miércoles, 29 de diciembre de 2010

Jóvenes: En las "filas" en busca de trabajo

Por Silvia Esquivel Navarro

La realidad laboral en México ha ido configurando nuevas dinámicas y relaciones entre la sociedad, la familia y el individuo, que afectan a los jóvenes, desde la inserción de la fuerza laboral por parte de las mujeres jóvenes en los diversos sectores, en las últimas décadas, y su papel sustancial en el sustento del hogar; hasta las transformaciones que ocurren en la estructura socioeconómica en un contexto de crisis constantes. Según datos del Consejo Nacional de Población (CONAPO), la transición demográfica ha contribuido a modificar el escenario en el cual se forman y desenvuelven las familias y los individuos.

El número de hogares se ha incrementado visiblemente, al pasar de 6.8 millones en 1960 a 22.7 millones en el año 2000. Además, los hogares han experimentado la reducción de su tamaño promedio, aun cuando el tipo de hogar más común en el país sigue siendo nuclear, aquellos hogares que no responden a este modelo son cada vez más frecuentes que hace poco más de dos décadas, denominados en un principio como unidades domésticas “no familiares”, terminan dando lugar a nuevos tipos de familia. En 1976 comprendían 4.8% del total de hogares del país, mientras que para el año 2000 habían alcanzado casi 7%, cuyo incremento se debe a que los hogares formados por una persona han aumentado su peso relativo, de 4.2% del total de unidades domésticas del país a 6.5% respectivamente.

Lo anterior pone en crisis el tipo tradicional de familia que ha sido reconocido por el Estado y sus instituciones, con formaciones nunca antes reconocidas, que se han visto reflejadas, por ejemplo, en la discusión sobre propuestas de leyes que acepten la adopción de infantes por parejas del mismo sexo, hasta modificaciones que la propia sociedad impulsa, mediante arreglos de acuerdo común, que incluyen ampliaciones por aceptación de nuevos miembros.

Abarcando un espectro amplio, esto incluye a los jóvenes, tanto aquéllos que en lo colectivo comparten un mismo espacio de convivencia, en donde se tiene un proyecto de vida, con derechos y obligaciones que acuerdan, como también profesionistas que deciden independizarse o aquéllos que, viviendo en zonas metropolitanas, cambian de domicilio para mantener sus empleos. Todos buscan lograr mejores condiciones de vida, pero tanto en las políticas sociales gubernamentales como en la construcción de la autonomía efectiva por parte de la sociedad civil, esta labor se encuentra pendiente.

Los jóvenes que provienen de núcleos tradicionales, así como de los nuevos tipos de familias, en México suman 20.2 millones entre los 15 y 24 años de edad, de los cuales 10.4 millones son adolescentes de 15 a 19 años y 9.8 son adultos jóvenes de 20 a 24 años, siendo que en conjunto, representan cerca de la quinta parte de la población total del país. Sin embargo, aunque es la población económicamente activa por excelencia y que ha alcanzado niveles educativos superiores a los de generaciones pasadas, prevalece una carencia de opciones y oportunidades en el ámbito laboral, con lo que la presión social que la institución familiar ejerce sobre estos miembros ha aumentado en detrimento de sus propias expectativas de vida y participación ciudadana.

Aun cuando la población se encuentra inmersa en la recurrencia de las crisis económicas tanto locales como globales; la precarización del mercado de trabajo; la compleja situación de seguridad en un entorno de creciente violencia; la amenaza a la sustentabilidad del medio ambiente, entre otros aspectos, el momento actual exige ambientes propicios para la inversión en acciones públicas orientadas hacia la juventud. Para ello, es necesario reconocer las necesidades específicas de los jóvenes, teniendo en cuenta que no se trata de un grupo homogéneo, sino que incluso al interior de esta población, las diferencias de género, generación, origen étnico y estratificación socioeconómica, pesan de manera notable en diversos aspectos de su comportamiento y desarrollo.

La incorporación al mercado de trabajo es una de las transiciones más relevantes en la trayectoria de los individuos. En una sociedad en la que los medios necesarios para la subsistencia y el bienestar deben ser adquiridos con recursos monetarios, contar con un empleo remunerado se vuelve imprescindible. En el caso de los jóvenes, además, el trabajo implica un paso más hacia la emancipación y la autonomía, no sólo respecto al hogar de origen, sino a su proyecto de vida, donde el trabajo es factor fundamental para la identidad, expectativas y aspiraciones del joven.

En México, cerca de la mitad de la población entre 15 y 24 años se dedica a trabajar y el escenario actual respecto a su participación laboral es, por lo menos, contrastante, resultado de ello es que a mayor escolaridad menor oferta de empleo, donde el capital dicta lo que la educación debe ser, lo cual conlleva a que los profesionistas estén “sobrecapacitados” desde la perspectiva del mercado laboral, requiriendo sólo de la formación técnica. Ejemplo de esto ocurre en Ciudad Juárez, sumergida en el deterioro del tejido social causado por cuestiones político-económicas que sólo alcanzan a visualizar a la maquila como el único eje central de su economía, por ende su capital humano se destina a esta traza productiva, sin posibilidad alguna de elegir más allá de carreras técnicas, ingenierías o administrativas, rezagando carreras que tienen que ver con lo sociocultural, siendo así, que la vida cotidiana se mueva con la misma lógica seriada de la línea de producción.

Las condiciones de la precaria economía nacional y la inestabilidad del mercado internacional, se traducen en las diversas crisis experimentadas en los años recientes, lo que ha contraído el mercado de trabajo formal, incluso en el sector maquilador, y ha dificultado la generación de nuevos empleos. A la par, ante la necesidad de obtener recursos, se fortalece el sector laboral informal, con el consecuente riesgo de desviación de los recursos hacia actividades ilegales. Más aún, a decir de Portes y Haller, el mismo trabajo formal se ha flexibilizado de tal forma que mediante estrategias de subcontratación, debilitamiento e inestabilidad de las prestaciones laborales, entre otros, la actividad formal corre el riesgo de dejar de representar una ventaja real sobre la actividad informal.

De este modo los jóvenes se enfrentan a distintos problemas. Los que estudian se ven empujados a postergar la conclusión o abandonar sus estudios, con el fin de buscar, obtener y conservar un empleo; otros tendrán la opción de seguir estudiando “indefinidamente”, con la incertidumbre de saber si al finalizar su carrera podrán encontrar un trabajo adecuado a sus capacidades y conocimientos; algunos más, ante la realidad de incorporarse de manera temprana a la actividad laboral (cada vez más en el sector informal), tienen la imperiosa necesidad de obtener recursos suficientes para continuar con su formación o, en su caso, cumplir con sus responsabilidades familiares para poder mantener a miembros también jóvenes para que no trabajen y puedan estudiar, dependiendo en buena medida del estrato socioeconómico del hogar de origen. Las familias con menores recursos tenderán hacia la inserción temprana de sus miembros en el mercado de trabajo como estrategia de sobrevivencia agudizada en tiempos de crisis, con el consecuente impacto en la reproducción de la pobreza y vulnerabilidad de generación en generación.

La crisis económica ha perjudicado a todos los niveles sociales, tanto hombres como mujeres de cualquier edad. Pierre Salama destacó la hipótesis de que en países de Latinoamérica es mayor el índice de violencia, derivado de las condiciones económicas. La dinámica que se ha observado en los últimos años no solamente se registra por la intención de buscar poder o estatus, sino también estabilidad económica. Conjuntamente las mujeres, que tienen una destacada aportación a la economía familiar, han tomado una mayor participación en el crimen organizado. Tomando las cifras sólo de Ciudad Juárez, para darnos una idea del problema, en los primeros ocho meses de este 2010 se rebasó la cifra total de asesinatos de mujeres de todo el año pasado. Hasta el pasado 17 de agosto sumaron 169 feminicidios, mientras que durante todo el 2009 la cifra fue de 164 y en el 2008 se dieron 87. Las estadísticas oficiales establecen que el 70 por ciento de los casos de crímenes de mujeres está relacionado a la delincuencia organizada y el resto, a la violencia de género o familiar, no rebasando los 25 años. En el número de ejecutados alrededor de 40 por ciento son muchachos menores de 25 años, incluyendo mujeres. Años atrás no se veían menores ni féminas de 18 años en este tipo de actos, pero parece que las reglas están cambiando. En la actualidad, cada vez son más los habitantes de entre 16y 23 años que son asesinados sin piedad y frente a los ojos de la población.

Son jóvenes los acusados, detenidos y/o asesinados, que han aumentado desde que el gobierno de Felipe Calderón declarara la “guerra contra el narco”, denunciada por la propia ciudadanía como estrategia ilegal e ilegítima. Las extorciones, secuestros y ejecuciones, prevalecen con tal impunidad, hacia un gran número de la población que se vuelve enemiga para los cárteles en “disputa”. Es evidente la incorporación de jóvenes al crimen organizado; pero en la mayoría de los casos la inserción se da por la falta de oportunidades de empleo bien remunerado, incluso para estudiantes universitarios, a quienes les resulta muchas veces una opción bastante tentadora.

Los jóvenes en su caso, siendo el grueso de la población (y el grupo más golpeado por la política militarista que ha implementado el gobierno federal) se enfrentan a la desesperanza de que al culminar la secundaria desgraciadamente se topan con dos grandes obstáculos: el primero, el acceso a los niveles de educación media superior y superior se ha visto reducido de tal forma que, como opción B, les quedaría ingresar a escuelas privadas, lo que obliga a los adolescentes a abandonar sus estudios al no poder pagar este tipo de educación. Se proponen entonces buscar trabajo y ayudar a sus familias. Ahí es cuando llega la segunda decepción: no hay empleos y menos para personas sin experiencia, y quienes logran conseguirlo tienen un sueldo sumamente bajo o pasan a formar parte de la estadística que va en aumento de los adolescentes-jóvenes que se convierten en los oficialmente llamados “ninis”, que sin estudios y sin dinero no saben qué hacer y es donde el crimen organizado se convierte en una fuente de “trabajo”.

Ante la continua guerra que se vive en Ciudad Juárez, las bandas delincuenciales buscan reclutar la mayor cantidad de personas para que hagan el "trabajo sucio" y luego utilizarlos como chivos expiatorios. Por supuesto, los jóvenes resultan el blanco perfecto: sin educación, trabajo, ni oportunidades, se dejan llevar por los lujos, el dinero fácil, automóviles, ropa de marca, alhajas de oro, drogas y el poder que esperan poseer. Asimismo los jóvenes empleados por el narco cada vez son más conscientes de las dos caras de la moneda que el crimen organizado rápidamente les mostrará: cárcel o muerte. Pero ante la falta de empleo, parece no haber otra opción. Incluso para los jóvenes se crea una narcocultura que hace “aceptable” esta realidad tan devastadora.

En la década de los noventa, las víctimas que se involucraban en este mundo de "poder" eran de 25 a 30 años; hoy son jovencitos de 16 a 24. Mientras la Procuraduría General de Justicia indica que la mayoría de las víctimas del crimen organizado tenían vínculos con la delincuencia, especialistas en la materia aseguran que ni siquiera contaban con historial delictivo, lo que revela que para el narcotráfico los jóvenes son sólo mano de obra barata, desechables y reemplazables, a quienes el crimen organizado les fue pagando cada vez menos, de 400 a 100 dólares semanales en tres años. Su trabajo por lo regular es el transporte, resguardo y en ciertas ocasiones, la venta de droga y armamento. En Ciudad Juárez también es frecuente que jóvenes estén cuidando a víctimas privadas de su libertad y cada vez es más frecuente verlos cobrar la “cuota de protección” a cada negocio de la ciudad. Así también se alimenta un estigma en el cual, además del saldo de muertos cotidiano, continuamente se puede observar en las presentaciones de resultados obtenidos de las corporaciones policiacas, a jóvenes y no a los verdaderos criminales. Y debido a que a los criminales no les interesa que los jóvenes "empleados" sean personas que apenas inician su vida, los asesinan para enviarse supuestos mensajes de cártel a cártel, dejando a los padres desolados: los jóvenes son la carne de cañón para mantener la línea de fuego, ante la indiferencia de las autoridades.

El Estado ha dejado de cumplir con políticas para el desarrollo social, que implica principalmente Desarrollo Económico y Humano, donde se deben proveer ciertos servicios o garantías sociales al total de los habitantes del país, mientras que la sociedad parece ir perdiendo la capacidad de asombro: en cada ejecución hay algo diferente, algo nuevo, pero la población ya sabe que el narcotráfico así "trabaja" y siempre mostrará más sorpresas, mientras tanto, la autoridad sólo recoge y manipula estadísticas, sin preocuparse por combatir la problemática de fondo y evitar que más adolescentes y jóvenes sigan siendo asesinados y empleados por grupos delincuenciales que se aprovechan de la crisis económica que hasta la actualidad persiste en nuestro país y Ciudad Juárez.

Ciudad de la pregunta calcinada


Para Koji Nishida

¿Qué sorda imploración borra epitafios
llaga de olvido la pregunta calcinada?
Oye cómo cae un alud de palabras
júbilos de huertos sin raíz
detona
pantomimas de escoria
crepitación entre ojos:
HIROSHIMA
Grito que no cesa
nos concierne su sangre sin aliento
levantada la sombra sin polvo
último vestigio:
BUDA
Meteoro partido
a unos pasos inefables del templo
vuelto el eco: tropósfera y vasija
remanso de la luz: inocente lejanía
soles estrellados en las testas:
ÁTOMO
Clamando fórmulas
huecos para entierros
la niña se esparce en tu sueño
sumisa de muros
vira hacia el desvelo:
8:15 seis de agosto
pequeños bastardos del tiempo.

(Toledo, 2005)



Matryoshka Ulia

Tus anhelos en mis pasos son de lluvia
mis silencios te hacen sueño
en la nieve sin nombrar largas miradas
te hacen geodas en mis dedos
amatista en mi recuerdo donde moras.

Has venido con matryoshkas a esta calle
son tus ojos de la blanca Bielorusia
llanto de las lunas
muñecas con el vientre desdoblado
que me llaman por mi nombre y yo te digo:
no te vayas, todavía.

Me han llegado los pavores por la espalda
engendraste un par de amores en mi pecho
salgo a vislumbrarte cuesta abajo
repito que perderse en otra tierra
fue encontrarte.

No te quiero hacer poesía porque existas
en la vida no eres sed
eres el agua que me abreva
un alije para mi alma
rauda y queda
que en la fuente de mi sangre se evapora
llueve ahora
y el murmullo de las gotas dice "Ulia".

Entraste en otra piel, cómo te guardas.

