viernes, 2 de abril de 2010



Dádivas del Alarife

Una dádiva para este pordiosero
soñado por casas silenciosas
resonancias grises y espejismos azules lo desprecian
acogido por la tierra en el jardín de amapolas
la tarde le otorga unas cuantas monedas
desmoronando las murallas místicas de su encierro.

Entre perdidas campanadas
canta el feligrés de los almuédanos
su interior está intestado por un templo
cercenado por las dudas.

En el cause del río
artesanos de la espada
fuman hachís con teólogos de la cábala
y el Alarife sale de la jornada
herido con sus propias monedas.

Su mudéjar semblante en los suburbios
de la carne:
qué ciudad de carmesí escarnecido en su costado
Toledo en pétalos de laberíntica sangre
secos sobre la griega tumba
subterfugian los romanos desagües.
Aritmética del caos:
fina compostura de los siglos.

El Alarife susurra confesiones agraviadas
lóbulos solares del día acuchillado
columnas visigodas del martirio perpetuo
quien da los clavos a vender por las callejas
un esteta pendenciero un albañil de sombras.

Construyó con ladrillos como peces
atrapados en mamposterías
cúpulas de una oración no concluida
lleva una culpa descalza como ánima sentenciada
en la escritura sarpullida de su espíritu.

La llanura es el sino del solar enmudecer
andador de piedras hacia la cúspide morada
para el sol en la alta torre que perece
entre muros tabernáculos.

Sinagoga, mezquita, catedral o ermita
acuden a la aritmética de lo sagrado
caos que ofrenda las dádivas del Alarife
fina compostura de siglos desterrados.




El pantano de la sierra
tiene pueblos naciendo de la finca
rezos en lugar de árboles
más silencios en el atabal de lodo
mulato espejo de las plantas arropadas con lluvia.

Por el Tajo transcurre
una misma descendencia de las aguas.

En las orillas tumultuosas del río
se abre el tallo del nombre secreto
habla el agua
nada vuelve a ser de los sedientos
sin ceder el alma pide más lamentos:
“dame una moneda por el amor de Dios”.

No hay más que recoger los diezmos
lavarse los pecados en letrinas.

Sólo en su mano extendida
la soledad de la península.