martes, 12 de abril de 2011

"No nos han derrotado todavía"

Lucha Libre fronteriza

“Con este pinche frío ahora ya puedes decir que en verdad conoces Ciudad Juárez cabrón”. Me había dicho Alejandro, a finales del año pasado, cuando llegó por mí en su nave fronteriza para ir a las luchas. Mientras nos dirigíamos al centro de la ciudad, tiritando, el paisaje montañoso se nos fue descubriendo de un blanco que inspiraba una absoluta tranquilidad. Pero no había motivos para confiarse, la naturaleza es cruel, su belleza convive con la brutalidad y la presencia de los federales en las calles nos recordaba a cada momento los días sangrientos. En el periódico había un encabezado que decía: “Ni el frío los detiene”, con la imagen de cuatro jóvenes masacrados.

Venía con nosotros Francisco, un compa de Alejandro que, por tanto, también es mi amigo. En el tiempo que eran estudiantes editaron una revista de ciencias sociales con apoyo de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Ahora Francisco estudia su doctorado en letras en Arizona y también había venido de visita a pasar navidad y año nuevo con su familia. Acaba de publicar un libro de crítica sobre la obra de Salvador Elizondo y traía varios ejemplares en su mochila. Me regaló dos de éstos, con mi promesa, aún pendiente, de hacerle llegar un comentario por escrito y subirlo a este blog.

Intentamos esquivar los retenes, pero fue imposible. En cada avenida que tomábamos podíamos distinguir, cuadras más al fondo, las luces de las patrullas. Entonces dábamos vuelta y más adelante, nos topábamos con otro retén. Nuestro afán de huida puso en alerta a la policía y nos empezaron a seguir. Nos detuvieron y una lámpara que inspeccionaba el interior del auto me deslumbró. “A ver, qué traen ahí”, dijo el comandante. Estaba nervioso y lo único que atiné fue abrir el libro de Francisco y comenzarlo a leer. Cuando Francisco le mostró los libros, el policía se sorprendió: “son sólo libros, yo soy el autor”. Si no hubiera sido por ese pequeño detalle, seguramente nos habrían levantado, pero la literatura en ocasiones te puede sacar de serios aprietos.

Vivir en Juárez es como practicar un deporte extremo. Simplemente salir implica un riesgo. Los habitantes saben que en cualquier momento pueden recibir una llamada de extorsión o enterase de la infame noticia de que han secuestrado o asesinado a un hijo. Sin embargo, la vida tiene que seguir. “Ni modo que ya no salgamos a la escuela, al trabajo, de compras al supermercado o salir a divertirnos. Pero parece que eso es lo que quiere el gobierno, mantenernos paralizados”, nos comentaba Alejandro mientras entrábamos a Bellavista, en el centro de la ciudad, una colonia histórica en aquella frontera.

Pero no todo está perdido en Ciudad Juárez. Uno de esos reductos donde la vida puede abrirse a la esperanza, es precisamente un ring de lucha libre o la presencia activa de los jóvenes poetas. Cuando llegamos al Arena Club Deportivo Unido, para mi asombro vi cómo iban llegando las familias con sus niños. Le pregunté a Alejandro que si en el Arena Club, sobre todo por estar en el centro de la ciudad, zona por demás peligrosa ya que es el último bastión del grupo criminal “La Línea”, no se había suscitado alguna balacera. “Afortunadamente no”, me contesta, “pero todos sabemos que en de la noche a la mañana cualquier negocio puede cerrar debido al cobro de las cuotas”.

El Arena Club no es muy amplio, apenas cabe un ring profesional, pero tiene gradas en los cuatro lados, muy verticales, con lo que pueden caber más personas aunque la estructura se tambalea. El baño, eso sí, daba asco. Nos sentamos a esperar que iniciara la primera contienda, los niños corrían sobre el cuadrilátero, como desquiciados se aventaban, se revolcaban en la polvosa lona. Uno trató de subirse a la tercera cuerda pero su mamá lo regañó. Cuando apareció el primer luchador, empezó el griterío, algo que se les da muy bien a los juarenses.

