domingo, 24 de enero de 2010

Afrontar los mares en Cuarenta Barcos de Guerra: Reconfiguración del canon en la poesía mexicana


Para ser hombres y no destructores.
Ezra Pound

Hace poco más de cuatro años, en torno a la publicación del número “Formas” de la revista Versodestierro, llevamos a cabo una discusión y debate sobre la configuración de lo que sería la poesía mexicana en un futuro próximo. Esto es: acerca del lugar que ocuparía la poesía en nuestra cultura actual. En ese tiempo, atravesamos el mar para desembarcar en España, a presentar en Toledo una revista que se desplegaba en acordeón y que de un lado estaba escrita en prosa y del otro se hallaba la poesía. Ante todo, los escritores que colaboramos en ese número queríamos reivindicar las formas poéticas contra la anarquía del verso libre, en el sentido de que todo mundo escribe verso libre, pero pocos se entregan a un lenguaje capaz de violentar la realidad y modificar así sus estructuras autoritarias, por lo que desconocer cómo se escribe un soneto o una décima no era motivo suficiente para denostarlos como posibilidad creativa.

En ese debate también surgió el problema del canon, es decir, en el caso de la literatura, el criterio con que se juzga una obra, corriente o generación como válidas y que luego se han instituido para mantener la lógica de los grupos dominantes, los que dictan lo que debe o no pertenecer a la posteridad del Estado y la Cultura nacionales. Sin embargo, en México se estaba fraguando, desde el quehacer independiente, un movimiento cultural que en el ámbito literario ha ido articulando esfuerzos, los cuales rompen con la lógica que confrontaba entre sí a los poetas y sus editoriales, aunque todavía hace falta mucho por madurar.

Sabemos que en nuestro país, el peso de la tradición literaria se ha inclinado más por una crítica oficial, la cual ha desconocido y aún niega de manera sistemática lo que a decir de nuestra imaginación nos parece como evidente, puesto que el canon no es algo definitivo, siempre está en desplazamiento con respecto a las obras, corrientes y generaciones que lo configuran. No nos conformamos con adecuarnos a las corrientes oficiales, ofrecer pleitesías o acudir a las mafias literarias para esperar que se nos publique en una editorial de prestigio; sino que reaccionamos de manera consecuente con los reconocimientos e ideas que otras visiones han logrado cultivar en este ambiente adverso.

La invención de ese futuro posible, donde seamos libres para decidir cuál es el canon que nos apetece destruir, para luego ampliarlo en su pluralidad, nos ha alcanzado a principios del año 2010, que conmemora dos siglos de supuesta independencia nacional, con la publicación de la antología de poesía 40 Barcos de Guerra, en la que se han organizado cuarenta y dos editoriales independientes con la inclusión de 168 poetas de distintos lugares del país. Esto, me parece, busca situar una vanguardia de lucha cultural en el plano de una lógica que, como dice Enrique González Rojo Arthur, está en “contraposición, consciente, beligerante y subversiva, con el estado de cosas habitual”, con lo que este poeta, homenajeado y prologuista de la Antología en cuestión, cree vislumbrar en ello una nueva concepción de la cultura.

Lo anterior quizás porque como poeta, Enrique González Rojo siente y sabe que la realidad imperante nos aprisiona y que es necesario dar un viraje, hasta vernos unos a los otros como semejantes, en lugar de estar compitiendo para ver quién le canta a “la flor más bella” pues, a decir de él, lo importante es entrar en el jardín de la poesía y, una vez entrando ahí, nos daríamos cuenta de que es absurdo pensar en que un jazmín es más bello que una azucena. Inclusive, el autor del libro Poeta en la ventana recomienda a los poetas:

“Hay que asistir puntualmente al momento
en que, sin el menor quejido
la flor comienza a marchitarse
a desdecir belleza
a encontrar en el suelo
la forma polvorienta del descanso”.

O como señaló en términos más políticos Max Rojas, antologado en 40 Barcos de Guerra por la editorial Molinos de Acentos, al respecto de la necesidad de aceptar la otredad: “no podemos darnos el lujo de anularnos unos a los otros”. Por lo que hay que combatir y proseguir juntos los mares que nos afrentan.

Dentro de un seguimiento filosófico que ha cultivado a la par de la poesía, Enrique González Rojo celebra esta alianza de las editoriales de carácter marginal, con la bandera por delante del quehacer independiente. En este sentido crítico, se rompe con el canon tradicional – y con el de un concepto estrecho de independencia-, establecido en la manera de seleccionar los contenidos de antologías, ya que precisamente de manera autogestiva se conformó esta obra, donde las editoriales eligieron a cuatro poetas por cada una de ellas, a los cuales consideraban relevantes ya sea por su calidad poética y/o por ser representativos de su intención literaria.

40 Barcos de Guerra demuestra, desde el momento de su publicación, que este proyecto venció la incredulidad de la crítica oficial que desde un cuarto de siglo atrás ve en los momentos de crisis del país un estado de desesperación para los creadores, motivo incluso de traición de las propias convicciones. Quizá así se explique la retracción ideológica de algunos poetas consagrados a la sombra del pacismo como mafia cultural. A pesar de estas mareas que todo lo devoran, la salida que buscamos es fundamentalmente creativa, con esto se puede lograr, a decir de los compiladores y creadores del concepto antológico, una amplitud del canon desde el quehacer independiente, con el fin de dimensionar el devenir actual de la poesía mexicana, “entendiendo por independencia la situación de una colectividad que no está sometida a la autoridad de otra y que goza de libertad y autonomía”.

40 Barcos de Guerra. Antología de Poesía y sus editoriales. Editores Responsables VersodestierrO. Ciudad de México. 2009. 664pp. Concepto antológico: Adriana Tafoya.

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