Por Silvia Esquivel Navarro
La realidad laboral en México ha ido configurando nuevas dinámicas y relaciones entre la sociedad, la familia y el individuo, que afectan a los jóvenes, desde la inserción de la fuerza laboral por parte de las mujeres jóvenes en los diversos sectores, en las últimas décadas, y su papel sustancial en el sustento del hogar; hasta las transformaciones que ocurren en la estructura socioeconómica en un contexto de crisis constantes. Según datos del Consejo Nacional de Población (CONAPO), la transición demográfica ha contribuido a modificar el escenario en el cual se forman y desenvuelven las familias y los individuos.
El número de hogares se ha incrementado visiblemente, al pasar de 6.8 millones en 1960 a 22.7 millones en el año 2000. Además, los hogares han experimentado la reducción de su tamaño promedio, aun cuando el tipo de hogar más común en el país sigue siendo nuclear, aquellos hogares que no responden a este modelo son cada vez más frecuentes que hace poco más de dos décadas, denominados en un principio como unidades domésticas “no familiares”, terminan dando lugar a nuevos tipos de familia. En 1976 comprendían 4.8% del total de hogares del país, mientras que para el año 2000 habían alcanzado casi 7%, cuyo incremento se debe a que los hogares formados por una persona han aumentado su peso relativo, de 4.2% del total de unidades domésticas del país a 6.5% respectivamente.
Lo anterior pone en crisis el tipo tradicional de familia que ha sido reconocido por el Estado y sus instituciones, con formaciones nunca antes reconocidas, que se han visto reflejadas, por ejemplo, en la discusión sobre propuestas de leyes que acepten la adopción de infantes por parejas del mismo sexo, hasta modificaciones que la propia sociedad impulsa, mediante arreglos de acuerdo común, que incluyen ampliaciones por aceptación de nuevos miembros.
Abarcando un espectro amplio, esto incluye a los jóvenes, tanto aquéllos que en lo colectivo comparten un mismo espacio de convivencia, en donde se tiene un proyecto de vida, con derechos y obligaciones que acuerdan, como también profesionistas que deciden independizarse o aquéllos que, viviendo en zonas metropolitanas, cambian de domicilio para mantener sus empleos. Todos buscan lograr mejores condiciones de vida, pero tanto en las políticas sociales gubernamentales como en la construcción de la autonomía efectiva por parte de la sociedad civil, esta labor se encuentra pendiente.
Los jóvenes que provienen de núcleos tradicionales, así como de los nuevos tipos de familias, en México suman 20.2 millones entre los 15 y 24 años de edad, de los cuales 10.4 millones son adolescentes de 15 a 19 años y 9.8 son adultos jóvenes de 20 a 24 años, siendo que en conjunto, representan cerca de la quinta parte de la población total del país. Sin embargo, aunque es la población económicamente activa por excelencia y que ha alcanzado niveles educativos superiores a los de generaciones pasadas, prevalece una carencia de opciones y oportunidades en el ámbito laboral, con lo que la presión social que la institución familiar ejerce sobre estos miembros ha aumentado en detrimento de sus propias expectativas de vida y participación ciudadana.
Aun cuando la población se encuentra inmersa en la recurrencia de las crisis económicas tanto locales como globales; la precarización del mercado de trabajo; la compleja situación de seguridad en un entorno de creciente violencia; la amenaza a la sustentabilidad del medio ambiente, entre otros aspectos, el momento actual exige ambientes propicios para la inversión en acciones públicas orientadas hacia la juventud. Para ello, es necesario reconocer las necesidades específicas de los jóvenes, teniendo en cuenta que no se trata de un grupo homogéneo, sino que incluso al interior de esta población, las diferencias de género, generación, origen étnico y estratificación socioeconómica, pesan de manera notable en diversos aspectos de su comportamiento y desarrollo.
La incorporación al mercado de trabajo es una de las transiciones más relevantes en la trayectoria de los individuos. En una sociedad en la que los medios necesarios para la subsistencia y el bienestar deben ser adquiridos con recursos monetarios, contar con un empleo remunerado se vuelve imprescindible. En el caso de los jóvenes, además, el trabajo implica un paso más hacia la emancipación y la autonomía, no sólo respecto al hogar de origen, sino a su proyecto de vida, donde el trabajo es factor fundamental para la identidad, expectativas y aspiraciones del joven.
