domingo, 7 de marzo de 2010

Bienvenido al infierno

Roberto, qué tal, ¿te sientes cómodo ahí?

En Las flores del mal, Baudelaire escribe que el demonio nos engaña para que creamos que no existe. Pero a veces, sin darnos cuenta, se nos mete hasta el cuello y si nos gusta la literatura, tarde o temprano vendrá a proponernos un negocio. Bob compró con altos intereses su bienvenida al infierno. "Bienvenido Bob", siéntete como en casa, así se titula un cuento del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, que nos lleva a pensar que en la ficción también habitan realidades latentes. Si para Sócrates escuchar al Daimon era una especie de diálogo entre el yo y su conciencia, para Onetti el infierno es posible en el exterior de uno mismo, marcado por la presencia interactiva de los hombres. Pienso que en realidad, el demonio dentro de la tradición judeocristiana no es tan malo, pues establece un princpio de distinción, con un carácter sumamente racional.

En la tierra, el demonio goza de amplias potestades, las del libre albedrío del género humano. Pero en el infierno, el demonio no ha dejado de ser un ángel caído; me parece que en ocasiones parece un limosnero a las afueras de una iglesia en llamas de Toledo, así recuerdo su presencia, cuando he tenido que bajar. En "Bienvenido Bob", el hades, digamos, consiste en conocer las quemaduras y no poder dejar escapar el grito de dolor; los demonios de Bob son como un arrebato lleno de expectativas a futuro que poco a poco van desmoronándose. Como un árbol anraizado con pesadillas, la vida monótona y repetitiva en sus abismos, ahoga a Bob y al personaje que narra la historia, en una disputa donde el trasfondo es la negación al otro.

Al respecto del amor y el infierno que a veces lo rodea, me viene a la mente los versos de Williams Carlos Williams: "no puedo decir que he bajado al infierno por tu amor, pero muchas veces, persiguiéndote, ahí te encontré de pronto". El infierno es amor tan eterno, como cantaría Óscar Chávez. Nuestras intenciones pueden ser generosas y loables, como casarse o buscar la amistad de un desconocido; pero no sabemos si el otro nos corresponderá con la misma humanidad y acaso sólo es posible conocer su verdadero sentir bajando a los infiernos de su conciencia; éste es el principio de la incertidumbe. Similar a la locura cómo pérdida del mínimo común de certezas necesarias para vivir entre los hombres. Por tanto, no hay nada más razonable que pensar que el infierno realmente existe y por ningún motivo hay que dejarse engañar por el demonio ni por los malditos escritores, aquéllos que, por excelencia, hacen cosas malas que parecen buenas, como escribir cuentos.

En la narración, Bob acostumbra ir al bar, cuando nos enteramos que existe un noviazgo entre el narrador y la hermana del joven Bob, que éste no acepta. Bob hace todo lo necesario para crear un infierno en la tierra. Si en principio la relación amorosa, como el verbo, se había marcado profundamente entre Inés y el personaje que nos narra, Bob, con su lacónica indiferencia, lo convierte en un duelo de tres meses llenos de cálculo y tormento. El joven Bob, al mismo tiempo, tiene grandes y nobles expectativas, como construir una ciudad ideal donde los hombres puedan convivir plenamente, además de que nunca mienta; esto es, el mal está hecho con las verdades del mundo. Sus principios morales los cree situar más allá de sus semejantes, colocándose con la mayor de la soberbias humanas, exigiendo a los demás lo que finalmente no podrá dar. Sin duda, el peor enemigo de Bob es él mismo.

Situado en la ciudad de Buenos Aires, Onetti nos presenta la prefiguracion del final con las primeras descripciones: Bob seguirá viejo en el mismo bar de siempre, condenado desde el presente y, al mismo tiempo, como una invocación pretérita donde la juventud, como toda esperanza posible, de pronto se vuelve terrible, implacable y no deja culminar la construcción de la utopía. Bob comete juicios imperdonables: "¿es una noche de lecho o de whisky, búsqueda de salvación o salto hacia el abismo? Al respecto, decía Oscar Wilde que las palabras son el primer pecado del mundo, seguido de los actos; pero "las palabras son acaso peores, porque son inexorables". El réquiem del cuento, esa tensa repetición de la misma tecla en el piano de la casa familiar, claustro suplicio de las armonías, tiene el plot muy evidente: el intenso desprecio por el otro y la petición de tolerancia y comprensión como "la única palabra pordiosera".

