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No es el caballo que muere a la mitad del desierto
No es el caballo que muere a la mitad del desierto
sino el desierto quien muere a la mitad del caballo.
Gustavo Enrique Orozco
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Desconcertado pasas sulfurando la calle
recordaste el campo de las ojivas nucleares
Desconcertado pasas sulfurando la calle
recordaste el campo de las ojivas nucleares
una hoz que corta flores de opio
tiradero de la podredumbre ancestral
respiras ese humo y es el alma de los muertos
calcáreo como estampa
que el sol dejó tallado en piedra
que el sol dejó tallado en piedra
es la mano chichimeca
que estaba antes de que llegaran
los otros bárbaros peninsulares.
Simplemente un mar que se tornó en desierto
donde crece una cactácea dentro de ti
mientras la lluvia reblandece el polen
que habrá de mezclarse con el polvo
la memoria de los frutos de la tierra.
No sé si has visto ese brillo
como esquirlas de agua luminosa
en la piel de la pantera
que divisó aquel infante
mientras trasladaba esclavos
a tierras desconocidas.
No sé si las olas imiten el hechizo de las dunas
o las arenas sean vestigio de la errancia del agua
pero el amnios marino quedará para las travesías
con un caracol fósil como amuleto.
Te lo digo, las historias se repiten
como el bosque de nuestros pulmones
que crece a manera de que el viento
se adentre en lo más íntimo
de nuestra respiración
solos respirándonos el cielo
hace palpitar los astros más lejanos
en sincronía con el latido
afán de nuestros corazones.
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