domingo, 17 de julio de 2011

Entrevista a Eduardo Antonio Parra por Arturo Alvar


Buscando sin aparente sentido entre mis papeles dispersos, el otro día encontré una entrevista que le hicimos hace seis años al narrador Eduardo Antonio Parra, que publicamos en el número cero de la revista Sapiencia. Conocí a este magnífico escritor porque en ese entonces yo tomaba un taller literario impartido por él en la Colonia Roma, cerca de la Casa del Poeta. El único y el último taller literario en el que por demás sacié en aquellos días mi inquietud narrativa.

Cuando leí por vez primera los cuentos de Parra, me pareció que la afabilidad de su persona no coincidía con la violencia de sus historias. Influido por Rulfo y Revueltas, la literatura de este norteño se nos aparece como una cicatriz de negra tinta sobre papel. Un día nos dijo que quizá escribía sobre asesinos para no volverse uno de ellos. Lo curioso es que pocos años después, me parece que los relatos fantásticos de Parra se han salido de los libros y se han vuelto una cruda realidad en México, acaso porque la literatura se anticipa a los acontecimientos, no sólo evoca sino que invoca la realidad e incluso, muchas veces, la rebasa.

Los escritores del norte han logrado lo que los sociólogos ya quisieran hacer: develar el caos social en que nos hemos metido, anticiparse al presente, aunque la mayoría de ellos como Élmer Mendoza, Luis Humberto Crosthwaite o Rafa Saavedra, no tocaran en su momento directamente temas como el narcotráfico, como podría pensarse si se desconoce y prejuzga el panorama literario actual.

Aunque Carlos Fuentes diga en “La región más transparente” que en México no hay tragedia, sino que todo es afrenta, los narradores norteños recrean una atmósfera tal que a través de la ficción se adivina un trágico realismo, no por propia voluntad sino por el peso de los acontecimientos que han hecho de este país un desolado páramo de sangre, de tal manera que muestran que la realidad actual es afrenta tanto como tragedia.

La indudable capacidad narrativa por parte de esta camada de norteños, no sólo subraya la originalidad de los temas como elemento sustancial de su literatura, sino que hay que entender que eso no se logra si no viene acompañado de un lenguaje que nos lleve a sus límites e incluso los rompa. Como decía Paul Valéry, la literatura es, en sí misma, un lenguaje límite.

Desde que realizamos aquella entrevista a Eduardo Antonio Parra, a mediados de 2005, el norte del país se ha vuelto una auténtica “Tierra de nadie” como se titula uno de sus primeros libros. Desde entonces el narrador nacido en Guanajuato pero radicado desde su temprana juventud en Monterrey, ha publicado Parábolas del silencio; Juárez. El rostro de piedra y Sombras detrás de la ventana, obra de cuentos reunidos con la que ganó el año pasado el Premio Antonin Artaud.

A continuación recupero esta entrevista que le hicimos Ulises Vidal y yo a Eduardo Antonio Parra. En una segunda parte, abordaré la vigencia de algunos cuestionamientos expuestos en esa ocasión frente a la polémica desatada desde la revista Letras Libres poco tiempo después entre el propio autor y el ensayista Rafael Lemus sobre la literatura del centro frente a la del norte del país.

Cicatriz de negra tinta


AA: El lenguaje es una condición universal del ser humano, puede ser la libertad de nombrar al mundo, como es el caso de la literatura, pero también se puede volver una prisión conceptual.

EAP: Es un límite, por supuesto, pero depende de cada uno si tienes la intensión de romper ese límite. Si bien te condiciona, de alguna manera también es infinito. Entonces hay que buscar nuevas formas que lo renueven, rescatar del pasado o inventarlas para romper esas condiciones que te da el diccionario y la gramática.

AA: Dicen que los narradores del norte no se limitan a contar algo íntimo solamente, o tratar de explorar en sí mismos, pues tienden mucho a ver al otro, a contar las historias que suceden más allá de los accidentes biográficos.

