viernes, 14 de junio de 2013

Los coleópteros enfebrecidos. Antología de poesía


Semblanza de un capullo a punto de reventar
Los coleópteros enfebrecidos


Por Arturo Alvar


El pasado jueves 13 de junio (ayer) fui a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, plantel Tezonco, en Iztapalapa, a presentar la antología de poesía Los coleópteros enfebrecidos, un proyecto editorial de los estudiantes de Creación Literaria. Tomé la línea dorada del metro y me bajé en la estación Olivos, muy cerca del plantel. Cuando al fin llegué, me agradaron los amplios terrenos, verdes con estas lluvias, así como las dignas instalaciones, algo tan necesario para la ciudad, sobre todo en esta zona donde no había acceso a la educación superior. De verdad me siento orgulloso de haber sido invitado a una Universidad dirigida actualmente por el maestro Enrique Dussell, también uamero, dando el vuelco a una historia ominosa.

La presentación se llevó a cabo en uno de los salones, que se abarrotó de estudiantes, donde escuchamos música de violín y también la poesía de aquéllos que participaron en la publicación de la antología. La mesa se conformó por autoridades del plantel, Carlos López de la editorial Praxis, el poeta Francisco Trejo y yo. El editor Carlos López nos habló del poeta Raúl Parra, homenajeado en la publicación. Contó que se conocieron en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en la generación 86-90 y al principio se cayeron mal, pero como "del odio al amor sólo hay un paso", terminaron siendo grandes amigos. Carlos López comenta, además, que fue el editor de todos los libros de Raúl Parra, por eso se puede confirmar que no hay poemario póstumo del poeta, fallecido en 2009, puesto que la brevedad, tanto de su obra como de su vida, tuvo en él su lado fuerte y su mejor resolución creativa.

Sin embargo, Carlos López nunca asistió al taller de Raúl Parra, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. En ese sentido, dos jóvenes sí pudimos hablar acerca de esta faceta del poeta. Es el caso de José de Jesús Palacio Serrato, antologado en Los coleópteros enfebrecidos y presente durante la ocasión, quien asistió de manera más regular (yo sólo fui un par de veces como invitado). Coincidimos en que la crítica de Parra era bastante dura. Conté cuando Raúl Parra le hizo a mi amigo Ulises Vidal una observación sobre el final de un poema que en esa sesión sometía a escrutinio. La palabra "sangre" remataba tan sangrona, que el maestro preguntó a los talleristas si alguien tenía un kotex para dárselo al joven aprendiz de poeta. Ante la mirada incisiva de las asistentes, debido al tono de la anécdota, tuve que agregar que Parra fue siempre un tanto machista, ni hablar. Tampoco Carlos López se había salvado de la fémina censura durante su intervención, pues al hablar sobre las chicas que ambos conocieron y de las que se enamoraron en la UNAM, se le fue decir: "entonces, cuando eran bellas...". Bueno, pensemos que tuvo suerte de que no volara un zapato.

Para el caso, pasé pronto a leer el texto que traía para la presentación:

No crisálida, más bien coleóptero: insecto que anima a los placeres más sutiles en el lago de la carne. El tenue cosquilleo pero abundante, desde el cual nacen los jóvenes poetas, mientras millones de futuras promesas de otros hombres mueren, sin más heroísmo que la eyaculación feroz de un mundo sin belleza, una chaqueta mental para acabar de decirlo.

Habría que masturbarse mucho, decía Bolaño, para engendrar a la imaginación y no al revés. La antología Los coleópteros enfebrecidos, antes que nada sugiere una temperatura, aunque también un temperamento y una constancia: que una generación de poetas ya no puede ser soslayada, menos si se están consolidando proyectos editoriales que van dirigidos a brindar un panorama diverso, propuestas que van dando rumbo a la poesía mexicana.

En su abundante prólogo al libro, Francisco Trejo, también compilador de esta antología, lo reconoce así. Ve a la Universidad como "cámara de metamorfosis", capullo kafkiano para continuar con la tradición. De esta manera, adelantados intentos por establecer una élite como generación, por parte de poetas contemporáneos como Iván Cruz y Alí Calderón (quienes desde la revista Alforja, en 2006, ya comentaban sobre este asunto), contrastan con una iniciativa como Moebius y su antología de poetas nacidos en los ochenta, menos excluyente y más acorde con una realidad que sigue siendo la "explosión demográfica" de poetas jóvenes, sociológicamente denominada por Zaid, aunque ―siguiendo ese mismo tono― sería ahora más preciso hablar del "bono demográfico" de la juventud, traducido en una afluencia mayor de poetas y al menos en una ya visible reconfiguración del canon; un plus en lugar de una excepción. Lo que en esta antología se plantea es, así lo interpreto, un punto medio entre estas dos posturas, entendidas por Trejo como aportaciones afines que con Los colépteros enfebrecidos, constituirán una triada que será, en el futuro inmediato, referencia ineludible para la crítica.