Alejandro me puso al tanto de quién era ese luchador: “Ese es Peluchín, dueño de este lugar. Ha tenido una trayectoria destacable aquí en la frontera, debutó en la arena México de Juárez, fue alumno de Baby Sharon, Máquina 45, Avispón Verde y Cinta de Oro. Siempre ha estado del bando de los técnicos, alternando con grandes luchadores como el Hijo del Santo, Blue Demon, Latin Lover, Abismo Negro, Cibernético, Sangre Chicana, Dos Caras, Octagón, Rayo de Jalisco, Cassandro, Pimpinela Escarlata y Mayflower”.

Con su amplia exposición, me quedaba más que claro que Alejandro es un fiel amante de este deporte e incluso después me confesó que lo practicaba en El Paso. “Peluchín formó parte del trío conformado por él, Chuchín y Pinpón. Actualmente continúa con su carrera. Junto a Peluchín II hacen el dúo dinámico en el Arena Club, donde además es maestro de Lucha libre y donde se han presentado figuras importantes como Súper Muñeco, Solitario, Tinieblas Jr, entre otros”. Más rápido de lo que pensé, empezó la primera pelea de tres contra tres: “La familia maldad” contra “Los rockeros”. Éstos últimos estaban muy flacos y no tardaron en perder la primera y luego la segunda caída. Pero le echaban ganas y hacían varias suertes y piruetas, aunque esto no impedía que una señora de las gradas les mentara la madre. Y es que “La familia maldad” estaba en su territorio.

En la segunda pelea apareció un hombre sin máscara, muy moreno, de mediana estatura, un tanto pelón y con bigote tupido. “Ese durante el día es policía municipal, pero le gusta ser luchador y así se ha ganado a la gente”, me dice Alejandro, quien para ese momento saca dos latas de cerveza que nos bebemos de manera discreta. “Ya me lo imagino pidiendo su mordida”, le digo a Alejandro, pero él considera que no todos los policías municipales son corruptos.

Entonces mejor cambio de tema y le pregunto a Alejandro que a su parecer cuál ha sido el máximo personaje de la lucha libre en Juárez, si en la frontera norte también aclaman a El Santo o tienen otros héroes. “Aquí vivió Gory Guerrero, compañero por mucho tiempo de El Santo, también padre de la dinastía Guerrero, Eddy Guerrero ex campeón de la WWE. Vivieron en la colonia Chaveña y después en El Paso. También son famosos Fishman, Flama Roja, Cinta de Oro, Rocky Star, Gacela del Ring, Ariel el Gato Guerrero, incluso Konnan aquí se dio a conocer”. Nombres van y vienen mientras al policía luchador le están aplicando una llave tremenda. La gente está frenética, el barullo está a todo lo que da. En verdad que el encuentro luchístico parece ser un auténtico desahogo.

Cuando acaban las luchas, salimos de nuevo al frío. Neva sobre Ciudad Juárez, es hermoso. Vamos a un antro de la “zona de seguridad” que han implementado los federales, en el Paseo “Triunfo de la República”. La escena no es muy amigable, pues antes de entrar vemos en fila a los policías mostrando sus armas cargadas, lo que intimida a cualquiera. El antro está abarrotado, afuera se ven muchos otros bares que han sido abandonados. Dice Alejandro que le gustaría ir a la famosa avenida Juárez, como lo habíamos hecho en nuestra anterior visita en abril de 2010, pero ahora le entristece ver tanta desolación por esos rumbos, aunque todavía sobreviven bares de amplia tradición como “Yankees”, “El Kentucky” y “La cucaracha”.

En el mismo antro me encuentro con el poeta Carlos Macías, quien me abraza y brindamos efusivamente. Era la segunda vez que nos veíamos durante mi estancia de dos semanas en esta urbe fronteriza. Me pregunta qué me parece este antro y le digo que me parece bien aunque me gustaría platicar más tranquilo con él sobre proyectos literarios, que en cierto aspecto veo que estas acciones de la policía son una distracción momentánea ante toda la atrocidad que ocurre en Juárez. Él asiente y me dice, antes de salir a la gélida intemperie, el último verso de un poema suyo que me parece emblemático y que aún resuena en mi memoria: “no nos han derrotado todavía”.

