sábado, 29 de junio de 2013

Presentación de "El retorno de los Vagans" de Aarón Fishborne


Vámonos retros y retornemos
al parque de los vagos

Por Arturo Alvar

Este poemario me hizo recordar mucho la infancia, exaltación de mi ser por escapar al parque de los vagos, cerca de mi casa y de la escuela primaria "José Arturo Pichardo". Es como irse de pinta a un lugar del deseo, una lucidez primera de que la vida se encontraba en otra parte. La belleza ya se había sentado en mis rodillas, jugamos "los maderos de San Juan" y le había robado un beso, sin embargo, sus seños de rechazo (por atraerla con engaños a un juego perverso) no los encontré amargos, ni los injurié, al contrario, me parecieron el inicio de una relación distinta con las mujeres y que nunca terminaré por contar.

Como editor de El retorno de los Vagans, primer poemario que publica Aarón Fisborne (Quintana Roo, 1983), sería ridículo hacer una reseña, por lo que simplemente dejo constancia de mi afectación como lector. Con esta obra, creo que la colección de poesía La pesquisa ochentera, ha alcanzado su objetivo primordial de difundir con honestidad las voces de los poetas que emergen en la actualidad, atravesados por un corte generacional ya imprescindible: 1980-1989. Es un hecho que de los veintiún poetas que publicamos en Moebius I, una Memoria del Primer Encuentro 2010 Poetas Nacidos en los 80, escogimos a Aarón Fishborne para publicar su primer poemario. Por ello cabe la aclaración de que lo hicimos no por el carácter de su persona, sino por la personalidad de su escritura; elegimos esta obra porque en su trato creemos que logra hablar una generación de poetas a través de sus páginas, que también conforman una generación de seres humanos que están viviendo un tiempo conflictivo, de crisis permanente.

Más allá de criterios arbitrarios, la noción temporal es inevitable. De las memorias saldrá una antología futura, un perene florilegio. En este sentido, creo que se está constituyendo, al menos en torno a este proyecto, una noción del infinito como posibilidad. Esto me recuerda el moébico poema de Enrique González Rojo Arthur, Para deletrear el infinito. En este caso, con Aarón Fishborne estamos deletreando la primera letra del alfabeto moébico de nuestra generación, una apuesta literaria como le gustaba a Walter Benjamin.

De esta manera, en el mar de las ideas de Aarón Fishborne, en el Libro encallan los mensajes sonoros de las ruinas, un escrito en la taberna de la noche, un poeta ahogado de misántropa soledad, con la escafandra de las palabras que lo sacan a flote, como corcho borracho más que un barco ebrio. A Rubén Darío, reencarnado en pleno siglo XXI, le encantaría encontrar a poetas como Aarón, que no pertenece a legión alguna. Desde el primer momento, nos es difícil ubicarlo. Es un poeta raro, en tanto disidente del lenguaje que arremete contra toda fe o mito, en donde el hombre ha creído encontrar su rastro de eternidad. Incluso contra la noción de poeta, Fishborne es un Dr. Jekyll y Mr. Hyde pero invertido, aún más perverso, porque Hyde es el creativo y lo verdaderamente abominable y destructivo es el genio creador, la creación encarnada no en una alegoría moral, sino en el mal confundido con el bien, hasta llegar a ser un solo cadáver.

La escritura de Fishborne también es una teratología. Nos muestra el engendro de la locura como una apoteosis del caos, donde, como dice el poeta, “creer me llevó al delirio de pensar que las palabras eran pensamiento”; el tranquilo sueño de la razón que fecunda monstruos, fractales ídolos en el anfiteatro del mundo (a los que Francis Bacon aspirara a devastar).

Con este poemario, el autor no deja de hacer una crítica a la sociedad, porque los monstruos también son consecuencia de la domesticación, del conformismo y de la seguridad garantizada por el ejercicio de poder, que podrían ser los mismos parámetros prescriptivos, imperativos y dogmáticos del canon poético. Pero al contrario, Aarón Fishborne nos deja entrar en su imaginario, eso sí, con la única condición de que sepamos mirar la noche. Así entrega esta obra, como un árbol que cae en el lago del Tiempo; un Monster Love (así en inglés, porque es fatuo, dice) para derrumbar lo naturalmente asimilado por una tradición que apuesta más por corregir cualquier desviación congénita que reconocer lo diverso.

