miércoles, 26 de septiembre de 2012

Leopoldo Ayala en la UAM Azcapotzalco


La malicia poética de Adriana Tafoya

Después de revisar más de veinte artículos relacionados con los estudios de género ―para conformar el dossier del número ocho de la revista Sapiencia―, me encontré con una teoría excéntrica, el supuesto surgimiento de un nuevo “macho alfa”. No estoy de acuerdo con la idea de que haya un “imperativo” para ser heterosexual, aunque la idea sea interesante ―sobre todo en poesía, cuando a veces el imperativo ha sido ser homosexual―. Reflexiones sobre lo transgénero se perfilan también como moda académica o tema predilecto para licenciarse. Por eso siempre regreso a la poesía, no porque ella responda todos los paradigmas, sino porque desde ahí encuentro una libertad que subyace a la apariencia, lo que da potencia para reformular las preguntas mismas.

Robert Graves en su libro La diosa blanca, reescribe el mito donde el sacerdote (como arquetipo) se alía con el sol (como símbolo) y se separa del poeta, quien a pesar del imperio solar, sigue cantándole a la luna, a través de los tiempos, aliándose con el misterio último. Esto lo sabe Adriana Tafoya, autora de El matamoscas de Lesbia y otros poemas maliciosos cuando escribe sobre el canon de la poesía femenina. Estas figuras siguen vigentes en la tradición, por eso tenemos la certeza de que la luna es un espejo más. No es un cuerpo vivo, sólo el reflejo de una luz espectral.

En este sentido, si Rosario Castellanos lanzaba su corazón “para romper en mil pedazos el espejo del mundo y contemplar mil veces el rostro de mi culpa”, Adriana Tafoya está dispuesta a cometer “pecados inmortales” como escribe Enrique González Rojo (un epígrafe del libro). Aquí en la tierra como en el cielo, sin culpas ni persignaciones, Tafoya lanza sus poemas, algunos ya publicados, engarzados con otros inéditos. Lo “malicioso” le viene a dar cuerpo al poemario, no sólo para romper el espejo narciso, sino para romper la transparencia del vaso ― el de la tradición poética, dominante― dejando un verbo de pleamares, donde el agua queda turbulenta. Adriana Tafoya no se contiene, va más allá de la contemplación gravitatoria en torno al Círculo, culto falaz del emblema solar que termina por desmembrar. De esta manera, abre con violencia la herida de la realidad y escribe: “donde trueno diez veces el cristal del vaso”.

La poesía de Tafoya incide con un golpe certero a las cabezas de los que viven sin pensar. Su mirada punzante agarra parejo, tanto hombres como mujeres y el ideario femenino adherente a los códigos patriarcales es destruido, al menos con las palabras. “Para eso son las heridas”, escribe: “para que la arrogancia sangre”, aunque en otro poema afirme que “la palabra sólo rasguña” ante el sonido que “es el golpe de la violencia de las cosas”.

En Animales Seniles, una serie de poemas contenidos en el libro, aparecen “mujeres sin fin”… “con la virginidad que la vejez otorga”. El verbo de Adriana es copular, eyaculatorio. Escenas fetichizadas donde se entrelaza lo grotesco con lo delicado; el placer con la degradación de los cuerpos. En este sentido, una escatología no se plantea sólo en términos del asco y buen gusto, es decir, frente a un esteticismo formal, sino que va más allá al plantear una dimensión poética, donde la degradación no sólo es corpórea sino moral: la náusea ante el oprobio, donde, sin embargo, es en “los senos insípidos y el vientre estrangulado” de esas mujeres, donde tiene lugar el erotismo:

“Las he tomado por la boca/ Las he anudado una a una/ Con esas cuerdas de los filos más cortantes/ para abrirles los pétalos/ para comer el sabor a libro viejo/ que se desprende del aliento de sus sexos”. Hay algo de sabiduría lúbrica en esos cuerpos lánguidos que se sacuden con el estremecimiento de lo prohibido, la transgresión sexual donde Adriana Tafoya nos advierte que las apariencias engañan, sobre todo cuando hay un canon imperante.

Con un epígrafe de Óscar Escoffié al principio del libro, advierte la poeta que: “Suele ocurrir una equivocación trágica entre los hombres: asociar lo feo a lo maligno y la hermosura a lo bueno”. Ahí la contestación al canon masculino su asociación maniquea de la belleza, junto con todos los actos que externan esas percepciones. Es en el poema Diálogos con la maldad de un hombre bueno donde la poesía de Tafoya adquiere un tono satírico, apuntando su flecha a las costumbres del poder, (oportunismo y exceso), rozando inevitablemente los límites de una poesía social, crítica, que ha tenido como sus mejores armas el dicho popular, la ironía, el sarcasmo y el humor negro.

