Walter Benjamin
Por Arturo Alvar
Aunque
me tilden de estadista, hace falta un diagnóstico más acabado de la situación
de la cultura oficial en México, en el contexto del arribo del PRI al poder; lo
que dejó el mandato del PAN en materia cultural y las perspectivas a corto y
mediano plazo para la política cultural institucionalizada. Sin olvidar las
resistencias culturales, sumamente documentadas en la última década.
En
tanto, Saúl Juárez ya se encuentra a cargo de la Secretaría “A” de Conaculta ―cuyo posible nombramiento advertimos en esta columna unas semanas antes
de hacerse efectivo― junto con la imposición salinista, con beneplácito o no de EPN, de los funcionarios nombrados para el Fondo de Cultura Económica y el canal 22,
las principales industrias culturales del Estado mexicano, lo cual refleja el
poco margen de acción del presidente de Conaculta, Rafael Tovar y de Teresa, pero
lo cual es muy conveniente para que los “viejos lobos de mar” hagan de las suyas.
Un
lector del artículo, en las contestaciones inmediatas que suscitan las redes,
sugirió que se ampliara el texto para acentuar más la estructura funcional que
explica el empoderamiento de ciertos grupos de carácter mafioso, pero que para
esto se tendrían que dejar a un lado los nombres. El mismo Enrique González
Rojo Arthur, en sus “Prolegómenos para una sociología de las mafias literaria”,
publicado hacia 1975, omitía los apellidos y sólo aludía al ejemplo de la
mafia de Octavio, Jaime, Eduardo, etc, para subrayar el funcionamiento de una
mafia a partir del ninguneo y la censura. Sin embargo, desde luego está la
dimensión del sujeto en la historia, donde interesan no sólo los nombres sino
el conjunto de relaciones que establecen los actores, como abundó Sergio García
Díaz, dando pistas importantes acerca del vínculo de Tovar y de Teresa con los
Salinas de Gortari, por lo que además de las estructuras están los perfiles
intelectuales para la perpetuación del poder cultural oficial.
Así
como el gobernador actual de Puebla, Rafael Moreno Valle, celebra lo mismo el ascenso de su amigo Saúl Juárez
y elogia el liderazgo de Elba Esther Gordillo, Mario Bojórquez agradece la
publicación de varios de los libros con el sello de Círculo de Poesía bajo el auspicio de la secretaría de cultura de la entidad, incluyendo a su amigo Eduardo Langagne con una antología de poetas brasileños traducidos al español, con
el apoyo del ahora secretario de alto nivel de Conaculta (entonces secretario de cultura de Puebla). Se va penetrando en
la red donde aparecen nombres de poetas influyentes en distintas instituciones
(por cierto, también en la Fundación para la letras mexicanas hay nuevos
nombramientos). Es aquí donde me llama la atención, precisamente el momento en que
Mario Bojórquez, hablando sobre la supuesta influencia que ha tenido su portal
en la lengua hispana, reconoce como poeta al funcionario, de ahí la pertinencia
del título de esta columna, ya que ha llegado el momento de cuestionar a los
poetas en el terreno cultural. Si quieren después atendemos las formas
retóricas, pero lo que ahora apremia, más que la renovación de la beca, es el
imperativo que concierne a lo social. Eso no tiene por qué ser improductivo en
el terreno literario, al final de cuentas, todo puede ser susceptible de
terminar en un poema.
¿Quién
se puede sentirse contento de que un funcionario cultural como Saúl Juárez, al que se le comprobó
corrupción en la administración federal pasada (tuvo que renunciar al cargo por prestar la Biblioteca
Vasconcelos para que sus lectores se volvieran "totalmente palacio", literalmente
una pasarela de modas, agregando la cereza en el pastel de las dudas sobre el derroche
de recursos en la creación del este elefante blanco del foxismo) vuelva a
aparecer en el "estrellato" de la burocracia cultural? Increíblemente hay una
sonrisa dibujada en muchos poetas. Contradictoriamente beneficia a los intelectuales
de la clase media, pero del tamaño del crecimiento con la venta de Pemex por
parte del PRI así será la caída de la "alta cultura" que menciona Heriberto
Yépez, aún cuando esas fronteras posiblemente se hayan diluido. En todo caso, habría
que trazar una genealogía del poder y su relación con la cultura en México, donde
es necesario reconocer, en primera instancia, el valor que tiene lo gregario
como elemento de conformación política respecto del quehacer cultural. En este
sentido, los grupos, las familias y los nombres con apellidos de quienes han
tomado decisiones, van de la mano con las responsabilidades históricas, si se
quiere entender el funcionamiento de la maquinaria cultural.