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(Toledo, 2005)

viernes, 17 de diciembre de 2010

Arsacio Vanegas y la Revolución cubana en México

Lucha Libre, Cuba Libre:
Arsacio Vanegas y la Revolución




Por Arturo Alvar y Rodrigo Monreal

Si la historia es la historia de los vencedores, heróicas hazañas y apoteosis de grandes personajes, ¿en dónde se juntan las vidas del Che Guevara y el Santo enmascarado de plata? ¿En dónde aparecen los grabados de José Guadalupe Posada y los manifiestos del movimiento “26 de Julio”? Detrás de las simples paradojas y acontecimientos cruciales, se encuentra la vida cotidiana, hábito sorprendente de construir la realidad día con día con objetos y palabras comunes. ¿Aunque quién podría considerar común encontrarse, en el mismo lugar, con la mochila deshilachada del Che y con la placa del grabado original de La Catrina? Más allá de las fechas, más cerca de las personas, se crea la memoria colectiva de una época.

A unas cuadras de la antigua cárcel de Lecumberri, en la colonia Penitenciaría, se encuentra el hogar del luchador mexicano Arsacio Vanegas, nacido en 1922. Nos reciben sus hermanas, Irma y Joaquina Vane­gas con un saludo como cualquier otro saludo y, sin embargo, es el gesto más entrañable de entre todas las primeras impresiones. Nos sentamos a platicar con álbumes de fotos en las manos y escuchando las anécdotas del barrio, entremezclándose con la secuencia de una vida increíblemente asida a los recuer­dos, como un diario que pudiera haberse escrito ayer, con la esperanza de recuperar aquel tiempo que si no se narra puede perderse.

Entonces ellas nos platican acerca de la casa, que es considerada recinto histórico. Cuando el gobierno del Distrito Federal estuvo a punto de demolerla, para construir una estación del metro, los planos termi­naron por trazarse lejos de ella. En la sala se encuentra un pequeño semi-altar con la imagen de Arsacio robusto, maduro y de expresión sesuda. En un pasillo aparece, en contraste, la imagen de Arsacio joven, fuerte y listo para luchar, cargado por dos enanos musculosos. Las paredes y los muebles se vuelven ras­tros y evidencias mostrándose con aspecto familiar. Hay otra foto, un señor barbudo como un druida, es el abuelo Antonio Vanegas, era impresor y Arsacio le aprendió bien el oficio, cuenta Joaquina. Al fondo de la casa existe un cuarto con dos imprentas Kelly, y un sin fin de grabados y volantes que poco a poco van deján­dose explorar. "Esta es la máquina donde se imprimieron los grabados de Posada, yo todavía voy a vender sus carteles al Museo de Culturas Populares", dice Irma. Para no perder la tradición, Arsacio también fue un incansable promotor de la obra de Posada, pero por desgracia, a decir de su sobrino Raúl, ahora ya casi nadie sabe usar estas máquinas de antaño.

Arsacio fue un practicante de la Lucha Libre por más de cuarenta años y uno más de los combatientes de la revolución cubana, con el más absoluto desinterés y plena identificación con la causa, así lo considera Fidel Castro en la carta de condolencias que envió a la familia Vanegas, cuando Arsacio murió el 26 de septiembre de 2001. A Fidel Castro poco a poco se le van muriendo los amigos mexicanos que ofrecieron ayuda a los hermanos cubanos durante el exilio de 1956, entre ellos Guillén Zelaya y Fer­nando Gutiérrez Barrios. Sin embargo, más allá del dolor por su pérdida, Arsacio fue "el hombre" para los jíbaros isleños.

Nace el Kid, un duro contrincante

Arsacio Vanegas comenzó a los 16 años su carrera como luchador, motivado por su profesor Antonio Lara Barragán, quien lo llevó a la Arena México, introduciéndolo así en este mundo deportivo que nada tenía que ver con su infancia, cargada de una vocación llena de influencias familiares, como el grabado, arte popular mexicano por excelencia. Don Antonio Vanegas, abuelo de Arsacio, fue el primer impresor popular en México, con un taller ubicado en Perpetua Nº 8 (actualmente Guatema­la) sobre las ruinas, en ese entonces secretas, del Templo Mayor. A ese taller llegó un señor oriundo de Aguascalientes, preguntando si le podrían dar empleo. Su nombre era José Guadalupe Posada, a la postre el mayor grabador popular de la historia de México. Existe una anécdota que cuenta que el dibujo original de La Catrina en realidad pertenece a la imaginería de Don Antonio, lo cual hace su­poner que había una complicidad entre editor y artista en el uso del grabado, cuya placa original, de veinte centímetros por quince, actualmente se encuentra en el taller de la casa.

Arsacio ya inmerso en el firmamento de los cuadriláteros, se codea con luchadores de la época de oro de la lucha libre mexicana, como fueron Black Guzmán, el Charro Aguayo, el Puma Valderrama, el Murciélago Velásquez, su amigo Dick Medrano (clave para su futuro encuentro con Fidel Castro) y los legendarios Blue Demon y el Santo, con quien se enfrentó en dos oportunidades, perdiendo ambas. Su carrera en el cuadrilátero fue regular, aunque sus rivales siempre lo vieron como un duro contrincante, además de ser tanto técnico como rudo y perder la cabellera. Ya retirado, Arsacio se lamentaba que este deporte se haya convertido en un negocio del espectáculo, "la lucha de hoy no se parece nada a la antigua… la verdadera lucha es a ras de lona o la olímpica y grecorromana, también la lucha que se llevó a efecto en Sudamérica: el catch catch can, que quiere decir agarrar de donde mejor se pueda", escribió en unas memorias.

Pero Arsacio también conoció otra lucha, distinta en estrategia, pero con ideales en común para el Kid Vanegas, donde las llaves, golpes y caídas cedieron el paso al deseo libertario del pueblo cubano, oprimido por la tiranía de Fulgencio Batista.

Órale, tu vida está de por medio…

Estando el “Kid” Vanegas de gira en los Esta­dos Unidos en 1954, conoce a Maria Antonia González, esposa del luchador Dick Medrano, la cual, al año siguiente, le pide que la visite en su casa de Emparán Nº 49 para realizar un trabajo de imprenta. Entonces conoció a Calixto García y Ñico López, integrantes del movimiento 26 de Julio. "Picaban unos cuadros con la imagen de la Virgen de Guadalupe con un socavado para iluminar la imagen por detrás…", cuenta Arsacio en una de las pocas entrevistas que proporcionó. Unos días más tarde, le presentaron a un joven médico argentino, expul­sado de Guatemala por los militares, que trabajaba en el Hospital General y como fotógrafo los fines de semana, posteriormente conocido como el mítico Che Guevara. Así fue entablando amistad con los futuros expedicionarios del Granma.

El inevitable encuentro con Fidel Castro, quien llegaba de Mérida, se dio por Maria Antonia y Raúl Castro, quien comentó a su hermano que Arsacio era un deportista y "tiene una imprenta". En hora y media de plática por las calles de la Colonia Mo­relos, entrando por Edison hasta el Monumento a la Revolución, quedó sellada la suerte del Kid para con la naciente lucha revolucionaria en Cuba, donde las vivencias del Moncada, la lucha contra Batista, la lucha libre y el grabado, derivaron en la pregunta que francamente Arsacio Vanegas le hizo a Fidel: ¿en qué puedo ayudar yo?

De esta manera, la participación del Kid como luchador se tradujo en un plan de entrenamiento físico, con el fin de que los combatientes estuvieran en buenas condi­ciones para triunfar en su incursión por la Sierra Maestra y con la indicación de que dejaran de fumar. La rutina consistía en caminatas diarias a Zacatenco y de ahí al cerro del Chiquihuite, partiendo desde el cine Lindavista, "todos los días estaba yo a las siete de la mañana y de ahí en grupitos, tres acá, cuatro allá, para no llamar mucho la atención". Arsacio en sus testimonios relata en qué consistía su instrucción, muy relacionada a la práctica de la lucha libre, es decir, movimientos de brazos y piernas, cómo cargar a una persona, patear, correr, rodar y caer; así como la difícil labor de caminar hacia atrás e incluso estrategias de ataque o toma de postas. A piedrazo limpio, los cubanos y el Che, que a decir del “Kid” era uno de sus mejores alumnos, se pescaban en pequeñas escaramuzas y cuando alguno de ellos flaqueaba y no quería hacer alguna indicación, Vanegas ponía el ejemplo y luego decía, "órale, tu vida está de por medio, tienes que hacerlo".


Mochila de Ernesto Guevara (dejada en la casa de Arsacio Vanegas)

A comienzos de 1956, los entrenamien­tos se realizan en el gimnasio de un compañero, ubicado en Bucareli 125 (Arsacio menciona en otra fuente el número 118), donde les enseña nuevas cosas, más movimientos de hombros, rodillas, estómago y cabeza; golpes certeros para hacer perder el conocimiento, golpes en los tes­tículos, principios básicos de judo y karate, cómo subir la cuerda o una pared a través de sus salientes. Nos cobraban por cinco y usaban el gimnasio como cien. El Kid recuerda que en esa época sus amigos no tenían dinero, no tenían ni para cigarros y que su dieta era muy raquítica. Sufrieron mucho en aquellos años “amargos del exilio”, como escribió el Che en su dedicatoria enviada a Arsa­cio, en un ejemplar de su libro "Guerra de guerrillas". Además en el taller se imprimían los bonos que después se vendían en los Estados Unidos para financiar la lucha contra Fulgencio Batista y los dos mani­fiestos al pueblo de Cuba, redactados por Fidel Castro.

Los planes se hacen en casa

Hasta ese momento, ningún miembro de la familia, aparte de Arsacio, adivinaba el propósito de los cubanos de regresar a su patria y derrocar al régimen de Batista. Irma y Joaquina Vanegas nos cuentan que ellas sólo sabían de las largas discusiones que se entablaban en el cuarto donde ahora es la sala, hasta ya entrada la noche. Dentro de las anécdotas de su vida con los revolucionarios, cuentan que les preparaban mole verde, frijoles y hasta tacos de gusanos de maguey, además de ponerles los catres para que se quedaran a dormir, donde "los que llegaban primero tenían cama y el resto al piso".

Para ese entonces, la dictadura de Fulgencio Batista ya había iniciado acciones para asesinar a Fidel Castro en México, enviando a sicarios al Distrito Federal, además de una queja formal ante el gobierno de Ruiz Cortines en cuanto a la pre­paración en México de un plan contra una Nación amiga. En ese momento quedan detenidos Fidel Castro, Raúl Castro, el Che y el resto de los cubanos. La intercesión del ex Presidente Lázaro Cárdenas por los rebeldes ante las autoridades, permite su liberación, aunque la versión extra oficial indica que los encarcelaron como medida preventiva para protegerlos de los asesinos enviados desde Cuba. Fue entonces que los planes se aceleraron y se decidió apurar la salida de México.

La casa de la familia Vanegas fue, como la casa de María Antonia, uno de los campamentos cuba­nos. Debajo del piso estaban guardadas las armas y municiones que se llevarían en el yate “Granma” con sus 87 tripulantes. Armas que “se ganan en combate”, como dirá el Che en Sierra Maestra. Los planes estaban hechos y un día Fidel Castro vino con Arsacio y le pidió el parque. Cuando llegó la hora de partir, Arsacio quiso unirse a la expedición, pero Fidel no se lo permitió, le dijo que su lugar estaba en México y con su familia. La despedida fue triste, pero con la convicción en alto. Escuchó después información por radio, de que los rebeldes que lograron llegar a la isla habían sido ultimados por los militares, noticia que tomó con incredulidad. Cuando triunfa la revolución cubana en 1959, Irma y Joaquina cuentan que por fin lograron dimensionar el carácter de lo planeado por sus huéspedes y el trabajo de Arsacio tomó un sentido épico entre la familia y para el pueblo cubano, sobre todo siendo él un luchador.


Irma y Joaquina Vanegas, hermanas de Arsacio

Legados comunes

La vida de Arsacio Vanegas después de la victoria, siguió su curso normal. Su carrera como luchador duró hasta el año de 1975, retirado por motivos médicos a causa de un coágulo formado en el cerebro por un golpe mientras luchaba en Puebla. Como impresor, continuó creando corridos popu­lares. Viajó a Cuba once veces y aunque le ofre­cieron trabajo allá, nunca quiso irse de su tierra, como dijo: "mi hermano Blas vive allá desde hace tiempo, incluso tengo sobrinas cubanas, pero yo soy muy mexicano". Años más tarde recibe una invitación del gobierno inglés para montar una exposición de grabados de José Guadalupe Posada en Londres, a partir de ese momento llevó la obra del aguascalentense a Estados Unidos y diversas partes del globo, continuando el legado del famoso artista hasta el momento de su muerte.

Arsacio Vanegas fue un hombre común que realizó cosas extraordinarias, una persona que re­cibía a los niños con un cariñoso coscorrón, que contaba historias de la más variada índole y que siempre vivió en su barrio, tal vez por no olvidar nunca sus raíces ni de dónde nacen los héroes, los hombres de verdad como menciona Pedro Infante en "Ustedes los Ricos". El legado de Arsacio Vanegas no radica sólo en el apoyo brindado a Fidel Castro, ni a los rebeldes cubanos, sino en la dignidad humana que tuvo para con una causa, sin afanes de gran­deza. Eso se llama consecuencia, un valor poco practicado en estos tiempos.



Tanto en el festejo como en el luto, la relación de Vanegas con la Revolución Cubana se mantiene vigente no por brillar entre aquella pléyade de fu­turos ídolos y mártires, en ese entonces descono­cidos. La historia de los vencedores no hallará en Arsacio Vanegas a un político, militar o comunista, sino a un verdadero luchador de la Colonia Mo­relos, un hombre que hizo su parte en la historia latinoamericana por simple y pura amistad. Al despedirnos de Irma y Joaquina, llegan familiares y vecinos a visitarlas en día domingo, Arsacio está presente en el recuerdo y en la cocina se guisa la misma comida como en aquellos tiempos lejanos.
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sábado, 20 de noviembre de 2010

Encuentro Internacional de Editoriales Independientes




Estephani Granda Lamadrid, Fernando Reyes, Norma Bazua y Arturo Alvar


Lectura de "Afrontar los mares en cuarenta Barcos de Guerra: reconfiguración del canon en la poesía mexicana" EDITA 2010

Lectura de cierre Edita 2010, VersodestierrO

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Antología de poesía Moebius: Nacidos en los ochentas

Respecto a la construcción de una tradición, el ejercicio literario depende mucho del diálogo que establecen las generaciones de escritores, entre ellos, con la sociedad y con sus propias obras. Sin embargo, también es cierto que dentro de la misma tradición, sobre todo con respecto al canon de la poesía, impera sobre todo el valor, por demás conservador, de que la literatura no debe ser contaminada por la mirada crítica del contemporáneo.

Dentro de las antologías poéticas oficiales, hablar de diversidad se ha tornado en mero discurso de lo “políticamente correcto”, para designar el carácter común de las obras. Sin embargo, las trayectorias poéticas se van haciendo visibles en la medida que nuevas generaciones, desde un carácter más independiente, han roto con el valor de la auto-incomprensión, impuesto desde la tradición predominante, expresándose a favor tanto de la necesidad de reflexión en torno al propio quehacer poético, así como de la retroalimentación entre sus propias creaciones y concepciones como un ejercicio consciente de sí mismo y lo que contrapone.