¿Qué sentido tiene ejercer esta violencia verbal? El poemario abre heridas para que salga la ponzoña humana y quede la música, que “traza con violentos pincelazos” el “compás erótico” de un hombre “desnudo en un sillón”. La malicia femenina pone trampas. En los ojos de este hombre está “la luz negra que nos alumbra”. En ellos se ve hasta el color de la tanga que le gusta. Y ella lo sabe, pero “es indiferente/ al cadáver de una mosca” mientras afuera hay otro hombre, podrido de amor, al que no le queda más destino que buscar otro tacto, porque “después de todo/ siempre hay otras mujeres”.

El poemario en general se mantiene lúcido ante lo sensorial y transgresor en las concepciones dualistas belleza/bondad, maldad/fealdad. La poesía es un desafío cuando mujeres como Carmen se desnudan y se entregan a la pasarela, donde “la gravedad no existe para su carne” mientras “un hombre de ideas encanecidas” gasta hasta el último centavo de su tristeza en ella; cuando la madre incestuosa le pide al hijo aprender de la robustez de su cuerpo, como se entra en la vastedad sabia de la poesía; como Susana “con la canasta seca de las frutas” que tiene miedo de ser violada y ya “presiente rostros oscuros y añejados” donde “un racimo de testículo le rellena la boca”.

Los hombres son ancianos “con verrugas hinchadas de malicia”; un travesti que hubiera querido nacer cisne “y en la medida que es más fémino/ es más vulnerable a ser violentado” El poema que da título al libro, El matamoscas de Lesbia, hace referencia a la musa acosada por los besos de Catulo. Como si fueran moscas, la voz espanta los besos de su amado, en versus sexual, aunque no se molesta cuando al final logra penetrar en su “sexo oscuro”, porque sabe que él tiene hambre. Aunque en otro momento, incluso se pregunta: “¿qué da más dicha que la estremecida/ sensación del beso?”. La poeta traspasa nuestros sentidos y pasiones, pues también somos esos hombres que versa, escudriña y condena.

Lector a quien es dedicado este libro, sin saberlo: Si buscan ternura mejor recurran a su madre, pues no encontrarán en Adriana Tafoya brazos que arrullen, sino el mar, porque “el mar es la muerte”, escribe: “pensar en su hechura da miedo, porque la muerte todo el tiempo fue agua y el agua todo el tiempo ha sido cielo”. Para los que no tienen madre, encontrarás en la malicia de sus versos un alivio ante el desamparo de la soledad. Si sólo el lector está insolado, los versos de este poemario le harán copular con palabras más oscuras, eclipsadas, de las que nunca saldrá ileso. Sólo el cielo jamás podrá salir herido. Para Adriana, todos los pájaros ―los poetas―, podrán ser derribados: “con los truenos de un rojo y pequeño revolver…Y no será sangre/ lo que salpique a las manos/, sino un azul terrible inmenso”.

Éste es un poemario con un paisaje de pincelazos violentos, heridas que dejan turbio el vaso, con muchísimos instantes, como debe ser cuando la poesía no es sólo una piedra más en el camino, o un perro sarnoso ladrándole a la luna, sino una mosca con terciopelo negro y caja resonante.

domingo, 9 de septiembre de 2012

viernes, 7 de septiembre de 2012

Tercer Encuentro Moebius 2012

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Miércoles de poesía social

Reseña crítica del primer miércoles de poesía 2012

Por Andres Cardo



La poesía está en guerra, no cabe duda, y los poetas que compusieron esta primer mesa de los miércoles itinerantes de poesía, en su sexto año, lo constatan. No es casualidad, que más allá de la situación política por la que se atravieza en México; y que en un acto, en una especie de puente, es nuevamente la poesía la que mantiene la tensión entre lo que fue el 68, y lo que es ahora el movimiento estudiantil, en su potencial, al menos, representado en el yo soy 132.


La historia ha demostrado que las revoluciones tienden a favorecer a una clase mínima. Más allá de ese aventajamiento de la clase propulsora de los "cambios sociales", están los poetas, que por un lado, sirven a ese cambio, y por otro lado, los que se apegan a la verdad del suceso, a la crónica poética de lo que no cambió para todos (sino para los menos, los de arriba, siguiendo al pie, a Mariano Azuela), fuera de eso, queda lo que se quedará impregnado como "utopía" en el sedimento de la clase más baja, que es la que compone regularmente estas luchas. En esta ocasión es la clase estudiantil, parte mínima, pero importantísima, de una clase intelectual, que puede asumir responsabilidades más allá de un servicio cumplido a cualquier clase en reacomodo.





