventana”, en coedición con el municipio. Se abrió una Biblioteca Central con su nombre (no las chatarras de aviones que puso el ahora candidato priísta al gobierno estatal, Eruviel Ávila, como supuestas bibliotecas "virtuales"). Todo eso se me hace distante ahora, pero al mismo tiempo reconozco que no ha dejado de tener un eco en mi consciencia.

En este último homenaje, creo que Enrique González Rojo tuvo el reconocimiento que merece. Nos toca, sobre todo, leerlo. En este sentido, La brigada Para Leer en Libertad de Paloma Sáinz y Paco Ignacio Taibo, distribuyeron gratuitamente ejemplares de una antología de poemas de Enrique González Rojo, prologada por Andrés Cisneros de la Cruz, editor de Versodestierro.

Entre los asistentes se encontraba Francisco Zapata, “el de los nombres asesinados”, con su revista Deriva en la mano. Acaba de publicar el siguiente número, cinco años después. Zapata había declarado hace tiempo: Ramón Martínez Ocaranza es un chingón de la poesía, a quien precisamente Enrique González Rojo llama “maestro” en un artículo expreso que publica para este número. Pancho Zapata me da la revista y ante mi falta de dinero dice que luego se la pague (en el callejón de los libros) porque los reclamos del tiempo le valen madres.

De esta manera la revista Deriva es otra más que se ha levantado de la lona y sigue peleando. Esa es la lógica de la batalla: este es el ring. Otro asistente al homenaje es Mario Raúl Guzmán, también cercano con el infrarrealismo, a quien se menciona, en la revista Deriva, como uno de los primeros lectores  y escritores en reconocer a Martínez Ocaranza como un gran poeta.

Esto último lo declara también Orlando Guillén, quien niega pertenecer o haber pertenecido al infrarrealismo (pero que lo mismo se encadena para que le publiquen un poemario), dice que en todo caso sus poemas son “orlandistas”. En la revista Deriva menciona además que dos libros de Martínez Ocaranza (Jiquilpan 1915; Morelia1982) son los mayores logros de la poesía mexicana del siglo XX: “Elegía de los triángulos”, cuyo periodo creativo barca de 1967 a 1969 y “Patología del ser” de 1975 a 1979.

Al abrir la revista, del final hacia el principio, se encuentran las obsesiones del michoacano Ramón Martínez Ocaranza, referencias canónicas nuevamente con el tema de Dios. González Rojo nos explica esto como un hecho afortunado en Ramón Martínez Ocaranza ya que de la crisis entre el materialismo histórico y las  propias creencias es en donde se encuentran sus mayores alturas como poeta.

Martínez Ocaranza nos habla de “lo abismal” en muchos de sus poemas. Para avistar la dimensión de la caída es necesaria la elevación: el esfuerzo visible del abismo, como escribiera Leopoldo Lugones. Por otra parte, si el poeta cultiva el vértigo, como pensaba Jorge Cuesta, pienso que en Ocaranza se encuentran elementos de profunda significación que lo producen: sueños y perros amarillos (lo amarillo es la terrible fatalidad dentro un sol en plenitud), circunferencias y triángulos (geometría, repetición y hasta obsesión por los números) junto con signos y un lenguaje cifrado que de pronto se vuelven destellos de una caligrafía cósmica que nos arroja, sin embargo, a una heredad en ruinas.

Con Ocaranza son ya tres poetas que descubro recientemente y que me han abierto otro panorama en torno a la poesía mexicana del siglo XX. Tengo sobre el escritorio también a l tabasqueño José Carlos Becerra y su libro: “El otoño recorre las islas”, quien también fue homenajeado por la revista Deriva en números anteriores, cuando Francisco Zapata era llamado también “el último de los infrarrealistas”. Por su parte un periodista de Ciudad Juárez asentado en el D.F me recomendó leer al poeta chiapaneco Raúl Garduño y me prestó: "Por detrás de la noche”, libro prologado por Francisco Valero Becerra, que me ha dejado "la ceniza con su nombre de oleaje" .

En su discurso, Enrique González Rojo Arthur (EGRA) agradeció el homenaje realizado. En consonancia con la propuesta de Eusebio Ruvalcaba para la publicación de un libro colectivo de poesía en solidaridad con Javier Sicilia, al final del homenaje leyó un poema dedicado éste último, para cerrar con el puño en alto. Se le veía feliz en la mesa y junto a su mujer, Alicia Torres (profesora-investigadora de la UAM-Azcapotzalco).  

Al salir del homenaje caminé hacia Bellas Artes, rumbo al metro, con la revista  Deriva (que me agencié de Zapata) y una antología de poemas de EGRA: El viento me pertenece un poco. Al cruzar el Eje, vi pasar al poeta Eduardo Lizalde, quien parecía haber salido del Palacio, rumbo al estacionamiento y lo miré perderse. Ambos poetas fueron compañeros de travesías poeticistas, cuando eran muy jóvenes, sin embargo, ¿ahora sería posible pensar que el Trigre pudiera acompañar a su antiguo amigo? Es difícil y más porque él tiene sus propios homenajes institucionales.

Todos estos homenajes en vida, esta conversación con los muertos, todo este hablar de ataúdes, toda esta literatura en el infierno (con dedicatorias a Javier Sicilia), me ha dejado muchas cicatrices, no puede dejar de herirme el cielo, de beberme este tiempo hasta la última gota de silencio.

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