Que se pueda hablar de la existencia de una generación poética, conformada por escritores mexicanos nacidos en la década de los ochentas del siglo pasado, se debe a una voluntad colectiva que le da ubicación en el espacio y tiempo. Durante el mes de mayo del 2010, se llevaron a cabo jornadas poéticas con lectura de obra propia, a iniciativa de Estephani Granda Lamadrid, en distintos espacios de la Ciudad de México, con una importante participación de más de una veintena de autores entre 20 y 30 años, no esperada por los propios organizadores. Un acto público que propició el ejercicio reflexivo y que a partir de ese momento pretende realizarse año con año, incluyendo a más poetas, razón por la cual se determinó como proyecto común la realización de una Antología que, publicada de manera autogestiva, delineara los márgenes y nodos de la poesía que presentaron los jóvenes participantes.

Al referirnos a una generación, damos énfasis al suceso de este encuentro, retroalimentación y auto-reconocimiento. Esto toma distancia del “archipiélago de soledades” en que se vieron los Contemporáneos; tampoco nos vemos arrojados por completo al proyecto vanguardista de los Estridentistas y sus herederos. Aún menos nos sentimos identificados con un grupo selecto, en espera de consagrarse a la sombra del patriarcado literario. Nos concebimos, más bien, como resultado de una búsqueda de la condensación de pasados literarios que adquiere una identidad propia y un porvenir. La poesía, ni más ni menos, para nosotros es como una cinta de Moebius: hace que lo exterior se interiorice, el significante se continúe en el significado, la forma en el contenido, el yo en su circunstancia, el arte con la vida; no sólo ampliando el mundo, sino también, redescubriéndolo: en la palabra que proyecta la metáfora como germinación de otra realidad.

Cualquier vanguardia es exterior a nuestra generación, mas por un desdoblamiento consciente. Lo que pasa allá afuera no puede ser soslayado. La etiqueta del yo lírico viene impuesta por un romanticismo mal entendido. El ensimismamiento, la necrofilia, son salidas engañosas. El infinito que rodea al tigre, el círculo de fuego, el emblema del poder, son una cárcel. Es necesario dejar la casa, dejarla intacta, mudar de voces, que se quede el ser de la poesía. Hay un sol que fenece, duerme y se sueña perseguido por la noche, con todo lo que nuestra poesía contiene y que hemos pasado al otro lado de la cinta. Porque Moebius también es un vehículo donde el pensamiento puede avanzar a la velocidad de la realidad y chocar con lo eterno, hecho danza y silencio, hacerse añicos en la continuidad del cerebro, quebrar cuanto horizonte quede malherido, dejar que la obra se disuelva en la marea de los sucesos, en el presente de la espuma. Una congregación de poéticas heterodoxas que han de demoler al impertérrito olvido.

La revista “Sapiencia”, en este número 6/7, presenta una selección de poemas que forman parte de la Antología “Moebius. Poetas de los ochentas”, que en este caso se acotó a las voces femeninas, ya que frecuentemente “la lira de ellas está más afinada que la de los varones”, como dice Enrique González Rojo, a propósito de los criterios de selección tradicionalmente excluyentes hacia las mujeres. En este sentido, la Antología se despliega en un movimiento más amplio: el viaje de veintidós jóvenes, escritoras y escritores, que se reconocieron en días de ignominia, supieron escuchar al otro y tenderse las manos con las que escriben y seguirán haciendo poesía.


Judith Santopietro (Veracruz, 1983)

Yang-Bara

Regreso
nada mutila la esencia de mis pasos ancestrales
desde una estepa en la que nada sé.
La mujer negra revienta los granos de café
en el mortero;
la mujer negra
en los campos de algodón
donde urde el ritmo
recolecta la lejanía de los dioses.
Desde las quijadas de animales
brota la música,
es el rezo constante
de un aliento atrapado en mí.
Luz entre la carne negra
Luz de raíz negra
se vuelven las plantas de mis pies
iluminan el áspero viaje a la montaña.
Esta noche
en la danza de los cimarrones
convocaremos la oscuridad de los tambores encendidos
y entre nosotros
el canto se hará vértebra
de un dios animal.

Ileana Garma (Yucatán, 1985)

Una Noche (fragmento)

Cuando entraste a mi piel
con toda la furia de la soledad
de la noche los días los puestos de carne
Con toda la soledad de la furia
los vestigios los trabajos
yo no esperaba nada
Abrí la cortina de un muerto amanecer
deformé callejones entre cigarrillo y cigarrillo
hasta que me cerraste los recuerdos con tu cuerpo
Yo no esperaba nada
así que mentí entre cadenas y fósforos
rosales que detrás del hotel se pudrían
sin esperar nada llegó la luz
me cubrí con una sábana para romper el silencio
Yo no esperaba nada cuando te tomé de la mano
subimos escalinatas descubiertas por la lluvia
aprendimos de botones rotos
de cabellos atrapados por la humedad
Aprehendiste mis pasos en la cerrada luz
en mi cerrada boca de aprendiz minúscula
en mis jardines que se alargaban como una trampa
No esperaba nada
cuando encontré diminutos patios en tu cuerpo
bancas en la noche para dormir
columpios sujetados por el sudor de tus manos tibias
tus pies
tu delgada cabeza de Aquiles vencido.


Ixchel García (D.F, 1986)

Sobre la soledad

He aprendido a bailar
por la soledad
sin tropezar más conmigo.
Doy rostro al humo,
olas y caracoles.
Se alejan,
desbaratan,
ansían ser eco.
Desperté como un caballo que nació muerto,
teñí de olvido la sangre,
brinqué mi sombra,
até mis palabras a un torbellino
que envié a naufragar por el desierto.

Le Coeur 2008 (fragmento)

El frío llega,
los años desaparecen
y el cuarto está repleto de hojas.
Espero el repentino viento que lleve al verdadero,
dejar los Adioses que buscan
Holas imprevistos,
los Me voy que regresan,
a ti de madrugada sin motivos bajo mi casa,
al no te veré y nos veremos.
Te soñé al otro lado,
empapada de soledades,
soledades tan mías
tan tuyas
tan nuestras.


Elena Flores (Puebla, 1985)

No Musa

No seré a quien supliques frágil
Musa
Compadécete
no te contaré de cómo en esos tiempos
se resolvían las cosas magistrales
ni guiaré tus manos
No está escrito así en ningún pergamino
ni bajo el designio de un ser omnipotente
Se encuentra restringido el calor de mis palabras a tus oídos
no seré a quién agradezcas febril la tibieza de mi vientre o el amor.

Distancia

La mujer de nieve ha venido a dormir esta noche conmigo
en mi lecho las dos certeras sabemos que el sonido de tu voz desaparece
ríe, me abraza más fuerte que nunca
dónde queda la fe si ya has muerto…

Filamento

En un filamento temporal somos uno mismo
el mundo se convierte tan sólo en una mota
convergen suaves las palabras en la atmósfera
También es cuestión de nimiedades desaparecer
romper el lazo, seguir por caminos distintos
reacomodar la rutina, olvidar, soltar, desvanecerse…


Diana Garza Islas (Nuevo León, 1985)

verbigracia: [variaciones sobre lo mismo]

Cada palabra que escribo es mi epitafio

I

Que el pez soporice las estancias con su arpón milímetrico. Estrellas aquí mismo. Enumeraciones. Vampiros móbil dicere en la costa más oeste (y lo de siempre: o este; obviedades, simulacro de estilos y de hombres. Palabras a la espera. ¿Palabras a la espera? Astros y grafías ancladas al talón más épico (edípico ó eléctrico) de todas tumbas por deexcavar aún, sí, nuestro epitafio, última pifia de cascajo lapidaria. Cacofonías. Gajes de: la manzana fúnebre al oído: (letanía correspondiente) el background de alguna vez, la apantallante intermitencia de aquí al lado, enfrente de mí —. . . ah, la perspectiva.

Y no diremos: hoja en blanco. Sino redes. Tejidos ágrafos descobi¬jando del olor maché y contraportadas de hace siglos, ribeteadas en fuego y glorietas de luzsangre.
[Palatalizar la sílaba / Razilatalaparla así, lava — ]
Y muda. Este hospital de cada día que florilegia las jornadas con sudor y pan, con la sangre frente al batallón que dice: así. Y a la mañana siguiente —
Sólo espero escribir esta palabra.

II

[Los continentes se derretirán por séptima vez si no te asomas al festín de lo impalpable: trozo de, icebergs describiéndose. Atlánti¬das cosas, como dije alguna vez, respecto a algo, con otras pala-bras y en otro idioma. Así, como decir: no, nunca. Y basta, que la balle¬na avecina desde la pecera más natal, Yo: Natalia Oralia, Centinela:

III

Desde este ángulo los sueños se ven mejor, pero las formas no tienen dueño. Las cosas se apalabran a mediooído, cual colgados al revés, los pájaros de siempre. Sangre, dícese. Tongoy. Las guaridas encar¬aman al umbral. (He dicho cosas como esas, en otro tiempo.) Es¬pacio y masa, las orillas se doblegan. Guarismo de lo intepretable. Hermenéuticas del vacío, quién, dice. Y se aturullan los ciempiés:
crisálidas, garzas, madreselvas. Todos los orificios. Baal, Galil, Umbralia, Ur. Y cada ciudad del siglo correspondiente a cada letra, que es, a / hacia / entre y para sí, el ombligo del mundo. La pre- posición, la impostura, el equilibrio, el punto muerto. El disfraz de un mimo funambulista, espía de los pecados de ningún Yo.

¿Tú, lector. . . ? Porque yo escribe esa línea, y no concibo [ . . . ]
[Sí : No, ningún espectro de embrión se incubará ya en mis heridas dactilares]


Monserrat Morales (Puebla, 1985)

Silenciosa marcha (Fragmento)

Uno está a la orilla del mar
salándose los ojos
No hay otro modo de estar.
Uno es el perro ciego ladrándole a la luna
entre el garrote y la mofa.
No hay otro modo de ser…
sólo este oscuro destino de isla sorda
donde la sal relame los bordes de su orilla
sólo desnudos somos nosotros

por eso en el cuartito de hotel me besas toda
ahí donde no me oculto ni un centímetro
donde el amor es más honesto
aunque sea amor de tarde contagiada de lujuria

escucha el orgasmo silencioso de mi cama a tu isla
escucho silencio

mi nombre es agua y viento
lengua envenenada de sacrificios
(vivo acostumbrada a lo mundano
a los albures
al café barato
vivo callada
callada
no muero
no soy árbol
no soy tuya)

digamos que soy tú
que aparezco en las pesadillas mordiendo tu boca
destrozando tu casa
y habito contigo desnuda y sin ojos
escucho silencio de tu boca a mi cama
caminaré por las calles escupiendo veneno
la lengua me arde de tanta soledad seca
el viento me deletrea la terrible ausencia que crece
entonces me miro tan mujer de tierra como mi madre
y en la sombra de alas batiéndose por encima nuestro
nos volvemos miserables
soy tan terrenal como ninguna
vengo arrastrando siglos en las pestañas
una maldición dictada por todos
una ceguera para cantar mi dulce saeta
para limpiar el rostro con mi lluvia nueva
para despertar
cuando decline el sol.

Yendi Ramos (Oaxaca, 1982)

Danza después de la vigilia

Me voy como la sombra cuando declina;
soy sacudido como langosta.
Salmos: 109; 23

La noche cobra los vicios
el agua se lleva el olor de los dedos
mi sudor se queda dormido: le gusta tu cuerpo.

Despedirme es mi danza en las mañanas.
Y te tomo del cuello
no delato con los pasos
alzo los talones
cierro la puerta.

Menuza

Ese vestido negro
tirita en el camino
olvida que hay algo más que temblar
sentado en una banca
entonces huye
tan ligero y torpe se mece
de una calle a otra
quiere teñirse de viejo
por eso guarda en los bolsillos
un ramo de hojas secas.
Tiene hambre
lo sé
lo sé
porque un craj de hierba
dejó sorda la piel que deshizo.
.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Poetas en el Café Brujas, perros afuera del Café La Habbana, policías empapados por la lluvia sobre Bucareli, el fantasma de Mario con su bastón cojo, sorteando el infierno donde los amigos son lo más "espeluznantemente bello".

Al fondo del Café Brujas, el cuadro de Felipe Gaytán, La perra ahorcada, que redondeó la temática central de la noche, en un entre que sostuvieron los poemas de Gabriela Puente, con su poética de las perras palabras, y por otra parte el sentido dubitativo de los perros violentos de Arturo Alvar. Víctor M Muñoz sorprendió con una lectura intensa y cargada de trasfondos políticos, que dieron una visión referescante a la poesía social. Para Germán Garfías fue su primer lectura, y la enfrentó con buen ánimo.

Garfias nos presentó poemas que por momentos dejaban ver intensiones críticas, pero que tendían más a un idealismo taciturno. Sus poemas coqueteaban un poco con el lugar común para luego escaparse por la tangente. Pese a esto, se mantuvo con voz firme, y no dudó en sostenerse en contacto en el público, cosa que al final fue felicitada por algunos escuchas.

Por su parte Víctor M Muñoz, dio una lectura completa, variada. Quiso demostrar, como lo declaró desde un principio, que para él escribir en verso libre es igual que escribir con métrica. Leyó un par de sonetos, que jugaban con lo trivial, y luego desenfundó un Mambo 18.5 que bien pudo ser nota bambolera de una primera plana de La Prensa. Y para rematar leyó un poema sobre el 68 que dejó retumbando el oído emocional del público.

La poblana Gabriela Puente nunca queda a deber, y esta no fue la excepción. Compartió materiales inéditos al azar, desprendidos de varias hojas sueltas de sus libros en la butaca de los editores que pronto los darán a luz. Lúdica como siempre, pero algo más desenfadada, más poderosa a la vez, leyó con descaro, con gracia y desfachatez. Un estilo que ha logrado cautivar tanto a lectores como lectoras y que como buena "Paladradera" ha conjuntado un público en torno a su ácida poesía.

