lunes, 6 de junio de 2011
Batalla campal con las mafias literarias
Por Arturo Alvar
No cabe duda que este ring se ha vuelto una contienda de revistas literarias. Este ring es testigo de duelos memorables. Primero en cartelera se anunció la pelea de Los Perros contra Los bastardos que terminó en guarapeta. Ahora desde las tribunas de Tabasco Lorenzo Morales Malasangre lanza un ejemplar de la revista Paideia sobre el Cuadrilátero, quien nos muestra sus puños amoratados de tanto gancho al hígado propinado a sus adversarios.
Desde su arribo a la Ciudad de México de Paideia, por una inmensa fortuna, en su séptimo número, nos deleitó con la pelea de un peso completo que se hacía llamar Arthur Cavran, a quien yo desconocía. Fabián Avenarius, su verdadero nombre a decir de Pascual Gaviria, nacido en Suiza a finales del siglo XIX, se inventó a sí mismo como poeta y boxeador, quien como un Aquiles y al mismo tiempo sobrino (por parte de su madre) de Oscar Wilde, de casi dos metros de estatura y poco más de cien kilos de peso, mandó al Hades a tantos mortales, con un gusto especial por los pintores,ya que tenía una publicación, la revista Maintenant, donde desquitaba su ingenio como si fuera siempre el último round.
Definitivamente me gusta el tema. De las similitudes entre el box con la poesía nos ha dejado testimonio Mario Santiago y no sé si Roberto Bolaño al contarle que su papá era boxeador haya estrechado aún más su amistad con Mario. En todo caso, varias historias de Bolaño nos han dejado el sabor de la pelea. Ya les contaré en otra ocasión quién es mi personaje favorito de su última novela 2666.
Pero no me imaginaba cuál seria la siguiente afrenta, ineludible ahora, que Paideia iba a entablar. En su décimo número, con mucho atino ha tocado el tema de las mafias literarias, aunque en estos les resulte a algunos difícil o hasta incómodo hablar del crimen organizado desde la propia cultura, cuando vemos que la injusticia y la impunidad en las calles ya son una realidad de facto.
Trascendió por sus editores que un grupo armado asaltó en la carretera al transportista que llevaba las revistas del número 10 de Paideia , con lo que aún no ha podido llegar de forma impresa (aunque si el lector impaciente como yo quiere consultarla, lo puede hacer vía internet). Me resulta paradójico que precisamente una mafia, aunque del rubro de los asaltacaminos de la "tierra de nadie" que se ha vuelto México, literalmente tuviera en las manos este periódico mensual de literatura. No sé si se habrán llevado siquiera un ejemplar, al menos eso sería de los males el mejor consuelo, aunque no creo.
Habría que construir una sociología de las mafias literarias, propone Enrique González Rojo Arthur (tocayo de Arhtur Cavran, por cierto) en un texto escrito y publicado en 1975, hace más de treinta años, que Paideia ahora rescata y que también en una época más álgida publicó El rey va desnudo (1989), una crítica a Octavio Paz que los acólitos de la clase intelectual dominante en México consideraron (y quizá todavía) una crítica "equivocada" hacia nuestro poeta solar.
Como quizá ningún otro escritor latinoamericano, la influencia de Octavio Paz trascendió el ámbito literario mexicano y tiene como característica su visibilidad con respecto hasta dónde puede llegar el ejercicio de poder en manos de un poeta orgánico, cuya opinión se erigía de manera indiscultible y tenía consecuencias en la política nacional, no sólo en la academia sino sobre todo en la orientación cultural e ideológica.
En todo caso, en el ámbito cultural mexicano se vivió (con sus permanencias) la centralización en torno al maximato cultural que fue Octavio Paz: el Rey solar, último de los Tlatoanis, quien en términos prácticos con una sola llamada podía hacer que dejaran de publicar a algún escritor que no le cayera bien, o disponer de un cargo en la estrucrura burocrática cultural.
Así le ocurrió a Enrique González Rojo Arthur. Los editores de una revista (del mismo alcance que Rumbo donde publicaron sus "Prolegómenos") dijeron que Octavio Paz les había cuestionado por teléfono: "por qué están publicando a mis enemigos?". Un calificativo demasiado grande llamar "enemigos" a poetas más jóvenes que en su momento intentaban abrirse paso, a decir del propio Enrique, pero para mí esto es muy lógico puesto que lo que estaba peleando Octavio Paz era implantar su hegemonía cultural.
Esto es más visible en el pragmatismo político de Octavio Paz, en un ejemplo que le da mayor claridad a su calificativo de "intelectual orgánico". En una llamada que hizo a Salinas, siendo éste Presidente de la República con el fraude de 1988, le aceptó todas sus exigencias para cambiar a la directiva del recién inaugurado Centro Nacional de las Artes y colocar así a un nuevo grupo.
Octavio Paz de manera delirante y ya entrado en la vejez, quizá por tanto sol que recibió a lo largo de su vida, sugirió despectivamente que ante el surgimiento del movimiento zapatista en Chiapas, el ejército (brazo armado de su "ogro filantrópico") se encargara de eliminar a todos esos "indios alzados" de la selva Lacandona. Y en Ecatepec, por cierto, el último recurso de un burócrata "intelectual" fue decirme, ante una discusión sobre mi inminente salida del municipio, que Octavio Paz había justificado la permanencia del PRI en el gobierno por su auténtica herencia revolucionaria.Qué barbaridad, diría mi abuelo.
Lo cierto es que Enrique González Rojo en sus “Prolegómenos” alcanza a formular una tipología en cuanto al comportamiento de la mafia, que permanece vigente aún en su generalidad como invitando a otros a adentrarse para desmenuzar la espesura del follaje. En este sentido, Adriano Rémura amplía la discusión y aplica casos concretos de lo que sucede en el ambiente literario actual, desde esferas con mayor influencia (revista Letras Libres) hasta las mafias pequeñas (como el caso de la AEMAC).
Queda pendiente, sin embargo, develar la microfísica en el actuar de estas mafias; explicar cómo se han consolidado bajo cierta lógica de poder; analizar sus discursos, estructuras y genealogías; aplicar herramientas teóricas y metodológicas desarrolladas precisamente durante los 30 años desde que se expuso el problema. Pero sobre todo, no hay que desdeñar el valor histórico de textos como el de Enrique González Rojo. En este sentido, el número de Paideia en su conjunto puede también ser considerado un documento de denuncia que en ningún momento del combate ha dado muestras de bajar los brazos.
Hace tiempo que los intelectuales orgánicos vienen declarando que el debate de ideas en México es inexistente. Ahora sé que forma parte del clásico ninguneo que establece la mafia. Para ellos nadie está a la altura. Por eso cuando estamos llegando al último tramo de este sexenio de terror, quieren hacernos creer que sus críticas son las más válidas y salen como si fueran los primeros en denunciar y proponer (susurrando al oído de Sicilia) salidas al problema (o de plano la cancelación de todo movimiento), cuando es evidente que la sociedad está harta de tanta injusticia que no es de ayer (ellos lo debieran de saber más que nadie).
Creo que hay que enfrentar a las mafias literarias comenzando por abrir, aunque sea a portazos, un espacio para la batalla campal de las palabras. Definir los contornos del nuestro ring, ahí mismo donde termina el enemigo y empieza el adversario, puesto que bien dijo un poeta de Neza: “hay muchos poetas mafiosos que no leen ni siquiera a sus amigos”.
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