Poesía en días de ignominia
 
Salimos a la intemperie citadina, despiertos y vigilados por los policías. Como el infierno dantesco más profundo, Ciudad Juárez era un infierno blanco en los últimos días del año, como para recibir la madrugada entre ráfagas de sangre y viento, como si fuera  el pueblo de Comala de Juan Rulfo, donde hace tanto frío en invierno (una helada que quema) y un calor sofocante en verano, que los que mueren ahí regresan del infierno por su cobija. Sólo que aquí ya no hay ficción, sólo la verdad de los días de ignominia en la urbe fronteriza.

Encontraba una tranquilidad en el paisaje, a pesar de todo, que no me habían dado las horas de luces de neón del antro controlado por los federales. Caminamos rumbo al automóvil de Alejandro, escarchado ya del parabrisas por tanta aguanieve que caía. Entraba una ventisca gélida por la montaña Franklin, los cerros juarenses estaban congelados hasta el tuétano. Fuimos a dejar a Francisco, con destino para mí desconocido, excepto que sabía por ellos que íbamos a pasar por la Avenida Panamericana, la que atraviesa el continente Americano entero.

En el camino, Francisco nos contó, no sin indignación, que posiblemente su familia tuviera que salir de la ciudad por una extorsión que habían recibido, de un día para otro, por parte de criminales, hacia su negocio familiar. Él Iba a ayudarlos en lo que necesitaran mientras se encontraba en México, antes de salir para Arizona a continuar sus estudios de literatura. Cuando nos despedimos, me quedé con dos ejemplares de su libro La memoria del cuerpo, sobre Salvador Elizondo, en la mano. Abrí entonces una página y leí: “El viaje de Homero hasta Joyce sólo puede convocar a una verdad: La literatura de occidente es la descripción del infierno”.

Pero no descendíamos hacia el infierno de lo que no existe, sino que ya estábamos inmersos en la zona de exterminio que está llevando a cabo el “Estado fallido” que impuso Felipe Calderón. En todo caso, la ciudad era más parecida a aquella urbe fronteriza que Roberto Bolaño narró como Santa Teresa en su última novela 2666 que, por cierto, designa en realidad a una zona dentro de Ciudad Juárez donde existe un plan empresarial para crear una metrópoli maquiladora: el experimento desatado por el capitalismo más salvaje existe, de facto, en aquella urbe. Es decir, una frontera (imaginaria) dentro de la misma frontera. Cuando llegamos a una encrucijada de la Panamericana, me sentí abismado. Las vías del tren que iban rumbo al Puente Negro quedaron atrás, más adelante el punto al norte más al norte del norte. Lejos del bullicio, de las ruinas de antros y de la noche que todavía auguraba algo de embriaguez, Francisco se despidió de nosotros. Uno para mí y otro para Eusebio Ruvalcaba, pensé, respecto del par de libros de crítica literaria que me había agenciado por parte de Francisco Serratos y que después leí de hospital en hospital, mientras caían nuestros seres más queridos.

Nos quedamos en el auto con los hermanos Macías. Ensayista por poetas, un buen intercambio literario. En el camino, Carlos (Macro) me hablaba de que teníamos que escribir todo esto, el testimonio de esta lucha que estaban dando los héroes de esta ciudad, sus ciudadanos, donde la poesía no sólo era útil, sino también necesaria. Había que preservar la frágil memoria, “si no lo hacemos, al rato van a decir que todos los muertos eran criminales”. “Frente a todos nuestros muertos, al final quedará sólo la palabra”, responde su hermano Rubén (Micro). La plática que afuera era un vaho de niebla petrificándose, adentro de la nave era un debate caluroso que encendía nuevamente la conversación.

Escapando como siempre (no se puede decir de otra forma a ese traslado), en un momento nos encontramos lejos de la encrucijada Panamericana, “Vamos a nuestra casa, está en la Edison, de regreso al centro”, dijeron los poetas en señal de invitación. Entrando a la colonia Hidalgo aparecieron las luces rojas y azules de las sirenas policiacas. “No te pares, sigue un poco más adelante, ya estamos por llegar”, dijo Rubén a Alejandro. “Vale madres otra vez”, pensé. Nos paramos en la entrada de la casa de los hermanos Macías que mantienen vivo el Colectivo José Revueltas en Ciudad Juárez.