Para el cierre de la mesa, Arturo Alvar dio una lectura sorpresiva. Con poemas de amplia gama, oscilantes de lo emocional o lírico, a lo histórico y semiótico, dejó un buen sabor de boca en los escuchas con ese poema que decía: "mi abuela detestaba a Octavio Paz", y luego desenvolvió sus poemas de un pergamino hasta culminar en una versificación lúcida. También puso sobre la mesa poemas perrunos, y al cierre uno digitado desde la memoria, para otorgarle lirismo a esa lluvia que durante cinco semanas ha sido el soundtrack de nuestras noches.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Prolegómenos a una sociología de la mafia literaria

Por Enrique González Rojo Arthur

Aunque los contornos formales de una mafia literaria no son tan precisos como los límites de una agrupación política, no deja de poseer alguna estructuración orgánica. Es cierto que los integrantes de este “grupo selecto” no tienen un carnet, carecen de la obligación de pagar una cuota y no se ven en la necesidad de acatar determinados Estatutos. Ello no impide, sin embargo, que sus actos respondan a un cierto código tácito y que formen parte, más o menos destacada, de una asociación de contornos identificables. Realizar una sociología de la mafia literaria es una labor especialmente difícil porque hace suyo un objeto de análisis impreciso, de límites formales que se determinan con dificultad. Las cosas se complican, además, cuando tomamos en cuenta que los participantes de la mafia no sólo niegan su participación en ella sino la existencia misma del grupúsculo elitista. Una de las cláusulas más importantes del código tácito de la mafia es, en efecto, la obligación (por parte del escritor mafioso) de negar que exista la mafia literaria. Esta es la razón por la cual hay una ideología de la mafia. La forma de esta ideología, su carta de presentación, consiste en la declaración expresa de la ausencia de la mafia; su contenido se localiza, en cambio, en el hecho de que tal declaración, al ocultar la realidad del sector privilegiado, está puesta al servicio de los intereses de la mafia y sus integrantes: nada más conveniente para la vida y el poder de la mafia que dar la impresión de inexistencia.

Los miembros de la mafia no niegan, desde luego, la presencia de una élite, una intelligenza, un “grupo selecto” en la cultura nacional; pero sostienen apasionadamente que quienes están en sitios privilegiados, se hallan ahí, no por obra de una mafia, sino por el valor extraordinario de la poesía, la novela, los cuentos o los ensayos de sus componentes. La afirmación de que la valía, la significación, la trascendencia de un escritor cualquiera es la causa determinante de su presencia en la “vanguardia intelectual del país” no es, desde luego, tomada muy en serio por sus propios portavoces. Si así lo fuera, no gastarían las energías que gastan en la conquista, consolidación y extensión de la base material, fundamentalmente extraestética, que les garantiza tanto individual como colectivamente “figurar” en la cultura nacional y hasta ser “alguien” en el boom latinoamericano.

Esta base material está constituida por la influencia que la mafia va logrando poco a poco en las casas editoriales realmente decisivas del país, en las revistas literarias, en los suplementos dominicales, en el otorgamiento de premios en efectivo de diferente carácter e importancia, en la distribución de becas y, desde luego, en las “relaciones internacionales” con la intelectualidad de otros países. La actitud de la mafia al respecto recuerda en gran medida el comportamiento de las órdenes religiosas en general y de la Compañía de Jesús en particular, las cuales, aunque hablan de las creencias religiosas como connaturales al hombre y depositan declarativamente en su confianza en la acción todopoderosa del espíritu, no dejan de hacerse a como dé lugar de las bases materiales que alientan la credulidad humana y asegura el papel de dirigencia espiritual de dichas órdenes sobre los feligreses.

Desde luego conviene subrayar que para ser miembro de la mafia el escritor debe presentar necesariamente ciertas características: es indispensable haber realizado, buena o mala, una cierta producción literaria. Si la producción es mediocre, insustancial (pero “muy dentro de la línea”), no importa: la mafia puede sustituir la ausencia de grandes valores artísticos por un procesamiento extraestético que asegura al autor que se hable de él, que no deje de estar “en circulación”, que dé, incluso, la impresión de estarse codeando con la historia.

Para comprender la gestación de la mafia, vamos a hacer una comparación entre la actividad literaria y la práctica económica. Del mismo modo, en efecto, en que, en la historia del capitalismo, la libre competencia es desplazada por el monopolio, en la vida literaria la competencia individual (basada en el valor artístico efectivo de una obra) es desplazada por la mafia. Los actuales participantes de un grupo elitista, en general fueron en su momento competidores individuales que no pertenecían a ningún monopolio literario; sólo después se agruparon para obtener los beneficios de la asociación mafiosa, del mismo modo en que, por otro lado, en la historia del capitalismo, una vez que ha aparecido el monopolio, la libre concurrencia reaparece, en un nivel más alto, como competencia intermonopólica, también en la vida literaria hay frecuentemente más de una mafia o una pugna entre las diversas mafias que forman el ambiente literario nacional.

En los marcos de esta vida literaria en pugna, una mafia se manifiesta poco a poco como la fundamental y otra u otras como las subordinadas y secundarias. En México, por ejemplo, no sólo existe una mafia dominante (formada alrededor de la revista Plural) sino también otras (como la constituida en torno al suplemente La Cultura en México) que, aunque no jueguen el mismo papel, reúnen todas las características que nos permiten caracterizarlas como mafias. Es bueno subrayar, para terminar con esta comparación de la vida literaria y de la práctica económica que de la misma manera que los monopolios pueden establecer alianzas entre sí y hasta fusionarse, otro tanto ocurre o puede ocurrir con las mafias. No es raro, además, que haya una enconada lucha entre ellas en lo que se refiere a ciertos aspectos y una decidida alianza en lo que alude a otros.

Decíamos más arriba que la mafia puede sustituir la ausencia de grandes valores artísticos por un procesamiento extraestético que asegura al autor los laureles de la gloria y las mieles de la fama. ¿Cuáles son los mecanismos que emplea para hacer tal cosa? Echa mano, desde luego, de los elogios mutuos. Si A publica un libro de cuentos, B y C harán sendas notas bibliográficas laudatorias en diversos suplementos literarios. Si, poco después, B edita un poemario, A y C harán, a su vez, los comentarios elogiosos requeridos. Si, por último, C publica una novela, A y B serán los encargados de realizar imparciales y entusiastas apologías. El propósito que persiguen los elogios mutuos es “armar ruido”. Pero la mafia emplea también el silencio, la omisión: administra sabiamente ruidos y silencios; el ruido, el “escándalo literario”, lo dedica a sus integrantes o “amigos de ruta”; la omisión —el cuerpo fantasmal del “ninguneo”— lo reserva para “los otros”: los que pertenecen a las “pequeñas mafias” o los que ingenuamente se hallan aún en el torbellino de la libre competencia. La mafia sabe con toda precisión de quién hay que hablar y de quién no. Si algún escritor de cierta importancia se pronuncia en contra de ella, la reacción normal en estos casos —una respuesta crítica— se hace a un lado a favor del “arma favorita”: el silencio. Es de esperarse, por ejemplo, que estos Prolegómenos a una sociología de la mafia “pasen inadvertidos”. Comentarlos significaría dar un paso peligroso para los intereses mafioso de los monopolios intelectuales del país.

Todo aquel, además, que se atreva a criticar a la mafia, será acusado por ésta —de palabra, no por escrito— de estar movido por la envidia, la frustración, la amargura. Tomando en cuenta que criticar es “dar importancia”, sólo se comenta algo ajeno a la mafia cuando hacerlo ofrece cierto interés para el grupo. Las réplicas, por otro lado, son unilaterales, y tendenciosas: no se publican los artículos críticos completos, se reproducen citas sacadas del contexto, etc. Aunque los miembros de la mafia salen beneficiados con su participación en el “grupo selecto” (con su pertenencia “anónima” en un equipo inexistente), no deja de tener, en ocasiones, contradicciones entre ellos. Es cierto que, en cada mafia, se reconoce una jerarquía. Hay ángeles, arcángeles, querubes y potestades. Es indudable que, en cada mafia, hay un jefe máximo y los demás, rindiéndole pleitesía, no dejan de soñar, en su fuero interno con el derrocamiento. A veces esta es la razón de fondo de ciertos desplazamientos individuales de una mafia a otra o, si existe la posibilidad, de escisiones que generan nuevas mafias.

Para realizar la sociología de la mafia no es indispensable “dar nombres”. No tienen objeto decir, por ejemplo, que en una mafia están Octavio, Ramón, Tomás, Gabriel o Marco Antonio y en otra Carlos, Jorge, Rolando y David. Del mismo modo que para analizar a la burguesía mexicana no es imprescindible hablar de Trouyet, Garza Sada o Aarón Saenz. Lo importante no es aludir a que tales o cuales personas se han agrupado en una mafia, sino subrayar el hecho de que la sociedad capitalista genera necesariamente estas mafias.

Es necesario indicar, por otro lado, que toda mafia tiene como finalidad crearse un público. No sólo en el sentido de organizarse una demanda, sino en el de rodearse, por así decirlo, de la admiración, envidia, respeto del mayor número de lectores. Una mafia cumple su objetivo cuando hay un número grande de personas que “sueñan” con pertenecer al “grupo selecto” y estar “en el candelero”.

Una sociología de la mafia no puede olvidar, finalmente, que toda mafia es una mafia de clase. La mafia dominante expresa los intereses de la clase dominante. En México, por ejemplo, la táctica democratizante del gobierno reaccionario se llama aperturismo. Esta es la razón por la que la mafia dominante, al tiempo que es, en lo esencial, antiproletaria, se hace copartícipe de la demagogia oficial, y se presenta como depositaria de los intereses populares, cuando no es otra cosa (además de todo lo dicho) que la avanzada intelectual de una nueva táctica burguesa. La mafia que más le convienen a un gobierno que promueve la “apertura” no puede ser sino aquella que, al jugar a la independencia, a la “impugnación serena” de los excesos burgueses, le hace el juego, con su reformismo, a la política burguesa que dice combatir.

Dada la base material de que dispone —subvencionada de modo directo o indirecto por el estado capitalista— la mafia dominante ejerce, además, la censura dominante. Su “apreciación crítica” deviene, de hecho, la discriminación entre “lo que vale” y debe ser propalado a los cuatro vientos y “lo que no vale” y carece de derecho a la existencia. La mafia censura, discrimina, prohíbe. Se hace pasar por la historia y lo hace no sólo respecto al presente —en que el puñado de escritores elegidos hace cola para ingresar a la eternidad, mientras los otros son condenados al infierno de la nada— sino también respecto al pasado de nuestra literatura. Se ejerce la censura hacia atrás y hacia adelante. La arbitrariedad mafiosa decreta quién es quién en la cultura nacional. Es de subrayarse que esta “revaluación del pretérito”, como la “apreciación crítica del presente”, no está basada en ninguna consideración crítica seria, objetiva, con sólidos fundamentos, sino que se sustenta en los gustos de la mafia o, lo que es peor, en las opiniones personales del dirigente de la misma.

La historia, sin embargo, no ha pactado ni puede pactar con la escala de valores y el procesamiento extraestético de la mafia. Cuando pase el tiempo, la glorificación artificiosa de los unos, el prestigio prefabricado de los otros, la trascendencia inventada de los demás, se vendrá necesariamente abajo y cada quien ocupará el sitio que le tiene reservada una posteridad ante la cual se estrellarán todos y cada uno de los trucos publicitarios que con tan buen resultado emplean hoy por hoy los escritores mafiosos.

(Publicado en la revista Rumbo No. 46, México, 15 de diciembre de 1975)

martes, 31 de agosto de 2010

Las entrañas del cardo

En su segundo libro, No hay letras para escribir tu epitafio, Andrés Cisneros de la Cruz-, como en una premeditada nota roja de periódico, “radiografía de la muerte”, dirá avant la lettre en otro poema publicado en su libro más reciente (el tercero), Como la nieve que dejan los muertos, se atreve a mostrase las entrañas en bilis que sirve de aceite para las lámparas obscuras de su imaginación, donde el poeta se devora a sí mismo; ya no el banquete en las vitrinas de un cristal impenetrable, en el que lanzó la piedra de su primer libro, sino donde, como él mismo dice, ”queda esta palabra que rompe vidrios/ para incrustarlos en los cráneos”. Porque Andrés, ante todo, afronta el quehacer poético como un ser iluminado por las sombras, en el alimento ritual de bocados profanos, en el vilo de la sangre, para degusto del poema, batiéndose a duelo con la muerte y haciéndose su aliada cuando se trata de matar al Padre.

Andrés Cardo deposita su veneno poético, “la ecuación invertida de su ira”, porque le es insoportable el odio. Canta sus demonios como en una hoguera, ahí donde los suicidas se arrepienten para volverse equilibristas cultivadores del vértigo, donde se lee que “no se dejen engañar, dios no existe”, termina el culto al Padre y empieza el hombre. No el destructor, sino aquél que quiere saber más para existir más, pues en suma la tarea del poeta no sólo es aumentar el mundo, sino también redescubrirlo. En este sentido, el poemario que presentamos hoy, es una forma de afrontar la duda, sacarla del amnios del cerebro para dejarla expuesta, desde un alimento más en crudo, en el que la voz del poeta es “refugio del fuego”.

El libro inicia con un poema-mito, donde los hombres matan a sus propios hijos, convertidos en simios, idiotas en el “reflujo del ego”. En algún momento, entre los mayas del México antiguo, los niños recién nacidos en fechas rituales, eran elegidos y se consideraban destinados al sacrificio, lo que implicaba muchos sufrimientos. Para impedir esto, sus madres los arrojaban a las brasas, calcinándose rápidamente y comiendo luego sus cenizas. Pero en No hay letras para escrbir tu epitafio, sucede que en el principio ya éramos alimento de nosotros mismos, no de los dioses, el ritual es profanado desde su origen. A su vez, el libro cierra con dos poemas sobre el parricidio, donde las ofrendas y sepulcros que le anteceden son el testimonio del sufrimiento, el camino del poeta errático, que se equivoca, que erra y se odia a sí mismo, muriendo mil veces hasta la conciencia de que en el despertar está la entrada a otra vida: “Despertar es morir/ no me despiertes”, dice el epitafio de Xavier Villaurrutia. Para Andrés Cisneros, en su Cardo-Corazón en llamas, para volver a nacer hay que incendiar el mundo.

El poemario de Andrés Cardo remite a la vida del poeta con relación a la dualidad creación-destrucción, hacedor no sólo de recintos apetecibles al orgasmo, sino el trasfondo de lo que duele, el hambre y la muerte esparcida por el mundo, “alimento del Averno”, donde el poeta sabe del “tormento del semen al llegar al ovario de la muerte”, de un “absurdo dios humano y necio”, la madre que también odia “abrir los ojos”; del olvido como ”hoja seca que reverdece en el árbol”; a través de universos paralelos donde “de nada sirven los ataúdes/ mejor desnudo/ enterrado me hubieran/ en la palabra común”. En esa palabra común es donde el poeta nos permite entrar en el árbol cósmico de la noche, convertidos en semillas de los nuevos seres humanos, como un germen de otra humanidad.

domingo, 15 de agosto de 2010

La heterodoxia del infrarrealismo

El rastro solar de los infras. Crónica de un árbol caído que anuncia el principio del bosque.

