Conocí a Rafael Tomé Zamora (1950-2010) a finales de 2006, en El Juglar, cafetería cultural y rincón literario del poeta Israel Soberanes, ubicada en Santa Clara Coatitla, Ecatepec, donde Rafa impartía los sábados un taller de lectura en voz alta, de los pocos en su tipo no sólo de toda la zona conurbada, sino de la misma ciudad de México.
Recuerdo a Tomé como un hombre atento a la lectura del otro, distinguiendo matices y haciendo recomendaciones para hacerla más amena y con mayor presencia frente al público que escucha. La lectura en voz alta para Rafa Tomé era, como en los infras para la poesía, un estado del alma, un humanismo literario, por lo que desde el primer encuentro supe que en él tendríamos a un luchador insobornable.
Por ese entonces comenzamos a implementar un programa de fomento a la lectura para el municipio de Ecatepec, que Rafa Tomé apoyó desinteresadamente, siempre crítico de las autoridades en turno. Participó en la formación de los promotores de lectura, en su mayoría jóvenes, con el fin de activar el programa Libro-Club, que él conocía porque en la Delegación Gustavo A. Madero, de donde él era oriundo y había participado como lector en voz alta en varios libro-clubes. En una visita al palacio municipal, en 2007, llegamos a conocer al poeta Alejandro Aura, iniciador del programa en la ciudad de México, poco antes de su fallecimiento. Entonces había algo de esperanzador en todo aquel propósito de alzar la voz sobre la mancha urbana.
Rafael Tomé Zamora no sólo leyó en todo Ecatepec, sino que mediante la literatura aprendió a ser hasta coqueto con las bibliotecarias, a quienes les leía desde la soledad de una tarde en la biblioteca. Vio en el escritor Miguel Zaqueo a un joven discípulo, quien lo acompañó en sus últimas andanzas (en busca del tiempo perdido, detectives del libro-club extraviado). Aunque por sus constantes críticas, las autoridades municipales lo quisieron relegar después a otras tareas, como cargar despensas, al final de la administración, en 2009, un año antes de su imprevista muerte, Rafael Tomé alcanzó a publicar un primer y único número de la revista Rehilete. Sin pretensiones, el maestro Tomé llegaba a cada espacio para crear una atmósfera propicia a la lectura. De hace tiempo congeniaba y era amigo de poetas jóvenes, como el propio Israel “Bull Dog” Soberanes y Karina Falcón, quienes después fueron, respectivamente, adversario y jurado del Torneo de Poesía en 2008, con quienes compartió, a manera de coucheo, su pasión por la vida y la literatura.
Entre los paisajes periféricos donde creció como lector en voz alta, con el tiempo Rafael Tomé se hizo escritor, también de una narrativa periférica, cuyos límites se extienden como la propia urbe. Arriba y abajo del cuadrilátero, Rafael Tomé sabía más que nadie del poder que puede tener una buena lectura en voz alta de un poema o narración, propia o ajena. Consecuente con la pasión que igualmente compartía por la lucha libre, un día Rafael Tomé, en el cerro del viento, me dijo que estaba preparando una novela donde aparecía El Santo, sólo que su héroe era un personaje que no abandonaba el barrio, ni su nombre original, Rudy Guzmán, que es develado en la novela, así es, el nombre real del célebre luchador.
En 2008, los Premios Nacionales de Literatura en homenaje a Enrique González Rojo Arthur, impulsaron a Rafael Tomé a terminar de mecanografiar la novela. Estaba dispuesto a participar en este certamen, pero como recientemente él había entrado trabajar en el programa de fomento a la lectura del municipio, al final no pudo participar. Sin embargo, la expectativa tuvo sus frutos, pues ya estaban los tres engargolados con su novela y un día Rafael Tomé Zamora le entregó uno de éstos al editor de Versodestierro, Adriano Rémura, quien de inmediato se interesó por su publicación, como así sucedió finalmente dentro de la “Colección extraordinaria”, que apenas se había inaugurado con Arraigo Domiciliario, novela de Oscar Escoffié Padilla que había resultado ganadora del Premio Enrique González Rojo Arthur, teniendo como único jurado a Eusebio Ruvalcaba. Sin embargo, había otro adversario que se habría de levantar una vez más de la lona para volverlo a intentar.
