domingo, 2 de mayo de 2010
Para nosotros tus verdugos
No deja de sorprenderme el silencio con que la clase intelectual de nuestro país se mantiene ante “el atroz momento mexicano”. El mismo José Emilio Pacheco durante la entrega de su “honoris causa”, a decir de “La Jornada”, declinó hablar sobre la crítica situación actual que nos mantiene como el país sin guerra declarada más violento del mundo. El poeta laureado con el premio Cervantes 2009, habla de que un escritor es lo que lee, lo que oye y lo que escucha en los primeros años de su vida, es decir, la visión de la infancia como una fuente primordial de la creación literaria. Pero hoy en día la infancia mexicana se encuentra amenazada, porque no estamos hablando solamente de generaciones perdidas, sino del odio y rencor acumulado de las víctimas, los huérfanos y los hijos de los victimarios, que aún cuando pasen diez años y el ejército se retire de las calles, el círculo de violencia seguirá rotando en torno a la pobreza y la marginación de la mayoría de los jóvenes. Me abruma pensar que actualmente el 35% de la población joven no estudia ni trabaja ¿cuál será la cifra dentro de cinco o diez años, cuáles sus consecuencias? Ante esto no podemos quedarnos indiferentes y como comunidad cultural tenemos que hacer frente con las armas de la creatividad por delante, pues a todos tarde o temprano nos va a tocar sufrir los efectos de esta lógica de barbarie que va descomponiendo al ya de por sí rasgado tejido social.
A mí me pasó no hace mucho, cuando salí por la noche en una calle del centro histórico, al ir a comprar un poco de víveres para pasar una noche amena, como dice Cortázar, “con música y tabaco y vilezas menudas y trueques de todo género”. Caminando con otros dos amigos una banda de chavos trató de amedrentarnos exigiéndonos un cigarro. Un muchacho como de 19 años, alto y gordo, al ver que no hicimos caso a la hostil actitud de su demanda, alcanzó al golpearme la espalda, por la espalda; entonces me volví para arengarle por qué hacía eso, en el momento justo que una patrulla pasaba y se detuvo a ver qué es lo que ocurría. Los chavos se evidenciaron echándose a correr, pero uno de los oficiales les detuvo el paso. Expliqué lo que había pasado, la agresión injustificada y de inmediato se llevaron a esta persona. Seguimos, pues, nuestro camino hacia una tienda oxxo, un tanto inquietos por la manera tan absurda de accionar de estos chavos, “sólo por un cigarro te andan hasta acuchillando”, me dijo Ulises.
La adrenalina vertida me mantenía alerta. Escogimos los víveres y ya formados para comprarlos, me asome primero a la calle por donde veníamos a ver si estaban los otros muchachos y sí, nos estaban esperando al final de la calle. Pensé en regresarnos por otro lado, pero en el momento que me incorporé de nuevo a la fila, advertí que una sombra entraba rápidamente por la puerta posterior del oxxo. No me detuve a enterarme de quién se trataba y cuando me volví solamente solté un puñetazo, muy efectivo, en defensa propia. Ahí estaba el mismo chavo de 19 años, pesado, más alto que yo pero un tanto ebrio, a quien irresponsablemente los policías habían soltado una calle más adelante. Obviamente quería vengarse, pero con su mismo impulso de querer tomarme por la espalda, mi puñetazo lo había rebotado hasta la entrada de la tienda, por lo que proseguí con una suerte de golpes en el rostro y una patada bien dada en el trasero.
Con el coraje que traía, no tuvo tiempo de devolver un sólo golpe y salió corriendo. Alcancé a gritarle que era un cobarde, entonces todavía se dio valor para regresar a recibir otra tunda, ya con los ojos cerrados, por lo que en cierto momento regresó la cordura en mí: “tú no eres el agresor, tienes que detenerte”. Cuando llegaron sus otros amigos, Ulises les gritó que este chavo se lo había buscado y que no queríamos más problemas. Después, casi llorando, el muchacho me reclamó que había roto sus lentes y entonces observé que mi mano estaba ensangrentada. “No esperes algo positivo si te acercas a agredir a las personas de esa manera”, le sugerí al final y los muchachos de su banda se burlaron un poco de esa situación.
Ya de regreso al departamento, me curé la herida que aún tengo en forma de cicatriz en el puño derecho, que me recuerda que no hay que dejarse ante nadie ni ante una situación tan desagradable de violencia, pero que en todo caso es mejor evitar. En cierto modo, este chavo no es tan distinto de los muchachos con quienes trabajamos en el tutelar de menores de San Fernando, con el colectivo, en un proyecto de cine alternativo que ha dado sus frutos en la producción de un documental titulado “Una mirada de San Fernando”. Nos acercamos al tutelar con la intensión de ofrecer a los jóvenes reclusos alternativas de vida a través del arte y la cultura y nos encontramos con chavos con muchos problemas donde la violencia ha sido para ellos el único modo de resolverlos. Ahora algunos de ellos han salido ya de esta cárcel de menores; algunos entraron por cosas tan absurdas como la que había vivido esa noche. La idea es que en su comunidad comiencen a pasar cine alternativo y un amigo que tiene una Organización No Gubernamental en la Colonia El Arenal, donde se encuentra el tutelar, quiere trabajar con ellos. La misma colonia a la que recientemente han llegado los habitantes del centro histórico, desplazados de las vecindades expropiadas por el gobierno de Marcelo Ebrad, quien al proponer estos espacios expropiados para cuestiones culturales, con ello no resuelve el problema de fondo; simplemente una parte de Tepito cambió sus operaciones de lugar, sin generar oportunidades y expectativas de vida para los jóvenes afectados.
Regresando al asunto de José Emilio Pacheco, recuerdo cómo, efectivamente, a los 13 años de mi vida, la lectura de su poesía marcó mi noción misma de la infancia inmediata: “Caracol, tú, como todos, eres lo que ocultas”. Había puesto esta frase en el pizarrón de mi salón de clases antes de que empezara la materia de español, que mis compañeros de secundaria analizaban, pero no podían precisar a qué se refería con ello. La maestra, atenta a esta inquietud, posteriormente nos dejó la lectura de “Batallas en el desierto”. Desde entonces, creo, muchos de mis compañeros de la Anexa por lo menos saben quién es José Emilio Pacheco, para el que el mar de Campeche fue el aliento de la imagen de un castillo perfecto que “alguien” durante la noche, no precisamente la marea, había derribado a patadas. Esa es la metáfora de lo que ocurre hoy en día con la infancia mexicana. Alguien que no sabemos con certeza quién es, se encuentra echando abajo nuestros sueños. Cómo se extraña la voz conciente de Carlos Montemayor, incluso la de Víctor Hugo Rascón Banda. Hay que recordarle, pues, a José Emilio Pacheco, como a otros tantos escritores instalados en el glamour de la cultura oficial, que justamente se trata de construir un lugar habitable mediante la palabra: “Caracol, para nosotros tus verdugos”.
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