Vámonos
retros y retornemos
al parque
de los vagos
Por
Arturo Alvar
Este poemario me hizo recordar mucho la infancia, exaltación de mi
ser por escapar al parque de los vagos, cerca de mi casa y de la escuela
primaria "José Arturo Pichardo". Es como irse de pinta a un lugar del
deseo, una lucidez primera de que la vida se encontraba en otra parte. La
belleza ya se había sentado en mis rodillas, jugamos "los maderos de San
Juan" y le había robado un beso, sin embargo, sus seños de rechazo (por
atraerla con engaños a un juego perverso) no los encontré amargos, ni los
injurié, al contrario, me parecieron el inicio de una relación distinta con las
mujeres y que nunca terminaré por contar.
Como editor de El retorno de
los Vagans, primer poemario que publica Aarón Fisborne (Quintana Roo,
1983), sería ridículo hacer una reseña, por lo que simplemente dejo constancia
de mi afectación como lector. Con esta obra, creo que la colección de poesía La pesquisa ochentera, ha alcanzado su
objetivo primordial de difundir con honestidad las voces de los poetas que
emergen en la actualidad, atravesados por un corte generacional ya
imprescindible: 1980-1989. Es un hecho que de los veintiún poetas que publicamos
en Moebius I, una Memoria del Primer Encuentro 2010 Poetas Nacidos en los 80,
escogimos a Aarón Fishborne para publicar su primer poemario. Por ello cabe la
aclaración de que lo hicimos no por el carácter de su persona, sino por la
personalidad de su escritura; elegimos esta obra porque en su trato creemos que
logra hablar una generación de poetas a través de sus páginas, que también
conforman una generación de seres humanos que están viviendo un tiempo
conflictivo, de crisis permanente.
Más allá de criterios arbitrarios, la noción temporal es
inevitable. De las memorias saldrá una antología futura, un perene florilegio. En
este sentido, creo que se está constituyendo, al menos en torno a este proyecto,
una noción del infinito como posibilidad. Esto me recuerda el moébico poema de
Enrique González Rojo Arthur, Para
deletrear el infinito. En este caso, con Aarón Fishborne estamos
deletreando la primera letra del alfabeto moébico de nuestra generación, una
apuesta literaria como le gustaba a Walter Benjamin.
De esta manera, en el mar de las ideas de Aarón Fishborne, en el
Libro encallan los mensajes sonoros de las ruinas, un escrito en la taberna de
la noche, un poeta ahogado de misántropa soledad, con la escafandra de las
palabras que lo sacan a flote, como corcho borracho más que un barco ebrio. A
Rubén Darío, reencarnado en pleno siglo XXI, le encantaría encontrar a poetas
como Aarón, que no pertenece a legión alguna. Desde el primer momento, nos es
difícil ubicarlo. Es un poeta raro, en tanto disidente del lenguaje que arremete
contra toda fe o mito, en donde el hombre ha creído encontrar su rastro de
eternidad. Incluso contra la noción de poeta, Fishborne es un Dr. Jekyll y Mr.
Hyde pero invertido, aún más perverso, porque Hyde es el creativo y lo
verdaderamente abominable y destructivo es el genio creador, la creación
encarnada no en una alegoría moral, sino en el mal confundido con el bien, hasta
llegar a ser un solo cadáver.
La escritura de Fishborne también es una teratología. Nos muestra
el engendro de la locura como una apoteosis del caos, donde, como dice el poeta, “creer
me llevó al delirio de pensar que las palabras eran pensamiento”; el tranquilo
sueño de la razón que fecunda monstruos, fractales ídolos en el anfiteatro del
mundo (a los que Francis Bacon aspirara a devastar).
Con este poemario, el autor no deja de hacer una crítica a la
sociedad, porque los monstruos también son consecuencia de la domesticación,
del conformismo y de la seguridad garantizada por el ejercicio de poder, que
podrían ser los mismos parámetros prescriptivos, imperativos y dogmáticos del
canon poético. Pero al contrario, Aarón Fishborne nos deja entrar en su
imaginario, eso sí, con la única condición de que sepamos mirar la noche. Así
entrega esta obra, como un árbol que cae en el lago del Tiempo; un Monster
Love (así en inglés, porque es fatuo, dice) para derrumbar lo
naturalmente asimilado por una tradición que apuesta más por corregir cualquier
desviación congénita que reconocer lo diverso.
Si bien en El retorno de los Vagans, los monstruos y
prodigios de Aarón Fishborne ―como dice el famoso poema de Cavafis― habitaban
ya dentro de él mismo, el carácter y alcance de su poesía posibilitan que
también esas entidades se le aparezcan al lector en su camino, vuelvan con toda
su potencia. Lo que hace que su poética sea monstruosa, no sólo es la anomalía
con relación a la expresión antropomorfa, “esa humanidad olvidada” a la que
canta, sino el problema que plantean estas “figuras de lo intangible” ante la
norma estética que configura el canon dominante, con una poesía que “sabe
brillar en la oscuridad de su grito”.
El monstruo humano, como dice Foucault en Los anormales,
combina lo imposible con lo prohibido. Esto lo podemos constatar enteramente
conjugado en Aarón Fishborne, cuyo símbolo piramidal es cónico y descendente
“para marversar la realidad, la vida infame de lo invisible”. Encontrará el
lector a un poeta excepcional, pero no por pretender convertirse en un ángel
caído, nuevo, terrible o pavoroso; sino un auténtico incorregible del lenguaje;
el animal que nos “cuenta la historia del sueño”; el Enfermo que nos habla en
“un idioma extraño y Oscuro” y que para colmo se atreve a publicar su primer
poemario en La Pesquisa Ochentera, siendo que el poeta es quien, por
antonomasia, termina finalmente corrigiéndole la plana al universo, o dicho de
otra manera: ampliando el mundo en su pluriversalidad.
Texto escrito por Arturo Alvar, editor de Amate y de "El retorno de los Vagans", para la presentación de este libro, llevada a cabo el 30 de junio de 2013, en el Centro Cultural Ex-Capilla de Guadalupe