Si bien en El retorno de los Vagans, los monstruos y prodigios de Aarón Fishborne ―como dice el famoso poema de Cavafis― habitaban ya dentro de él mismo, el carácter y alcance de su poesía posibilitan que también esas entidades se le aparezcan al lector en su camino, vuelvan con toda su potencia. Lo que hace que su poética sea monstruosa, no sólo es la anomalía con relación a la expresión antropomorfa, “esa humanidad olvidada” a la que canta, sino el problema que plantean estas “figuras de lo intangible” ante la norma estética que configura el canon dominante, con una poesía que “sabe brillar en la oscuridad de su grito”.


El monstruo humano, como dice Foucault en Los anormales, combina lo imposible con lo prohibido. Esto lo podemos constatar enteramente conjugado en Aarón Fishborne, cuyo símbolo piramidal es cónico y descendente “para marversar la realidad, la vida infame de lo invisible”. Encontrará el lector a un poeta excepcional, pero no por pretender convertirse en un ángel caído, nuevo, terrible o pavoroso; sino un auténtico incorregible del lenguaje; el animal que nos “cuenta la historia del sueño”; el Enfermo que nos habla en “un idioma extraño y Oscuro” y que para colmo se atreve a publicar su primer poemario en La Pesquisa Ochentera, siendo que el poeta es quien, por antonomasia, termina finalmente corrigiéndole la plana al universo, o dicho de otra manera: ampliando el mundo en su pluriversalidad.


Texto escrito por Arturo Alvar, editor de Amate y de "El retorno de los Vagans", para la presentación de este libro, llevada a cabo el 30 de junio de 2013, en el Centro Cultural Ex-Capilla de Guadalupe

viernes, 14 de junio de 2013

Los coleópteros enfebrecidos. Antología de poesía


Semblanza de un capullo a punto de reventar
Los coleópteros enfebrecidos


Por Arturo Alvar


El pasado jueves 13 de junio (ayer) fui a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, plantel Tezonco, en Iztapalapa, a presentar la antología de poesía Los coleópteros enfebrecidos, un proyecto editorial de los estudiantes de Creación Literaria. Tomé la línea dorada del metro y me bajé en la estación Olivos, muy cerca del plantel. Cuando al fin llegué, me agradaron los amplios terrenos, verdes con estas lluvias, así como las dignas instalaciones, algo tan necesario para la ciudad, sobre todo en esta zona donde no había acceso a la educación superior. De verdad me siento orgulloso de haber sido invitado a una Universidad dirigida actualmente por el maestro Enrique Dussell, también uamero, dando el vuelco a una historia ominosa.

La presentación se llevó a cabo en uno de los salones, que se abarrotó de estudiantes, donde escuchamos música de violín y también la poesía de aquéllos que participaron en la publicación de la antología. La mesa se conformó por autoridades del plantel, Carlos López de la editorial Praxis, el poeta Francisco Trejo y yo. El editor Carlos López nos habló del poeta Raúl Parra, homenajeado en la publicación. Contó que se conocieron en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en la generación 86-90 y al principio se cayeron mal, pero como "del odio al amor sólo hay un paso", terminaron siendo grandes amigos. Carlos López comenta, además, que fue el editor de todos los libros de Raúl Parra, por eso se puede confirmar que no hay poemario póstumo del poeta, fallecido en 2009, puesto que la brevedad, tanto de su obra como de su vida, tuvo en él su lado fuerte y su mejor resolución creativa.