Hay
en México una racionalidad de sectas, parecido a lo que Max Weber apuntó
respecto de la ética protestante y su devenir capitalista, lo que nos lleva a
preguntarnos sobre la racionalidad que supuestamente mueve a las mafias culturales
en México, es entonces donde nos encontramos que no hay elemento literario trascendente
de por medio (así como el dinero y los estupefacientes tampoco son las razones
últimas de las mafias multinacionales), sino que se termina persiguiendo el poder por el poder mismo,
una actitud irracional para justificar el uso de la fuerza, imposición de la
voluntad en el otro (como también puede ser una tradición) fuerza que, siendo
legítima, debería descansar en el estado de derecho, en la igualdad
sustentada en una racionalidad que permitiera el acceso a la justicia como
un ejercicio democrático cotidiano, es decir, donde la cultura tendría un papel
relevante, pero precisamente esta actitud carece del fondo ético que pueda
formular otro espacio de resolución. En cambio, artistas, intelectuales,
periodistas, académicos, se disputan el “privilegio” de agradar al poder, así
lo denunció el Subcomandante Marcos la semana pasada ―con todo y que
una hermana suya tiene curul en el partido que lo vio nacer como líder
carismático―, siguiendo por mi parte los tipos
ideales de Max Weber, hay un exceso de carisma en detrimento de la política
cultural.
Tanto
como Peña Nieto se equivoque en el futuro sobre historia, autores, libros,
legados, instituciones, estadísticas, el país estará más lejos de que el
proyecto cultural oficial tenga mayor relevancia, en proporción al cinismo de los que dicen que no importa que el presidente sea un ignorante, lo importante es
que llegó al poder y punto. Desde luego, los funcionarios nombrados a la sombra del
salinato no son unos improvisados, pero ¿uno puede sentirse contento de que
“retomen” el poder? Ante el advenimiento de una implacable hegemonía, hoy más
que nunca el poder debe ser cuestionado y este cuestionamiento debiera empezar
por los poetas mismos, ponderando su condición en la sociedad.
Al
respecto, afirma Marco Fonz desde Ecuador: “No
encuentro la fecha en que se dijo o se puso por ley que los poetas mexicanos no
deberían de ser cuestionados”. Es un imperativo que en el presente los poetas
hagan un profundo cuestionamiento sobre sí mismos. La poesía es un camino para
responder esas preguntas, desde luego, pero también está el debate público, que
no se resuelve sino en la reflexión en prosa, por lo que no queda otra cosa entonces sino
ensayar. Esto conlleva la posibilidad del error, a lo que tienen tanto pavor
los poetas. Pero poesía y ensayo tienen en común que uno se puede resolver en
el otro y viceversa, su combinación resulta en una práctica secular donde la
poesía es un ejercicio cívico que abandona lo clerical.
¿El sacerdocio de Octavio Paz, diciendo que la
palabra es sagrada, ha terminado? Cuando a la postre la palabra libertad ya no
es tan libre en las pautas del neoliberalismo y su mano invisible, volvemos a
la pregunta sobre si la poesía no sólo es liberación como ejercicio del
lenguaje, sino que esto mismo conlleva un largo proceso de desenajenación, como
advierte Andrés Cardo y que es acorde en su propia poética, con lo social.
Entonces la poesía también se vincula con lo revolucionario. Pero no la
revolución institucionalizada, sino la marcha de los que resisten “hacia la
concreción”, diría Enrique González Rojo Arthur, que parte de una inconformidad
ante el estado de cosas imperante. No sólo una condición para el arte, sino el
principio de su emancipación dentro del paradigma cultural.