Nos van a dar de comer a todos, dicen en este preciso momento todos los presidenciables, en su segundo debate. Nos van a dar de comer para que no moramos de hambre. Eso es lo que promenten. Así de triste es el alcance de nuestro pueblo, y sus promesas. Aún peleamos por comer. ¿Por qué nos sorprende entonces que los poetas griten, se encabronen, maldigan la realidad, y golpeen en los muros de la existencia, como si fuera una caja para muerto, tratando de salir, y de sacar con ellos a todos lo que detrás se afianzan a sus palabras? ¿Por qué habría de sorprendernos que los poetas como Leopoldo Ayala sigan gritando indignados esta realidad, y la lucha de tanta gente para salir de ese muro, mientras tantos otros poetas comen tranquilamente en el cajón de su escritorio (donde estudian el paso del tiempo a través de la poesía, en NY, en Vienea, en England) un buen baguett con ajonjolí y jamón serrano?

Sea dicha la pregunta, comienzo la reseña:



El poeta que abrió la mesa fue Sandino Bucio, que recientemente ha tenido que dormir mucho menos (sus propias palabras) y se ha sumado a fondo en el trabajo del movimiento yo soy 132, según afirma Sandino, también ganador del tercer lugar el Torneo de Poesía 2009. El poema con el que abrió fue parte de la serie con la que comenzó a ascribir, y que concibe más cercano a la poesía urbana, con la crítica inherente al sistema social en el que vivimos. Versos violentos, de desencanto, pero sobre todo con la fuerza de la resistencia a continuar en un estado pasivo frente a la realidad tal cual se ve. Para la segunda ronda, leyó dos poemas que fueron realizados ex profeso para leerse en voz alta: uno en contra de las televisoras corruptas y de baja calidad que atrofian la mente de cualquier mexicano que las atienda. Un manifiesto-poema que está realizado con esa intención, la de llegar al que lo escucha y refrendar esa idea clara: la tv abierta nacional es una vil basura, y nosotros los poetas proponemos otra televisión, y que ésta pueda democratizarse, pensar los contenidos. Poesía política, sí. Para algunos de los asistentes, el carácter poético estaba (y quedo) en entredicho; pero me pareció, que a diferencia de otras cantaletas, donde la repeticion se vuelve un coro, o una cancioncita snob, o parecida al lloriqueo de un niño de familia haciendo berrinche, como sucede en algunos poetas de los 80-90, en este caso está más que justificado, y el verso reiterado de nos ofrecen productos, productos, productos, y así continuamente, y después, vender, vender, vender (x 10), es efectivo, pues cumple perfectamente la analogía crítica al embotamiento que resiente la mente, los ojos, la moral, que es golpeada en el estómago, innumerables veces, y da un respiro para lavarse un poco la mente de esa mierda televisiva que, incluso después del debate presidencial, puede verse en los comentaristas del mismo en canal 11. Este poema lo leyó en la aparición primera de yo soy 132. Crítica de una intelectualidad "acomdaticia". Para concluir leyó el poema contra el despilfarro de las instituciones en elefantes blancos como la gran estela de luz, que comparo con un falo, refiriéndose al poder. Poesía en pleno sentido de su contexto. Algunos pidieron más profundidad, y me parece en su momento Sandino Bucio lo hará, esperemos, como otros tantos poetas que ahora están sumados al grito.




Por su parte, Arturo Alvar mostró poemas de cargas simbólicas, donde el poema se volvía un espacio, literalmente hablando, para la reivindicación de la lucha con la desmemoria, y al mismo tiempo, un crítica contra el ritual de "recordar" para repetir la historia. Recordar la masacre para "temer" al espacio, y en una especie de exorcismo, en su último poema leído, en torno al 68, escribe: "aléjate de aquí 2 de octubre", y llama mejor a la conciencia, a la lucha, al estar despiertos con la palabra lista para enfrentar los disparos, para volverlos hacia otra dirección; tal vez en contra del mismo que dispara, justo en su frente. Una poesía emotiva, y hecha para leerse en el silencio de la reflexión, aunque la reflexión en sí brilló también al momento de escucharse en voz alta. Un poeta de clara conciencia social, pero también que goza de la retórica, y se embelesa en la sonoridad retocada. En torno a los molinos y el quijote también retoma, y abunda en un regresar a los siglos de oro, como un modo de saber a qué nos enfrentamos, no sólo en lo político, sino también en el marco de lo literario.