Un vecino prendió las luces, lo que advirtió a los policías que había gente observando. Se bajaron, eran municipales que esta vez venían al mando de dos federales, ambos con los rostros encubiertos. Uno de ellos me dijo que era de Puebla, pero el mero comandante, que llevaba en su semblante la mirada de la muerte, discutía con Alejandro de manera hostil y degradante. “Ah, entonces te crees que sabes mucho”, le contestó el policía a Alejandro cuando éste le dijo que teníamos derecho a transitar sin ser molestados. “Mira, si queremos te podemos desaparecer”, sentenció el uniformado. Acudí entonces a la parte más humana de su compañero poblano. “Oiga, oficial, es navidad, no le haga, seguramente usted quiere estar con su familia. Igual que nosotros, mire, yo no soy de aquí, soy defeño, pero he venido a ver a mis amigos y a compartir con la familia que tengo en la frontera”. El policía, conmovido, habló entonces con su comandante, mientras que en el vecindario se prendieron las luces de otra casa. “Ya lárguense pues”, nos dijo un municipal cuando los federales se subieron de nuevo a su camioneta, pero ya estábamos afuera de la casa de los hermanos, por lo que pasamos a resguardarnos de inmediato. Son unos culeros, dijimos.

Relativamente más tranquilos, discutimos lo que nos había pasado: la detención más arbitraria; sobre la forma más “inadecuada” de cómo hablarle a un policía en esos momentos. Todo nos parecía una falacia cuando el punto fue que, en realidad, pueden tratar de inculparnos o desaparecernos. “El acoso cada vez es más pronunciado para activistas sociales”, nos dice Carlos, mientras Rubén platica sobre el compañero Darío, estudiante de sociología, quien fue baleado dentro de la Universidad por federales durante un Foro contra la militarización que se realizó en el campus.

Mencionaron también el asesinato de Marisela Escobedo. A unas calles antes de llegar a la central de autobús, sobre la avenida Casas Grandes, vi después la maderería quemada de un cuñado suyo y aún no asimilábamos un acontecimiento paradójico: el cuerpo asesinado de la poeta Susana Chávez, uno de tantos en aquella ciudad donde muchas veces pintaron su frase “Ni una más, ni uno menos”, aparecido junto a un poste.

Brindamos entonces por los muertos, por los inocentes, por el dolor innombrable de estos tiempos. “Son los tiempos, señor”, como le contestaba un arriero (y hermanastro) al hijo de Pedro Páramo, mientras aquél buscaba a su padre, rumbo a Comala, el muy bastardo. ¿Cuál es la salud de la poesía en Ciudad Juárez? Les pregunté. Se miraron Rubén y Carlos, fronterizos de la generación de los ochentas y dijeron: ¡salud!, mientras sacaban los poemas del bolsillo y se dejaban rendir por la poesía (pero no por el silencio):


Días de lluvia (Carlos Macías)


I

Pasan los días amargos
Abres la ventana respiras la noche
El olor a salitre habita cada espacio
No nos han derrotado todavía.

II

Nada podrá ser como antes en Juárez
cerramos las puertas
nos han enfrentado
Tenemos miedo de nosotros mismos
afuera llueve
un día un viejo poeta nos dijo
las ciudades en lluvia son perfectas
con todo y ese argumento
ha llegado un olor a alcantarilla
cerraré las ventanas.

.


La mujer que se aleja (Rubén Macías)

La vi bajar del punto más alto:
el tango es amargo

De uno de los dos lados no reconozco
ninguna línea que detenga este poema
al que sólo le falta tu nombre

Me detengo al tomarte de la mano
entre aquellos rostros imborrables
ningún sitio es el lugar de este amante,
el que sólo te escribe al sentirte cercas

A quién le importa que nos detengamos aquí
si la monotonía sigue varias cuadras adelante,
chocando ventanas hundidas en el vacío


Esta frontera es de quien no trae un peso en su bolsillo
el que trae el color de su amada  en sus labios


Todo es necesario:
en esta calle que nos aleja de una herida,                         
el que habla un inglés impronunciable 
en medio del sol,
aquella cantina azulgrana donde bailamos jazz,
donde entendimos que la espera debajo de un puente 
es un ritual en los ojos de este amante.
.

De fuego y polvo la arena sobre las palabras
 
Salimos a recibir los primeros alumbramientos invernales del sol en Ciudad Juárez, un sol que quema y no calienta, pero que ante tanto frío, hecho de noches y desvelos, nos era indispensable. Era temprano, en las calles no había mucha gente, en realidad hay muy pocas personas caminando en las calles de juaritos (el metrobús ha sido un fiasco y un derroche público). Por el centro hay más movimiento, sobre todo cerca del puente Paso del Norte.

Pero la mayoría en aquella frontera se desplaza en automóvil (las camionetas está muy desprestigiadas con los asesinatos en la ciudad). Me pareció que tenía que hablar de nuevo con los hermanos Macías. El colectivo José Revueltas había deambulado por varias partes del país. Recuerdo que me dijo Carlos que los ven como poetas sobrevivientes, mucho más al enterarse de que son de juaritos. 

Alejandro prendía el automóvil fronterizo que nos iba a llevar a una burrería. El infierno me parecía más cercano por la mañana, más real. Paró en una burrería dedicada a Tin-Tan,  es decir, en homenaje al tintanismo, lo cual me pareció magnífico, pero más el sabor de estos burritos, a diferencia de los empaquetados que se venden en los puentes internacionales del parque Chamizal, lo mismo que en paradas de ruteras (aunque los ruteros hacen paradas donde se les antoja). En cambio estos burritos son de una tortilla de harina hecha a mano, con un guisado estupendo, que se calienta al momento, me gusta el de deshebrada o el de wini (salchicha) porque sabe justamente a recalentado, lo que abre bastante el apetito. ¿Qué burritos habría preferido Tin-Tan? Misterio insondable. Pero seguro no le hubiera desagradado un burrito en aquel sitio o de otras burrerías de tradición como “El negrito”, “Crisóstomos” y “El padrino” (en ese orden).

A cierta mordida de un segundo burrito, comenzamos a platicar sobre las bibliotecas que se habían rescatado en lugares donde antes habían sucedido eventos sangrientos, como la biblioteca de Salvarcar, creada a unas cuantas casas del lugar donde ocurrió la masacre de jóvenes del 31 de enero de 2010. “Todos estaban de acuerdo con la propuesta de crear en principio una biblioteca”. Le pregunté a Alejandro entonces por algún otro espacio de lectura y me dijo que también estaba uno que mantenía un colectivo de mujeres llamado Palabras de arena. Una de ellas precisamente era amiga de Francisco desde que estudiaron Letras, por lo que buscamos conseguir una entrevista.

Después de unas llamadas, quedamos con Francisco de acudir por la tarde a visitar a su amiga. Tomamos rumbo a la colonia Virreyes, una de las colonias más conflictivas
de aquella urbe fronteriza. Partimos más temprano para que no nos detuvieran los federales. El pavimento sucumbió a la terracería. Subimos a una loma y al bajar del auto, tocamos en una casa que daba vista a un horizonte de luces que bajaban hacia las amplias avenidas perdiéndose en una cicatriz de la frontera.

Nos abrió Ana, reconoció de inmediato a Francisco, quien a su vez me presentó con ella. Pasamos a tomar un café en una pequeña estancia. Había un pasillo en el que advertí los libros. “Vaya, esta es una biblioteca con casa”, pensé, mientras afuera comenzó a caer una lluvia con pedacitos de hielo, como pequeños corchos escarchados. Ana y Francisco conversaban acerca de libros de poesía que planeaban editar en aquella frontera, títulos de una colección independiente. Algunos acaban de salir, los habían impreso desde El Paso. Ya entrando en calor, Ana nos platicó acerca del nombre del espacio de la biblioteca. “Cuando era niña, mi abuela me contaba muchas historias, como toda abuela”. “Aunque no sabía leer, mi abuela, la mamá Juana, fue una gran cuenta cuentos, en voz alta”. De ahí el nombre de la biblioteca: Majuana

