Semblanza de un capullo a
punto de reventar
Los coleópteros
enfebrecidos
Por Arturo Alvar
El pasado jueves 13 de
junio (ayer) fui a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, plantel
Tezonco, en Iztapalapa, a presentar la antología de poesía Los coleópteros enfebrecidos,
un proyecto editorial de los estudiantes de Creación Literaria. Tomé la línea
dorada del metro y me bajé en la estación Olivos, muy cerca del plantel. Cuando
al fin llegué, me agradaron los amplios terrenos, verdes con estas lluvias, así
como las dignas instalaciones, algo tan necesario para la ciudad, sobre todo en
esta zona donde no había acceso a la educación superior. De verdad me siento
orgulloso de haber sido invitado a una Universidad dirigida actualmente por el
maestro Enrique Dussell, también uamero, dando el vuelco a una historia ominosa.
La presentación se llevó a
cabo en uno de los salones, que se abarrotó de estudiantes, donde escuchamos
música de violín y también la poesía de aquéllos que participaron en la publicación
de la antología. La mesa se conformó por autoridades del plantel, Carlos López
de la editorial Praxis, el poeta Francisco Trejo y yo. El editor Carlos López
nos habló del poeta Raúl Parra, homenajeado en la publicación. Contó que se
conocieron en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en la generación
86-90 y al principio se cayeron mal, pero como "del odio al amor sólo hay
un paso", terminaron siendo grandes amigos. Carlos López comenta, además,
que fue el editor de todos los libros de Raúl Parra, por eso se puede confirmar
que no hay poemario póstumo del poeta, fallecido en 2009, puesto que la
brevedad, tanto de su obra como de su vida, tuvo en él su lado fuerte y su
mejor resolución creativa.
Sin embargo, Carlos López
nunca asistió al taller de Raúl Parra, en la Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales de la UNAM. En ese sentido, dos jóvenes sí pudimos hablar acerca de
esta faceta del poeta. Es el caso de José de Jesús Palacio Serrato, antologado
en Los coleópteros
enfebrecidos y presente durante la ocasión, quien asistió de manera
más regular (yo sólo fui un par de veces como invitado). Coincidimos en que la
crítica de Parra era bastante dura. Conté cuando Raúl Parra le hizo a mi amigo
Ulises Vidal una observación sobre el final de un poema que en esa sesión
sometía a escrutinio. La palabra "sangre" remataba tan sangrona, que
el maestro preguntó a los talleristas si alguien tenía un kotex para dárselo al
joven aprendiz de poeta. Ante la mirada incisiva de las asistentes, debido al
tono de la anécdota, tuve que agregar que Parra fue siempre un tanto machista,
ni hablar. Tampoco Carlos López se había salvado de la fémina censura durante
su intervención, pues al hablar sobre las chicas que ambos conocieron y de las
que se enamoraron en la UNAM, se le fue decir: "entonces, cuando eran
bellas...". Bueno, pensemos que tuvo suerte de que no volara un zapato.
Para el caso, pasé pronto
a leer el texto que traía para la presentación:
No crisálida, más bien
coleóptero: insecto que anima a los placeres más sutiles en el lago de la
carne. El tenue cosquilleo pero abundante, desde el cual nacen los jóvenes
poetas, mientras millones de futuras promesas de otros hombres mueren, sin más
heroísmo que la eyaculación feroz de un mundo sin belleza, una chaqueta mental
para acabar de decirlo.
Habría que masturbarse
mucho, decía Bolaño, para engendrar a la imaginación y no al revés. La
antología Los coleópteros
enfebrecidos, antes que nada sugiere una temperatura, aunque también un
temperamento y una constancia: que una generación de poetas ya no puede ser
soslayada, menos si se están consolidando proyectos editoriales que van
dirigidos a brindar un panorama diverso, propuestas que van dando rumbo a la
poesía mexicana.
En su abundante prólogo al
libro, Francisco Trejo, también compilador de esta antología, lo reconoce así.