Roberto Romero es el poeta guarro (como bien lo apunta Sergio García Díaz, en la introducción a Extras), pues todo su vocabulario es el de la "banda" en la esquina de la calle, el de la tienda con las chelas en la banqueta, y del microbusero ñero que anda viéndole las protuberancias a las pasajeras, sin escrúpulo alguno. El padre vicioso, el chaval cábula, los ojetes del barrio, "la mala onda" de la pandilla, la inseguridad del madreador, cobrándosela con quien se deje. Todos estos personajes hablando al por mayor, de tal modo que sus "metáforas involuntarias", la de los personajes, no las del poeta, evidencian la putrefacción social que se manifiesta en cualquier "hijo de vecina", y al mismo tiempo, la lucha por superarse, y salir de ese porquerillero. La riqueza lingüística nos pone ante una estilo especifico, que vulnera el oído, y la conciencia, pues no es tampoco un moralizador, sino un ejecutante de una poética tácita, y al mismo tiempo contradictoria. Es poesía social que se lanza desde su propia sombra contra sí misma, para golpearse en el piso como a cualquiera de sus integrantes que no logró "aguantar vara" a la mera hora de la hora. Como bien lo cierra en un verso contundente, último de su lectura, ellos son "el disparo que entra por la frente", y ahí donde se alojan, crecen como mancha urbana, como una sombra que ilumina los ojos.







Para el cierre el maestro Leopoldo Ayala, con toda la fuerza de sus años, y la violencia de su discurso, apuntó hacia los ignorantes que nos gobiernan, así como contra los que deberán cumplir sus promesas, si llegaran a gobernar. Mostró su furia contra los poetas que se acomodan en el escritorio a esculpir mármoles inútiles, como tumbas para letras sin muertas. Luego leyó dos poemas. El primero, ante lo atónito del público, es un poema que lamenta, narra, poetiza la caída de los estudiantes, los obreros que cayeron el 10 de junio de 1971, y que para el espectador, el contexto crítico del poema "10 de Corpus", los versos siguen tan vigentes. La fuerza dramática, así como el lirismo exacerbado del poeta al entrar en las situaciones de muerte, así como la consigna contra el futuro, no para..., sino contra el futuro, estallan como premonición, de modo poético, en la vinculación con el movimiento estudiantil que ahora se mueve en México. La gente que afuera pasaba, se detenía un momento para ver qué sucedía adentro el Café Raíz. Poetas de alto grado histriónico, como Rojo Córdoba o Eduardo Ribé, bien podrían pasar por alumnos del gran poeta en voz alta, Leopoldo Ayala: alguna vez Ribé compartió escenario con el maestro Ayala, en el Gran Hotel de México, durante la presentación de 40 Barcos de Guerra, donde ambos están incluidos, y él azorado me compartió su sorpresa mayúscula ante el maestro.

Sólo faltaría empatar la fuerza y contundencia del poema, así como el nivel poético, cosa que también se suma, a que Ayala estuvo en aquellos fatídicos sucesos del 68, y después, ante los cuales ha mantenido el fusil en alto, como un modo de tener presente, que no basta recordar: es necesario hacer, como él lo ha hecho ya 40 años, sin pasar por alto el hecho de que hay cosas de la historia que definitivamente todavía no se superan; corrupción, burócratas asesinos, o indiferentes, soldados o servidores públicos que "les vale madre" lo que les manden a hacer, pues para eso les pagan, ¿no? Al final, con la piel erizada, por más "grandilocuentes o sobrecogedores" que parezcan los poemas de Leopoldo Ayala, son vigentes, no cabe duda, tanto en el contenido, como en la desaprobación, o la desesperación de que no cambien las cosas, de que sigan igual los aparadores de la mentira; los fraudes electorales, las oligarquías, etc., etc. Contra el conformismo es contra lo que escribe Ayala, contra los centímetros y centímetros de conformismo y mediocridad que tienen como piel, como protección, los ciudadanos de México, incluidos los poetas.

Por eso, cada uno de sus versos es un hacha, para romper el caparazón en donde se guarda la "inteligencia" (en ella confía el poeta) de los individuos, y los obliga a voltear y ver lo que han hecho con su mundo, con su país, con su vida, de cómo es que viven en un lugar en donde la más alta propuesta política de los gobernantes es "que no te van a dejar sin comer".




Para muchos este es un discurso viejo. Para varios jóvenes incluso, que ahora cargan sus consignas jóvenes (y tan viejas a la vez), y que todavía no se enfrentan a la lápida enorme de los "ojetes" que gobiernan. La pregunta es, y para eso grita, Leopoldo Ayala, la pregunta es: si una vez que nos apliquen el fraude otra vez,  los estudiantes seguirán luchando, seguirán luchando como lo ha hecho Leopoldo Ayala por 40 años, sin callarse, 40 años sin ocultar la estupidez en la que se vive; y todo esto para que muchos de los poetas "acomodados" lo vean como un "loco" mientras se sientan en su sillón de poetas (bien pagados, o más o menos) que superaron "la tragedia", y que pueden vivir tranquilamente bajo el gobierno de un espurio, sin decir nada al respecto. Y sólo recordar a Homero. Sólo recordar a Homero.