Cuando el consulado de El Paso, ofreció una donación de libros infantiles en inglés y bilingües a la biblioteca de Salvarcar, el responsable del espacio no los aceptó. Sin embargo, fue cuando Ana no dudó en aceptar la donación, con lo que se formó en un primer momento un acervo importante de libros infantiles en el espacio que también es su hogar, pero sobre todo libros de utilidad, ya que aunque la biblioteca está asentada en una comunidad por demás marginada, aunque se piense lo contrario muchas veces los niños son bilingües, puesto que son hijos de migrantes deportados, con lo que se cumple así el objetivo de fomentar la lectura como una opción para frenar la violencia imperante entre grupos más vulnerables.

“Con el colectivo hemos dado lecturas en voz alta en diferentes colonias donde nos hemos encontrado a niñas y niños que han recibido todo tipo de abusos”, afirma Ana. Esto inclusive les puede afectar la imaginación. “Entonces es donde debemos actuar”, afirma Ana, quien siendo del Distrito Federal se naturalizó juarense desde 1989, “vale la pena seguirle en la lucha literaria”. Puesto que la realidad de Ciudad Juárez arroja más de 16 mil huérfanos en el gobierno de Calderón, a quienes han asesinado a uno o a sus dos padres y para los que no existe la debida atención institucional. La lectura, en este sentido, puede ser una vía de transformación individual en lo inmediato y social a largo alcance. Es por ello el compromiso comunitario que a través del trabajo lector a infantes realizan las mujeres de Palabras de Arena, quienes también han hecho labor en comunidades cercanas a la urbe como San Agustín, en el Valle de Juárez, así como en el CERESO.

Puesto que es más difícil y más costoso adquirir un buen acervo de literatura infantil, me sorprende ver en Majuana muchos títulos ilustrados que voy hojeando. Alzo la vista, afuera hay una ventisca que apenas deja ver un graffiti con un poema. ¿No han pensado editar libros de literatura infantil? Ana me responde que lo han pensado, que su esposo es un excelente ilustrador, pero que por el momento sus esfuerzos estaban en consolidar este espacio. Por lo pronto, su labor se ve reconocida con la dominación en Suecia al Premio ALMA (Astrid Lindgren) al máximo reconocimiento en el mundo de la creación, producción y fomento de la Literatura Infantil y Juvenil.

De esta forma se entiende que la lucha literaria también está en crear espacios, tanto editoriales, como de infraestructura y hacia los públicos, como Adversario en el Cuadrilátero en el D.F o en los encuentros de escritores en la frontera (como se ha anunciado en estos días en Ciudad Juárez), que empiezan a darse cuenta, ojalá no sea demasiado tarde, de la importancia de la organización colectiva, más allá de los laureles y dádivas que el gobierno, con su cultura oficiosa, puede otorgar. Estos son los verdaderos heroísmos, los que pueden darle a la cultura la fuerza necesaria para resolver los problemas que aquejan, en este caso, a todos los mexicanos. “Aquí está todo pero a la vez no basta” como dijo Bertold Brecht. Todo empieza entonces por un espacio para la palabra.

Terminamos tomando varias tazas de café. Cuando nos estamos despidiendo de Ana, pasa una camioneta de la policía federal, luego otra blanca con las luces apagadas y sin placas, por lo que nos volvemos a meter a la casa de ella. Entonces le pregunto a Ana si han venido a molestarlos en alguna ocasión. “Han venido a hacer preguntas de uno y otro bando, les interesa saber qué ganamos con esto, buscan establecer cuotas en todas partes, pero no pueden entender que es una cuestión de humanidad: Todo lo que aquí hay es por donación, eso es lo que se les responde”. Cuando la calle está más tranquila, salimos de nuevo a la ventisca, al gélido y polvoso aire de Ciudad Juárez. Aunque todavía nos falta regresar, me siento más cercano a todo y a la certeza de que no todo está perdido.
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