La novela de Rafael Tomé, Máscara de Cristal, se publicó por parte de Versodestierro en el 2010. Cuando la obra estaba en edición, Adriano Rémura recibió la noticia de que Rafael Tomé había muerto, víctima de cirrosis hepática. Ese día Rafa Tomé había asistido a una comunidad a leer en voz alta, aún cuando suponemos que ya se sentía muy mal. Contendía con su propia enfermedad desde hace años. La literatura quizá fue su obstinación ante la certidumbre de la muerte. Rafa Tomé colgó los guantes, dejó su máscara en esta novela que se descubre como póstuma, acontecimiento que se festeja pero que también duele para quienes lo conocieron y le tuvieron un aprecio sincero; que ahora han leído Máscara de cristal y se han reído con ella de las ironías de la vida.
Al leer Máscara de cristal, me encuentro con afinidades en personajes como Julia, que es periodista y entre otras cosas, registra los avatares de la lucha libre de su época, desde la triada conformada por Blue Demon, El Santo y el Rayo de Jalisco, en la Arena México, pasando tras las bambalinas del cuadrilátero, hasta la entrevista con un gladiador donde éste le comenta que la “Empresa” no se interesaba mucho por ellos, que no querían tener tratos con la CTM de Fidel Velázquez, es decir, marginados que podían ser insurrectos, tipos duros que salían al quite ante cualquiera, inclusive contra los halcones, el grupo represivo por excelencia del autoritarismo mexicano. Me gusta el escenario que se va dibujando en la novela, la zona de batalla de los poetas, periferia donde se levantaron ciudades como Ecatepec y Nezahualcóyotl.
En la presentación del libro, realizada en el Teatro del Pueblo, asistieron los familiares de Rafael Tomé Zamora. Algunos presentadores confesaron no haberlo conocido personalmente y se limitaron a comentar su obra. Steelman, enmascarado para la ocasión, abundó más acerca del buen tipo que era Rafa. El texto de Diego Velázquez Betancourt, afirmaba que el lector es como un réferi de la contienda que se libra en Máscara de Cristal; Guillermo Vega nos dice que Rafael Tomé nos aplica “la de a caballo” en esta última novela y que el autor “amenaza con regresar”. Pero creo que Rafael Tomé nos muestra que el lector no solamente es el réferi, sino que en el lector se devela el auténtico escritor, donde el autor, aunque un día jamás regrese, se convierte en un héroe develador de héroes, como ha señalado con anterioridad Roberto Bolaño, una literatura que podríamos llamar de conflicto y que ha sido de mi interés abordar en esta épica del cuadrilátero.
Máscara de cristal incluso va más allá del tema la lucha libre, cuando toca un trasfondo social, donde la cultura popular vence a la de masas, mediante la ironía, con la aparición patética de estrellas del espectáculo, se intenta retratar, a la manera cinematográfica, el contraste con la estafeta del luchador más allá de las cuerdas, donde los héroes de verdad lo mismo te pueden rescatar de una trifulca, combatir a las mafias trasnacionales y a los charros sindicales, que salir al quite por una chica de barrio pobre, como lo es Julia. Con la publicación de esta novela, Rafael Tomé Zamora develó su propia máscara y aunque se terminó la última de sus caídas, nos queda esta obra que se ha cristalizado en el salto de nuestro narrador desde la tercera cuerda.
4 comentarios:
Bien, ese Arturo, me gustó este texto y su reseña sobre “Máscara de cristal”.
Causa nostalgia recordar al pinche Rafa, pero, ni modo, tenía que pasar…, como también pasó que del mucho leer y del poco dormir, se le secara el cerebro y fuera casi a olvidar publicar su propia obra. ¡Ya nos encargaremos de eso!
M. G. Zaqueo
Pondré tu artículo (si no hay problema), en la página del Rafa. Con sus créditos correspondientes, claro…
Me gusto todo lo que escribio Arturo de rafael tome y es una verdadera lastima que no tubiera mas obras publicadas me quedo a deber rafael lucich
Hasta ahora me entero. A casi nueve años de que Rafael murió vengo a saber que finalmente dejó la burocracia y se dedicó a la vida bohemia que tanto disfrutaba.
Fue mi compadre y amigo desde aquellos lejanos años en que nos conocimos en la clínica 76 del IMSS. Nunca supe de bien a bien por qué nos distanciamos, ni siquiera supe si dejamos de ser amigos.
Lo dejé en el CISEN, quizá hablamos unas dos veces por teléfono y hasta ahora vuelvo a encontrarlo pero ya bien muerto. El era dado a la contemplación y yo no sabía por donde andaba, lo que hacía que camináramos caminos distintos, pero insistíamos en andarlos juntos.
Vi a Bertha, su mujer, en el YouTube. Tampoco a ella la he vuelto a ver. Por poco y lo ando saludando en persona, mientras le dejo mi teléfono a Bartha porque nunca supe llegar a su casa en Cd Azteca. Hoy a tantos años mi tel es 1509 2705
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