Ve a la Universidad como "cámara de metamorfosis", capullo kafkiano
para continuar con la tradición. De esta manera, adelantados intentos por
establecer una élite como generación, por parte de poetas contemporáneos como
Iván Cruz y Alí Calderón (quienes desde la revista Alforja, en 2006, ya comentaban
sobre este asunto), contrastan con una iniciativa como Moebius y su antología de poetas nacidos en
los ochenta, menos excluyente y más acorde con una realidad que sigue siendo la
"explosión demográfica" de poetas jóvenes, sociológicamente
denominada por Zaid, aunque ―siguiendo ese mismo tono― sería ahora más preciso
hablar del "bono demográfico" de la juventud, traducido en una
afluencia mayor de poetas y al menos en una ya visible reconfiguración del
canon; un plus en lugar de una excepción. Lo que en
esta antología se plantea es, así lo interpreto, un punto medio entre estas dos
posturas, entendidas por Trejo como aportaciones afines que con Los colépteros enfebrecidos,
constituirán una triada que será, en el futuro inmediato, referencia ineludible
para la crítica.
Como impulsor y editor del
proyecto Moebius, advierto
felizmente que hay una continuidad en el gesto de la antología aquí presentada,
para realizar lo que llamo, parafraseando a Alois Riegl, "el culto moderno
de la memoria", específicamente con la idea de homenajear a un poeta
destacado, sin embargo, como suele ocurrir con voces disidentes, sumido casi en
el olvido. En el de caso de Los coleópteros enfebrecidos, se trata
de Raúl Parra, tal como en los encuentros de poetas nacidos en los ochenta que
llevamos a cabo desde 2010 lo han sido a propósito de reconocer la obra y vida
de poetas de la talla de Norma Bazúa, Leopoldo Ayala y Roberto López Moreno.
La poesía de Raúl Parra
está volcada completamente al cuerpo. Escatológica por definición, pero no en
el sentido religioso, coincidencia de las derivaciones del lenguaje, es decir,
el poeta no es un estudioso del día del juicio final o la resurrección de los
muertos; tampoco nos escribe acerca del "dulce sacrilegio de besarte"
a lo Amado Nervo o modula su voz en torno de "la mancha de púrpura de tu
deslumbramiento" como escribió López Velarde sobre la menstruación, "eclipse
femenino". Su poesía nos habla en todo caso de algo más prohibido o menos
sangrón: mirar el cuerpo en su sudor cotidiano, sobre el beso negro de las
horas.
Raúl Parra, el que tanto
amó a partir de la excrecencia humana, paradójicamente fue perdiendo las
extremidades de su cuerpo, amputadas por la diabetes que lo consumió, pero no
su afán de sentir, incluso en su dolor, la poesía que nunca se cansó de
pervertir, irreverente ante la propia enfermedad y lo solemne, aquello que hace
atroz la vida y que uno puede suponer sino trágico, pero donde Raúl Parra nos
revela, incluso frente a la muerte, el humor, que en este mundo (donde parece
que está prohibido ser feliz, a menos que se tenga poder, influencias o
dinero), se convierte en osadía.
Me parece muy digno
colocar a la poesía de Raúl Parra en la transparencia de la crisálida, aunque
nos devuelva un escupitajo en la cara, porque así es su poesía: una secreción
de númenes que no se dan por vencidos. Las amputaciones que sufrió no mermaron
su aliento de seguir sembrándole coleópteros al culo de su amada, aún fuera con
lo que le quedaba de vida, de boca, de lengua. Largo aliento en la vivencia y
brevedad de lo dicho por un poeta que fue mentor de otros poetas, siempre más
jóvenes, que seguramente verán el fruto de su trabajo y que en este sentido,
eligieron un verso por demás acertado para dar nombre a su obra colectiva. La
vecindad con la "orquídea de Venus" es nada más y nada menos que el
ano, la historia del ojo de Bataille, el botón a punto de reventar, la
"flor invertida", es decir, todo aquello que deviene en orgasmos y
humores, la carne que también somos.