Sin embargo, Carlos López nunca asistió al taller de Raúl Parra, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. En ese sentido, dos jóvenes sí pudimos hablar acerca de esta faceta del poeta. Es el caso de José de Jesús Palacio Serrato, antologado en Los coleópteros enfebrecidos y presente durante la ocasión, quien asistió de manera más regular (yo sólo fui un par de veces como invitado). Coincidimos en que la crítica de Parra era bastante dura. Conté cuando Raúl Parra le hizo a mi amigo Ulises Vidal una observación sobre el final de un poema que en esa sesión sometía a escrutinio. La palabra "sangre" remataba tan sangrona, que el maestro preguntó a los talleristas si alguien tenía un kotex para dárselo al joven aprendiz de poeta. Ante la mirada incisiva de las asistentes, debido al tono de la anécdota, tuve que agregar que Parra fue siempre un tanto machista, ni hablar. Tampoco Carlos López se había salvado de la fémina censura durante su intervención, pues al hablar sobre las chicas que ambos conocieron y de las que se enamoraron en la UNAM, se le fue decir: "entonces, cuando eran bellas...". Bueno, pensemos que tuvo suerte de que no volara un zapato.

Para el caso, pasé pronto a leer el texto que traía para la presentación:

No crisálida, más bien coleóptero: insecto que anima a los placeres más sutiles en el lago de la carne. El tenue cosquilleo pero abundante, desde el cual nacen los jóvenes poetas, mientras millones de futuras promesas de otros hombres mueren, sin más heroísmo que la eyaculación feroz de un mundo sin belleza, una chaqueta mental para acabar de decirlo.

Habría que masturbarse mucho, decía Bolaño, para engendrar a la imaginación y no al revés. La antología Los coleópteros enfebrecidos, antes que nada sugiere una temperatura, aunque también un temperamento y una constancia: que una generación de poetas ya no puede ser soslayada, menos si se están consolidando proyectos editoriales que van dirigidos a brindar un panorama diverso, propuestas que van dando rumbo a la poesía mexicana.

En su abundante prólogo al libro, Francisco Trejo, también compilador de esta antología, lo reconoce así. Ve a la Universidad como "cámara de metamorfosis", capullo kafkiano para continuar con la tradición. De esta manera, adelantados intentos por establecer una élite como generación, por parte de poetas contemporáneos como Iván Cruz y Alí Calderón (quienes desde la revista Alforja, en 2006, ya comentaban sobre este asunto), contrastan con una iniciativa como Moebius y su antología de poetas nacidos en los ochenta, menos excluyente y más acorde con una realidad que sigue siendo la "explosión demográfica" de poetas jóvenes, sociológicamente denominada por Zaid, aunque ―siguiendo ese mismo tono― sería ahora más preciso hablar del "bono demográfico" de la juventud, traducido en una afluencia mayor de poetas y al menos en una ya visible reconfiguración del canon; un plus en lugar de una excepción. Lo que en esta antología se plantea es, así lo interpreto, un punto medio entre estas dos posturas, entendidas por Trejo como aportaciones afines que con Los colépteros enfebrecidos, constituirán una triada que será, en el futuro inmediato, referencia ineludible para la crítica.

Como impulsor y editor del proyecto Moebius, advierto felizmente que hay una continuidad en el gesto de la antología aquí presentada, para realizar lo que llamo, parafraseando a Alois Riegl, "el culto moderno de la memoria", específicamente con la idea de homenajear a un poeta destacado, sin embargo, como suele ocurrir con voces disidentes, sumido casi en el olvido. En el de caso de Los coleópteros enfebrecidos, se trata de Raúl Parra, tal como en los encuentros de poetas nacidos en los ochenta que llevamos a cabo desde 2010 lo han sido a propósito de reconocer la obra y vida de poetas de la talla de Norma Bazúa, Leopoldo Ayala y Roberto López Moreno.

La poesía de Raúl Parra está volcada completamente al cuerpo. Escatológica por definición, pero no en el sentido religioso, coincidencia de las derivaciones del lenguaje, es decir, el poeta no es un estudioso del día del juicio final o la resurrección de los muertos; tampoco nos escribe acerca del "dulce sacrilegio de besarte" a lo Amado Nervo o modula su voz en torno de "la mancha de púrpura de tu deslumbramiento" como escribió López Velarde sobre la menstruación, "eclipse femenino". Su poesía nos habla en todo caso de algo más prohibido o menos sangrón: mirar el cuerpo en su sudor cotidiano, sobre el beso negro de las horas.

Raúl Parra, el que tanto amó a partir de la excrecencia humana, paradójicamente fue perdiendo las extremidades de su cuerpo, amputadas por la diabetes que lo consumió, pero no su afán de sentir, incluso en su dolor, la poesía que nunca se cansó de pervertir, irreverente ante la propia enfermedad y lo solemne, aquello que hace atroz la vida y que uno puede suponer sino trágico, pero donde Raúl Parra nos revela, incluso frente a la muerte, el humor, que en este mundo (donde parece que está prohibido ser feliz, a menos que se tenga poder, influencias o dinero), se convierte en osadía.

Me parece muy digno colocar a la poesía de Raúl Parra en la transparencia de la crisálida, aunque nos devuelva un escupitajo en la cara, porque así es su poesía: una secreción de númenes que no se dan por vencidos. Las amputaciones que sufrió no mermaron su aliento de seguir sembrándole coleópteros al culo de su amada, aún fuera con lo que le quedaba de vida, de boca, de lengua. Largo aliento en la vivencia y brevedad de lo dicho por un poeta que fue mentor de otros poetas, siempre más jóvenes, que seguramente verán el fruto de su trabajo y que en este sentido, eligieron un verso por demás acertado para dar nombre a su obra colectiva. La vecindad con la "orquídea de Venus" es nada más y nada menos que el ano, la historia del ojo de Bataille, el botón a punto de reventar, la "flor invertida", es decir, todo aquello que deviene en orgasmos y humores, la carne que también somos.

Sin embargo, hay que celebrar tanto como proponer. En este sentido, Moebius plantea la continuidad de su proyecto antológico, publicando no sólo una obra colectiva que se pretenda canónica, el sol brillante de la genealogía, sino un examen a conciencia de lo que puede llegar a ser nuestra generación en lo que respecta a la poesía, tanto su lectura como su creación, que son los brazos indomables de la cultura. Los coleópteros enfebrecidos, me parece, camina con un propósito similar. Por lo anterior, la carrera en Creación Literaria debiera generar una colección más amplia de publicaciones, toda una industria editorial si se pudiera, donde se le dé seguimiento a la trayectoria de los poetas aquí antologados y en general a todo aquel estudiante y/o egresado que genere una propuesta independiente, crítica y abierta.

Falta comentar las poéticas específicas que contiene la antología, así como mi opinión al respecto. Pensaba no hacerlo, por la premura con que se me pidió una opinión crítica al respecto. Sin embargo, con la situación de que Carlos López sólo charló sobre Raúl Parra durante su intervención, mas no de la antología, a petición del compilador Francisco Trejo, me atrevo a realizar un comentario fuera de texto:

Advierto que las poéticas en conformación quieren agotar, quizá demasiado tarde, aunque con la premura que genera buscar un estatus, las poéticas del canon que ha sido determinado por la academia, tomar al toro por los cuernos, como quien dice. Se nota el afán de cumplir y ese cumplimiento, digamos, también es su carencia, porque el afán en sí mismo no es de ruptura, sino de continuidad. Por otro lado, hay diálogo con presencia de poetas nacidos en los cincuenta, eso es destacable, aunque predominan, como es de esperarse, influencias de David Huerta, Héctor Carreto o Eduardo Langagne, antes que poetas más heterodoxos como Orlando Guillén, Max Rojas o Carlos Montemayor, lo cual se traduce en un cierto discipulismo consagratorio. En este sentido, lo justo es decir a los estudiantes que se están abriendo camino hacia la profesión de escritor, que lo más importante es cuando sales de la Universidad, lo que hay por delante, es decir, en cuanto a lo que hay por conocer y no tanto lo que se tuvo que cumplir. Volver la vista y decir: qué hago con esto que entiendo como poesía.