Por Arturo Alvar


"Estoy trepando 1 sol"
Mario Santiago Papasquiaro

"El sol negro de la melancolía"
Gerard de Nerval


Al infrarrealismo no se le puede hallar fácilmente. No es como husmear piezas arqueológicas de contrabandistas de pirámides. No se le podrá encontrar detrás de una vitrina, como tampoco en una tienda de souvenirs con los poemas ensangrentados de Mario Santiago, el estómago vacío o el hígado enfermo de Roberto Bolaño sumergidos en cloroformo. El manifiesto infrarrealista de 1976, escrito por Bolaño, dice entre paréntesis: “Busquen, no solamente en los museos hay mierda”; y después: "déjenlo todo", como sentenció alguna vez Tristán Tzara. Esto fue en mí una influencia decisiva, cuando en un impulso, quizás infrarrealista —nada tenía que perder, excepto el éxito—, quise crear hace un par de años una librería en homenaje al infrarrealismo: a Mario Santiago y Roberto Bolaño, específicamente, quienes a mediados de la década de 1970 sentían correr por sus venas, viva aún, la vanguardia literaria latinoamericana, más cuando en aquel tiempo Octavio Paz en Los hijos del limo la mandaba por entero a la sepultura: “El periodo propiamente contemporáneo es el fin de la vanguardia”. Sin embargo, diría Mario Santiago: “la vida es una madriza sorda”, en el último poema que se le conoce, titulado con sus propias iniciales, antes de morir: Eme Ese Pe: “Qué más que saber salir de las cuerdas & fajarse la madre en el centro del ring”. Una épica fundacional que también concibió Roberto Bolaño para la literatura: “salir a pelear a pesar de saber que vas a ser derrotado”.

El infrarrealismo, desde mis primeros acercamientos a él, me pareció un movimiento que tenía que ser develado, pero ¿a partir de dónde, de qué circunstancia? Tal vez desde mi propia circunstancia, desde la de cada uno, como sucede con toda verdadera poesía. Adopté entonces un paralelismo entre vida y literatura como el mecanismo adecuado de develamiento. Lo cierto es que cuando tuve entre las manos mi primer poema publicado, vino la sensación de que ya existía un lazo insoslayable con el infrarrealismo. El poema apareció en la última página de la revista independiente Versodestierro, que acababa de nacer, donde también aparecía un breve ensayo de Marina Sivaj en el que me enteré por vez primera de la existencia de la novela escrita por Bolaño, Los detectives salvajes, en la que se narran las aventuras y vicisitudes de los “realvisceralistas”; de unos tales Ulises Lima y Arturo Belano que perseguían los rastros de Cesárea Tinajero, —una escritora poco conocida de la Revolución Mexicana y misteriosamente desaparecida, inspirada en Concha Urquiza a decir de José Vicente Anaya—. El ensayo afirmaba que estos personajes en realidad encarnaban a Mario Santiago y Roberto Bolaño, este último autor de la novela en mención, siendo que el “realvisceralismo” es una versión literaria del movimiento infrarrealista. Al paso del tiempo, más allá del momento fundacional del infrarrealismo o del mito descrito en la novela, me lancé contra todo lo que esta ciudad me impedía saber acerca de los infras, tratando de encontrar el principio de ese bosque infrarreal, con sus soles rojizos, en perpetua agonía, donde al principio se alza un árbol ya caído, pero del que todavía se puede sacar leña, para mantener el fuego en el que aún relumbran los huesos de Mario Santiago y Roberto Bolaño.

Con ayuda de un socio, me propuse levantar una librería en la ciudad de Guanajuato, en el espacio de un antro donde acudían principalmente jóvenes universitarios, intentando crear un bastión para la literatura emergente. En medio de un México convulsionado por la impunidad y la ignominia, retomé la creencia ancestral de que los perros son guías para atravesar el inframundo y por ese tiempo el escritor Eusebio Ruvalcaba me había dado un ejemplar de la revista Perros del alba, que se había presentado en la Feria de Minería de la UNAM y para entonces iba por su quinto número, la cual me permitió seguir con mis pesquisas infras. Conocí entonces al editor de la revista, Anuar Jalife, en un cafecito a un costado de la casa natal de Diego Rivera. Me dijo que el nombre de la revista era un doble homenaje a los poemarios Los hombres del alba de Efraín Huerta y Los perros románticos de Roberto Bolaño. Comentamos acerca de que Mario Santiago precisamente tuvo a Efraín Huerta como padre literario. El hijo infrarrealista le llamaba con cariño, casi con ternura: Infraín. “Si soñara que le arrancan de un tajo las cuerdas vocales/ que 1 chaneque travieso lo apoda Infraín”, así lo asienta el mismo Mario Santiago Papasquiaro, mientras que el gesto paternal del también alias “El Cocodrilo Poeta”, quedó fijo en un verso que forma parte de un poema-prólogo escrito por Efraín Huerta para Muchachos desnudos bajo el arcoíris de fuego. Once jóvenes poetas latinoamericanos: “Mario en el camino de Santiago”. Dicha antología se publicó en 1979. Roberto Bolaño se encargó de la selección, donde aparecen varios poetas cercanos al infrarrealismo —tanto que aún podrían quemarse en sus brasas—, como los mexicanos Julián Gómez y Orlando Guillén; el peruano Jorge Pimentel y el chileno Bruno Montané. Este último poeta es coetáneo de Roberto Bolaño, con el que a los veintiún años llevó a cabo la quema de unas obras de teatro, en un “rictus” con el que Bolaño después se entregaría por entero a la poesía —género paradigmático de los infrarrealistas—, como el mismo Montané declara en la revista Turia que en 2005 publicó un número dedicado a Roberto Bolaño. En esa misma publicación, también José Peguero, compañero de andanzas juveniles, declara que Bolaño decía: “Yo nunca voy a ser novelista, mira qué nalgas se necesitan para escribir tantas cuartillas. ¡Viva la poesía!”. Con un sorbo de café, Anuar Jalife piensa en el último número de Perros del alba sobre las generaciones literarias, me cuestiona que los poetas nacidos en los años ochenta podamos configurar una generación. ¿De dónde nos sentimos herederos, de los Contemporáneos o los estridentistas, incluso de los infrarrealistas? Impele el editor y yo respondo con otra pregunta: ¿acaso en una condensación de los pasados literarios, no se pueden considerar todas las corrientes como influencias decisivas? En este sentido, no se hablaría tanto de generaciones como de grupos aislados o “archipiélago de soledades” como se concibieron los Contemporáneos, quizás el grupo literario más influyente del siglo XX mexicano. Sin embargo, también es muy distinto hablar de una generación que de un movimiento, como en su caso se concibió la vanguardia del infrarrealismo, que incorporó aspectos contraculturales. Para el caso, Anuar Jalife y yo no llegamos a un acuerdo definitivo al respecto, aunque al final de la conversación aceptó mi propuesta para que presentáramos Perros del alba en el espacio del bar, que transpiraba cada vez más a inframundo.

Para esto, unos amigos míos, artistas plásticos reunidos en torno al colectivo “Los de a pie”, convencidos del proyecto de fundar la librería Infra, habían empezado el trazo de un mural en las paredes del antro, tugurio del averno, subterfugio de paredes ígneas y escaleras bajando hacia los túneles de la ciudad de Guanajuato. En el mural fueron apareciendo los héroes y antihéroes de la comedia histórica mexicana —que en cierto sentido puede considerarse lo realmente Infra—. Aparecían Pancho Villa, con lentes de motociclista, sentado junto a Emiliano Zapata al estilo punk; una Catrina arropada con la fiesta delirante, el atroz colorido del luto mexicano; el fantasma de Porfirio Díaz, azuzado por Salinas de Gortari y junto a “El innombrable” los “presidentes” Calderón y Fox (quien trae puesta una playera de fútbol), mientras el Peje tiene el ceño fruncido y los señala —seguramente por los fraudes de 1988 y 2006—. En la base del mural se encuentra El Pípila, echando fumarolas blancas. En la parte lateral se halla José Alfredo Jiménez, que mira desde un balcón el paisaje de Guanajuato, melancólico, embriagado del mismo espíritu con el que Mario Santiago había dicho que sólo había un José Alfredo y era Jiménez y que por eso se había cambiado su nombre de José Alfredo Zendejas por el de Mario Santiago Papasquiaro. Mario, al margen. Con su apellido adoptivo, sucede lo mismo, pues Santiago Papasquiaro es el nombre del pueblo natal de José Revueltas, de manera que hay una invención del poeta sobre sí mismo, un gesto que asume ante la modernidad y la vanguardia más fidedigna, que es la del romanticismo, no sin poner su jeta, incomodando a los presentes, con una máscara que coincide con su rostro y que lo inscribe dentro de los poetas que habitan, como el mismo Mario escribe, “en la frontera entre el mito & el sueño”.

De esta forma, desde el tema prehispánico hasta el México actual, “Los de a pie” pintaron un mural donde la historia cumple su condena, puntual y eterna como el infierno, de tal forma que cuando se presentó la revista Perros del alba, los fantasmas de Roberto Bolaño y Mario Santiago se hicieron presentes y festejaron a la manera Infra: “Todo lo que empieza como comedia, acaba como tragedia” (Los detectives salvajes) como también sucede con la vida y con las obras del arte. Mario Santiago no soltó entonces su voz de terciopelo, sino que únicamente sonrío, contento de que no estaba pintado en el infame muro y que podía seguir caminando con Roberto Bolaño por los callejones intrincados de Guanajuato, en la noche del buen Jack, de la mano de la “luna más hiena”. Al día siguiente, con la presentación de la revista en el bar, avisté, a pesar de todo, el posible éxito de la librería; sin embargo, el socio mayoritario determinó quedarse con la inversión inicial de aquella empresa y en una tranza nocturna y cantinera supe que sólo estábamos soñando. “Soñé que soñábamos”, dijo Bolaño, quien conoció por accidente a los asesinos de Roque Dalton y avistó el cruento espectáculo de miles de jóvenes, como sucede ahora en México, que “ponen su mejilla junto a la mejilla de la muerte”; de la lógica de la lucha por un mundo distinto, que se venía abajo en los años setenta, a la lógica actual de supervivencia para mantenerse en una realidad aplastante, muchos de ellos victimarios por dinero y otros tantos víctimas sin empleo.

Es curioso que, en ese sentido, Roberto Bolaño alguna vez declarara —en una entrevista que le hizo la revista Barcarola— que entre los triunfadores estaban los seres más miserables de la tierra. “Creo en el tiempo”, dijo al respecto del premio Herralde que recibió por Los detectives salvajes y recordaba la época en que trabajó en Roses y vivió en Blanes, al sur de España, con una alegría un tanto insana: “tenía mi pequeño negocio y vivía como un árabe de las Mil y una noches, o como un judío en el ghetto de Praga, sin frecuentar el círculo de Kafka, pero aprendiendo esos nombres tan pintorescos que designan las diversas piezas de bisutería”. Sin embargo, también Bolaño fue víctima de una estafa, con lo que perdió aquel negocio de baratijas y así fue como se dedicó por entero a escribir la novela. Fue así también que yo, decepcionado por la fallida fundación de la librería Infra, dejé todo nuevamente y me lancé de vuelta al Distrito Federal, mejor conocido como “El defectuoso”.

Caminaba, sin aparente rumbo fijo, por las calles del Centro Histórico, a lo Mario Santiago Papasquiaro, con la intuición olfativa de la poesía, yendo y viniendo, fijándome detenidamente en los semáforos, las librerías de Donceles, laberintos entreverados con callejones llenos de gente. Me reprochaba por la pérdida, pero también pensaba en la tenacidad con que Bolaño había forjado una obra entera —con todo y que no fue un “triunfador”— y que después, no sin calvario, siendo un verdadero cazador de premios literarios como ejercicio de supervivencia, por fin, en 1998, justo el mismo año en que murió atropellado Mario Santiago, logró obtener el premio tan anhelado por muchos otros “herederos” de García Márquez o Carlos Fuentes, por una obra a la que ahora en gran parte le debemos la inquietud de muchos lectores por saber quiénes fueron o son los infrarrealistas y el infrarrealismo.

Tanto en caminatas como en diversas lecturas, seguí al fantasma de Mario Santiago Papasquiaro —el Ulises Lima de la novela de Bolaño, en alusión a que el propio Mario decía que no era tanto mexicano como peruano, dada su cercanía con otro movimiento latinoamericano de vanguardia, llamado Hora Zero, con quien se identificó hasta el final—, con su bastón y su ceguera inconforme, recordando de memoria algunos de sus versos. Muchos de los poemas de Mario Santiago habían nacido escritos en arrugados papeles, que el poeta llegaba a sacar de su bolsillo. “Moriré sorbiendo pulque de ajo”, escribe Mario Santiago como una prefiguración de su muerte en MSP, con la única certeza de que en la literatura pasa como con el boxeo: para ser poeta hay que saber salir de las cuerdas, viviendo “de a jodido”, como suele decirse en las pulquerías cuando alguien pide un pulque natural, porque es el más barato, colocándose entonces en el centro de la batalla. No sé si entonces fueron mis propios pasos o la gravedad ejercida por los soles negros del infrarrealismo, pero llegué hasta un callejón definitivo, el callejón de los libros de Minería y comencé a revisar algunos títulos. Trataba de encontrar Muchachos desnudos bajo el arcoiris de fuego un libro por demás inconseguible, pero fue ahí que me encontré de frente con el puesto librero de Francisco Zapata. En ese momento, Zapata andaba crudo pero ya bebía un sorbo de ron de caña, suelen decir los irreverentes, marca antihumano.

“El último de los infrarrealistas”, como solían referirse a Zapata, para los más jóvenes también el poeta "de los nombres asesinados" —en alusión a Francisco Villa y a Emiliano Zapata, muertos a tiros, como si fueran perros callejeros, a traición, durante la convulsa revolución mexicana—, negó rotundamente sus sobrenombres: el de haber sido asesinado dos veces —por si había dudas, llevaba puesta una playera estampada con el rostro de Juan Rulfo y la frase “diles que no me maten”—, así como el de haber pertenecido al movimiento infrarrealista. En todo caso, admitió haber entablado amistad con algunos infras interesantes.

La primera vez que supe de Pancho Zapata fue en el 2004, cuando asistí al Chopo, Tianguis Cultural que en aquella ocasión cumplía 24 años de existencia, motivo por el que el colectivo Mezcalero Brothers preparaba la edición de una antología de 24 poetas a la que me invitaron a participar con un poema. Zapata a su vez iba a publicar otro poema, el caso es que el suyo y el mío aparecieron publicados uno seguido del otro, una feliz coincidencia. También en aquel tiempo conocí la revista Deriva, que Zapata todavía publica con sus propios recursos.

En ese entonces adquirí un número en el que Pancho Zapata llevó a cabo una entrevista a Max Rojas, autor del poemario El turno del aullante, quien frente a la pregunta sobre su relación con los infras, se refirió a ellos como una “generación perdida”, incinerados —quizá demasiado pronto— en su propia refulgencia. En corto Pancho confiesa que Max, al leer la entrevista publicada, se arrepintió de algunas aseveraciones a ese respecto. Pero lo cierto es que infras como Mario Santiago, Roberto Bolaño y Cuauhtémoc Méndez, están muertos. Al final de sus días, víctima de cirrosis hepática, Bolaño en otra entrevista declaró que quizá si no hubiese sido escritor habría vivido más tiempo.

