sábado, 2 de julio de 2011

Mi adicción por la poesía


Lo confieso, los libros han sido mi vida. Como escritor y promotor de la lectura, me he sentido siempre afortunado de estar cerca de ellos. Fueron, en principio, la única herencia de mis padres. Los he cargado junto conmigo en una y otra mudanza y los más preciados son para los largos viajes; los he prestado tanto como decir que los he regalado (porque no han regresado a mis manos); los he trasladado en bibliotecas de más de 7,000 títulos, sólo con un amigo en la Sierra de Guadalupe en Ecatepec; los he llevado con amigos a la Sierra de Oaxaca, con los Triquis, más de 10,000 títulos, donde ayudé a crear bibliotecas comunitarias. Hago lo que puedo, nada de esto es un heroísmo sino que vivo de ellos. Tengo amigos libreros, se me hace el mejor negocio del mundo aunque ellos no tengan donde caerse muertos.

Me parecen importantes los libros para dar los giros necesarios de la vida, para darnos cuenta de lo que está en el exterior, cuando alzamos la vista, cuando queremos conocer a profundidad algo. Un libro es una piedra de escritura cuneiforme, es un pueblo que soñó ser elegido, un sendero para dejar las semillas de nuestro destino, el incendio a una ciudad sitiada, un árbol plantado sobre nuestra tumba para recordar que somos raíces y tierra, una extensión de nuestra imaginación y la memoria, como decía Borges. Pero sobre todo me gustan los libros de poesía, de preferencia recién cocinados en el horno de alguna editorial independiente y de éstos, los que son concebidos desde el quehacer colectivo.

Por ese mismo vicio al que me entrego, es que tengo ahora en mis manos, como una anforita, la antología “Adictos a la Poesía” publicada por Versodestierro, pues los libros también son el vehículo que libra la distancia al inframundo. Pero no puedo echarle toda la culpa al vicio, “era antes del opio que mi alma ya estaba enferma” como dice Fernando Pessoa. Al contrario, hay un dolor del alma que perturba y que sólo puede ser aliviado por un trago, una inhalada, el piquete de un verso que te provoque un pasón estético.

En este sentido, los poetas que integran la antología Adictos a la poesía, son capaces de eso, aunque lo suyo es propiamente una adicción, no un vicio. Es decir, una conducta, una actitud, un síntoma que a partir del propio malestar puede llegar a ser virtuoso, en este caso, si se busca alcanzar el don de la poesía, mientras que el camino del vicio sólo conduce hacia la perdición.

Quiero decir con lo anterior, que la adicción por la poesía de los autores que integran esta antología no les es dañina, todo lo contrario, los hace más fuertes como grupo, clarifica sus intereses y fortalece los vínculos literarios en estrecho sentido con sus propias vidas. Otros poetas han pagado más caro estas sutiles pero decisivas diferencias, como los infrarrealistas (de una generación anterior), hambrientos y afiebrados, tan enfermos como los heterónimos de Pessoa, porque el infrarrealismo era para ellos “un estado del alma”, mientras que en el caso de los poetas que presentamos hoy, es la perdición de los sentidos, a la manera de los malditos, es decir, no su desaparición sino la disolución de las fronteras entre uno y otro lo que constituye el elemento de cohesión poética.

Me declaro un adicto entusiasta de esta Antología que bien puede leerse con un toque en la mano, un toque de buena literatura.

1 comentario:

www.adictosalapoesia.org dijo...

Estimado Arturo, gracias por tu palabra en la presentación de MEMORIA 1 de Adict@s a la Poesía. Desde Xalapa, Veracruz te saludamos.