Hace unos meses, el 7 de noviembre del año pasado, falleció Tomás Segovia (Valencia, 1927, Ciudad de México, 2011). El pensaba que, en realidad (lo escribía en uno de sus ensayos publicados en Plural, en los años 70), todos somos inmortales, pues la muerte, por más evidencias que haya, no es un hecho de la vida. Y es que la muerte de alguien es algo que le ocurre a los otros, a los vivos que quedan. A mí me ocurre, a nosotros nos ocurre la muerte de Tomás Segovia; no a él, así sus argumentos. Además de su escritura, parte del prodigio de conocerlo eran sus charlas universitarias, de las que me tocó ser parte. En el aula, hablaba de todo y de nada (tal vez citaba a Alfonso Reyes) con una profundidad y elocuencias asombrosas, y en esa aventura incisiva, persistente, lo frecuente era que diera en el clavo, en la imagen perdurable, en la idea reveladora.
Puedo decir que extrañó esas sesiones de erudición e imaginación que armaban, casi siempre, de manera deslumbrante, y que lo dotaban, frente a sus alumnos, de un aura de genio y de poeta. Una estampa, en la que su voz pastosa y cálida, con su inconfundible acento español que nunca abandonó (llegó adolescente a México, movido por la Guerra civil española), su mirada penetrante, su perenne saco de pana color miel, su atención cordial y comedida, no dejaba de tejer paradojas sobre cualquier tema sobre el que se le inquiriera, como si la cita en ese momento apuntada, saliera de una consulta reciente y precisa de su abundante biblioteca imaginaria. "Viajen" nos recomendaba, pues en el contraste del ámbito diferente es cuando mejor se sabe quién es uno. ¿Y quién es uno? Es extraño, nos decía, pero cuando uno abre la cartera y saca una foto, no decimos es una foto, decimos "éste soy yo". Somos una representación, un ente imaginario, antes que carne y hueso que fenece.
No obstante, mi primer encuentro con Segovia, antes que en la academia, fue con su literatura. Muy joven aún, buscaba para encontrar no sabía aún qué. Y encontré las páginas incisivas del Excélsior de Julio Scherer García y el lúdico Plural de Octavio Paz. Los sonetos votivos que halle de Segovia en aquella revista aún perduran en mí. Me asombraba que bajo la forma apretada del soneto se pudieran hablar de lo que él hablaba (del cuerpo femenino y sus misterios; de la mirada masculina sobre ese cuerpo femenino).
Y es que en la fundación de la revista auspiciada por el periódico Excélsior, Segovia tuvo una participación crucial que poco se le reconoce. Julio Scherer, el legendario director del periódico, quería, en realidad, que Octavio Paz coordinara los esfuerzos de una publicación independiente de análisis político, al estilo del Le Monde Diplomatique; empeño que después fructificaría en lo que sería la revista Proceso. Octavio Paz, en cambio, lo que deseaba era revitalizar un anhelado proyecto de una revista cultural y literaria que reuniera al talento de las dos orillas del Atlántico, y que en los años 50 casi fructificó en una revista, bautizada, si no mal recuerdo por Juan Goytisolo, como Libre. Fue, en esencia, el proyecto de principios de los años 70 que culminó en Plural, auspiciada por la cooperativa Excélsior, en cuya concepción, como señalo, fue fundamental la participación de Tomás Segovia, quien, puede decirse, fue cofundador de la revista junto con Paz. Plural, entre los años 1971 y 1976, fue lo que fue por Octavio Paz, pero también por Segovia, sin desdeñar, por supuesto, el extraordinario talento que en la revista participó.
Y en esas páginas, además de su poesía o, mejor, junto con su poesía, Segovia exponía sus ideas políticas, económicas, literarias o lingüísticas, pues la publicación era en verdad plural en más de un sentido, y era consultada y leída, en el país y fuera de él, pues su independencia era creíble, lo que, quizás, no puede decirse de las revistas que la heredaron. Segovia había sido desde la codirección de la Revista mexicana de literatura (junto con Juan García Ponce) un crítico consistente del socialismo soviético. Cuando alguien le objetaba que ese socialismo no era lo que se había propuesto Marx en su teoría, simplemente señalaba que negar a ese socialismo como el socialismo real era una postura idealista. Pero también era un duro crítico del capitalismo. Ese capitalismo que ha cedido a la usura como motor privilegiado y a la ganancia como justificación última. Si no hay ganancia, no se tiene valor y eso no puede ser la poesía, y a eso se opone radicalmente la poesía, de ahí que Tomás Segovia la concibiera como un ejercicio de resistencia.
Su distanciamiento de Plural fue paulatino (definitivo, claro, cuando el asalto a Excélsior, por los trogloditas del entonces presidente Luis Echeverría) y notorio de Vuelta, la revista que sucedió a aquélla; ya no digamos de Letras Libres. Ya no supe que pensó de esta última revista ─regresó a España, a una especie de exilio, desde mediados de los años 80─, pero en rigor alguien como él debió ser quien siguiera los empeños que una generación de escritores había concebido desde la imaginaria revista Libre. Una palabra mágica, libre, que igual alude a la libertad, como a los taxis que se mueven en todas direcciones y hacen parada en todos los puntos (concepto que empleó, sin duda, Gabriel Zaid para su célebre antología Ómnibus de poesía mexicana). De Libre a Letras Libres media el absurdo, ¿para qué el énfasis? se habrá preguntado Segovia (dime de qué presumes...), por qué vivir de los mecenas del gran capital, como lujosos ejecutivos de la cultura, ¿en esas condiciones puede existir independencia crítica? Ante esas dudas, Segovia se distanciaba, vivía su independencia real, pues de eso vive la auténtica poesía. En su itinerancia, pasaron ─como al griego, como en el tango─ más de 20 años para su retorno y para morir en su verdadera Ítaca.
La poesía era para Tomás Segovia un oficio y un modo de conocimiento. Un oficio en cuanto que había que entresacar de las palabras la belleza, omitir lo que en ellas sobra, y un modo de conocimiento, pues el viaje en el lenguaje le permitía acceder a una realidad distinta, al momento de iluminación que provee la poesía. Como si la poesía consistiera en un camino en donde el poeta poda y abre brecha para encontrarse con un singular paisaje poblado de palabras.
Y no está mal decir "abrir", pues para Segovia la poesía es un arte que "abre"; una erótica del conocimiento donde las palabras exploran el cuerpo de la otredad y lo nombran. Por ello, una experiencia dialógica. En donde el otro es, casi siempre, el ser femenino. En una de las clases que impartía y de las que he hablado, comentaba convencido que las mujeres son más inteligentes que los hombres, pues mientras que nosotros en lo que solemos fijarnos, sobre todo, es en su anatomía; en cambio, ellas suelen ─al menos las mejores─ valorar más en los varones sus ideas, sus pasiones. De ahí el homenaje permanente de la poesía de Segovia a las mujeres. Pues en el cuerpo femenino veía la más fiel encarnación del espíritu. El espíritu hecho carne.
Y es que abrir, separar, analizar es el ejercicio fundamental de la inteligencia. Así funciona el pensamiento que descubre. Pues descubrir, antes que inventar, es lo que hace la poesía y el conocimiento. En alguna otra ocasión, señalaba que en la Edad Media el símbolo privilegiado del poder era la espada. No porque tal instrumento fuese un símbolo militar o de violencia, sino porque la espada separa y divide y eso es lo que hace el pensamiento; lo que hace el lenguaje para entender su entorno. Separar y dividir, que no otra cosa es nombrar. El arte de la poesía es el arte de nombrar el mundo y de profundizar en él.
En la idea del conocimiento poético como descubrimiento hay, por supuesto, la nostalgia de que al descubrir, recordamos, lo que no deja de tener un dejo platónico. Pero también una vertiente erótica: la idea del desnudamiento. La sensación de que en la desnudez de los cuerpos la verdad y la sinceridad son posibles. En relación con el amor platónico, Segovia sostenía que había confusión sobre lo que Platón pensaba sobre el asunto. Antes que referirlo al amor distante, a los "amores de lejos", lo que postulaba el filósofo era la entrega de los cuerpos, la plena satisfacción erótica, para que al estar la carne satisfecha, ahora sí poder dedicar sin prisas todos nuestros empeños a las ideas. Y a esos esfuerzos Segovia era plenamente fiel.
Y es que al desnudar, al descubrir, ocurre la revelación. Pues, en efecto, la lengua de Segovia era una espada con la que desnudaba la realidad, y a las mujeres, ese era el mayor homenaje que les rendía. La revelación de los cuerpos desnudos que se entregan y en esa entrega ocurre el diálogo primordial. El descubrimiento genésico. La lengua descubre para después penetrar y en ello el fondo último y primero de la condición humana.
Hace poco volví a entablar un diálogo mínimo con Segovia. Le hablé de un proyecto que tenemos en la UAM Azcapotzalco para difundir poesía a través de carteles, y que el primer cartel sería con un poema suyo. Uno de sus Sonetos votivos que concentra de manera admirable la filosofía amorosa de Segovia:
Entre los tibios muslos te palpita
un negro corazón febril y hendido
de remoto y sonámbulo latido
que entre oscuras raíces se suscita;
un corazón velludo que me invita,
más que el otro cordial y estremecido,
a entrar como en mi casa o en mi nido
hasta tocar el grito que te habita.
Cuando yaces desnuda toda, cuando
te abres de piernas ávida y temblando
y hasta tu fondo frente a mí te hiendes,
un corazón puedes abrir, y si entro
con la lengua en la entraña que me tiendes,
puedo besar tu corazón por dentro.
La serie se denomina "Elogio al oficio" que alude ─salvo el cambio de una preposición─ de manera directa a una columna que el escritor tenía en el periódico unomásuno ─en el breve periodo en el que fue un diario independiente y crítico─ que Segovia denominó "Elogio del oficio". Le gustó la idea y aprobó el homenaje. Me comentó que había estado mal de salud y había estado en cama o en el hospital un mes entero y ahora se disponía a viajar a México, eran los primeros días de octubre. Después ocurrió lo que sabemos; se hizo inmortal, porque la muerte, nos había anunciado, no es un hecho de la vida.
Tenía un especial afecto por la forma en su quehacer poético. En algún momento recordaba alguna discusión al respecto con Octavio Paz, cuando éste hacía un elogio de lo que había sido el verso libre en la poesía contemporánea. A lo que Segovia le inquiría, "pero es que la mitad de su poesía es medida", a lo que Paz contestaba: " de eso no se habla".
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