Max Rojas recordaba las madrugadas en que los infras, como buenos jóvenes irreverentes, le llamaban por teléfono a su casa para que les recitara su poesía, siendo más precisos, para que les aullara el poema: “Caidal mi pinche extrañación vino de golpe / a balbucir sepa qué tantas pendejadas”. A decir de Pancho Zapata, a Max Rojas los infras lo consideraban un poeta de culto. “Sigo vivo nada más por ti /poesía desgreñada”, parece que contesta al unísono Mario Santiago Papasquiaro en Aullido de cisne, el poemario que en 1996 editara Marco Lara Klahr bajo el cuidado de la editorial Al este del paraíso, por quien preguntaba Bolaño en una carta a Mario Santiago: ¿sigue en pie o ya entró en el sueño de los justos” Finalmente, lo que reconoce Max Rojas en los infras es una fuerte personalidad poética, en sus escrituras y sus vidas, perseverancia de la que se alejó el propio Max Rojas durante más de treinta años. Es posible que esto pueda explicar por qué guardó silencio por tanto tiempo antes de volver a escribir poesía y al igual que la poesía saliendo por la hendidura que ha dejado el extenso poemario de Max Rojas titulado Cuerpos, hace un par de años, la memoria del poeta es una cicatriz indeleble que dice mucho acerca de la orfandad que los infras dejaron como generación, a la que le sobrevivieron, además de Max, otros poetas que influyeron en ellos como Enrique González Rojo Arthur (Efraín Huerta murió en 1982, año en el que nací, por cierto). Sin embargo, esta orfandad que dejan los infras está tanto hacia atrás como hacia delante, porque su voluntad de parricidio los hacía huérfanos de los escritores antes mencionados, pero su afán de vanguardia, en el sentido wagneriano de anticiparse al futuro, desde aquella certidumbre juvenil que Bolaño tenía al afirmar que moriría antes de los 35 años, hizo que los infras terminaran siendo la imagen de los niños perdidos en el país —el nuestro, México— del “nunca jamás”. No supieron, por otro lado, ser los padres de la generación venidera y desde un principio ellos son los que abandonan a sus propios hijos, en el sentido patriarcal de la literatura. Esto mismo se dilucida ahora por parte de algunos escritores jóvenes, es decir, aquéllos que tienen hoy entre 20 y 30 años, en lo que ha señalado Roberto Brodsky al respecto de una imagen de Joseph Roth, pues ahora: “los nietos sientan al abuelo en las rodillas y les cuentan al viejo Borges y al viejo Parra” —diciendo con esto yo que también al abuelo Max Rojas y al abuelo Enrique González Rojo Arthur—, “historias de no creer”.

Empero, había en el parricidio de Mario Santiago algo quizá más sensible que un voluntarioso empecinamiento a favor de un lugar en la República de las Letras. Efraín Huerta fue uno de los padres simbólicos de los infras y por ello sujeto de parricidio literario: “Parricidas, así nombraron por un tiempo a estos cabrones”, a decir de Francisco Zapata, porque también había un patriarca aún mayor a quien hacer frente, contemporáneo del mismo Efraín Huerta, que fue Octavio Paz. Al respecto, dice Juan Pascoe —editor del primer libro publicado por Roberto Bolaño— que hubo una supuesta fundación del infrarrealismo, en un edificio ya derruido del Centro Histórico y donde ahora se ubican las ruinas del Templo Mayor, en el que: “el tema central fue el del ciudadano sacrificado: Octavio Paz”. Así también señala que hubo una última acción pública que se registra del infrarrealismo, relacionada con una trifulca durante la presentación de un libro de Paz, entonces candidato al Premio Nobel de literatura, en el Taller Martín Pescador. Los infras, en este sentido, aunque quizá deliberadamente imprudentes, también fueron constantes y quisieron dejar claro que se dedicaban a confrontar la ortodoxia literaria de la cultura oficial, desde el frente donde: “nuestra ética es la revolución, nuestra estética la vida”, quienes consideraban al autor de Piedra de Sol como cabeza principal y vaca sagrada de la poesía instituida. Por contraste, Efraín Huerta escribió sobre estos jóvenes infras, en el prólogo a Muchachos desnudos bajo el arcoíris de fuego: “creando, recreando, creyendo y recreyendo/en todo lo que ellos, por guillotinarme, me han devuelto”; por lo que los reconocía plenamente.

Enrique González Rojo, por su parte, recuerda que Octavio Paz, a pesar de tener una prolífica carrera literaria, no se había acercado a los escritores jóvenes y que de esto el patriarca estaba muy consciente. Así que, entrando a la década los ochenta, con Bolaño ya en España, mientras Efraín Huerta afirmó que aquellos jóvenes infras le habían devuelto la: “serena confianza en una dura nalga femenina”, en alusión blasfema a la tradición poética de ortodoxia castrante, Octavio Paz pensaba que el panorama literario era desolador: “Hace algunos años sentí un temor compartido por algunos de mis amigos. Nos pareció que la tradición literaria mexicana estaba en peligro mortal”. El quehacer literario como canon re-sacralizado, donde hay guardianes de la poesía y clérigos de la palabra. El fuego resguardado por el patriarca, quien afirmaba la tradición de la ruptura, necesitaba renovarse: “en un perpetuo recomienzo”, pero para entonces la influencia de Octavio Paz pesaba más en la institución que dejando rastro en la poesía de estos jóvenes.

Entonces, Octavio Paz se acerca al hijo de Efraín Huerta, David Huerta, autor de poemarios juveniles como Cuaderno de noviembre y Versión, promesa de las letras mexicanas de la que algunos críticos literarios llamaron “generación del cincuenta”, pero de la que ahora sólo es reconocible un selecto grupo. Algunos de ellos todavía publican en Letras Libres, revista “herencia” de Vuelta y Plural que dejó apadrinada Octavio Paz bajo la dirección de Enrique Krauze, —dadas las virtudes empresariales del historiador, como dice el propio Nobel mexicano en el editorial del primer número de Letras Libres dejado por él de forma póstuma—. Entonces, me parece que Octavio Paz elige a David Huerta como hijo pródigo, porque además es un mito con el que siempre se sintió identificado, en el contexto del papel que desempeñó como intelectual y poeta fundacional. Es cuando el patriarca invita a David Huerta al “Encuentro de generaciones”, siendo que a la postre el joven poeta toma distancia en las ideas políticas de su padre biológico.

Lo que sucedió en un principio más en el ámbito privado, pues Efraín Huerta había vuelto a formar otra familia aparte de la de David, de la que saldría otra hija también poeta, Raquel Huerta Nava, había pasado a otra arena de contienda, siendo una ruptura visible en el terreno ideológico, pues Paz no coincidía con la visión socialista de su contemporáneo y el hijo David, en consecuencia, toma distancia del comunismo declarado de su padre, como un caso paradigmático de cómo los jóvenes poetas de entonces se enfrentaron a la disyuntiva de alinearse con Octavio Paz, en algunos casos pidiendo o publicando disculpas públicas por la militancia socialista o comunista, —como había sucedido antes con un miembro del grupo poeticista, como Eduardo Lizalde—, mientras que otros optaron por la insurrección, como en el caso de los infrarrealistas.

Los infras que eran parricidas, no sin contradicciones, reconocían el carácter fundacional que intentaba instaurar Octavio Paz, para quien la tradición estaba en riesgo mortal de perderse. Durante la presentación del “Encuentro de generaciones” Octavio Paz, había dicho que “toda negación afirma algo”, en el sentido de la tradición de la ruptura, pero dejó de lado que una puesta en crisis de valores de esta índole, tanto estéticos como éticos, pudiera venir de aquellos jóvenes que llegaban a tratar de boicotear varias de las presentaciones de sus libros y cuya irreverencia juzgó como producto de la ebriedad y la estupidez. Pero la confrontación que Mario Santiago tuvo hacia Octavio Paz fue precisamente por el fuego de la renovación. En este sentido: “las peores peleas son de poeta a poeta, porque te dejan sin alma”, dice en otro artículo José Peguero; sin embargo, en la novela Los detectives salvajes, Bolaño trazó, más que una negación o afirmación, el dibujo del círculo solar y su fuego perpetuo, el terreno de la pelea donde los poetas, más allá de confrontarse, a pesar de las diferencias, al final se reconocen.

¿Qué negaban entonces los infrarrealistas que afirmara una tradición? Me parece que una veta provechosa se puede hallar en el tema de la solaridad poética. En el marco de la vanguardia y la literatura patriarcal, lo que engarza las visiones de Octavio Paz y la de los infras, se cifra en el código solar, el sol como signo de poder, en el que el astro mayor es fecundador de la tierra y también el guerrero destazador de todos los astros hermanos, así lo solar extiende sus dominios como símbolo dominante dentro del canon estético. Para Bolaño, en la ortodoxia del medio literario en México, esto se traduce en un verdadero campo de batalla: “con sus samuráis y señores de la guerra”, diría muchos años después en su propia interpretación del imaginario latinoamericano. Parecido a lo que revela Enrique González Rojo Arthur, al señalar que la historia de la tradición literaria se explica en México a través de “la historia de sus mafias”, mientras que la actitud más infra consistió principalmente en una toma de postura heterodoxa, aunque en la misma búsqueda solar siempre trataron de encontrar una voz propia que rompiera con lo establecido: “somos los soles negros”, dijeron los infrarrealistas, aún a pesar de que desentonaran con la línea marcada. Esa fue la consigna que siguieron los infras: la antimateria cósmica y oscura que se alimenta de la luz, de todos los colores; del amarillo del medio día y del tono crepuscular de otros soles.

Por otra parte, Carlos Nóphal había editado mi primer libro de poemas, bajo el sello de Anónimo Drama, a principios de 2004, precisamente en el tiempo en que David Huerta realizó una conferencia, en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), sobre la poética de Efraín Huerta. A David le interesaba la voz del “daimon” que aparecía en poemas de su padre como "La muchacha ebria" en Los hombres del alba. Desde niño supe que David era poeta, mi madre y mi tía hablaban seguido de él, pues lo invitaron a publicar en los carteles de poesía que apoyó la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) cuando ellas eran estudiantes, pero fue hasta mi adolescencia que lo conocí, en el Centro Nacional de las Artes, cuando impartió una serie de pláticas sobre Muerte sin fin de José Gorostiza, a las que invitó a Arturo García Cantú quien acababa de publicar una crítica a este poema.

En otra ocasión, saliendo de la librería Gandhi, afuera del Palacio de Bellas Artes, David Huerta me preguntó si seguía escribiendo poesía: “pues más te vale dejar de hacerlo, mano” y me regaló un ejemplar de El manantial latente, un muestrario de poesía actual, donde el escritor más joven, apoyado por una beca gubernamental, había nacido en 1984, es decir, un poeta de mi generación. Me pareció que todo avanzaba rápido y que si quería hacer caso omiso de aquella recomendación, era momento de publicar algo. Retribuyendo a su regalo, tiempo después, al final de la conferencia en la UACM, me acerqué de nuevo a David y le di mi libro, por supuesto que esperaba una opinión al respecto. Por ese tiempo. en la calle del Tianguis del Chopo, también le había dado el libro a Pancho Zapata, con la intención de que ambos pudieran presentarlo en la Galería Metropolitana de la UAM, aunque Pancho Zapata fue el único que aceptó la propuesta, pues a David le pareció un poemario lleno de excesos, provenientes del modernismo. Entiendo ahora que David Huerta no haya presentado mi poemario o no presente en general libros, pues para “los herederos” el símbolo es muy importante, sin embargo constituye para mí un código por demás sectario del cual he tomado a la postre distancia. No buscaba un rito de iniciación, sino una mirada crítica, como la busco ahora.

Unos días antes de la presentación, Zapata andaba desaparecido. “No te preocupes”, me dijo un amigo, poeta y vecino suyo, de nombre Francisco Jaymes, a la salida de una estación del metro, “Zapata es un hombre de palabra”. Pero mientras más se acercaba la fecha, insistí en su búsqueda al ver que no daba señales de vida. En la Casa del Poeta, Carlos Martínez Rentería, editor de la revista Generación, me dijo sarcástico que mejor lo buscara en las cantinas, pero nada. Fue hasta el día de la presentación, más bien un par de horas antes, que apareció Zapata, caminando junto a una mujer, por la avenida Insurgentes. En cuanto lo vi me bajé del camión que había tomado unas cuadras atrás. No se sorprendió al verme, me dijo que estaba esperando a Rebeca para tomarse un café. Ellos se encontraban platicando acerca de amigos cercanos que también eran poetas y aunque venía con prisa no interrumpí su conversación, que me llamó la atención cada vez más. A cierta altura, mencionaron a Roberto Bolaño. Les dije que acababa de leer Los detectives salvajes y ambos se sonrieron, cómplices de un silencio posterior. Al final Rebeca dijo que no podía asistir a la presentación y cuando íbamos solos Zapata y yo, me confesó que ella era la viuda de Mario Santiago, lo que me dejó perplejo, pues algo nuevamente se palpaba entre la vida y la literatura que me acercaba más con el infrarrealismo.

Poco más de cinco años después, vuelvo a entablar una conversación con Pancho Zapata, más interesado en la desmitificación del movimiento infrarrealista que cuando leí la novela. Si bien Zapata no se considera un poeta infra, ya que nunca conoció a Roberto Bolaño y con Mario Santiago a veces sólo iban a emborracharse, sin hablar una sola palabra de poesía, es reconocido como un poeta cercano del movimiento, al punto que para conmemorar el ciclo de lecturas y conferencias en la Casa de Lago, donde por primera vez se reunieron los infrarrealistas, en 1975, fue invitado a leer algo de su trabajo. Era el más joven de entre los demás infras cuando publicaron Correspondiencia Infra, la revista infrarrealista de periodicidad "menstrual". Le pregunté a Zapata, ¿qué posibilidades hay de contactar a más infras? Para él, los infrarrealistas que quedan pueden rechazar que se les entreviste, ya que a algunos no les gusta hablar del infrarrealismo, porque consideran que se ha vuelto una moda. Insistí en una búsqueda necesaria, casi existencial, por la razón de que se han levantado tantos supuestos en contra y a favor de los infrarrealistas.

Pancho me recomendó buscar un poema de Roberto Bolaño titulado “La moto negra”, que escribió por una motocicleta que robaron él y Mario y en la que fueron embestidos por un camión de pasajeros. Por ese accidente, Mario Santiago comenzó con su mítica cojera. Recuerda que “Mafio”, como solían decirle sus amigos más cercanos, siempre iba tan ensimismado que nunca se fijaba al atravesar la calle. Por eso, Pedro Damián, otro poeta infra, al enterarse que Mario Santiago terminó sus días atropellado cerca del aeropuerto, dijo que esto había ocurrido por “muerte natural”. Lo cierto es que el infrarrealismo no se puede explicar sin Mario Santiago y Roberto Bolaño juntos, así como no se pudo construir la trama de Los detectives salvajes sin los personajes de Ulises Lima y Arturo Belano. Seguramente Mario Santiago estaba orgulloso del éxito literario de su amigo, pero Zapata afirma que Mario jamás llegó a conocer esa novela. En una carta, en puño y letra de Bolaño, se comprueba que Mario Santiago sólo conoció el título de Los detectives salvajes por su amigo. Mario Santiago murió poco tiempo después de que Bolaño acababa de corregir la novela. “Le valió madres enterarse de la fama de Bolaño, lo que sí hacía muy seguido, era llamarle por teléfono a Barcelona, se tardaba horas, aunque gastara un chingo de lana… definitivamente lo amaba. A veces Mafio, ya bien pedo, sacaba una carta ilegible de sus bolsillos, me la mostraba en la cara y decía: ¡me la escribió Bolaño!”.