Continúo con esta lectura: sólo me permito comentar que soy un entusiasta de las evidencias que se están generando en cuestión a la vitalidad de la poesía en México, sobre todo en un país cuyo aparato estatal es tan asfixiante. No sin advertir que los proyectos mismos son posturas que hay que dejar en claro, puesto que no se puede ser dubitativo a menos que se desconozca desde qué lugar está uno conversando. Creo que Los coleópteros enfebrecidos atina en ser, digamos, una publicación que zarpa como barco que no pretende ser representación sino vanguardia, la que a pesar del naufragio necesario (puesto que no se quiere evitar el canto de las sirenas) permita a otros arribar a buen puerto. Concluyo diciendo que tanto el Encuentro de Moebius así como el proyecto editorial Amate, destacan la participación de poetas como Carmen Zenil, Víctor Lovera, José de Jesús Palacio Serrato, Lázaro Tello Pedró y el propio Francisco Trejo, a quien agradezco su invitación, entre otros, todos ellos inscritos o egresados de esta Universidad, de quienes seguramente seguiremos teniendo noticia.

De esta manera, prosiguieron las lecturas de poesía de varios participantes publicados en Los coleópteros enfebrecidos, como Fátima Inés Íñiguez Gómez, Lucía Fernández Izquierdo, Cynthia Alvarado Gómez y Juventino Gutiérrez Gómez (además de quienes ya he mencionado). En total, la presentación duró dos horas, sin embargo los estudiantes se quedaron hasta el final, incluso cuando la repartición gratuita de antologías ya se había realizado. Aproveché para repartir también antologías Moebius, con el fin de que conozcan el proyecto y puedan participar este año en el Cuarto Encuentro de Poetas Nacidos en los Ochenta, programado para el mes de noviembre.

Cuando el evento terminó, me qudé platicando otro rato con Trejo y Lovera, afuera de la UACM, tomando café (aunque yo quería más bien un trago fuerte). Retomamos el tema generacional. En el Moebius, incluso en la tercera edición llevada a cabo en 2012, cuando se les preguntaba a los poetas si se sentían parte de una generación, algunos contestaban que de plano no había tal, que no se sentían identificados ni advertían ese reconocimiento. Sin embargo, la publicación de varias antologías de este corte durante al menos los últimos tres años, señalan un criterio por demás arbitrario, pero cuyo antecedente indica una referencia obligada en cuanto al pensar a los poetas nacidos a partir de décadas, en este caso, una década marcada por la crisis. Sin embargo, también es necesario considerar las afinidades entre los poetas nacidos a finales de los setenta con los que nacieron en la primera mitad de los ochenta, aparte de los que nacieron después de 1985 y pueden encontrarse más afines con quienes nacieron entre dicha fecha y 1995. Hay que considerar, pues, los umbrales e intersticios que las generaciones establecen entre sí, para distinguir mejor la evolución y cambio en la poesía actual. Lo cierto es que si bien la generación de ochenteros ya no es la más reciente, en estos momentos podemos decir que está identificada plenamente como tal, aunque falta tiempo para realizar un "corte de caja" por parte de la crítica.

Ya para despedirnos, Víctor Lovera comenta que en España la generación de los ochenta está en frecuencia y la denominan como tal. Mencionamos otra antología que acaba de salir en Colombia en donde además de poetas de aquel país, incorpora poetas mexicanos (junto con colombianos), también en el mismo sentido generacional: Postal de oleaje. Lo curioso es que es de nuevo aparecen Iván Cruz y Alí Calderón ¿simple casualidad? No lo creo, pues en ella se ejerce el criterio de Margarito Cuéllar sobre la selección de México realizada por Jenny Bernal (Bogotá, 1987). Sin embargo, antes de cualquier comentario crítico adelantado, habrá que conseguirla y leerla. 


Evidencias como la antología Los coleópteros enfebrecidos y Moebius, son contrapesos a la pretensión elitista de falsear una realidad multitudinaria y tener acceso exclusivo a las infraestructuras y promoción oficiales, con complicidad de instancias ideológicas afines a los mecanismos de selección que ejercen estos grupos, es decir, en condiciones de ventaja estructural con respecto a proyectos que buscan ser más democráticos e independientes, sin demérito de la calidad poética, al contrario: demostrando que se prepondera una búsqueda, antes que una imposición para los lectores y futuros lectores de poesía.