EAP: La narrativa actual del norte es mucho más extrovertida y la introvertida se da más en las grandes ciudades del centro del país. Quizá por el asunto del espacio. Los narradores del norte, por ejemplo, están acostumbrados a moverse, a caminar, a no quedarse en un lugar estático, pensando en sí mismos, sino están en pleno movimiento. A diferencia de los narradores de las grandes ciudades por la misma cantidad de gente que la habita. Vivimos encerrados en nuestras casas y de pronto nos encontramos sacando la narrativa de una reconcentración de nosotros mismos. Allá me da la impresión, por una tradición histórica, de una serie de movimientos. Alguien decía que son distancias demasiado largas.

AA: “La distancia es el olvido”, dice tu contemporáneo, el coahuilense Élmer Mendoza,  embargo tu narrativa trata peculiarmente de violentar la realidad, pero no deja de tener ese rasgo nostálgico donde los personajes son atravesados, sufren una transformación atroz, con todo el rostro de la muerte.

EAP: Son personajes límites en muchos aspectos, porque viven en ese filo entre la vida y la muerte, entre la realidad e irrealidad y también en el límite del territorio nacional. Siempre está presente la muerte, siento que esa es una tradición histórica más que literaria en el norte del país. La muerte en mi literatura es una especie de exorcismo para no cuestionarme tanto la propia.

AA: ¿Cómo te acercaste a la literatura tratando de ir a esos límites?

EAP: Había muchas cosas. Quizá nunca me puse a pensar en una tensión religiosa, pero sí la había. Muchos misioneros norteamericanos o chicanos venían a proclamar el protestantismo. No hablemos de las tensiones culturales, sobre todo en la frontera de Texas y Tamaulipas, como se ve, por ejemplo, en El Álamo: cómo los ven ellos y cómo los vemos nosotros. Para los gringos es una afrenta cultural que no se cansan de cobrar y de nuestro lado se ve como la estupidez de Santa Ana. La frontera del idioma es otra, cómo se va mezclando el idioma, cómo se va retorciendo: el spanglish, la jerga pachuca que a mí me fascinaba cuando viví allá, rompe con los diccionarios. No se olvide la tensión histórica. Carlos Fuentes no se cansa de decir que la frontera es una cicatriz que jamás se ha cerrado y se nota.  Por otro lado, la frontera del norte es sitio de paso. Siempre que le ves a un tipo la cara te dices “este tipo vive con una tensión horrorosa, luego “este tipo no es de aquí y no se va a quedar mucho tiempo”, también “va para el otro lado o va de regreso”. Inclusive he llegado a pensar: “es posible que se quede, pero aún no lo sabe”.

UV: Se han dado movimientos de culturas juveniles en el norte del país. “La avanzada regia”, por ejemplo, que así le llamaron los medios más pop, pero aún así eso es cierto. Fran Ilich, tijuanense un poco mayor que nosotros,  nos dijo “es que mi ciudad es demasiado gringa y demasiado mexicana para ser de primer mundo”. De ahí el constante reto de traspasar la frontera, ya sea por jóvenes como Iván, por medios electrónicos o inclusive físicamente. Esa es la tensión grande, el allá, el mirar hacia allá.

EAP: En Monterrey asimilaron muy bien la cultura pop, sobre todo de Texas. En literatura lo que está sucediendo, está en Tijuana. Es la misma asimilación de las literaturas populares de Los Ángeles y Chicago. Yo siento que todavía no cuaja, a excepción de Rafa Saavedra, que ya empezó a asimilar el spanglish muy bien en sus textos; está Heriberto Yépez, con sus adaptaciones. Habría que saber qué va a pasar. Tijuana tiene la ventaja de ser la ciudad más grande. También está Ciudad Juárez, pero el movimiento no es tan efervescente. En Monterrey la literatura está definitivamente más cargada a la tradición mexicana, pero también aprovechan las expresiones culturales gringas que llegan, donde empiezan a traducir y se enriquecen de esto. Si Tijuana es una ciudad demasiado gringa para ser mexicana, Monterrey yo creo que es la segunda ciudad más gringa que hay en México.

AA: No sé que pienses de esta idea que tú manejas de la muerte como ir al otro lado, tú como hombre mortal, ¿cómo te gustaría ser leído en la inmortalidad?

La inmortalidad es una palabra muy grande. Simplemente que se piense que lo que intenté escribir fue sobre este tiempo, sobre algunas regiones de este país que bien pudieron ser ageográficas, en el sentido de que las historias pudieran ocurrir en cualquier otro lado. Lo más trágico sería que los libros murieran y sobreviviera el escritor.

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