El último de los infrarrealistas sigue conversando conmigo en su puesto librero, en ocasiones llegan a preguntar por algún título, que mi interlocutor logra vender con descuento, por ejemplo La sombra del caudillo y le fía otro libro a un colega, quien promete pagárselo al día siguiente. Zapata se refiere a la década de los noventas, cuando Mario abre la editorial Al este del paraíso, con la que publica “Aullido de Cisne” y otros poemarios infras. Le pido A Zapata que piense en nombres y lugares: el Bar Orizaba, el Café La Habana, la Casa del Lago, la pulquería La hija de los apaches; en escritores infras como Pedro Damián, Víctor Monjarás, Guadalupe Ochoa y Mario Raúl Guzmán. “Algunos de estos lugares ya no existen, pues la ciudad que era entonces ya no existe; algunos de ellos tienen algo de infrarrealistas, como cada uno carga con su infierno personal”. Recuerdo que el mismo Zapara junto con Verso destierro habían develado una placa en homenaje a Mario, en la pulcata del buen Pifas, con el poema Eme Ese Pe, cuando La hija de los Apaches estaba todavía sobre la avenida Cuauhtémoc, pero luego la cambiaron. Me comenta Pancho Zapar que Víctor Monjarás fue quien ilustró la portada del poemario de Bolaño El último salvaje, editado por Al este del paraíso, mientras que Mario Raúl Guzmán fue el compilador y prologuista de una antología póstuma de Mario Santiago, recientemente publicada por el Fondo de Cultura Económica bajo el título Jeta de Santo. “Quizá ellos te pueden ayudar a comprender mejor el movimiento infrarrealista y ya no estés dando tantos palos de ciego”. Me acordé entonces del capítulo de Los detectives salvajes, cuando el poeta García Madero conoce a los realvisceralistas tras una humareda de mariguana; de esta forma me despedí de Pancho Zapata y seguí caminando.



El infra Bolaño. Ilustración de Pavel Zmud



Roberto Bolaño Ávalos (1953-2003), encontró su auge literario en España, después de partir desde México y, en cierta forma, dejando al infrarrealismo como parte de su juventud. Su narrativa se ha globalizado al punto de que poco después de morir había contratos de publicación de su obra en 37 países, toda biblioteca decente del mundo tiene un libro de Bolaño, quien ha sido traducido a numerosos idiomas, así como se han llevado a cabo varios documentales en México, España y Los Países Bajos, que dan testimonio del autor de Los detectives salvajes, así como numerosos encuentros y coloquios del ámbito académico. Esta globalización de su obra se traduce en el mismo Bolaño, que siendo chileno —latinoamericano por convicción— escribía desde Barcelona sobre los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, para desembocar en su último libro 2666 como parte de una reconocida y tenaz trayectoria. Siendo ya un novelista exitoso de la editorial Anagrama, decide que no volverá a México, pues para entonces ya había pasado por penurias que no estaba dispuesto a repetir. Si Roberto Bolaño se hubiera quedado en México, nunca hubiera podido escribir Los detectives salvajes, proyectándose como escritor latinoamericano; pero también es cierto que sin la presencia de Mario Santiago jamás hubiera encontrado la motivación vital de su literatura, ya que Mario siempre encarnó el paradigma del poeta infrarrealista, lo que no se resolvió en Bolaño sino a través de la narrativa.

Roberto Bolaño no quería regresar a México, pues también lo consideraba un país lleno de fantasmas, como él mismo dice: “entre ellos el fantasma de mi mejor amigo muerto”, refiriéndose a Mario Santiago, quien como dijimos, en 1998 terminó sus días atropellado, acontecimiento que para Pancho Zapata seguirá siendo un misterio, aunque “probablemente lo que le pasó a Mario fue que tuvo un delirio de muerte”. Atravesó la última de las fronteras, que siempre había reconocido, pues para Bolaño el poeta Mario Santiago sabía distinguir sus propios límites, desde las fronteras del amor hasta: “las fronteras doradas de la ética”. Por eso resulta tan extraña su pérdida. A Mafio le gustaba beber pulque natural en “La hija de los apaches”, pulquería donde escribió el famoso poema MSP, el cual es un homenaje al underground mexicano, poesía solar encarnada en un poeta de noches callejeras. De ahí lo vieron salir por última vez. Aunque seguramente tuvo una muerte horrible, fue capaz de escribir sobre ella unos versos donde la vitalidad y la atroz belleza están presentes de principio a fin: “Mejor largarse así/ Sin decir semen va o enchílame la otra/ Garabateando la posición del feto/ Pero ahora sí/ definitivamente/ & al revés”. Por eso Bolaño nunca quiso regresar a México, para qué ¿acaso para invocar a fantasmas ya lejanos, a sus amigos perdidos en el país de nunca jamás? Tal vez por eso yo también, a la hora de tratar de obtener diferentes datos de sitios, contactos y anécdotas del movimiento infrarrealista, Bolaño se me difumina en la conversación, mientras que Mario Santiago aparece con su bastón de cojo atravesando los muros enrojecidos del Centro de la ciudad.

En la actualidad entre uno y otro infrarrealista no existe un acuerdo generalizado respecto del movimiento, ni de su aparición como personajes en Los detectives salvajes. Incluso Zapata hizo mención de conflictos de carácter más personal. A las hermanas Larrosa, por ejemplo, que formaron parte del infrarrealismo, les molestó mucho lo que escribió Roberto Bolaño respecto a su padre en la novela, ya que argumentan que él era un arquitecto respetable, no un chiflado que les ayuda a los realvisceralistas a publicar una revista literaria, permitiendo además que sus hijas tengan relaciones en la casa familiar. Según Pancho Zapata, quedaron muy sentidas por esto último, como si esto fuese un agravio moral. Aunque las hermanas terminaran demasiado afectadas después del tremendo delirio infrarrealista, Zapata dice que lo que finalmente escribe Roberto Bolaño en su novela es: “una ficción que se empotra con la realidad”, la obra no es tanto una caricaturización de los infrarrealistas como la trama quijotesca donde los cuerdos terminan siguiendo las locuras de los genios, más en el tono de la novela Beat On the Road de Kerouac, con los personajes de las hermanas Bettencourt. Pero lo interesante aquí es por qué después Bolaño se vuelve narrador y ya no se ocupa tanto de la poesía. Si Roberto Bolaño cuando joven quería vivir como poeta, es decir, vivir poéticamente su vida, entonces ¿por qué al final se va de México y persigue el reconocimiento literario desde Europa?

Creo que Bolaño escribe narrativa porque al final de sus días quería alimentar a sus hijos, dejar sus novelas como patrimonio familiar, pues para el autor de El último salvaje y Tres su patria eran sus hijos y no podía considerarse exiliado en ninguna parte donde se hablara la lengua española, cuestión que a Mario Santiago no le importó en absoluto, aunque la publicación de Los detectives salvajes tuviera como consecuencia que el infrarrealismo se diera a conocer. Sin embargo, Zapata es escéptico con la novela, puesto que, indica, había muchas cosas que Roberto Bolaño no sabía de sus compañeros, aunque el movimiento lo ideó él mismo y fue seguido por Mario Santiago, pretendiendo en un principio aglutinar en una vanguardia a los escritores de toda Latinoamérica.

El infrarrealismo terminó siendo algo que Bolaño cumplió en parte en México como poeta y luego en Europa como novelista, mientras que Mario Santiago lo llevó hasta sus últimas consecuencias. Toda real literatura, como dice Enrique González Rojo Arthur, está inconforme con el estado de cosas habitual, con lo irreparable del mundo: “no se puede hablar de una verdadera poesía si es conformista”. El paradigma del poeta infrarrealista se cumplía en el autor de Aullido de cisne y parecía no tener cabida para nadie más. Aunque se conoce el carácter difícil de Mario Santiago, en el fondo peleaba su lugar en la literatura, acorralado en las cuerdas pero sin perder consecuencia o, para decirlo de otro modo, la única mafia del infrarrealismo era Mafio.

Esto explica, en parte, que poetas como Orlando Guillén no se sientan parte del infrarrealismo, huyendo de los liderazgos. Así como, en otro sentido, esto mismo tiene que ver con el resurgimiento del infrarrealismo. A partir de la publicación de Los detectives salvajes, José Vicente Anaya se asumió como poeta del infrarrealismo, una vez que Mario Santiago había muerto. Anaya luego toma la postura de que en realidad existieron muchos infrarrealismos, apoyándose en Heriberto Yépez, y de que el suyo fue un “infrarrealismo crítico”, mientras que Yépez enmarca a Mario Santiago dentro de un “infrarrealismo romántico”. Al denostar la figura de Mario, a Yépez se le olvida que el romanticismo precisamente es un antecedente directo del movimiento de vanguardias. En el caso de Orlando Guillén, cuando reniega del movimiento esto no quiere decir que haya estado lejos del mismo, ya que junto con Mario Santiago y Roberto Bolaño aparece en la antología Muchachos desnudos bajo el arcoiris de fuego, editada bajo el sello de Extemporáneos, que finalmente obtengo con ayuda de Pancho Zapata. Para Efraín Huerta, en la escritura de estos jóvenes aparecía la poesía “desnudamente, muchachamente solar”. Los rastros de lo que fuera quizás la última vanguardia latinoamericana del siglo veinte.

En el pasillo de libreros, Zapata y otros poetas también cuentan la obsesión de Mafio por dejar grabados sus poemas a las tres de la mañana, o cualquier otra hora, en la contestadora telefónica de Octavio Paz. Aparte del anecdotario, esto permite entrever un leit motiv que la novela de Bolaño sugiere en parte con relación a estos dos poetas, extremos de la literatura mexicana. ¿Quién es el verdadero "poeta de Mixcoac"? O dicho de otro modo, ¿quién es el verdadero “poeta solar”? El sol como un símbolo dominante en la poesía, la solaridad es un código que requiere ser revelado. El Octavio Paz de Piedra de Sol y Pasado en claro, deja constancia de su infancia en el pueblo de Mixcoac, al paso que su poesía va mostrando la transfiguración de la luz. Por su parte, Mario Santiago (1953-1998) que por haber nacido en una clínica Mixcoac se consideraba oriundo de allá, entonces se cuestiona ¿por qué pelear el Nobel cuando se tiene el barrio? Un poco como le sucedió a Nicanor Parra con Gabriela Mistral y Neruda, premios Nobel chilenos pero que nunca se ganaron el premio municipal, le sucedía al infrasol Mario Santiago, el del corazón incinerante, respecto a Octavio Paz.

Asimismo, si se va conformando una crónica, las anécdotas no son del todo responsables de que aún no se haya profundizado hasta ahora sobre la calidad literaria del infrarrealismo, o que esté por descubrirse, como considera Juan Villoro, puesto que la literatura y el arte establecen nuevas relaciones con el mundo. En lo que el crítico mexicano acierta es que hay una obra en cada infra por descubrir, la lectura marginal que constituye un punto de partida para construir una identidad propia y con ello una poética donde el infrarrealismo también adquiere una dimensión estética. La marginalidad nos permite hallar en su poesía una búsqueda de “constante, consciente e intransigente ejercicio de heterodoxia”, como escribió el poeta griego y solar Odysseas Elytis, ya viejo, respecto a sus textos de juventud. Es así que el canon literario se reconfigura con el infrarrealismo, al asumir los rasgos de una ruptura respecto a la tradición poética dominante, tratando de implantar otra tradición.

Evidencia de esta heterodoxia es la obra poética que dejó Mario Santiago Papasquiaro, un palimpsesto lingüístico con metáforas brutalmente bellas, en las que se funden elementos vitales al poema: el habla del barrio con la cita “erudita”; el tono estridente y “rupestre” con las múltiples referencias a versos de otros poetas; pequeños homenajes, invocaciones y supervivencias de un lenguaje latinoamericano, violento y atroz, en constante vinculación con otros movimientos; la predilección por el delirio; la incorporación de signos lingüísticos como la &, donde la cuerda del ahorcado jugaba con Mario Santiago. En tanto que ruptura, el infrarrealismo implicaba violentar la realidad desde una poética que persiste en mantener una contraposición con la tradición imperante, así como una identidad que apuntó a distinguir la presencia de una poesía “mexicana” más allá de la ambigüedad en torno a la discusión sobre la existencia de las literaturas nacionales. Los jóvenes infrarrealistas, como dice Bolaño, estaban muy relacionados con el modelo norteamericano de los hippies, con el mayo del 68 en Europa, abiertos a cualquier manifestación cultural, que más que tolerancia: “era hermandad universal, algo totalmente utópico”. En este sentido, se perfilaban con los rasgos de otra tradición, con una concepción de universalidad de la que los Contemporáneos así como el propio Paz tomaron siempre distancia.

Sin embargo, el punto convergente entre Octavio Paz y Mario Santiago, como representante del infrarrealismo, es la disputa por el Sol. Esto se retrata de varias maneras, tanto en el parricidio literario ya expuesto, como en el trama circular de Los detectives salvajes, cuando aparece Ulises Lima caminando por el Parque Hundido y se topa de frente con Octavio Paz, perdido en el laberinto de su soledad, dando vueltas en sentido contrario, en el mismo círculo que dibujan los poetas solares, como en la rueda de la fortuna del poema “Despiadado de mí”, de Mario Santiago: “yendo y viniendo a través de un samsara de sombras”. Según Bolaño, a esa altura de la novela sucede un reconocimiento entre ambos poetas, en una especie de epifanía humorística.

Por supuesto que en realidad Mario Santiago Papasquiaro y Octavio Paz se conocían, había dicho Pancho Zapata en el callejón de los libros; sin embargo, hay una mitificación de la realidad, una exageración verosímil en esto, puesto que en aquella ocasión, en el Parque Hundido, Mafio en realidad tuvo la oportunidad para aclararle a Octavio Paz, de una vez por todas, que él era el legítimo poeta de Mixcoac, pueblo en el que Octavio Paz había crecido con su abuelo Ireneo hasta que partió a los Estados Unidos para residir con su padre, quien en ese momento apoyaba a los zapatistas revolucionarios. El mito se perfilaba en ambos poetas nacidos bajo el sacrificio solar, el sol rojo de Mario Santiago frente a la transfiguración de la luz del sol amarillo y resplandeciente de Octavio Paz. En el imaginario de Bolaño, Ulises Lima marcaba la pauta de la discontinuidad con lo establecido y al mismo tiempo, rendía un homenaje a Mario Santiago, con los ojos de un amigo lejano que ve al poeta en un espacio de reconciliación con la otredad, “mediante la palabra”, para usar las palabras del propio Octavio Paz, a quien finalmente Bolaño tenía como un escritor de excelentes ensayos y autor de cuatro poemas que aún podía leer sin que le disgustasen.