Ante una marcada presión social en el campo cultural mexicano y a pesar del afán de preservar la "alta cultura", estas mafias (antes que colectivos) empero no consiguen pasar como representativas de un quehacer poético, sobre todo cuando "la polvareda se ha levantado" y ya no puede pasar inadvertida. Así es, somos polvo, pero en todo caso polvo enamorado, es decir, en busca de su constelación que le dé forma (antes que una proyección de mercado), pero sobre todo dinámica y desplazamiento: vivencia, semblante fidedigno de una época. Hay que entender, pues, que si se pretende ubicar con más precisión las coordenadas de la poesía mexicana actual, no sólo se trata de alcanzar la cima, sino que ya es imposible prescindir del horizonte, aquello que hace la encrucijada, suceso necesario entre pasión y crítica, para ponderar los movimientos y las poéticas.

jueves, 6 de junio de 2013

Presentación "Elogio al oficio" 13 carteles de poesía


PRESENTACIÓN DE ELOGIO AL OFICIO

A veces, a la poesía la podemos ver como "ensueño", y al ensueño el modo como los románticos concebían el lazo que unía al sueño con la vigilia, es decir, el momento en que el sueño es conciencia vivida. Como si el ensueño, y por ello la poesía, fuese un enlace entre lo que somos y lo que deberíamos o podríamos ser. De ahí que la poesía debiera ser algo absolutamente presente en nuestras vidas, pues la poesía nos despierta de nuestra cotidiana enajenación al hacernos recuperar lo más puro de nuestra condición humana.

Aunque, quizás por ello, la poesía está tan poco presente entre nosotros, pues resulta esencialmente contestataria, quiero decir, verdaderamente contestataria. Y es que al voltear a nuestro alrededor lo que vemos tiene más que ver con la producción o con la incitación al consumo que con la poesía, pues, como dije, al despertarnos y dejarnos ver cómo en verdad somos, la poesía se convierte en algo peligroso.

El proyecto "Elogio al oficio", carteles y el libro concebido a partir de ellos, que aquí presentamos es una manera de querer salvar esa ausencia. Procurar hacer de la poesía algo visible a través de un instrumento tan nuevo como viejo como pueden serlo unos carteles. Carteles que se han exhibido en diversos espacios, en especial, los universitarios, los de la UAM y otras instituciones, y que pretenden intimar entre lo visual y lo poético, como en la Antigüedad lo hacían, nos explica Alberto Híjar en la solapa primera del libro, los pictogramas, "tanto para los poderes del saber como para los adoctrinadores", en los que se hacía constar el asombro de la existencia. O, como señala por su parte Óscar Oliva en la segunda solapa del volumen, el libro se propone con una finalidad estética como didascálica, de formación de lectores de poesía. Esto último, como aquello con lo que más ha simpatizado nuestra empresa.

En estos carteles, el reto era que la poesía se hiciera visible, que es tanto como decir que lo visible se oiga, pues en este caso opera una sinestesia en ambos sentidos: de la vista al oído y de lo auditivo a lo visual. Se trata de trece carteles y catorce poemas (pues en uno de ellos se recogen dos haikús, un modo de hacer poesía originado en Japón). Los poetas aludidos en la serie son de los más diversos orígenes y tiempos. Se inicia la colección con un soneto de un escritor mexicano y español como lo fue Tomás Segovia, después otro soneto esta vez de un escritor francés extraordinario del siglo XIX, Gérard de Nerval, continuamos con otros poetas de alto registro, el argentino Jorge Luis Borges, el irlandés Samuel Beckett, el mexicano Renato Leduc, el griego Constantino Cavafis, el también mexicano José Juan Tablada, el japonés Oshima Ryata, el francés Paul Valéry, el peruano César Vallejo, el estadounidense cummings, el italiano Francesco Petrarca, el mexicano José Emilio Pacheco (único poeta vivo del conjunto) y culmina la serie con un poeta anónimo que testimonia la implacable demolición de México Tenochtitlan, en la tercera década del siglo XVI, y al que podemos referirnos sólo como un cuicapicque, es decir, como un poeta nahua poscortesiano.

En el proyecto intervinieron fotógrafos, ilustradores y once diseñadores gráficos de las muy diversas escuelas y estilos, como fácilmente puede observarse, casi todos con una amplia experiencia profesional que se hace evidente, creo, en la contemplación directa de la poesía visual de los carteles. Un proyecto, entonces, colectivo que reafirma la convicción de que la poesía es, siempre, la voz de la tribu.