Así como el profesor Hank González decía que un
político pobre es un pobre político, académicos como Evodio Escalante, no sin
las vísceras de por medio, consideran que en el “país de la becas” un poeta sin
beca es un pobre poeta, lleno de rencor si decide exponer críticamente sus
puntos de vista (un “rencor vivo” como escribe Rulfo acerca de Pedro Páramo; un
rencor fantasma como el de Mario Santiago Papasquiaro hacia la dictadura
paciana que aún pervive), pero Marco Fonz precisa que en la intensión de
cuestionar a los poetas, “no hay doble juego ni intereses ocultos, son
preguntas que un poeta joven le haría a un poeta viejo”, aún cuando hoy en día,
de manera paradójica, los poetas jóvenes muchas veces son los más retrógradas,
actuando como “viejas glorias nacionales” y situándose en el centro de la
polémica, donde lo que menos importa es la literatura.
La actitud retrógrada en los jóvenes, que
deviene en gesto mafioso, también es resultado del deterioro del sistema
educativo nacional. Coincido con Marco Fonz en que algo muy malo debe estar
pasando cuando un joven poeta, galardonado en medio de acusaciones de
manipulación de los jurados, Mijail Lamas, funcionario dedicado por completo a
su obra (¿para qué están entonces las becas?), confunde un libro de texto de
primero de primaria, donde han sacado sus poemas (pasando por el arco del
triunfo la tradición), con un best seller
gringo que se rige por un mercado y no por la obligación de la lectura escolar. Qué agandalle, habrá que agradecerle a Mijail el desconocimiento de muchos
poetas importantes en el futuro, la creación de fallidos lectores porque de niños se les introdujo esta "poesía" por corrupción. En ese sentido, no hay que olvidar que también
existen las resistencias culturales, que en el panorama cultural mexicano vienen a ser elementos mucho más importantes para la sociedad, en cuanto al nivel de impacto
que tienen. Son los paradigmas de autonomía e independencia cultural, nociones
que no pueden dejar de lado a la clase trabajadora, los que están marcando la
pauta creativa, en cuanto a que es ahí donde está su apuesta como consumo cultural
alternativo.
Para equilibrar la puesta en crisis con la
propuesta, para terminar hago mención de un proyecto pensándolo como zona de
resistencia: el mapa poético de Adán Echeverría y Armando Pacheco. Aunque
muchos lo vean como una especie de INEGI de los poetas, a partir de este mapa
se podría hacer una lectura entrecruzada tanto de las represiones canonizantes,
así como las resistencias poéticas en México, en el terreno propio de la
creación poética, de tal forma que se puedan analizar poéticas, trayectorias y
grupos literarios, para dar una idea más precisa del panorama literario actual
y cómo se conformó a lo largo del siglo XX y principios del XXI, incorporando medios,
uso de tecnologías y redes sociales, tomando ejemplos de trabajos colectivos como
los realizados por los iconoclasistas argentinos, al respecto de las zonas de represión-resistencia
cultural mapeados por los actores en conflicto, que reclaman lecturas más diversas.
En este sentido, aparte del censo y la
demografía como instrumentos antológicos, la inclusión y la exclusión dentro de
la tradición literaria, tendríamos que hacer un mapeo tanto de las mafias como
de las zonas o puntos de resistencia, de tal forma que completemos
históricamente tanto una genealogía del poder cultural con énfasis en el
panorama poético, así como de las manifestaciones no tanto contraculturales
como independientes, es decir, ahí donde aparecen los criterios de la
autogestión en el quehacer cultural. Ojalá que estos proyectos no sólo se
queden en el tintero y que la propuesta encuentre sus causes de concreción,
pero esto depende más que de un deseo personal, de una acción colectiva que en
principio nos rebasa, puesto que también hay muchos otros proyectos
independientes que han dado distintos frutos, que ya enriquecen el horizonte
poético y no la vertical pirámide de los elegidos.