Sin embargo, más allá del imaginario reconciliatorio de la novela, como apuntó Heriberto Yépez, en la tradición literaria mexicana existe una dualidad en discordia, desde la tradición de los estridentistas versus los Contemporáneos, esto es, entre la visión de vanguardia y la del “grupo sin grupo”. La poesía, en ese contexto, no deja de tener una marcada herencia europea, en parte ortodoxa, por el tratamiento de su codificación, lo que se traduce en un sistema de valores en el cual se impone la premisa del ninguneo entre escritores o el total desconocimiento, de facto, del contemporáneo, además de una terminología clerical donde el canon considera a la literatura como “palabra sagrada”. En su relación de poder en distintas dimensiones, muchas veces el poeta terminó peleando una guerra que no era la suya, aunque la suya en principio consistía en una guerra simbólica por el Sol, como en la concepción de Robert Graves donde el sacerdote, aliado con el poder militar, justificó el dominio de unos sobre otros a partir de la conquista, mientras que la voz poética quedó en lo proscrito.

En Occidente, si el poeta quiere volver a la tierra imperial que le acogió algún día, tiene que acudir nuevamente a los códigos solares. Los cantos de Ovidio de nada sirvieron para que César Augusto lo perdonase; aunque, por otra parte, si nos ponemos del lado de Platón: “no hay que creerles mucho a los poetas”, puesto que la literatura también es invención (o un poco de mentira, como observa Vargas Llosa al respecto de la relación entre literatura y política), donde el discurso clerical se impone frente a una poesía que profana al lenguaje mismo. Así también, en México no tenemos poetas proscritos, sino sacerdocios, con catedrales y capillas, que protegen la poesía como palabra sagrada. Octavio Paz y su contraparte, Mario Santiago, trazan las heridas por donde podemos vislumbrar este horizonte. En el camino de Santiago, Mario hace penitencia al cielo, con un caracol en la mano, mientras que Octavio Paz, con su piedra de sol, que es el libro, hace penitencia en otra de las pirámides. Preparados ambos para arrojarse al fuego que los hará perdurar en la tradición mexicana, su verbo es imperante y solar. Uno desde lo marginal, el otro desde lo oficial, pero ambos dibujan el círculo de los poetas solares. Con sueños demasiado cargados, Mario Santiago se asumió como “le écrivain”, postura que reafirmó aún cuando era ninguneado por la mafia literaria, liderada por Paz. “Los conozco a todos”, decía Mafio, pero ninguno le daba trabajo o la oportunidad de publicar por su condición de infrarrealista. Vacilaciones convertidas en eternas caminatas para extraer, al final del día, la poesía que quedaba como sustrato de la realidad, a través de atajos que lo llevaban al poema y viceversa, cuando los infras buscaban decapitar al sol a la caída del ocaso. Efraín Huerta admitió entonces que le fue arrebatada su cabeza solar y lo mismo tratarían de hacer los infras con Octavio Paz.

Efraín Huerta y Octavio Paz pertenecieron a una misma generación; cuando eran jóvenes participaron juntos en la revista Taller, luego se distanciaron por cuestiones ideológicas, hasta que Paz abrió una disputa poética cuando Efraín Huerta publicó sus “Poemínimos”, donde Paz dijo que eso no era poesía sino chistes y Efraín contestó que esa opinión coincidía con lo que había dicho su pequeña nieta cuando "Infraín" le había leído algunos de esos poemas. En los años setenta, ambos poetas reconocían una incertidumbre generacional respecto a la necesidad de continuar con la tradición a partir de la ruptura, que para Efraín Huerta se encarnó en los infrarrealistas, mientras que Octavio Paz terminó por favorecer a un séquito de jóvenes en las publicaciones, los apoyos y el reconocimiento institucional.

Como ya hice mención, a principios de los ochenta —lo reitero porque nací precisamente en 1982—, Octavio Paz organiza el “Encuentro de Generaciones”, apoyado por el PEN Club, donde invita a leer junto a él a David Huerta, para marcar la pauta en los escritores jóvenes y que se agruparan en su corriente, si es que querían ser reconocidos y publicados. La disputa de Paz con Efraín se cifró en que el propio hijo de "El Cocodrilo" podía responder a los intereses de Octavio Paz. El hijo pródigo que regresa y es acogido por un nuevo Padre, tal como Paz fue acogido en su momento por los Contemporáneos, quienes a su vez a lo largo de sus vidas dejaron registrado el constante regreso al aparato estatal, hacia las cúspides de una élite intelectual que intentó operar desde el gobierno.

Así confluyeron diversos motivos por el que dio comienzo la insurrección infra, que da constancia en el momento en que acontece el boicot de la lectura del “Encuentro de Generaciones”, que intentaba ser al mismo tiempo un “rictus” de iniciación establecido por Octavio Paz, quien trataba de transferirle el Sol a David, ante la posible pérdida de la tradición, siendo que aquella ocasión declaraba que “la amenaza" (de la tradición literaria) "no venía de la negación de unos cuantos jóvenes rebeldes, sino de la indiferencia y de la ignorancia”. Una tríada de infras, presentes en aquella lectura, quizás se tomaron esto de manera demasiado personal, pero lo cierto es que quería llevar a cabo una contraposición ante esta toma de postura del patriarca. En todo caso, al negar al infrarrealismo como amenaza, Octavio Paz estaba afirmando su existencia. Sin embargo, el poeta solar jamás le dio importancia en lo que dictaminaba como importante dentro de la literatura, por lo que el movimiento tampoco entraba en sus intenciones de sucesión generacional, menos si reivindicaban una vanguardia, como dice Mario Raúl Guzmán, “patética” por “extemporánea”.

Para Octavio Paz, David Huerta se había distinguido desde su primer libro: “como una voz inconfundible. Un verdadero poeta es un astro con su propia luz… este encuentro es para mí una suerte de confirmación en el sentido religioso y sacramental de la palabra”. Para el patriarca, leer poemas al lado de un poeta joven lo confirmaba como parte de la tradición mexicana, donde: “la tradición poética no es una repetición sino un perpetuo comienzo”. Pero entonces, ahí se encontraban Mario Santiago, Pedro Damián y "El Booker", escuchando cómo Octavio Paz le dedicaba un poema a David, cuyo tema era precisamente la transfiguración de la luz. Fue ahí que Pedro Damián se levantó a proferir reclamos con sorna cuando Paz hablaba acerca de la luz, hasta que terminaron sacándolos de la librería donde se llevaba a cabo el “Encuentro de Generaciones”, abucheados por parte del público, puesto que de este modo habían interrumpido el "rictus" solar que Octavio Paz quería implantar para el reconocimiento fundacional de una generación venidera. Así los infras entonces salieron a la calle, una veintena de mujeres y hombres, como Lisa Johnson, Jorge Hernández, Juan Esteban Harrington, Estela Ramírez, las hermanas Larrosa y los hermanos Méndez, entre otros, se dedicaron a escribir poesía lo mismo que "patear las banquetas", como dijo en otra entrevista Bruno Montané.

Los jóvenes que ahora tienen la edad de los infrarrealistas de entonces, nacieron en los ochenta y tienen entre veinte y treinta años, el mismo tiempo desde que Octavio Paz convocó al “Encuentro de Generaciones”. Pero ahora habría que preguntarnos si hemos asistido al nacimiento de otra generación, pues ¿qué es lo que pervive aún del infrarrealismo? Eran las dudas que asaltaron en su momento al editor de Perros del alba y son las mismas que me vuelvo a plantear, instalado en un viejo edificio del Centro Histórico de la Ciudad de México, donde me he dedicado a escribir esta crónica al resguardo de la lluvia.

En este mismo sentido fue que la poeta Estephani Granda Lamadrid, a quien conocí por los premios de literatura en homenaje a Enrique González Rojo Arthur, en donde ella fue galardonada, me propuso que realizáramos un ciclo de lecturas de poetas nacidos en los ochenta. Llevamos a cabo tres sesiones en distintos cafés culturales y nos sorprendió ver que acudieron más de una veintena de poetas, quienes mostraron una pluralidad de propuestas y poéticas con calidad, expresión y una experiencia adquirida más allá de los años, pues la literatura brinda esa posibilidad, donde nuestra generación ha estado conformándose a partir de la disposición al mutuo reconocimiento, prestándose como absurda la actitud del ninguneo al prójimo o contemporáneo, quizás porque las condiciones que la realidad mexicana actual nos impone, persiste la sensación de que: “no estamos como para seguir negando la otredad”, como sentenció Max Rojas al respecto de una cultura oficial que así le conviene que sigamos. En ello creo que se trasciende el conflicto histórico de las generaciones literarias.

En el marco de estos encuentros, conocí a escritores jóvenes interesados en el movimiento infrarrealista. Me contactó un amigo, Alberto Guerrero, desde Zacatecas, quien vino a las lecturas y le busqué alojamiento. Se encontraba haciendo su tesis sobre el infrarrealismo. Platicamos y me dijo que quería en algún momento visitar los lugares que pisaron los infras. Decidí llevarlo a pulquerías, a algunas calles, al callejón de los libros y a Donceles. En el laberinto de los libros interminables, encontramos al estridentista Maples Arce y también buscamos, sin éxito, alguna publicación de la editorial Al este del paraíso. Visitamos entonces a Pancho Zapata, quien nos prestó nuevamente Muchachos desnudos bajo el arcoiris de fuego, para que le sacáramos copias. Ya por la noche, nos sentamos a tomar un café, Granda Lamadrid también nos acompañó y hablamos de lo que fue el encuentro literario, de la novela de Bolaño 2666, de si somos o no una generación literaria. “Los nacidos en los ochentas fuimos los de las crisis y todo avanza muy rápido”, dijo Alberto Guerrero. “Literariamente dibujamos un círculo similar al infrarrealismo, pero estamos en diferente órbita; no nos sentimos en la orfandad de las generaciones que nos antecedieron, ni estamos en una situación de conocernos por entero”. Concluimos que más allá de que uno se declarase neoinfrarrealistas o pos-infrarrealistas, hay una influencia o aportación decisiva del infrarrealismo en otros términos mucho más fecundos. En todo caso, si con el infrarrealismo la tradición de la ruptura implicó la conformación de una generación a partir de un contrapunto necesario a la voz del propio Octavio Paz, nuestra generación habrá de alcanzar un horizonte más amplio, donde incorporemos lo más valioso del quehacer literario en México desde cada punto del país, descentralizando el movimiento más allá de las dicotomías en eterna confrontación.

Por otra parte, la solaridad no es propiedad única de los heterodoxos, ya que sería tanto como decir que entre los Contemporáneos sólo había poetas solares, cuando en realidad sólo es Carlos Pellicer quien plantea esta entrega al tema y fondo de su poética, mientras que Villaurrutia y Gorostiza fueron poetas nocturnos. Lo mismo para los infras, no se puede determinar si el tema preponderante es lo solar, o si para ellos, lo solar fuese un canon a destruir. En todo caso, desde esta posición, se pueden recodificar algunos de los esquemas con que se ha pensado la literatura y su patriarcado, con la finalidad de superar y dar una salida inteligente a una confrontación que, a decir de Heriberto Yépez, viene desde los estridentistas y los Contemporáneos.

Juan Villoro ha comentado que Mario Santiago Papasquiaro al final de sus días había perdido el sentido de autocrítica, mentaba madres lo mismo si le disgustaba la forma en que halagaban o denostaban su poesía. Por eso resulta cuestionable el giro crítico que intenta darle José Vicente Anaya a su infrarrealismo, a través de Heriberto Yépez. Del manifiesto programático que proclamó el movimiento infrarrealista, parece que sólo quedó un proyecto trunco. Sin embargo, a Mario Santiago esto no le importó, pues a decir de Víctor Roura, a él nunca le interesó la perfección y en ello adquiría una actitud y un sentido, con una postura que perfilaban una poética donde la actitud vanguardista aún no había dado todo de sí. Poco después de la adolescencia, bajo la influencia Beat, Mario Santiago publicó la revista Zarazo y tradujo a Ginsberg, siendo la excepción infra que confirmaba la norma de lo marginal. Por otra parte, si la marginalidad surge de la alta cultura, Mafio es un joven que aunque haya nacido en el seno de una clase media, en 1975 vive en un barrio popular, poniendo en movimiento una poética que relaciona, entre otras cosas, las frases populares con la influencia mítica y el caló callejero con el rigor de la poesía. En su trato cada vez más difícil, en los años noventa se enemistó con casi todo mundo, llegó a pelear con antiguos compañeros, como Orlando Guillén, en una querella de bastonazos que aún se rememora entre algunos comerciantes del Centro Histórico. Sin embargo, Orlando Guillén, quien ahora radica en Barcelona, recuerda que también se trataron con respeto y que llegó a querer mucho a Mario Santiago.

Desde esa distancia con el mundo, Mario Santiago Papasquiaro sólo podía seguirle teniendo un gran aprecio a Roberto Bolaño y su intolerancia final quizá deviene del sistemático desdén que le tuvieron, pero también de una heterodoxia que se fue perdiendo en la ortodoxia de lo que combatía. El sol rojo de Mario diciendo que la poesía mexicana se dividía en dos: “ellos y nosotros”, el infrarrealismo. Autoexclusión y autoproclamación de un canon diferente, inmerso en un medio literario tan corrompido como el nuestro. En ese abanico de facetas, me quedo con el Mafio del famoso poema MSP, donde vierte su visión pugilística de la vida: tomar impulso desde las cuerdas —pues uno se encuentra asediado por los golpes—, “& fajarse la madre en el centro del ring”. Ahí habita, como una perra en celo, la neta del infrarrealismo. Aunque estés acorralado por lo golpes, hay que aceptar la pelea. “Mejor largarse así”, sentencia Mario Santiago Papasquiaro. “No hay nada que no le deba todo a la vida”, complementa Bolaño en una entrevista frente a la pregunta de qué era lo que sus novelas le debían a la vida.

En esto se relaciona mi última actitud hacia el infrarrealismo. Sin dinero, arrinconado por los golpes bajos del desempleo, con el sueño de una librería que se me fue de las manos, comencé de nuevo con el viaje incesante que es la literatura, escribiendo en callejones y cantinas, aprendiendo de los que venden libros, propios y ajenos, de mano en mano, como un nómada de las corrientes de la vida y los atajos que nos evaden, por el momento, de la muerte; tratando de develar lo que será del futuro. Después de todo, como dice Roberto Bolaño, el infrarrealismo es ante todo: “un estado del alma”, donde los cuerpos, hechos poesía, quedan sujetos a sus ruinas fecundas: “el árbol rojo caído que anuncia el principio del bosque”.





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