Sin embargo, hay que celebrar
tanto como proponer. En este sentido, Moebius plantea la continuidad de su proyecto
antológico, publicando no sólo una obra colectiva que se pretenda canónica, el sol
brillante de la genealogía, sino un examen a conciencia de lo que puede llegar
a ser nuestra generación en lo que respecta a la poesía, tanto su lectura como
su creación, que son los brazos indomables de la cultura. Los coleópteros
enfebrecidos, me parece, camina con un propósito similar.
Por lo anterior, la carrera en Creación Literaria debiera generar una colección
más amplia de publicaciones, toda una industria editorial si se pudiera, donde
se le dé seguimiento a la trayectoria de los poetas aquí antologados y en
general a todo aquel estudiante y/o egresado que genere una propuesta
independiente, crítica y abierta.
Falta comentar las
poéticas específicas que contiene la antología, así como mi opinión al
respecto. Pensaba no hacerlo, por la premura con que se me pidió una opinión crítica al respecto. Sin embargo, con la situación de que Carlos López
sólo charló sobre Raúl Parra durante su intervención, mas no de la antología, a petición del compilador Francisco Trejo, me atrevo a realizar
un comentario fuera de texto:
Advierto que las poéticas
en conformación quieren agotar, quizá demasiado tarde, aunque con la premura
que genera buscar un estatus, las poéticas del canon que ha sido determinado
por la academia, tomar al toro por los cuernos, como quien dice. Se nota el
afán de cumplir y ese cumplimiento, digamos, también es su carencia, porque el
afán en sí mismo no es de ruptura, sino de continuidad. Por otro lado, hay
diálogo con presencia de poetas nacidos en los cincuenta, eso es destacable,
aunque predominan, como es de esperarse, influencias de David Huerta, Héctor
Carreto o Eduardo Langagne, antes que poetas más heterodoxos como Orlando
Guillén, Max Rojas o Carlos Montemayor, lo cual se traduce en un cierto discipulismo consagratorio. En este sentido, lo justo es decir a
los estudiantes que se están abriendo camino hacia la profesión de escritor,
que lo más importante es cuando sales de la Universidad, lo que hay por
delante, es decir, en cuanto a lo que hay por conocer y no tanto
lo que se tuvo que cumplir. Volver la vista y decir: qué hago con esto que
entiendo como poesía.
Continúo con esta lectura:
sólo me permito comentar que soy un entusiasta de las evidencias que se están
generando en cuestión a la vitalidad de la poesía en México, sobre todo en un
país cuyo aparato estatal es tan asfixiante. No sin advertir que los proyectos
mismos son posturas que hay que dejar en claro, puesto que no se puede ser
dubitativo a menos que se desconozca desde qué lugar está uno conversando. Creo
que Los coleópteros
enfebrecidos atina en ser,
digamos, una publicación que zarpa como barco que no pretende ser
representación sino vanguardia, la que a pesar del naufragio necesario (puesto
que no se quiere evitar el canto de las sirenas) permita a otros arribar a buen
puerto. Concluyo diciendo que tanto el Encuentro de Moebius así como el proyecto editorial Amate,
destacan la participación de poetas como Carmen Zenil, Víctor Lovera, José de
Jesús Palacio Serrato, Lázaro Tello Pedró y el propio Francisco Trejo, a quien
agradezco su invitación, entre otros, todos ellos inscritos o egresados de esta
Universidad, de quienes seguramente seguiremos teniendo noticia.