En México, cerca de la mitad de la población entre 15 y 24 años se dedica a trabajar y el escenario actual respecto a su participación laboral es, por lo menos, contrastante, resultado de ello es que a mayor escolaridad menor oferta de empleo, donde el capital dicta lo que la educación debe ser, lo cual conlleva a que los profesionistas estén “sobrecapacitados” desde la perspectiva del mercado laboral, requiriendo sólo de la formación técnica. Ejemplo de esto ocurre en Ciudad Juárez, sumergida en el deterioro del tejido social causado por cuestiones político-económicas que sólo alcanzan a visualizar a la maquila como el único eje central de su economía, por ende su capital humano se destina a esta traza productiva, sin posibilidad alguna de elegir más allá de carreras técnicas, ingenierías o administrativas, rezagando carreras que tienen que ver con lo sociocultural, siendo así, que la vida cotidiana se mueva con la misma lógica seriada de la línea de producción.
Las condiciones de la precaria economía nacional y la inestabilidad del mercado internacional, se traducen en las diversas crisis experimentadas en los años recientes, lo que ha contraído el mercado de trabajo formal, incluso en el sector maquilador, y ha dificultado la generación de nuevos empleos. A la par, ante la necesidad de obtener recursos, se fortalece el sector laboral informal, con el consecuente riesgo de desviación de los recursos hacia actividades ilegales. Más aún, a decir de Portes y Haller, el mismo trabajo formal se ha flexibilizado de tal forma que mediante estrategias de subcontratación, debilitamiento e inestabilidad de las prestaciones laborales, entre otros, la actividad formal corre el riesgo de dejar de representar una ventaja real sobre la actividad informal.
De este modo los jóvenes se enfrentan a distintos problemas. Los que estudian se ven empujados a postergar la conclusión o abandonar sus estudios, con el fin de buscar, obtener y conservar un empleo; otros tendrán la opción de seguir estudiando “indefinidamente”, con la incertidumbre de saber si al finalizar su carrera podrán encontrar un trabajo adecuado a sus capacidades y conocimientos; algunos más, ante la realidad de incorporarse de manera temprana a la actividad laboral (cada vez más en el sector informal), tienen la imperiosa necesidad de obtener recursos suficientes para continuar con su formación o, en su caso, cumplir con sus responsabilidades familiares para poder mantener a miembros también jóvenes para que no trabajen y puedan estudiar, dependiendo en buena medida del estrato socioeconómico del hogar de origen. Las familias con menores recursos tenderán hacia la inserción temprana de sus miembros en el mercado de trabajo como estrategia de sobrevivencia agudizada en tiempos de crisis, con el consecuente impacto en la reproducción de la pobreza y vulnerabilidad de generación en generación.
La crisis económica ha perjudicado a todos los niveles sociales, tanto hombres como mujeres de cualquier edad. Pierre Salama destacó la hipótesis de que en países de Latinoamérica es mayor el índice de violencia, derivado de las condiciones económicas. La dinámica que se ha observado en los últimos años no solamente se registra por la intención de buscar poder o estatus, sino también estabilidad económica. Conjuntamente las mujeres, que tienen una destacada aportación a la economía familiar, han tomado una mayor participación en el crimen organizado. Tomando las cifras sólo de Ciudad Juárez, para darnos una idea del problema, en los primeros ocho meses de este 2010 se rebasó la cifra total de asesinatos de mujeres de todo el año pasado. Hasta el pasado 17 de agosto sumaron 169 feminicidios, mientras que durante todo el 2009 la cifra fue de 164 y en el 2008 se dieron 87. Las estadísticas oficiales establecen que el 70 por ciento de los casos de crímenes de mujeres está relacionado a la delincuencia organizada y el resto, a la violencia de género o familiar, no rebasando los 25 años. En el número de ejecutados alrededor de 40 por ciento son muchachos menores de 25 años, incluyendo mujeres. Años atrás no se veían menores ni féminas de 18 años en este tipo de actos, pero parece que las reglas están cambiando. En la actualidad, cada vez son más los habitantes de entre 16y 23 años que son asesinados sin piedad y frente a los ojos de la población.