En este sentido, agradezco el tiempo creativo que cada diseñador le dedico a la obra de cada uno de los afiches, si bien, en varios de los casos, hubo, como ya indiqué, la colaboración de otros artistas plásticos. En el cartel dedicado a uno de los "sonetos votivos" de Tomás Segovia, la fotografía de Conchi Martínez engalana sobriamente los endecasílabos del poeta, diseño de nopase editores.

En el cartel dos, dedicado al famoso soneto de Gérard de Nerval, "El desdichado", se supo crear una estampa de lo que para el escritor francés era "el Sol negro de la Melancolía", diseño sobrio y eficaz de Eduardo Téllez. El dedicado al poema "El suicidio" de Jorge Luis Borges fue destacada elaboración de Patricia Hordóñez, quien se inventa una cabeza poética del propio poeta a modo de universo en expansión. El cuarto cartel recoge uno de los grandes poemas del siglo XX, "Cascando" de Samuel Beckett, el diseño procura estampar en la limpidez de la página en blanco, la imagen de la caída del lenguaje a modo de cascada verbal. En el poema de Renato Leduc, "Temas", de indudable tono satírico, Andrés Cardo aprovechó de modo grato una magnífica estampa femenina de Omar Soto, para resolver la corrosiva disolvencia propuesta por el poeta. En el también célebre poema de Kavafis, Ítaca", Guillermo Mercado Mulliet, decide que la luna, espejo del tiempo, en una eficaz interpretación onírica, es la compañera fiel de quien encarnó para siempre la astucia y la búsqueda de lo inaudito, Ulises. El cartel siete está dedicado a dos haikús. Uno de José Juan Tablada, "El saúz", junto con un poeta japonés del siglo XVIII, Oshima Ryata que nos advierte de la calma vida del sauce frente a la irritación de la vida humana. Dos relámpagos de sabiduría, diseño de Andrés Cardo, con ilustraciones de Orlando Díaz.

El poema de Valéry, "El cementerio marino", el número ocho de la serie, es inmenso por sus propósitos y sus logros, que advierten del encuentro de los siglos de los siglos con el instante. Tal maravilla verbal alcanza, con alguna leve ironía bien resuelta, a mostrar la fastuosa arquitectura del poema, en medio del desastre ecológico de nuestro tiempo, diseño de MonteagudoEstudio. "Los heraldos negros", el poema del genial peruano César Vallejo, es visto por Diego Medrano Ávila como el brusco paso que va de la ingenuidad a la tragedia y con ello revela la caída humana. Cuánta influencia tuvo Petrarca en su tiempo y cuánta sigue teniendo en el nuestro, aun sin saberlo. Un laurel sobre una letra arcaica visten al poema de Petrarca, de extraño enigma, el marcado con el once en la colección. El diseño lo consiguió con gran sobriedad estética Enrique Hernández López. Versos que son sombras de ellos mismos, en medio de un azul invierno, son, ya, una sugerente interpretación de los versos del poema de José Emilio Pacheco, "No me preguntes cómo pasa el tiempo. Su límpida realización corrió a cargo de Joel Dehesa Guraieb. Al final de la serie, el número trece, dejamos el que es una lírica conmoción de nuestros orígenes como pueblo; uno que delinea de un modo sobrecogedor el desastre espiritual y material que supuso la toma de la ciudad en medio del lago de la luna, en 1521, obra de un poeta nahua, testigo de los acontecimientos. Sobre una intervención de Omar Soto del famoso Mapa de Núremberg o Mapa de conquista de Hernán Cortés, Andrés Cardo estampa lo que el lirismo más puro puede crear en medio del desastre absoluto.

Creo que con estos carteles de poesía no resulta difícil acometer la tarea que el proyecto tuvo y tiene, la de crear adeptos a la poesía y a la belleza plástica. Les agradezco a cada uno de los diseñadores sus magníficas imágenes y su entrega al proyecto.