La pareja se encuentra en el tribunal de la conciencia de Bob, pues el amor tiene un principio transgresor, pero el esfuerzo de éste no cabe en el corazón de Bob, quien constantemente se muestra flojo, soñoliento, pensativo faltal. El narrador argumenta: "había algo en mía más que aquéllo por lo que había juzgado, algo próximo a él"; pero Bob ve la relación como una "pobre experiencia" y en su espejismo argumenta que el narrador "no es un hombre extraordinario". Le pregunto a Bob desde un bar toledano sobre la cuesta, donde va asomándose la bóveda de la catedral conforme uno la sube, al que he entrado para leer su cuento: ¿acaso hay que ser extraordinario para tener humanidad? La humanidad consiste en lo que sugiere Odisseas Elytis, esto es, encontrar una mirada virgen en medio de un paisaje conocido.

Desde el principio de los tiempos, sabemos que la condición humana tiene un lado maligno. Lo que Bob nos enseña e sla falacia de la experiencia, es decir, ese combate entre vejez y juventud, que se interpreta en Onetti como un conclicto generacional, en aquéllo que José Emilio Pacheco advirtió, "ahora nos hemos convertido contra lo que luchábamos hace 20 años". Es posible analizar las circunstancias del cuento como un juego de dualidades. La realidad presente de Roberto el viejo (a sus escasos 30 años) con el pasado destructor del joven Bob. A su vez, la dualidad del odio de Bob y la búsqueda del narrador para obtener de él una amustad que se parezca al amor que siente por Inés, pues el narrador recuerda años después que "mi amor de aquella necesidad había suprimirdo el pasado y toda atadura con el presente". Onetti nos describe la terrible eternidad del infierno en la boca de Bob: "no había más que costumbre y repeticiones, nombres marchitos para ir poniendo a las cosas". El infierno tiene un carácter definitivo, como una realidad absoluta que se impone al cuento.

Juan Carlos Onetti nos denuncia, a través de la narración, la realidad terrible del odio; la eternidad del infierno también se inserta en lo temporal y entonces se anula: el pasado no tiene tiempo y el ayer se junta con la fecha de diez años atrás. Inés se ha casado con otro, vive fuera de Buenos Aires, las situaciones se han despojado de los recuerdos, pero parece que fue ayer cuando sucedió todo. Es el momento para darle un giro moral al cuento, pues el narrador experimenra el otro lado del odio, pero sin salir de él: "es posible el amor: mi odio se conservará cálido y nuevo". Esos dos adjetivos, cálido y nuevo, engloban los sentimientos contradictorios por los que pasa el narrador; en el fondo es un infierno más cálido, habitable y terriblemente nuevo, persistiendo a cada instante de la vida, donde se ha acostumbrado a vivir. Se puede sintetizar en la infernal cara del amor que odia: "Nadie amó a mujer alguna como yo amo su ruindad".

Ya no se trata de la verdad mitológica de Prometeo encadenado, ni los siete niveles del cono infernal que nos canta Dante. El hades no tiene un trasfondo claro, éste se transfigura en muchas formas del odio y también el desprecio se ha multiplicado. Una foto de alguien que se conoció, eternamente fija, puede ser para unos el infierno y para otros un paraíso, reflexionaba Borges al respecto. Son las garras del águila que viene a arrancar las hojas del árbol o cómo se lamenta Elytis: "Si acaso el halcón pudiera devolver el grito del cordero destrozado", porque todo ha resultado en lo mismo: suma de miserias donde el pordiosero que antes pedía humanidad, ahora conforta al verdadero pobre, con promesas falsas, de las que Bob se sostiene para poder vivir. Roberto es todavía un recién llegado al infierno y a veces tiene crisis de nostalgia.
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