lunes, 3 de enero de 2011

Infancia mexicana, ¿caso perdido?

Innocence Lost: Childhood in Juarez Often Is Spent Hiding Behind Closed Doors, Coping with Dead Bodies, and Seeing Ghosts.By Jean Friedman-Rudovsky

CIUDAD JUÁREZ, Mexico — Esteban was riding shotgun in his family's rusted teal minivan when his dad, Lorenzo, suddenly stopped the car. It was odd — a vehicle facing the opposite direction blocked their way on the narrow street. They were just four blocks from home. The 6-year-old boy with soft eyes and a freckled nose noticed the glass-strewn pavement first. Next, he saw the vehicle was riddled with bullet holes "this big," he says, peering through a silver-dollar-size circle made with his thumb and forefinger. Last, he saw the two bloodied, dead bodies in the front seats.

"We had passed that same spot just 15 minutes before, and all was clear," Lorenzo recalls of that evening in 2008. Esteban's younger siblings, Rodrigo and Ana Clara, ages 4 and 2 at the time, slumbered in the back seat. Lorenzo still wonders how the baby slept through the neighbors' screams. The smell of gunpowder lingered in the air as Esteban, an eloquent, extroverted child, began to cry. His questions started right away and continued for days. "Do you think they had kids?" "Even if they did something wrong, they still didn't deserve to die, right, Daddy?"

They are tough questions for a first-grader. Yet in Juárez, murder capital of the world, they have become commonplace. Over the past 2 1/2 years, more than 5,000 people (an average of more than five a day) have been killed in an intensifying drug war that has reached deep into children's lives — kids gather at crime scenes, stumble onto recently slain bodies, are forced to witness relatives' assassinations, or are killed themselves.

Ten thousand of Juárez's 500,000 children under the age of 14 have been orphaned, according to El Colegio de la Frontera Norte, a Juárez-based university and research institution. Of those murdered, 43 were between the ages of 12 and 15. More than 200 were between 16 and 18. It is impossible to know the number of youngsters, like Esteban, who have witnessed a killing or stood close to a corpse that's still warm.


The impact is lasting and widespread. Children across the border city of 1.5 million suffer from insomnia and nightmares; many have withdrawn or have been sealed indoors by frightened parents. Even those spared the disturbing firsthand visuals don't get off unscathed. The violence is all over television, in conversations around the dinner table, and — for at least one child interviewed by New Times — in the abandoned buildings inhabited by the ghosts of the murdered.

The brutality has only escalated since security forces arrived in 2008 to try to pacify ground zero in the Mexican drug war. Increasing numbers of children have been sucked into the world of crime: Gangs now recruit kids as young as 11, and assassin training begins at 12. In Juárez, 8-year-olds use cocaine.

But after two years of making extortion payments, venturing out only when necessary, and constantly listening for gunshots, juarenses are taking back the city. They are slowly occupying streets and parks once ceded to the drug war and demanding solutions such as early childhood services, hoping that intervention can break the cycle of violence. If the efforts persist and grow, they just might help Juárez escape its fate as a murderous no man's land.

If they fail, juarenses will likely continue to cross the bridge to neighboring El Paso, just a bullet's flight away. So far, the violence and sinking economy of the past two years have led an estimated 100,000 to escape north, further aggravating an immigration conflict that has turned the U.S.-Mexico border into a battleground and making any resolution as elusive as an end to the drug war.

That fateful day during Esteban's first-grade year coincides with the beginning of Juárez's transformation into the world's most violent city. In early 2008, a turf battle was raging between the Juárez and Sinaloa cartels. What had always been a brutal rivalry was exploding across the city. Early that year, Mexican President Felipe Calderón had sent nearly 2,500 soldiers and federal police, known as Federales, to restore order.

"We were kind of glad to see the military arrive," says Josefina Martínez, an editor at Juárez newspaper El Diario and mother of two. "The city had become a drug sanctuary, and we really did think that maybe the military would change that." But now she laughs at the memory.

Despite the arrival of the first round of soldiers and Federales, the murder rate rose above 1,500 that year. Another fleet of more than 5,000 security officers arrived the following year and was given control over civilian institutions, including municipal police and the prison system. Still, the 2009 murder count reached 2,290.

But the growing numbers painted only part of the picture. The violence changed. Killings were no longer contained to the targets. Murders began happening everywhere: in and around churches, homes, parks, playgrounds, daycare centers, schools, community centers, restaurants, and rich and poor neighborhoods. Every square inch of the city became a potential crime scene — and every resident a potential witness or victim. Juarenses struggle to explain why things changed. It seems the military presence drove the cartels to flaunt publicly the same violence the government forces were sent to quell.

Publicado en la revista Phoenix New Times

Huérfanos y olvidados bajo el estigma del narco
Por Ignacio Alvarado

El reporte más reciente que cayó en manos de Laurencio Barraza, coordinador de Paso a Pasito, un programa implementado por organizaciones de la sociedad civil para ayudar a niños en extrema vulnerabilidad, es poco esperanzador hasta para él, quien está acostumbrado a la violencia y la miseria que asuelan los barrios marginales de la ciudad. “En síntesis, tenemos a más niños solos cuidando de sus hermanos menores. Es la masificación de la mano de obra lo que provocó ese abandono, pero ahora se agudiza con la violencia”.

Barraza y el resto de quienes trabajan con unos 125 menores desde hace año y medio tendrán el diagnóstico completo sobre lo hecho a finales de mes. La meta es que a esos niños se les haya infundido, mediante técnicas de juego grupal, la idea de que sus opiniones importan tanto como la de los adultos que los rodean, porque hasta hoy, dice Barraza, “son objetos y no sujetos”. El hecho de que entre los niños hay hijos de sicarios, vendedores de droga y otros operadores menores del narco, y que viven en zonas de alta incidencia criminal, complica el resultado.

Con los menores trabajan lunes, miércoles y viernes en las dinámicas de juego, pero el lunes que retornan registran ausencias y se redobla el esfuerzo para volverlos a inducir en el programa, debido a que los fines de semana suelen presenciar o sufrir hechos violentos, explica Laurencio Barraza.
 
“Lo que hemos visto con estos niños tocados por la muerte es un profundo silencio, mucha confusión e inestabilidad. El efecto de la violencia se extiende a casi todos los infantes de la ciudad, pero esto no es más que la parte visible de la gran falla estructural que atraviesa Juárez, y de nueva cuenta vemos que no existen estrategias del gobierno para darle salida a esta realidad”.
 
En tres años, de acuerdo con datos de la fiscalía estatal, se registraron 7 mil 364 homicidios en el municipio. La tasa de asesinatos creció 938% respecto a 2007. Detrás de esos números, la gente de Paso a Pasito y otras organizaciones han señalado lo que consideran el daño más profundo para la sociedad: la orfandad en que han quedado miles de infantes.

A inicios de 2010, el gobierno federal convocó a distintos organismos de la ciudad para conformar las mesas de trabajo del programa Todos Somos Juárez. La cifra que llevaron entonces sobre el número de huérfanos que había al segundo año de implementada la estrategia de combate a la delincuencia organizada era de 7 mil.

En octubre, el gobierno del estado reveló el resultado de un censo elaborado a partir de las actas de defunción de las víctimas de homicidio. Calculó el número de huérfanos en 9 mil.

Gustavo De la Rosa Hickerson, visitador de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, estima que para enero de este año la cifra de huérfanos oscila entre 11 mil y 12 mil. Para ello cruzó la base de datos del INEGI y el IFE y estableció una media de 1.7 hijos por adultos de entre 25 y 35 años, y de 1.6 en adultos de 18 a 25 años. Ese rango de edad es dominante en la estadística de los asesinados.
“Nadie se responsabiliza”

De todos los menores que han perdido a uno o ambos padres durante estos tres años, no suman más de una decena los que reciben asistencia de alguna institución de gobierno, dice Lourdes Almada, coordinadora de la Mesa de la Infancia en Ciudad Juárez.

“Hasta hoy ninguna dependencia ha querido reconocer plenamente a estos menores como parte del universo de su atención. Nadie se responsabiliza y eso es lamentable y preocupante, porque queda claro que ninguno de los tres niveles de gobierno se ha planteado la urgencia de atender el problema.

“Si se lograra mediante trabajo que estos menores y sus familias trascendieran la tragedia y se les permitiera vivir un proceso de reconciliación, se lograría un factor de cambio positivo para la ciudad. Pero si eso no se trabaja puede suceder justo lo contrario, una profundización en la delincuencia”.

Entre 2009 y 2010, el porcentaje de menores de 20 años que fueron asesinados alcanzó 30%, de acuerdo con datos de la fiscalía difundidos por la prensa local. Eran los niños de principios de la década, cuando una radiografía elaborada por el Instituto Municipal de Investigación y Planeación concluyó que la ciudad requería de una inversión de 3.5 billones de dólares para revertir el atraso sensible en materia educativa y urbana. “Toda la violencia que se vive hoy es consecuencia de esos rezagos de más de 20 años que tiene el municipio, y realmente no se ha generado ninguna acción para resarcir los daños estructurales de esta situación. Por lo tanto, que exista esta cantidad de niños huérfanos sin atención y con el mismo rezago equivaldrá a un mayor alcance de la criminalidad que hoy tenemos”, dice Cecilia Espinoza, secretaria técnica de la Red Mesa de Mujeres.

Explica que las expectativas que pueden tener en el futuro inmediato son igualmente pobres. “Quedarán a expensas de obtener un empleo o entrar en la escuela. Pero no hay ni empleo ni escuelas suficientes y la delincuencia organizada seguirá y muchos de ellos tendrán sentimientos arraigados de dolor y venganza. Para evitarlo, no hay ninguna autoridad asumiendo la responsabilidad, brindándoles apoyo”.

Si bien organizaciones de la sociedad civil comienzan a informarse para saber cómo apoyar a los huérfanos, es poco lo que pueden hacer, ya que no existe un censo que los ubique. El común es que las familias asuman la tutela de los menores, pero debido al miedo o para evitar el estigma, la mayoría se suele mudar de domicilio.

Se necesita ayuda del gobierno

La Red Mesa de Mujeres quiso ayudar a seis huérfanos, cuyos padres murieron al quedar atrapados entres dos grupos armados que se tirotearon sobre una transitada avenida del suroriente de la ciudad. El mayor de ellos, de 17 años, había quedado a cargo de los menores. Días más tarde llegaron los abuelos y ya no supieron nada sobre ninguno.

“Mientras no exista una acción formal del gobierno, que en principio los ubique para luego ofrecerles asistencia, será imposible que las organizaciones de la sociedad civil o que los mismos afectados puedan reaccionar. A esto hay que añadir que en nuestra sociedad no existe la cultura de la terapia, además de que faltan terapeutas, y es por eso que muchas de las organizaciones están adecuando sus dinámicas de trabajo para orientarlas hacia estos menores, que cada vez nos encontramos con mayor frecuencia”, dice Espinoza.
La cantidad de infantes que sufren la pérdida de sus padres, o de alguno de ellos, es tan grande que casi en cada colonia los vecinos tienen referencia de uno o varios casos. Sin embargo, aproximarse a ellos no es algo simple, dice Juan González Ferrer, director del Centro Familiar Proyecto de Vida, una asociación que en septiembre decidió organizar un taller dirigido a maestros, académicos, sicólogos y activistas para que supieran cómo abordar y tratar a los niños y sus familias.
 
“Lo que se impartió en ese taller fueron técnicas para saber tratar a estas víctimas de violencia extrema. Porque de pronto alguien sabía que uno de sus alumnos había quedado huérfano o que alguien de su calle o de la colonia donde se trabaja en campo había sufrido la misma suerte y no se sabía cómo ofrecerles ayuda o cómo convencerlos de la necesidad imperante para que recibieran terapia”, explica González.

A ese primer taller asistieron 125 personas, pero la necesidad y la multiplicación de casos ha hecho que Proyecto de Vida prepare otros cinco para este año, el primero de los cuales ya tiene fecha para la última semana de enero.

Mientras, en las mesas de trabajo del programa Todos Somos Juárez, los representantes de los tres niveles de gobierno evaden la responsabilidad, dice Hugo Almada, integrante de la Mesa de Seguridad y coordinador de la maestría en Sicoterapia Humanista y Educción para la Paz en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

“El tamaño del problema psicolemocional que tenemos en Juárez es descomunal. No tendrá solución en años. Miles de personas sufren problemas emocionales severos y no sabemos lo que dejará a la ciudad. Esto tendría que ser el punto número uno de preocupación para los gobernantes. Sin embargo, no tenemos una propuesta a la altura de la circunstancia: el gobierno federal ha sido insensible, el gobierno del estado ofreció un fondo de 100 millones de pesos para ayudar a los huérfanos y sus familias, pero hasta el momento desconocemos de qué manera aterrizará los fondos y el gobierno municipal sencillamente no tiene proyecto alguno para auxiliar a las víctimas”.

El proceso de duelo es algo que preocupa a especialistas, porque con la violencia no solamente sufren los huérfanos y familiares, sino la ciudad entera. El trauma es severo, afirma la tanatóloga y coordinadora de la organización Mujer de Pacto, Gabriela Reyes.

“Brigadas de ayuda”

“En 2007 estuve en Tabasco como parte de las brigadas que brindaron asistencia emocional a los damnificados por las inundaciones. Allí no se perdieron tantas vidas, sino bienes materiales. Los gobiernos estatal y federal armaron brigadas con terapeutas, elaboraron diagnósticos, levantaron censos; hubo sensibilización y una intervención para auxiliar a una comunidad en crisis. El trauma que sufre Juárez es todavía mayor y mucho más profundo porque aquí el daño es irreparable, la vida no se repone y por increíble que parezca ningún gobierno reacciona”.

Reyes tiene su campo de acción en el municipio de Práxedis G. Guerrero, en el Valle de Juárez. Allí habitaban 8 mil 500 personas hasta 2008. Ahora queda menos de la mitad. La cantidad de huérfanos por la violencia es proporcionalmente mayor a la de Juárez.

“En las escuelas, a muchos adolescentes se les quiere expulsar por mal comportamiento. Pero son víctimas y es lo que he logrado que entiendan los profesores. El problema emocional es severo. Muchos de los estudiantes responden que quieren ser sicarios cuando se les pregunta qué quieren estudiar. Su entorno es terrible. Tengo el caso de un menor de 14 años, al que le mataron al padre, y tanto él como su mamá duermen en casa distinta cada noche por miedo a que los maten también. Para ellos y el resto de la población no hay ayuda del gobierno”.

Laurencio Barraza, el coordinador de Paso a Pasito, vivió hace poco su propia experiencia con la violencia. Iba con uno de sus hijos en su carro cuando de pronto quedó frente al vehículo en el que dos hombres acababan de ser asesinados a tiros. “Lo que hice fue girar el volante y proseguir. En el trayecto le pregunté a mi hijo qué sentía y yo mismo le conté lo que sentí: miedo. Este es un diálogo básico para ayudar al niño a digerir un hecho violento”.

De momento, todos estos infantes sufren trastorno de sueño, viven atemorizados, suelen refugiarse y no salir, pierden roce social, dice la tanatóloga Reyes. A futuro, agrega, esta circunstancia detonará más pobreza y más violencia. “Tenemos una generación de muchachos heridos para herir, con desesperanza y desolación, sin un sentido de vida. Eso es terrible”.
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Publicado por el diario El Universal

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