domingo, 6 de diciembre de 2009

Música de lotos

Escribir para no suicidarse..
EGRA

Koji iba a hacerlo, qué hacer frente a tantos Cristos crucificados. Salió del cine. Traía consigo el libro donde, sin saberlo, le estaba cifrado otro destino. Ese contacto con lo que estaba escrito, le rodeaba. Se sacudió y contrajo al leer una página azarosa, en lo que caminaba, bajo los puentes, a su departamento de Nebraska. Algunos recuerdos pasaron en un primer hojeo, desde sombras de la guerra hasta el rostro del narrador, con quien viajó por toda España. Años atras, en Toledo, bajaron juntos una cuesta empedrada, al pie de las murallas, atisbando mezquitas, disfrutaron perseguir trenes que se escapaban de sus relojes atrasados. Luego, recordó, cerca de la frontera con Portugal, en Guadalupe, subieron por un bosque, hasta encontrar una Ermita y muy cerca de ahí, aislado, un caballo encadenado a un árbol. Sintieron compasión, pero sólo Koji se atrevió a acariciarlo. Ambos vieron el horizonte, como tratando de encontrar una montaña. Un espíritu tan vasto como el de Ryoko, que los dos reconocían pero que en ella se mostraba como algo incomprensible y cerrado. ¿Ryoko está enamorada de ti? Preguntó Koji, asombrado al ver el pañuelo blanco con la inscripción de un templo budista que le había regalado Ryoko al joven poeta. Sólo es un regalo, contestó. Aparte de sus libros, había traído consigo un legajo de grabados adquiridos en una imprenta popular de México. Se los obsequió a Ryoko, la primera persona que le brindó su amistad desde el otro lado del charco. Unos días después, ella apareció con el pañuelo, un loto grabado en él, suave para acariciar el atardecer incendiado de los techos toledanos, junto a un kanji atravezado por la transparencia del día. ¿Qué significan esos signos? Preguntó el poeta en un momento del viaje a Koji. No es tan fácil de traducir, contestó, digamos que es un camino que puede conducir a la felicidad. Por supuesto, dijo el autor, he tenido ese presentimiento desde que llegamos anoche a este monasterio.

Koji recuerda, camina, abre la puerta, su mujer lo espera...

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