De los ensayos, que son parte medular y sustantiva del libro, puedo abundar de diversos modos, prefiero, por lo pronto, sólo decir que cada una de las propuestas analíticas ilumina la zona del pensamiento, del pedazo de realidad o de fe que cada poeta y su poema han sugerido. Esto es el libro Elogio al oficio. Trece carteles de poesía.


Carlos Gómez Carro
Departamento de Humanidades,
UAM Azcapotzalco


Libro sobre carteles de poesía
Por Armando Ponce, 
revista Proceso, 19 de junio de 2013
Cuando el poeta Carlos Montemayor dirigió Difusión Cultural de la Universidad Autónoma Metropolitana hace tres décadas, concibió la edición de una serie de carteles de poesía. Cada ilustrador designado ofrecía su homenaje a un poeta y se reproducía un poema.
Hoy, el profesor Carlos Gómez Carro, con el apoyo de la División de la Ciencias Sociales y Humanidades de la UNAM, invitó a más diseñadores para una nueva serie, que se recoge en libro con ensayos de escritores sobre los carteles: Elogio al oficio. 13 carteles de poesía (UAM-Azcapotzalco). La compilación, prólogo y selección son de Gómez Carro.
En el prólogo cuenta que el nombre lo tomó de la columna que el poeta hispano-mexicano ya desaparecido, Tomás Segovia, publicaba en los años 80 en el diario Unomásuno, “Elogio al oficio”.
Los poetas son: Tomás Segovia (Sonetos votivos 3), Gérard de Nerval (El desdichado), Jorge Luis Borges (El suicida), Samuel Beckett (Cascando), Renato Leduc (Temas), Constantino Cavafis (Ítaca), José Juan Tablada y Oshima Ryata (El saúz y Vuelvo irritado), Paul Valéry (El cementerio marino), César Vallejo (Los heraldos negros), E. E. Cummings (69:455), Francisco Petrarca (Cancionero LVI), José Emilio Pacheco (No me preguntes cómo pasa el tiempo), y un anónimo atribuido a la cultura mexica, Cuicapicque (Los últimos días del sitio de Tenochtitlan).
Por su parte, los escritores del libro, respectivamente, son: Ramón Córdoba, Tomás Segovia, Enrique López Aguilar, Adriano Rémuera, Gonzalo Martré, Gunnar Backstrom, Gloria Josephine Hiroko Ito Sugiyama, Roberto López Moreno, Ezequiel Maldonado, Myriam Rudoy C., Fernando Martínez Ramírez, Miguel Angel Flores y Carlos Gómez Carro.
Los ilustradores son: Conchi Martínez, Eduardo Téllez, Patricia Hordóñez, Leonel Sagahón, André Cardo y Omar Soto Martínez, Guillermo Mercado Mulliert, Orlando Ortiz, Monteagudo Estuiox, Diego Medrano Dávila, Enrique Hernández López, Andrés Cardo y Omar Soto Martínez.
Se recoge en la solapa un texto del crítico Alberto Híjar, donde expone:
“Dialéctica de las palabras y las cosas: La narración pictográfica es un recurso ancestral tanto para los poderes del sabes como para los adoctrinadores. Ahora mismo, agosto de 2012, en las llamadas redes sociales abundan los textos con imágenes para animar la digna rabia. Poetas y productores gráficos practican la poesía visual y dan a entender sus proclamas con articulaciones estéticas de tipografías, formatos contra la geometría racionalista y la linealidad narrativa, así como hizo Dada en 1916 o hacen ahora los convocantes al laconismo de Roberto López Moreno, que con tercetos y cuartetos intervienen los muros del viejo barrio de San Cosme. De los gram construidos por las articulaciones de las palabras y los sonidos, nacen y crecen sentidos irreductibles a solo conceptos. A la poesía visual de calles y plazas de las movilizaciones de los indignados y de los okupas, se agregan los carteles y el libro del Elogio del oficio, con todo y su propagación de la belleza del ver, leer, gozar y sufrir, conocer, conocerse, transformarse y transformar.”
Y otro más de Óscar Oliva:

“Este libro cumple con su función estética y de divulgación, por ser un volumen didascálico y de formación de lectores de poesía.”