Como impulsor y editor del proyecto Moebius, advierto felizmente que hay una continuidad en el gesto de la antología aquí presentada, para realizar lo que llamo, parafraseando a Alois Riegl, "el culto moderno de la memoria", específicamente con la idea de homenajear a un poeta destacado, sin embargo, como suele ocurrir con voces disidentes, sumido casi en el olvido. En el de caso de Los coleópteros enfebrecidos, se trata de Raúl Parra, tal como en los encuentros de poetas nacidos en los ochenta que llevamos a cabo desde 2010 lo han sido a propósito de reconocer la obra y vida de poetas de la talla de Norma Bazúa, Leopoldo Ayala y Roberto López Moreno.

La poesía de Raúl Parra está volcada completamente al cuerpo. Escatológica por definición, pero no en el sentido religioso, coincidencia de las derivaciones del lenguaje, es decir, el poeta no es un estudioso del día del juicio final o la resurrección de los muertos; tampoco nos escribe acerca del "dulce sacrilegio de besarte" a lo Amado Nervo o modula su voz en torno de "la mancha de púrpura de tu deslumbramiento" como escribió López Velarde sobre la menstruación, "eclipse femenino". Su poesía nos habla en todo caso de algo más prohibido o menos sangrón: mirar el cuerpo en su sudor cotidiano, sobre el beso negro de las horas.

Raúl Parra, el que tanto amó a partir de la excrecencia humana, paradójicamente fue perdiendo las extremidades de su cuerpo, amputadas por la diabetes que lo consumió, pero no su afán de sentir, incluso en su dolor, la poesía que nunca se cansó de pervertir, irreverente ante la propia enfermedad y lo solemne, aquello que hace atroz la vida y que uno puede suponer sino trágico, pero donde Raúl Parra nos revela, incluso frente a la muerte, el humor, que en este mundo (donde parece que está prohibido ser feliz, a menos que se tenga poder, influencias o dinero), se convierte en osadía.

Me parece muy digno colocar a la poesía de Raúl Parra en la transparencia de la crisálida, aunque nos devuelva un escupitajo en la cara, porque así es su poesía: una secreción de númenes que no se dan por vencidos. Las amputaciones que sufrió no mermaron su aliento de seguir sembrándole coleópteros al culo de su amada, aún fuera con lo que le quedaba de vida, de boca, de lengua. Largo aliento en la vivencia y brevedad de lo dicho por un poeta que fue mentor de otros poetas, siempre más jóvenes, que seguramente verán el fruto de su trabajo y que en este sentido, eligieron un verso por demás acertado para dar nombre a su obra colectiva. La vecindad con la "orquídea de Venus" es nada más y nada menos que el ano, la historia del ojo de Bataille, el botón a punto de reventar, la "flor invertida", es decir, todo aquello que deviene en orgasmos y humores, la carne que también somos.

Sin embargo, hay que celebrar tanto como proponer. En este sentido, Moebius plantea la continuidad de su proyecto antológico, publicando no sólo una obra colectiva que se pretenda canónica, el sol brillante de la genealogía, sino un examen a conciencia de lo que puede llegar a ser nuestra generación en lo que respecta a la poesía, tanto su lectura como su creación, que son los brazos indomables de la cultura. Los coleópteros enfebrecidos, me parece, camina con un propósito similar. Por lo anterior, la carrera en Creación Literaria debiera generar una colección más amplia de publicaciones, toda una industria editorial si se pudiera, donde se le dé seguimiento a la trayectoria de los poetas aquí antologados y en general a todo aquel estudiante y/o egresado que genere una propuesta independiente, crítica y abierta.

Falta comentar las poéticas específicas que contiene la antología, así como mi opinión al respecto. Pensaba no hacerlo, por la premura con que se me pidió una opinión crítica al respecto. Sin embargo, con la situación de que Carlos López sólo charló sobre Raúl Parra durante su intervención, mas no de la antología, a petición del compilador Francisco Trejo, me atrevo a realizar un comentario fuera de texto:

Advierto que las poéticas en conformación quieren agotar, quizá demasiado tarde, aunque con la premura que genera buscar un estatus, las poéticas del canon que ha sido determinado por la academia, tomar al toro por los cuernos, como quien dice. Se nota el afán de cumplir y ese cumplimiento, digamos, también es su carencia, porque el afán en sí mismo no es de ruptura, sino de continuidad. Por otro lado, hay diálogo con presencia de poetas nacidos en los cincuenta, eso es destacable, aunque predominan, como es de esperarse, influencias de David Huerta, Héctor Carreto o Eduardo Langagne, antes que poetas más heterodoxos como Orlando Guillén, Max Rojas o Carlos Montemayor, lo cual se traduce en un cierto discipulismo consagratorio. En este sentido, lo justo es decir a los estudiantes que se están abriendo camino hacia la profesión de escritor, que lo más importante es cuando sales de la Universidad, lo que hay por delante, es decir, en cuanto a lo que hay por conocer y no tanto lo que se tuvo que cumplir. Volver la vista y decir: qué hago con esto que entiendo como poesía.

Continúo con esta lectura: sólo me permito comentar que soy un entusiasta de las evidencias que se están generando en cuestión a la vitalidad de la poesía en México, sobre todo en un país cuyo aparato estatal es tan asfixiante. No sin advertir que los proyectos mismos son posturas que hay que dejar en claro, puesto que no se puede ser dubitativo a menos que se desconozca desde qué lugar está uno conversando. Creo que Los coleópteros enfebrecidos atina en ser, digamos, una publicación que zarpa como barco que no pretende ser representación sino vanguardia, la que a pesar del naufragio necesario (puesto que no se quiere evitar el canto de las sirenas) permita a otros arribar a buen puerto. Concluyo diciendo que tanto el Encuentro de Moebius así como el proyecto editorial Amate, destacan la participación de poetas como Carmen Zenil, Víctor Lovera, José de Jesús Palacio Serrato, Lázaro Tello Pedró y el propio Francisco Trejo, a quien agradezco su invitación, entre otros, todos ellos inscritos o egresados de esta Universidad, de quienes seguramente seguiremos teniendo noticia.

De esta manera, prosiguieron las lecturas de poesía de varios participantes publicados en Los coleópteros enfebrecidos, como Fátima Inés Íñiguez Gómez, Lucía Fernández Izquierdo, Cynthia Alvarado Gómez y Juventino Gutiérrez Gómez (además de quienes ya he mencionado). En total, la presentación duró dos horas, sin embargo los estudiantes se quedaron hasta el final, incluso cuando la repartición gratuita de antologías ya se había realizado. Aproveché para repartir también antologías Moebius, con el fin de que conozcan el proyecto y puedan participar este año en el Cuarto Encuentro de Poetas Nacidos en los Ochenta, programado para el mes de noviembre.

Cuando el evento terminó, me qudé platicando otro rato con Trejo y Lovera, afuera de la UACM, tomando café (aunque yo quería más bien un trago fuerte). Retomamos el tema generacional. En el Moebius, incluso en la tercera edición llevada a cabo en 2012, cuando se les preguntaba a los poetas si se sentían parte de una generación, algunos contestaban que de plano no había tal, que no se sentían identificados ni advertían ese reconocimiento. Sin embargo, la publicación de varias antologías de este corte durante al menos los últimos tres años, señalan un criterio por demás arbitrario, pero cuyo antecedente indica una referencia obligada en cuanto al pensar a los poetas nacidos a partir de décadas, en este caso, una década marcada por la crisis. Sin embargo, también es necesario considerar las afinidades entre los poetas nacidos a finales de los setenta con los que nacieron en la primera mitad de los ochenta, aparte de los que nacieron después de 1985 y pueden encontrarse más afines con quienes nacieron entre dicha fecha y 1995. Hay que considerar, pues, los umbrales e intersticios que las generaciones establecen entre sí, para distinguir mejor la evolución y cambio en la poesía actual. Lo cierto es que si bien la generación de ochenteros ya no es la más reciente, en estos momentos podemos decir que está identificada plenamente como tal, aunque falta tiempo para realizar un "corte de caja" por parte de la crítica.

Ya para despedirnos, Víctor Lovera comenta que en España la generación de los ochenta está en frecuencia y la denominan como tal. Mencionamos otra antología que acaba de salir en Colombia en donde además de poetas de aquel país, incorpora poetas mexicanos (junto con colombianos), también en el mismo sentido generacional: Postal de oleaje. Lo curioso es que es de nuevo aparecen Iván Cruz y Alí Calderón ¿simple casualidad? No lo creo, pues en ella se ejerce el criterio de Margarito Cuéllar sobre la selección de México realizada por Jenny Bernal (Bogotá, 1987). Sin embargo, antes de cualquier comentario crítico adelantado, habrá que conseguirla y leerla. 


Evidencias como la antología Los coleópteros enfebrecidos y Moebius, son contrapesos a la pretensión elitista de falsear una realidad multitudinaria y tener acceso exclusivo a las infraestructuras y promoción oficiales, con complicidad de instancias ideológicas afines a los mecanismos de selección que ejercen estos grupos, es decir, en condiciones de ventaja estructural con respecto a proyectos que buscan ser más democráticos e independientes, sin demérito de la calidad poética, al contrario: demostrando que se prepondera una búsqueda, antes que una imposición para los lectores y futuros lectores de poesía.


Ante una marcada presión social en el campo cultural mexicano y a pesar del afán de preservar la "alta cultura", estas mafias (antes que colectivos) empero no consiguen pasar como representativas de un quehacer poético, sobre todo cuando "la polvareda se ha levantado" y ya no puede pasar inadvertida. Así es, somos polvo, pero en todo caso polvo enamorado, es decir, en busca de su constelación que le dé forma (antes que una proyección de mercado), pero sobre todo dinámica y desplazamiento: vivencia, semblante fidedigno de una época. Hay que entender, pues, que si se pretende ubicar con más precisión las coordenadas de la poesía mexicana actual, no sólo se trata de alcanzar la cima, sino que ya es imposible prescindir del horizonte, aquello que hace la encrucijada, suceso necesario entre pasión y crítica, para ponderar los movimientos y las poéticas.

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