Son jóvenes los acusados, detenidos y/o asesinados, que han aumentado desde que el gobierno de Felipe Calderón declarara la “guerra contra el narco”, denunciada por la propia ciudadanía como estrategia ilegal e ilegítima. Las extorciones, secuestros y ejecuciones, prevalecen con tal impunidad, hacia un gran número de la población que se vuelve enemiga para los cárteles en “disputa”. Es evidente la incorporación de jóvenes al crimen organizado; pero en la mayoría de los casos la inserción se da por la falta de oportunidades de empleo bien remunerado, incluso para estudiantes universitarios, a quienes les resulta muchas veces una opción bastante tentadora.
Los jóvenes en su caso, siendo el grueso de la población (y el grupo más golpeado por la política militarista que ha implementado el gobierno federal) se enfrentan a la desesperanza de que al culminar la secundaria desgraciadamente se topan con dos grandes obstáculos: el primero, el acceso a los niveles de educación media superior y superior se ha visto reducido de tal forma que, como opción B, les quedaría ingresar a escuelas privadas, lo que obliga a los adolescentes a abandonar sus estudios al no poder pagar este tipo de educación. Se proponen entonces buscar trabajo y ayudar a sus familias. Ahí es cuando llega la segunda decepción: no hay empleos y menos para personas sin experiencia, y quienes logran conseguirlo tienen un sueldo sumamente bajo o pasan a formar parte de la estadística que va en aumento de los adolescentes-jóvenes que se convierten en los oficialmente llamados “ninis”, que sin estudios y sin dinero no saben qué hacer y es donde el crimen organizado se convierte en una fuente de “trabajo”.
Ante la continua guerra que se vive en Ciudad Juárez, las bandas delincuenciales buscan reclutar la mayor cantidad de personas para que hagan el "trabajo sucio" y luego utilizarlos como chivos expiatorios. Por supuesto, los jóvenes resultan el blanco perfecto: sin educación, trabajo, ni oportunidades, se dejan llevar por los lujos, el dinero fácil, automóviles, ropa de marca, alhajas de oro, drogas y el poder que esperan poseer. Asimismo los jóvenes empleados por el narco cada vez son más conscientes de las dos caras de la moneda que el crimen organizado rápidamente les mostrará: cárcel o muerte. Pero ante la falta de empleo, parece no haber otra opción. Incluso para los jóvenes se crea una narcocultura que hace “aceptable” esta realidad tan devastadora.
En la década de los noventa, las víctimas que se involucraban en este mundo de "poder" eran de 25 a 30 años; hoy son jovencitos de 16 a 24. Mientras la Procuraduría General de Justicia indica que la mayoría de las víctimas del crimen organizado tenían vínculos con la delincuencia, especialistas en la materia aseguran que ni siquiera contaban con historial delictivo, lo que revela que para el narcotráfico los jóvenes son sólo mano de obra barata, desechables y reemplazables, a quienes el crimen organizado les fue pagando cada vez menos, de 400 a 100 dólares semanales en tres años. Su trabajo por lo regular es el transporte, resguardo y en ciertas ocasiones, la venta de droga y armamento. En Ciudad Juárez también es frecuente que jóvenes estén cuidando a víctimas privadas de su libertad y cada vez es más frecuente verlos cobrar la “cuota de protección” a cada negocio de la ciudad. Así también se alimenta un estigma en el cual, además del saldo de muertos cotidiano, continuamente se puede observar en las presentaciones de resultados obtenidos de las corporaciones policiacas, a jóvenes y no a los verdaderos criminales. Y debido a que a los criminales no les interesa que los jóvenes "empleados" sean personas que apenas inician su vida, los asesinan para enviarse supuestos mensajes de cártel a cártel, dejando a los padres desolados: los jóvenes son la carne de cañón para mantener la línea de fuego, ante la indiferencia de las autoridades.
El Estado ha dejado de cumplir con políticas para el desarrollo social, que implica principalmente Desarrollo Económico y Humano, donde se deben proveer ciertos servicios o garantías sociales al total de los habitantes del país, mientras que la sociedad parece ir perdiendo la capacidad de asombro: en cada ejecución hay algo diferente, algo nuevo, pero la población ya sabe que el narcotráfico así "trabaja" y siempre mostrará más sorpresas, mientras tanto, la autoridad sólo recoge y manipula estadísticas, sin preocuparse por combatir la problemática de fondo y evitar que más adolescentes y jóvenes sigan siendo asesinados y empleados por grupos delincuenciales que se aprovechan de la crisis económica que hasta la actualidad persiste en nuestro país y Ciudad Juárez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario