jueves, 25 de febrero de 2010
Continuidad de los parques, Julio Cortázar
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada.
Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
COMENTARIO CRÍTICO DE ARTURO ALVAR
Sobre el relato de Cortázar se pueden decir muchas cosas, pues es un texto, como otros del autor, que pueden generar diversas perspectivas. Es como una cinta de Moebio, en donde el significado se continúa en el significante, al advertir el lector que el protagonista (otro lector) se encuentra leyendo el desenlace de la novela donde él es la víctima. Una metáfora de la lectura: nos leemos nosotros en los libros que leemos, parecido a una versión sintética de “El amante de Lady Chatterley”, de Lawrence, en donde la esposa de un lisiado (su lesión es más espiritual que física) encuentra como amante a un guardabosques que representa la salud física, lo activo, frente a la pasividad intelectual del esposo. En el cuento de Cortázar, el esposo es un terrateniente que delega todas sus obligaciones en otros, aparece un mayordomo y un apoderado que le resuelven su vida material, para que él pueda dedicarse a lo que más le gusta, que es la lectura. Ni siquiera conduce un vehículo, pues llega en tren a la finca en donde se desarrolla la historia, ni tampoco se ocupa de la esposa e implícitamente delega su relación cuando ella en un amante que encontrará retratado en la novela que va leyendo. Antes, cuando llega a la finca, se nos dice de paso que el mayordomo discutió un asunto de aparcerías con alguien. Un aparcero es un sin tierra, alguien que alquila o cuida tierra ajena para vivir. La tierra ajena es una metáfora de la esposa ajena, su amante, y la amante una metáfora de la tierra. Los amantes conspiran, lee el terrateniente, en la cabaña del monte; ella quiere restañar una herida en la acara de su enamorado con besos pero él lo impide, no están ahí para eso (la herida la provoca presumiblemente el mayordomo, nos muestra que la enamorada es ella, o él: ella es un instrumento para otro fin que se nos va revelando). Planean un crimen, se nos dice que es el último encuentro en esa cabaña, lo que anuncia el final exitoso de lo planeado ahí. Se dirige el amante hacia el sur (ella en dirección contraria, para evitar posibles sospechas) en busca de la casa que habita su enemigo y su amante. El mayordomo no debía estar y no está (lo que descarta al mayordomo como el ejecutor de estas acciones, quien conoce con exactitud la propiedad), los perros no debían ladrar y no lo hacen (lo reconocen, quizás los alimenta, es su función), pero no conoce el interior de la casa (no pertenece a la clase social del dueño, como sí lo es su apoderado, lo que descarta también al apoderado como el posible amante). Sigue las instrucciones de su amante, el porche, la escalera, la habitación al fondo, el cuchillo en la mano, el hombre sentado, de espaldas a la puerta (de espaldas a la realidad y con el bosque de encinos al fondo), leyendo una novela. Es una representación de una lucha de clases, la esposa es el instrumento para que “activo” aparcero se quede con la esposa y las propiedades del esposo “pasivo”. Hay un juicio moral del autor, Cortázar, hacia el intelectual pasivo, pues su juicio favorece al asesino activo. Es un juicio adverso a los ociosos latifundistas latinoamericanos y su interés de acabar con esa inactiva clase social.
El verbo proscrito
Ilustración: Luís Alanís
La palabra es la casa de ser.
En su morada habita el hombre.
Martin Heidegger
El que habla es más taciturno que el que escucha,
así como el que reza es más silencioso que Dios.
Walter Benjamin
¿Cómo es posible que exista la acción sin el agente, la facultad sin el ser, la característica sin el sujeto, puesto que hasta gramaticalmente, verbo es toda acción, pensamiento y sensación?
Jomo Blonza
La única deidad que hay en el mundo se haya en la manos del poeta
Enrique González Rojo Arthur
EL VERBO PROSCRITO
En el principio, el verbo fue poesía; pero luego en Occidente se ha impuesto con un eslabón entre espiritualidad y mundo: cadena que nos aprisiona a realidad preestablecida y que genera lo prohibido. Entonces el verbo se convirtió en palabra deseada para romper la realidad y así irrumpir el límite.
De la tradición judaica al cristianismo, el verbo fue principio y Dios tuvo que nombrar al mundo: Haya luz, dijo. Los hombres están hechos a imagen y semejanza del ser omnipotente y de ahí creemos conocer el origen de las cosas porque nos apropiamos de ellas. Accedemos al mundo a través de la palabra: el símbolo. En el nombre de la rosa está la rosa, dice Borges; sin embargo para los estructuralistas el nombre es una mera arbitrariedad. En todo caso, el mito consiste en realizar la tarea adánica por excelencia.
En la institucionalización de lo espiritual, las religiones configuran un orden moral, que en el caso del mito del Paraíso, configura la culpa originaria, que Milton siglos después exorcizara, cuando las palabras pueden condenar más que los actos, como escribió lúcidamente Oscar Wilde: la ética del dicho al hecho. Entonces el verbo es un amarre entre creyente y credo, donde el cielo prometido condiciona al mundo posible.
Aunque en el mundo actual, la muerte de Dios no es la muerte del verbo, la abstracción del pecado nos absorbe y nuestros actos nos convierten en nuestro propio juez. Dios no está, pero nuestra creencia sí. Entonces, ¿a qué nos condenan las palabras? Según Robert Graves en La diosa blanca, el poeta irremediablemente le dedicaba su canto a la luna, en la tradición griega. Lo femenino, la naturaleza, lo nocturno, el misterio último. El círculo helénico donde el sacerdote y el poeta eran el mismo, transmisor de esas “esencias”. Sin embargo, en la expansión de la civilización el culto se transfiere al sol. El sacerdote y el poeta se dividen, pues el sacerdote deja de sentirse conjurado por el poder de lo femenino, aliándose al poder político y la fuerza militar. Lo solar se vuelve un símbolo de supremacía masculina –sexto día del Génesis- y la conquista de la razón disuelve el misterio. Así el canto del poeta queda marginado en lo “inútil” y se convierte en proscrito.
El verbo entonces enuncia al ser, se manifiesta y es poder para derrumbar cualquier status quo. El verbo es la crisis de los supuestos universales, es afirmación destructiva e imperante. En él está la dualidad entre la experiencia sensible y el mundo de la ideas. El pensamiento presocrático concibe la perfección como el ascenso del alma para convertirse en espíritu. Idea conocida por Jesús, que al ascender al cielo se convierte en espíritu y deja a los apóstoles el verbo amar que, a diferencia del dios hebreo, no enjuicia, sino perdona. Oswald Spengler en su obra La decadencia de Occidente interpreta que la idea de humanidad aparece junto con un Dios débil. Luego entre el Ser y el Hacer los humanos se separan de la omnisciencia divina y se miran en el espejo que es el mundo, confundidos, buscando el amor de sí mismos o por el contrario, la máscara protectora del ideal divino destruido, el miedo a la otredad, la humanidad ausente. Aún con esto, el verbo humano es perfectible, no así el verbo divino. Gianni Vattimo plantea que la Redención que nos propone el cristianismo forma parte de un proceso de secularización del pensamiento occidental, el cual sigue creyendo, por contradicción, en una conciencia histórica que pueda dar “razón y fe” de los acontecimientos, a pesar de la evidente crisis de los paradigmas dominantes.
Esta praxis del espíritu no sólo abandona la explicación religiosa y se “desencanta del mundo”, como observa Max Weber, sino que modula un repliegue espiritual del ser hacía sí mismo, en el ámbito de lo privado, en el aislamiento de sus significaciones: la enajenación de lo que predica el sujeto. Entonces el verbo proscrito posibilita a ese ser circunstancial a desprenderse de la colectividad con una mirada poética. El verbo se vuelve dictado del suceso; lo que conlleva otra crisis: el tratamiento sagrado de la poesía.
Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Luis de León, por medio de la oración, el rezo y la mística, intentan acceder al diálogo divino, más allá de los preceptos canónicos que imperaban en su momento. En el caso de estos tres poetas, mantienen el mismo tono confesional de lo religioso instituido, pero la voz poética trata de liberarse de los intermediarios, sosteniendo su argumento de manera dialógica. El intento de que nada mediara entre el hombre y su dios no expresó algún cambio dentro de la ética católica, como sí con la protestante. Los místicos como Teresa, Juan y Luis, que luego fueron considerados santos, fueron canonizados por una jerarquía eclesiástica, no así por su trascendencia literaria. Sin embargo, esta poesía se muestra reticente a aceptar de manera pasiva el rezo clerical. En Occidente lo sagrado es, a través del verbo, institución de lo religioso, en tanto que la Iglesia no es propia de los fieles, sino del clero ― aunque en el santísimo discurso se plantee al revés ―. Para hablar de esta apropiación de la palabra, nos puede decir mucho el discurso de la Santa Inquisición, el humanismo en la evangelización de los pueblos colonizados, o las prácticas actuales como el celibato (en una vida que predica el amor); con su repercusión inmunda en el caso del abuso por parte de los sacerdotes a menores que actualmente se sigue llevando a cabo; en las prácticas como la confesión para expiar los pecados “rezando tantas Aves Marías y otros tantos rezos”. La confesión, en el último de los casos, se vuelve la aceptación pasiva de una autoridad, más que un arrepentimiento. El vínculo del hombre con la divinidad por medio de la palabra, no es otra cosa que el simple problema de la libertad.
Por contrario a buscar cada vez más un lenguaje despojado de los letargos que la liturgia y que el discurso canónico hacen pesar actualmente sobre la poesía, se encuentra en apogeo un corpus clerical, que santifica, en nombre de la poesía, a los nuevos patriarcas, el sacerdocio que se pretende solar, legitimando un discurso aliado al poder político y militar para establecer una jerarquía clerical de la poesía por medios extraliterarios. El legado de la poesía secular no es el verbo instituido, la luna sigue invocando su oriente de máculas; sino aquel verbo proscrito, el que se sabe desde el destierro. Aunque hayamos matado, robado, deseado a la mujer de nuestro prójimo y sobre todo blasfemado; la casa del hombre es destruida para volverse a construir con los ladrillos de otra Babel a cuestas, no entre apóstoles o nuevos profetas, sino entre seres que dicen lo que piensan y cuestionan lo que escuchan.
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Publicado en el número 3 (Rezos) Revista Versodestierro. 2003
La palabra es la casa de ser.
En su morada habita el hombre.
Martin Heidegger
El que habla es más taciturno que el que escucha,
así como el que reza es más silencioso que Dios.
Walter Benjamin
¿Cómo es posible que exista la acción sin el agente, la facultad sin el ser, la característica sin el sujeto, puesto que hasta gramaticalmente, verbo es toda acción, pensamiento y sensación?
Jomo Blonza
La única deidad que hay en el mundo se haya en la manos del poeta
Enrique González Rojo Arthur
EL VERBO PROSCRITO
Por Arturo Alvar
En el principio, el verbo fue poesía; pero luego en Occidente se ha impuesto con un eslabón entre espiritualidad y mundo: cadena que nos aprisiona a realidad preestablecida y que genera lo prohibido. Entonces el verbo se convirtió en palabra deseada para romper la realidad y así irrumpir el límite.
De la tradición judaica al cristianismo, el verbo fue principio y Dios tuvo que nombrar al mundo: Haya luz, dijo. Los hombres están hechos a imagen y semejanza del ser omnipotente y de ahí creemos conocer el origen de las cosas porque nos apropiamos de ellas. Accedemos al mundo a través de la palabra: el símbolo. En el nombre de la rosa está la rosa, dice Borges; sin embargo para los estructuralistas el nombre es una mera arbitrariedad. En todo caso, el mito consiste en realizar la tarea adánica por excelencia.
En la institucionalización de lo espiritual, las religiones configuran un orden moral, que en el caso del mito del Paraíso, configura la culpa originaria, que Milton siglos después exorcizara, cuando las palabras pueden condenar más que los actos, como escribió lúcidamente Oscar Wilde: la ética del dicho al hecho. Entonces el verbo es un amarre entre creyente y credo, donde el cielo prometido condiciona al mundo posible.
Aunque en el mundo actual, la muerte de Dios no es la muerte del verbo, la abstracción del pecado nos absorbe y nuestros actos nos convierten en nuestro propio juez. Dios no está, pero nuestra creencia sí. Entonces, ¿a qué nos condenan las palabras? Según Robert Graves en La diosa blanca, el poeta irremediablemente le dedicaba su canto a la luna, en la tradición griega. Lo femenino, la naturaleza, lo nocturno, el misterio último. El círculo helénico donde el sacerdote y el poeta eran el mismo, transmisor de esas “esencias”. Sin embargo, en la expansión de la civilización el culto se transfiere al sol. El sacerdote y el poeta se dividen, pues el sacerdote deja de sentirse conjurado por el poder de lo femenino, aliándose al poder político y la fuerza militar. Lo solar se vuelve un símbolo de supremacía masculina –sexto día del Génesis- y la conquista de la razón disuelve el misterio. Así el canto del poeta queda marginado en lo “inútil” y se convierte en proscrito.
El verbo entonces enuncia al ser, se manifiesta y es poder para derrumbar cualquier status quo. El verbo es la crisis de los supuestos universales, es afirmación destructiva e imperante. En él está la dualidad entre la experiencia sensible y el mundo de la ideas. El pensamiento presocrático concibe la perfección como el ascenso del alma para convertirse en espíritu. Idea conocida por Jesús, que al ascender al cielo se convierte en espíritu y deja a los apóstoles el verbo amar que, a diferencia del dios hebreo, no enjuicia, sino perdona. Oswald Spengler en su obra La decadencia de Occidente interpreta que la idea de humanidad aparece junto con un Dios débil. Luego entre el Ser y el Hacer los humanos se separan de la omnisciencia divina y se miran en el espejo que es el mundo, confundidos, buscando el amor de sí mismos o por el contrario, la máscara protectora del ideal divino destruido, el miedo a la otredad, la humanidad ausente. Aún con esto, el verbo humano es perfectible, no así el verbo divino. Gianni Vattimo plantea que la Redención que nos propone el cristianismo forma parte de un proceso de secularización del pensamiento occidental, el cual sigue creyendo, por contradicción, en una conciencia histórica que pueda dar “razón y fe” de los acontecimientos, a pesar de la evidente crisis de los paradigmas dominantes.
Esta praxis del espíritu no sólo abandona la explicación religiosa y se “desencanta del mundo”, como observa Max Weber, sino que modula un repliegue espiritual del ser hacía sí mismo, en el ámbito de lo privado, en el aislamiento de sus significaciones: la enajenación de lo que predica el sujeto. Entonces el verbo proscrito posibilita a ese ser circunstancial a desprenderse de la colectividad con una mirada poética. El verbo se vuelve dictado del suceso; lo que conlleva otra crisis: el tratamiento sagrado de la poesía.
Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Luis de León, por medio de la oración, el rezo y la mística, intentan acceder al diálogo divino, más allá de los preceptos canónicos que imperaban en su momento. En el caso de estos tres poetas, mantienen el mismo tono confesional de lo religioso instituido, pero la voz poética trata de liberarse de los intermediarios, sosteniendo su argumento de manera dialógica. El intento de que nada mediara entre el hombre y su dios no expresó algún cambio dentro de la ética católica, como sí con la protestante. Los místicos como Teresa, Juan y Luis, que luego fueron considerados santos, fueron canonizados por una jerarquía eclesiástica, no así por su trascendencia literaria. Sin embargo, esta poesía se muestra reticente a aceptar de manera pasiva el rezo clerical. En Occidente lo sagrado es, a través del verbo, institución de lo religioso, en tanto que la Iglesia no es propia de los fieles, sino del clero ― aunque en el santísimo discurso se plantee al revés ―. Para hablar de esta apropiación de la palabra, nos puede decir mucho el discurso de la Santa Inquisición, el humanismo en la evangelización de los pueblos colonizados, o las prácticas actuales como el celibato (en una vida que predica el amor); con su repercusión inmunda en el caso del abuso por parte de los sacerdotes a menores que actualmente se sigue llevando a cabo; en las prácticas como la confesión para expiar los pecados “rezando tantas Aves Marías y otros tantos rezos”. La confesión, en el último de los casos, se vuelve la aceptación pasiva de una autoridad, más que un arrepentimiento. El vínculo del hombre con la divinidad por medio de la palabra, no es otra cosa que el simple problema de la libertad.
Por contrario a buscar cada vez más un lenguaje despojado de los letargos que la liturgia y que el discurso canónico hacen pesar actualmente sobre la poesía, se encuentra en apogeo un corpus clerical, que santifica, en nombre de la poesía, a los nuevos patriarcas, el sacerdocio que se pretende solar, legitimando un discurso aliado al poder político y militar para establecer una jerarquía clerical de la poesía por medios extraliterarios. El legado de la poesía secular no es el verbo instituido, la luna sigue invocando su oriente de máculas; sino aquel verbo proscrito, el que se sabe desde el destierro. Aunque hayamos matado, robado, deseado a la mujer de nuestro prójimo y sobre todo blasfemado; la casa del hombre es destruida para volverse a construir con los ladrillos de otra Babel a cuestas, no entre apóstoles o nuevos profetas, sino entre seres que dicen lo que piensan y cuestionan lo que escuchan.
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Publicado en el número 3 (Rezos) Revista Versodestierro. 2003
lunes, 15 de febrero de 2010
Teratología alfabética
Él es sus textos, su escritura. Las letras de su nombre se vuelven los animales de su mente, su invocación, donde el despliegue de su lengua es el despliegue del universo. Danell en cambio prefiere ver los momentos de sus escritura. Puede llegar a los textos bajo una certidumbre: nada tiene que ver su vida con su obra.
Arca es una deformación del cuerpo en la deformación de lo que representa. Cuerpo hecho de carne y escrito en nombre, representado en una niña bonita y un dedo en las arrugas de la hoja. Se difieren, se aman.
Danell no ve en sus escritos lo que en él mismo se encuentra. El despliegue de sus escritura se hace no en sacrificio de ser su propio anhelo de creación, su personaje. Ya se le ha asignado un papel y un trato con el mundo. Arca de frente y de espaldas al mundo, se dibuja un punto entre los ojos y se hiere las manos, para abrazarse en un capullo o sello fetal se mariposa podrida; para despertar y que las costras del dibujo se le vayan tirando, secas, al descubrimiento de sus alas.
Arca no, no empieza desde el movimiento de los dedos, escribe con los ojos, lo escriben con los ojos. Lee desde la columna vertebral e intenta erguirse y apoyar sobre su cabeza la arquitectura de pasillos altos y escaleras angostas. Duerme mientras desciende el cuello y se derrumba: ¿la casa, el castillo, la iglesia? Lumbre de agua están sus ojos dormidos pero abiertos. Recorre el zagzig de su mente y no usa la cuadrícula y el punto y aparte. Sólo hay una puerta para él y es MAYÚSCULA; un vino desde allá y se acerca, un te vas cada vez más de cerca hasta que me estrelles tu boca en la escritura. Tan presentes sus presas de palabras, anilladas en una curva o mano pintada en las negras digitales de la extremidad.
Su cabeza es un pulgar hecho de pelo oscuro y amputada articulación, caligrafía deforme y clausurada por los otros dedos enemigos. Habla el tiempo en sus miembros sin tacto, las ligas del maniquí o el muñeco de trapo ahogado en la pesada tinta, cubeta para limpiar el azulejo blanco; cubeta: un corazón de plástico. Jorobados y entumidos signos, palabras sin encontrar la última letra; marca flácida bajo una pluma que nunca se acaba, se pierde o se mancha de hemorragia interna. Sola, muerta de hambre por metérsela en la rajada del libro, de cabeza de cabecera, duerme a solas.
Empiezo por la escalera y termino en el baño solando con mi orín de tinta negra. Anochezco sentado, me levanto con las piernas arriba de mi lectura hecha con libros soñados, los mismos libros de la vigilia con las páginas arrancadas para que digan otra cosa. Y Danell no piensa en heces o en canes con tiña y ser la comenzón de la escritura o la escritura de comezón en la hoja. Trazo cuadriculado y recto, simetría sin ángulos. Tal parece y le sorprende a Arca, que a Danell no le importan los puntos finales, o mojarse y limpiar el pasillo con sus ropas, colgarse del techo y saber qué dice tanta mugre o azulejo de agua. Mi jerga te limpia o te lastima y me hace hablar como si fuera el retazo de tela que tiró algún rey.
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Arca es una deformación del cuerpo en la deformación de lo que representa. Cuerpo hecho de carne y escrito en nombre, representado en una niña bonita y un dedo en las arrugas de la hoja. Se difieren, se aman.
Danell no ve en sus escritos lo que en él mismo se encuentra. El despliegue de sus escritura se hace no en sacrificio de ser su propio anhelo de creación, su personaje. Ya se le ha asignado un papel y un trato con el mundo. Arca de frente y de espaldas al mundo, se dibuja un punto entre los ojos y se hiere las manos, para abrazarse en un capullo o sello fetal se mariposa podrida; para despertar y que las costras del dibujo se le vayan tirando, secas, al descubrimiento de sus alas.
Arca no, no empieza desde el movimiento de los dedos, escribe con los ojos, lo escriben con los ojos. Lee desde la columna vertebral e intenta erguirse y apoyar sobre su cabeza la arquitectura de pasillos altos y escaleras angostas. Duerme mientras desciende el cuello y se derrumba: ¿la casa, el castillo, la iglesia? Lumbre de agua están sus ojos dormidos pero abiertos. Recorre el zagzig de su mente y no usa la cuadrícula y el punto y aparte. Sólo hay una puerta para él y es MAYÚSCULA; un vino desde allá y se acerca, un te vas cada vez más de cerca hasta que me estrelles tu boca en la escritura. Tan presentes sus presas de palabras, anilladas en una curva o mano pintada en las negras digitales de la extremidad.
Su cabeza es un pulgar hecho de pelo oscuro y amputada articulación, caligrafía deforme y clausurada por los otros dedos enemigos. Habla el tiempo en sus miembros sin tacto, las ligas del maniquí o el muñeco de trapo ahogado en la pesada tinta, cubeta para limpiar el azulejo blanco; cubeta: un corazón de plástico. Jorobados y entumidos signos, palabras sin encontrar la última letra; marca flácida bajo una pluma que nunca se acaba, se pierde o se mancha de hemorragia interna. Sola, muerta de hambre por metérsela en la rajada del libro, de cabeza de cabecera, duerme a solas.
Empiezo por la escalera y termino en el baño solando con mi orín de tinta negra. Anochezco sentado, me levanto con las piernas arriba de mi lectura hecha con libros soñados, los mismos libros de la vigilia con las páginas arrancadas para que digan otra cosa. Y Danell no piensa en heces o en canes con tiña y ser la comenzón de la escritura o la escritura de comezón en la hoja. Trazo cuadriculado y recto, simetría sin ángulos. Tal parece y le sorprende a Arca, que a Danell no le importan los puntos finales, o mojarse y limpiar el pasillo con sus ropas, colgarse del techo y saber qué dice tanta mugre o azulejo de agua. Mi jerga te limpia o te lastima y me hace hablar como si fuera el retazo de tela que tiró algún rey.
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viernes, 12 de febrero de 2010
viernes, 5 de febrero de 2010
Festival Cultural XXII años de calle
El arte se hace en la calle
26, 27 y 28 de febrero
San Cristóbal Centro
Ecatepec de Morelos, Estado de México
Festival cultural que celebra veintidós años de trabajo artístico callejero en el municipio de Ecatepec, es impulsado por el mimo y actor callejero Valente Rivera, “Vale” para sus amigos, el cual resalta como un oasis en medio del desierto, uno de los más importantes eventos del ámbito independiente, tomando en cuenta el contexto tan precario del municipio, donde se carecen de espacios propicios para la expresión y manifestación artística.
Por primera vez en su historia el Festival contará en este año con tres cedes alternas, el Centro Regional de Cultura “José María Morelos y Pavón”, la Alameda Central de San Cristóbal y el Corredor Cultural “El Semillero”, donde se concentrarán las actividades escénicas y musicales, principalmente. Se montará también una feria del libro independiente, con uno de los grupos libreros con trabajo más activo en la República Mexicana, donde se presentarán publicaciones de gran relevancia como la Antología de poesía “40 Barcos de Guerra” por parte de la revista de literatura y filosofía “Arca”, con sede en Ecatepec y que participa en este libro con la presencia de los poetas Karina Falcón, Israel Soberanes, Sofía Faddeeva y Arturo Alvar.
En esta ocasión el Festival reconoce la labor cultural y artística de tres promotores ecatepenses: Cármen López, Directora de la Casa de Cultura; Sergio Martínez, artista plástico del gobierno municipal y Eduardo Domínguez, artista plástico independiente. Asimismo, el Festival contará con los grupos de música Tepequika, Dr. Ojo, Majazzband, Los Magníficos Impostores con su "Disco Balkan", Son Jarocho por parte de Andrés Nestitla y un quinteto de cuerdas por confirmar. En cuanto a las actividades escénicas y performativas, está programada la obra teatral "Vida Nocturna"; la participación de Madamn Burnzasí con performance; en arte callejero, tendremos la clausura con la presencia de "Triciclo Circus", un colectivo de jóvenes que han aprendido el arte callejero siguiendo los pasos y atravesando las paredes invisibles del mimo Vale.
El mimo “Vale” habla sobre la cultura en Ecatepec
Más que un actor, Valente Rivera se considera un artista escénico, lleva más de la mitad de su vida de teatrero que de otra cosa. Ha sido además de mimo, payaso, clown y dramaturgo. Una de sus obras ganó el premio “Morelos de Bronce” de la Casa Regional de Cultura de Ecatepec, que lo vio nacer. Se ha presentado en Toluca, representando a Ecatepec, aunque también ha montado obras en otras entidades como Zacatecas, Querétaro y Quintana Roo. Ganó el primer lugar, dentro de 11 categorías, en el homenaje realizado a la directora teatral Reyna Barrera, por parte de la Sociedad de Críticos de Teatro de la UNESCO y hace apenas dos años asistió a Santiago de Cuba a presentar una obra como director dentro del Festival de Teatro del Caribe.
Aunque asistió al INBA, para ser teatrero Valente Rivera fundamentalmente se ha formado de manera autodidacta, pues no hay institución que enseñe dominar el arte callejero. Desde muy joven comenzó a impartir clases de teatro en varias casas de cultura de los municipios aledaños, haciendo montajes de todo tipo. Pero fue junto con otros dos precursores del trabajo callejero en Ecatepec y con Juan Hernández, que constituyó el grupo “Candil de la Calle”, fomentando la cultura en el Centro de Ecatepec. De esta forma, marcaron los antecedentes de un proyecto posterior: el Jardín del Arte, realizado en los comienzos del Colectivo de Artistas Plásticos Independientes de Ecatepec, APIE.
Con en este último colectivo, ha promovido proyectos y festivales, donde la gente va conociendo el espacio del Corredor Cultural “El Semillero”, como un referente cultural y de retroalimentación artística, todo un observatorio cultural que también experimenta con nuevas propuestas. El acercamiento con los artistas plásticos, como Eduardo Domínguez, Alejandro Araujo, Juan José Ramos y Eduardo Chavarría, se dio cuando éstos montaban exposiciones en el Reloj del Centro de San Cristóbal y el mimo Vale también trabajaba en la explanada, comenzando así a frecuentarse, más por el cotorreo, muy informal al principio, en las casas de “la banda”, donde se reunían a ver películas y platicaban de arte.
Con la entrada del gobierno municipal del PRD a Ecatepec en 2006, se abrió la oportunidad para presentar proyectos culturales por parte de artistas de la comunidad, aunque muy pronto se desencantaron de las condiciones reales que establecieron las autoridades en turno. Sin embargo también, a decir de Valente Rivera, llega gente muy valiosa a Ecatepec del Distrito Federal, a trabajar convencidos del proyecto cultural, “gente con muchas ganas se acerca, como Manuel Tlatoani, Arturo Alvar y Jonathan Robles, entre otros promotores jóvenes, abriendo otros caminos por la música, la literatura y el cine. Es cuando me doy cuenta que ya estaba muy metido en el colectivo APIE”. Conformado en un principio por artistas plásticos, este colectivo empezaba a diversificarse en cuanto a gustos e inquietudes estéticas, hasta desembocar en una acción coordinada en el que Valente Rivera participó activamente: el Segundo Encuentro Nacional de Artistas Jóvenes Independientes (ENAJI), organizado bajo la batuta del APIE.
Con ello comenzó un matrimonio que se mantiene vivo, pues Valente Rivera tuvo así el honor de ser el padrino de apertura de la cafetería cultural que mantiene “El Semillero” en un espacio público recuperado para crear un “Corredor Cultural” único en todo el Estado de México, como consecuencia de las expectativas y logros generados a partir de ENAJI. Por lo que actualmente, con el cambio de administración de nuevo al PRI, Valente Rivera ahora se encarga de las relaciones públicas con el Ayuntamiento y el APIE, “soy la cara al exterior del colectivo”, ya que con toda esta experiencia cultural, el mimo “Vale” cuenta con un peso carismático importante y, sobre todo, con el respeto que se ha ganado en el medio local por su trabajo artístico.
Así lo resume Valente Rivera: “Todo consiste en picar mucha piedra, con los de El Semillero ha sido y es una buena puntada; nunca se había dado en Ecatepec que un colectivo independiente tomara un espacio, es algo sin precedente. Aun así, hay que calentar el espacio. La gente no lo conoce, tiene la percepción de que es un espacio para jóvenes, no tanto familiar y mi trabajo es precisamente para el público familiar. Siento que mi papel es cumplir con ese trabajo de acercar a más gente, con más funciones y no es nada que no se pueda lograr”.
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