miércoles, 4 de mayo de 2011

Gonzalo Rojas y los ritmos del aire

Por José Emilio Pacheco



MÉXICO, DF., 2 de mayo (Revista Proceso).- “Me arranco y me arranco los ojos cada día que pasa./ No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres cada día”. Estos dos versos que tan bien describen la pesadumbre de vivir en México en 2011 pertenecen a Contra la muerte que Gonzalo Rojas publicó en l964.

Del mismo modo un poema de “La miseria del hombre”, su primer libro de l948, tiene para nosotros una nueva e inesperada resonancia como la tuvo para el Chile de l973:

“Todos caen y caen, y van perdiendo el bulto en su caída
hasta que son la tierra milenaria y primorosa…
Aquí cae mi pueblo a esta olla podrida de la fosa común. 
Aquí es salitre el rostro de mi pueblo.”

Del Arauco indomable.

Rojas había nacido en Lebu, capital del viejo Arauco indomable, en los últimos días de l9l7, es decir en l918, el año en que Vicente Huidobro publicó en Madrid el vasto poema Ecuatorial y la serie de textos en prosa titulada Poemas árticos. Así empezó la vanguardia en lengua española.

En 1938, a sus 20 años, formó parte por breve tiempo del Grupo Mandrágora integrado por Braulio Arenas, Teófilo Cid, Enrique Gómez Correa y Jorge Cáceres, que llevó el surrealismo a Chile. Fue también el momento de Tala de Gabriela Mistral. Los jóvenes de Mandrágora no supieron leer Tala y sin embargo la Mistral le dio a Rojas la honda materialidad de su poesía.

El joven poeta del sur abandonó sus estudios universitarios para irse al norte, al desierto de Atacama, en donde enseñó y recibió la lección de los mineros. En una edición muy pobre y pagada por el autor, salió en una imprenta de Valparaíso La miseria del hombre (l948). Fue recibido con una animosidad inconcebible ante el surgimiento de una nueva voz. El mayor cargo que se alzó contra él: su inmoralidad. El cuerpo del delito era sobre todo: “Perdí mi juventud”, en que el hablante, un muchacho de 20 años, entra en el burdel y halla en el salón el velorio de la prostituta adolescente a la que frecuentaba:

“Un coro de rameras te velaba 
de rodillas, oh hermosa 
llama de mi placer, y hasta diez velas
honraban con su llanto el sacrificio,
y allí donde bailaste 
desnuda para mí, todo era olor a muerte.”

De la poesía sin boom

En l960 Rojas organizó en la Universidad de Concepción un encuentro de escritores iberoamericanos que hoy se considera el origen del boom, pues dio a los autores de nuestros países, que eran jóvenes en ese instante, la oportunidad de tratarse y reconocerse, algo que no había ocurrido desde los tiempos del modernismo, cuando los poetas del continente pudieron relacionarse en París y en Madrid.

El auge de la narrativa fue paralelo al de la poesía. Por razones de mercadeo, la poesía no obtuvo la resonancia que hallaron los novelistas. Sin embargo, cuando en l964 Rojas publicó Contra la muerte  su destino fue muy distinto al que había tenido La miseria del hombre.  A partir de entonces Rojas fue leído en todo el ámbito de la lengua española.

Sus libros siguientes, como Oscuro, Transtierro, Del relámpago, 50 poemas, Materia de testamento, Desocupado lector, Río turbio o Diálogo con Ovidio encontraron el mayor interés y la más honda aceptación. Rojas es hoy el poeta de lengua española con más ediciones, compilaciones y antologías –por ejemplo Concierto (l935-2003), selección y prólogo de Nicanor Vélez–  y obtuvo con la mayor justicia todos los premios: Reina Sofía, José Hernández, Octavio Paz y en 2004 el Cervantes. Esto exigió un precio trágico pues marginó sin quererlo a Nicanor Parra, el gran autor de Poemas y atipoemas, que se acerca a los cien ños sin obtener como merece un reconocimiento semejante.

Apollinaire y Ovidio

Rojas es un caso singular pues en un ambiente poético como el chileno célebre por su belicosidad él no peleó. A  la ilusión de destruir prefirió siempre la tarea de  anexar y colonizar.  Se apropió para sus fines de toda la vanguardia pero también de la tradición clásica y la poesía de los siglos de oro. Respondió en esto a la teoría de Federico de Onís en el sentido de que la literatura hispanoamericana hace compatible lo que en Europa es irreconciliable y vuelve simultáneo lo que allá es sucesivo. Sólo una inteligencia crítica de primer orden puede haberse apropiado de lo más dispar y encontrado en todo ello la fuente de su originalidad.

Como Rubén Bonifaz Nuño, Rojas creó una versificación enteramente nueva en español que se aparta del empleo abrumador, aunque a veces oculto, del octosílabo y el endecasílabo. Poesía para el ojo y para el oído, la de Rojas reivindica al verso como la unidad esencial del poema y le da la fuerza de la respiración y el ritmo de la sangre.

El río del aire

Así como otros se vanaglorian de sus metamorfosis, Rojas estaba orgulloso de haber nacido adulto para su arte y no haber cambiado nunca. Le gustaba incluir en sus libros de madurez y aun de vejez poemas del joven y del adolescente, como para decirle a su lector: “Mira, es igualito”.

Por supuesto no era así: Rojas cambió y enriqueció su poesía hasta sus últimas páginas. Si en cada nuevo libro resucitaba textos de otros libros era para subrayar su idea de la poesía como un río al que nada detiene, es distinto a cada segundo y es el mismo siempre.
La noción de fluidez se vuelve tan definitoria para Rojas como la idea de la respiración.  Sus poemas se escuchan y se aspiran:

“Miro el aire en el aire, pasarán
estos años cuántos de viento sucio 
debajo del párpado cuántos
del exilio, 

2
comeré tierra
de la Tierra bajo las tablas
del cementerio, me haré ojo,
oleaje me haré

3
parado
en la roca de la identidad, este
hueso y no otro me haré, esta
música mía córnea

4
por hueca.
Parto
Soy, parto seré.
Parto, parto, parto.
Del misterioso llanto en maya.

Rojas puede serlo todo: íntimo y público, erótico y político. Su obra está dirigida no a los lectores sino a los relectores. Es imposible e indeseable pasar de prisa por sus descensos a los abismos del mar y a las profundidades de la Tierra y las cavidades para siempre ignotas de los seres humanos.

Su relación con México, iniciada en l959, requiere un capítulo aparte para ver la manera en que Juan Rulfo aparece y reaparece en sus versos.  Hay una extensa correspondencia con Paz que está por conocerse todavía. Y entre sus alusiones mexicanas llama la atención esta estrofa enigmática en “Nieve de Provo”:

“Alabado sea México 
porque es esdrújulo como el hado 
y de él, de sus ruinas siguen apareciendo 
recién nacidos intactos
después del sacudón, llorando
en maya, adivinos.”

En este poema de l986 la alusión a los bebés de l985 que sobrevivieron entre las ruinas del Hospital General es transparente, no así el que lloren en maya ocho años antes del neozapatismo,  y más inquietante aun el que su llanto parezca lamentar desde ese año remoto lo que nos ocurre en 20ll. Desde su pasado-presente los niños lloran por todos los huérfanos de la guerra que devasta a México.

Uno jamás se cansará de leer y releer a Gonzalo Rojas. (JEP).
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