En las primeras planas de los periódicos, en agosto de 1982, un mes antes de mi nacimiento, apareció la noticia: "Fuga de capital en México por 40 mil millones de dólares". Qué buenas nuevas para dar a luz. Así es, en lo que la sangre fluía del vientre de mi madre hacia el cordón umbilical, al mismo tiempo, como un torrente desaforado, la especulación del capital anunciaba ya su engendro financiero. Veintiseis años después, me he refugiado de la tormenta que inunda la Ciudad de México. Estoy en el Chanti Ollín, con un charco metido en cada zapato, forastero de la lluvia y de la depresión (económica). Mi reciente incorporación al ejército urbano de desempleados, en su mayoría jóvenes, en no pocos casos con estudios superiores, me hace platicar lacónicamente con los residentes de este edificio ocupado. Doy gracias a la hospitalidad con trabajo colectivo y nos dedicamos la siguiente hora a desmontar un baño ecológico, ubicado en el techo, para volverlo a colocar en la planta baja del inmueble. Luego Youalli G., residente del Chanti, saca su nuevo disco de hip-hop y nos ponemos a escuchar, pero no logro concentrarme en lo que dice, así que sólo me dejo llevar por el ritmo. Surge la angustia, ¿cómo le voy a hacer para sobrevivir? De pronto entendiendo: uno mismo representa el costo de las sucesivas devaluaciones acumuladas; junto con mi generación fuimos el vaticinio de la crisis, crecimos en ella y ahora nos sigue acompañando; ascenso de la cuota literaria para los paises en desarrollo, pues sólo el porvenir y la imaginación de la escritura, ha valido una cuantiosa descapitalización de miles millones de dólares, sumado al costo de todos los proyectos culturales que ya superan, por mucho y con intereses, el dinero que sigue su curso hacia la alcantarilla de Wall Street. Los poetas no resultan nada rentables, así que sólo queda esperar que me sigan dando guarida estos hombres que sobreviven a la encrucijada. Con razón desde Platón y luego con Augusto, ya los desterraban. Pero aún así, da gusto nacer bajo el signo de la pobreza, porque, como dice Séneca, las cosas buenas que pertenecen a la prosperidad, han de desearse, pero las cosas buenas que pertenecen a la adversidad, han de admirarse. Entre estas divagaciones, pasó el tiempo tras la tarde lluviosa del mes de septiembre, en los umbrales de mi próximo cumpleaños, dando sorbos al pulke de ajo de los compas del Chanti. Por la madrugada, alguien me pasó una cobija, como si viniera del séptimo círculo del infierno hacia Comala o, mas bien, de Guatemala a Watepeor. Me quedé solo, extrañamente frente al televisor, viendo el largometraje de animación Waltz with Bashir (2008), dirigida por Ari Folman, que ya me había recomendado Juan M. Fernández, desde Ciudad Juárez, a través de su blog "entrecaos" (visítenlo), en donde un ex soldado judío trata de encontrar los recuerdos perdidos en su memoria, sobre la intervención del ejército israelí en Líbano y la matanza perpetrada por la Falange Cristinana a palestinos refugiados, que aconteció allí en 1982, precisamente el año de la fuga de capital por 40 mil millones de dólares, el precio tazado por la muerte de niños palestinos. Estas son ahora las condiciones. Sin empleo, sin sueño y sin preocupación metafísica, pernocté en los susburbios de las ruinas, imágenes cinéticas perpetrando el alba con la quimera de mi ensueño. Por la mañana, antes de partir al estruendo citadino, Youalli G. me regaló su disco y se puso a rapear los distintos nombres de la mariguana.
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