De esta manera,
prosiguieron las lecturas de poesía de varios participantes publicados en Los coleópteros enfebrecidos,
como Fátima Inés Íñiguez Gómez, Lucía Fernández Izquierdo, Cynthia Alvarado
Gómez y Juventino Gutiérrez Gómez (además de quienes ya he mencionado). En
total, la presentación duró dos horas, sin embargo los estudiantes se quedaron
hasta el final, incluso cuando la repartición gratuita de antologías ya se
había realizado. Aproveché para repartir también antologías Moebius, con el fin de
que conozcan el proyecto y puedan participar este año en el Cuarto Encuentro de
Poetas Nacidos en los Ochenta, programado para el mes de noviembre.
Cuando el evento terminó, me qudé platicando otro rato con Trejo y Lovera, afuera de la UACM, tomando café (aunque
yo quería más bien un trago fuerte). Retomamos el tema generacional. En el Moebius, incluso en la tercera
edición llevada a cabo en 2012, cuando se les preguntaba a los poetas si se
sentían parte de una generación, algunos contestaban que de plano no había tal, que no se sentían identificados ni advertían ese reconocimiento. Sin embargo, la
publicación de varias antologías de este corte durante al menos los últimos tres años, señalan un criterio por demás arbitrario, pero cuyo antecedente
indica una referencia obligada en cuanto al pensar a los poetas nacidos a
partir de décadas, en este caso, una década marcada por la crisis. Sin embargo,
también es necesario considerar las afinidades entre los poetas nacidos a
finales de los setenta con los que nacieron en la primera mitad de los ochenta,
aparte de los que nacieron después de 1985 y pueden encontrarse más afines con
quienes nacieron entre dicha fecha y 1995. Hay que considerar, pues, los
umbrales e intersticios que las generaciones establecen entre sí, para
distinguir mejor la evolución y cambio en la poesía actual. Lo cierto es que si
bien la generación de ochenteros ya no es la más reciente, en estos momentos podemos
decir que está identificada plenamente como tal, aunque falta tiempo para
realizar un "corte de caja" por parte de la crítica.
Ya para despedirnos,
Víctor Lovera comenta que en España la generación de los ochenta está en
frecuencia y la denominan como tal. Mencionamos otra antología que acaba de
salir en Colombia en donde además de poetas de aquel país, incorpora poetas mexicanos (junto con colombianos),
también en el mismo sentido generacional: Postal de oleaje. Lo
curioso es que es de nuevo aparecen Iván Cruz y Alí Calderón ¿simple
casualidad? No lo creo, pues en ella se ejerce el criterio de Margarito Cuéllar
sobre la selección de México realizada por Jenny Bernal (Bogotá, 1987). Sin embargo, antes de cualquier comentario crítico adelantado, habrá que conseguirla y
leerla.
Evidencias como la antología Los coleópteros enfebrecidos y Moebius, son
contrapesos a la pretensión elitista de falsear una realidad multitudinaria y
tener acceso exclusivo a las infraestructuras y promoción oficiales, con
complicidad de instancias ideológicas afines a los mecanismos de selección
que ejercen estos grupos, es decir, en condiciones de ventaja estructural con
respecto a proyectos que buscan ser más democráticos e independientes, sin
demérito de la calidad poética, al contrario: demostrando que se prepondera una
búsqueda, antes que una imposición para los lectores y futuros lectores de
poesía.
Ante una marcada presión social en el campo cultural mexicano y a pesar del
afán de preservar la "alta cultura", estas mafias (antes que
colectivos) empero no consiguen pasar como representativas de un quehacer
poético, sobre todo cuando "la polvareda se ha levantado" y ya no
puede pasar inadvertida. Así es, somos polvo, pero en todo caso polvo
enamorado, es decir, en busca de su constelación que le dé forma (antes que una
proyección de mercado), pero sobre todo dinámica y desplazamiento: vivencia,
semblante fidedigno de una época. Hay que entender, pues, que si se pretende
ubicar con más precisión las coordenadas de la poesía mexicana actual, no sólo
se trata de alcanzar la cima, sino que ya es imposible prescindir del
horizonte, aquello que hace la encrucijada, suceso necesario entre pasión y
crítica, para ponderar los movimientos y las poéticas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario