sábado, 14 de mayo de 2011

En marcha con la poesía


Como buen defeño, desde niño tuve una predilección por las marchas. Me fascinaba ver a la gente en pie de lucha. La primera vez fue en las calles y la plaza de la iglesia de Tacubita la bella. Era 1988 y la movilización ciudadana de la “Corriente Democrática” buscaba que Cuauhtémoc Cárdenas llegara a la presidencia. Se pretendía derrocar al régimen de “dictadura perfecta” que había prevalecido por varias generaciones con el PRI. El candidato no oficial, en el templete, me alzó en brazos y pude ver, fascinado, la conglomeración de personas aplaudiendo alrededor.

Con el fraude electoral, supe que con la democracia iba a tener siempre graves problemas de aritmética. Un político (Porfirio Muñoz Ledo) me preguntó si ya sabía multiplicar, puesto que yo estaba cursando primero de primaria. Empecé a decirle la tabla del dos y en la del tres me equivoqué con una cifra. Él me dijo “híjole mano, ya se te cayó el sistema”. Todos rieron. Lo cierto es que con el arribo de Salinas al poder ejecutivo, mi familia ya nunca se pudo confiar ni ponerse de acuerdo con la izquierda (aunque desde entonces siempre vota por ella).

La conciencia política vino después, con la juventud y la confrontación de realidades e ideas. Creo que el acontecimiento más importante fue el de 1994 con el levantamiento zapatista en Chiapas. A la postre, ese momento fue como un despertar para nuestra generación. El movimiento indígena nos decía que había detrás algo mucho más profundo que esa realidad que nos aprisionaba. Si ha habido avances democráticos para el país, se han debido a ese tipo de luchas y no a la “disposición” o "apertura" del gobierno en turno para alcanzar demandas de la sociedad todavía vigentes (más que nunca).

Por eso pienso que las marchas no han dejado de ser útiles para la movilización social, a pesar de que muchos ven en ellas un recurso agotado. Porque el sólo hecho de manifestarse permite la visualización de un cambio o al menos dimensionar la distancia de esa expectativa con lo real. En ella se puede distinguir, a través de la expresión popular, un discurso que propone y una resonancia que dialoga. Algo que de ninguna manera puede ser fabricado por un marketing electorero.

Por esos motivos, la marcha convocada por Javier Sicilia tiene un carácter de auténtica manifestación ciudadana. Quizá muchos no conozcan su obra, pero al enterarse de la tragedia por el asesinato de su hijo y saber a grandes rasgos que este señor es poeta, la sociedad generó un consenso en torno a la voz que habría de denunciar todas las atrocidades cometidas impunemente y que se han ido acumulado a lo largo del sexenio.

Ahí estaban en el Zócalo todas las voces acatando el silencio, aguantándose el grito nomás por respeto, mientras decían los nombres de todos nuestros muertos. Porque la mentada de madre a Felipe Calderón era inminente, cuando empezó su discurso Javier Sicilia sorprendió cuando dijo que exigía la renuncia de García Luna al frente de la SSP. Entonces empezó el coro: “¡Fuera Calderón!”, lo que devino en “¡Muera Calderón!”, por lo que Sicilia reiteró que este movimiento era pacífico, negado para el odio, incluso para quienes podemos afirmar que son criminales por omisión.

Un epígrafe de Holderlin al inicio de su discurso, puede darnos pistas sobre las afinidades del autor de “Tríptico del desierto” (Premio Aguascalientes 2009) con el romanticismo alemán. Sin embargo, en todo caso, fueron las resonancias del público lo que más interesó, es decir, cómo se recibían las palabras venidas desde el silencio inconforme del poeta.

La gente aplaudió cuando Sicilia, durante su intervención, mencionó que muchos empresarios son también responsables de la crisis que impera en México. Esto se añade a la denuncia original, cuando vinculó a los políticos con los mismos criminales, porque parecía que de pronto se le había olvidado un hecho importante: el ascenso de una oligarquía auspiciada por las políticas neoliberales y sus actos corruptos afines a sus propios intereses. La “Guerra contra el narcotráfico” de Calderón, en este sentido, no ha tocado en lo más mínimo el problema del lavado de dinero y la complicidad tanto de banqueros y funcionarios.

De la misma forma, los asistentes celebraron la propuesta de hacer factibles las candidaturas ciudadanas. Si no, pregunta Sicilia, “¿por qué cártel, por qué poder factico tendremos que votar?”. Sin embargo, cuando el poeta terminó su discurso y todos guardaban un minuto de silencio, alguien gritó “¡Sicilia para presidente!” por lo que fue censurado por la mayoría. Entre los asistentes muchos llevaban el retrato de sus hijos secuestrados, desaparecidos, torturados, asesinados; denuncias en una manta, en una copia, en una cartulina. Y escucharon al poeta en silencio.

A colación de la manifestación del sábado por la legalización de la mariguana, Javier Sicilia también apuntó en esta otra que: “se ignora que la droga es un fenómeno histórico que, descontextualizado del mundo religioso al que servía, y sometido ahora al mercado y sus consumos, debió y debe ser tratado como un problema de sociología urbana y de salud pública, y no como un asunto criminal que debe enfrentarse con la violencia”. Con lo que se puede identificar que el sentido de “lo sacro” en este poeta atraviesa diversos aspectos además de la propia concepción de la labor creativa.

En suma, el discurso que escuché hoy en el Zócalo es de un poeta que ha pasado de una poesía lírica, canónica (para mí sospechosa), a una poesía cívica (por demás libertaria y contestataria), porque está siendo escrita desde abajo, por la propia gente: “No todos los padres son poetas, pero todos nuestros hijos son poesía”.

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