El
regreso del PRI al poder es una ilusión; el dinosaurio siempre ha estado
despierto. Como en el cuento de Monterroso, el sistema vigila hasta nuestros
propios sueños.
El
sistema político configura las ideas de los intelectuales mexicanos, de manera
que el régimen se perpetúe. Heriberto Yépez no es la excepción. En su reciente
columna de Milenio, apunta que en materia de educación, el sistema nacional
mexicano es un desastre y que seguirá siéndolo, en el contexto del nombramiento
de Rafael Tovar y de Teresa al frente del Consejo Nacional para la Cultura y
las Artes. Estoy de acuerdo con su diagnóstico primero, pero no con su
profecía, lanzada al vacío, ni cómo entiende a la institución que es Conaculta.
No creo que Heriberto Yépez pueda publicar un planteamiento independiente desde
un periódico que patrocinó la fraudulenta elección que ha impuesto a Peña Nieto
como presidente de la República. Por lo cual, trataré de abundar en su
diagnóstico, así como determinar el papel que ha tenido esa institución, en
contraste con el papel que deberá asumir frente a una sociedad mexicana, cuya
cultura está proponiendo alternativas sistémicas en un pujante activismo
social, de tal forma que el “curita” que es Conaculta en el ingenuo intento de
Tovar y de Teresa por reparar el tejido social, sea la sutura en la herida que
ha dejado una guerra que, como dijo Mario Vargas Llosa, estaba perdida de
antemano, porque el narcotráfico es parte intrínseca del mismo sistema.
El
actual titular de Conaculta, Rafael Tovar y de Teresa, estuvo al frente de los
sexenios de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo (1992-2000). Conaculta se formó en
1988, precisamente en los últimos meses del gobierno de Miguel de la Madrid y
en el inicio del gobierno de Salinas de Gortari ―no lo puedo afirmar, pero
supongo que indirectamente es el patrón actual de Heriberto Yépez, a través de
Carlos Marín, editor del periódico donde publica su columna―, quien en un
momento crítico, donde la sociedad mexicana se había expresado en contra del
régimen, cuando éste había respondido con una elección fraudulenta, trataba de
lograr una legitimidad para llevar a cabo las reformas estructurales de corte
neoliberal dictadas por los organismos financieros internacionales, un proyecto
que no ha detenido su marcha, por lo que podemos decir que el salinato desde
luego ha sido más penetrante que el maximato de Plutarco Elías Calles, dentro
de lo que en 1990 calificó Mario Vargas Llosa como “la dictadura perfecta” para
sorpresa de Octavio Paz. Así como se creó el Instituto Federal Electoral, como
parte de la voluntad política del gobierno para abrir el espacio ciudadano,
Víctor Flores Olea asumió la titularidad de Conaculta, a partir del decreto
donde se separaba de la Secretaría de Educación Pública, para trabajar en
coordinación con todas las dependencias culturales del país. Su proyecto
inicial fue la descentralización cultural, creándose los fondos estatales y
programas culturales en el interior del país, sin embargo, con los gobiernos
panistas el proyecto se burocratizó. El proyecto descentralizador devino en la
Dirección General de Vinculación Cultural, que actualmente maneja alrededor del
70% del presupuesto de Conaculta, que junto con los presupuestos del INAH y del
INBA ascendieron en 2012 a más de 16 mil millones de pesos.
A
principios de 2012, Víctor Roura recordaba que la estrepitosa caída de Víctor
Flores Olea, sucedió después de que Octavio Paz, telefoneara a Carlos Salinas
para exigir su renuncia como titular de Conaculta. El poeta se había ofendido
porque Flores Olea, quien había sido su amigo en los sesenta, de manera
distraída, es decir, sin percatarse de los códigos de la mafia, había apoyado a
un grupo intelectual contrario al patriarca, ya que como respuesta al encuentro
“La experiencia de la libertad” organizado en 1990 por la revista Vuelta
de Octavio Paz (en colaboración con Televisa, poco antes de recibir el premio
Nobel de literatura), la revista Nexos organizó un año después el
“Coloquio e invierno”, apoyado por Conaculta, en un gesto que seguramente
Octavio Paz, laureado para ese momento con la máxima envestidura, consideró
políticamente incorrecto. Carlos Salinas cede fácil al capricho de Paz no porque
el patricarca sea sumiso, sino porque le debe el haber no sólo encabezado, sino
organizado a nombre de la revista Vuelta,
muy conveniente a la coyuntura política del momento, un “encuentro de ideas” a
modo del estatus quo, la élite empresarial y la cúpula política ―que en
México vienen a ser lo mismo en figuras como la de Carlos Hank―, con el apoyo
del monopolio televisivo, donde se vertieron hasta confundirse los conceptos
neoliberales, con el correspondiente “método se suplantación”, esto es, un sesgo
ideológico en definiciones tales como “solidaridad” y “modernidad”, la primera
proviene de las luchas sociales obreras mientras que la segunda del pensamiento
ilustrado, que justificarían el clientelismo, el corporativismo, las
privatizaciones y la apertura de mercado, con las consecuencias devastadoras
que conocemos a la postre para México, ya que, entre otras cosas, el Tratado de
Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá se firmó en condiciones de extrema
desigualdad económica entre nuestro país y las potencias del norte, lo que
inauguraba ya la lógica de la clase intelectual orgánica y conservadora para
mantener sus canonjías, a cambio de una actitud “crítica” pero siempre dentro
del sistema de pleitesías, más como una “indefensión asimilada” que
diagnostican algunos psicólogos sociales en el pueblo mexicano frente a los fraudes
electorales sucesivos, que constituyen nuestra tradición política autoritaria
más cercana, esto respecto de la actitud crítica que formula Yépez, que a un
planteamiento realmente independiente, horizontal y democrático que pueda
formular imaginarios alternos. Sin embargo, el problema de la cultura mexicana, como el de
su política, afirma Víctor Roura, es su “indestructible maquinaria corruptora”.
Con Víctor Flores Olea fuera de la política cultural oficial, a
principios de los noventas, cabe preguntarse entonces si Octavio Paz a su vez
sugirió alguna terna de nombres o de plano un solo nombre, como Rafael Tovar y
de Teresa, para quedar en la cabeza de Conaculta. Sobre este pasaje sería
necesario reflexionar para entender las relaciones de poder de los
intelectuales en México, es decir, entender sus continuidades, distanciamientos
y rupturas ideológicas con los poderes fácticos. Ya en los ochentas Enrique
González Rojo había denunciado en Cuando
el rey se hace cortesano que el proyecto salinista encontró en Octavio Paz
a su principal ideólogo. A su vez, Luis Javier Garrido apunta, en 2011, que el
papel de Octavio Paz no fue menor cuando, a cambio de que el gobierno y
Televisa le dieran un predominio político, “convalidó el fraude de 1988 y
pontificó que el programa de Carlos Salinas de Gortari era el mejor”. De
acuerdo con el periodista, Paz “se dedicó a justificar todas las exacciones y
crímenes de Salinas de Gortari y a defender las acciones ilegales del poder,
como más tarde lo haría con Ernesto Zedillo”. Sin embargo, coincido con Garrido
cuando afirma que el papel del intelectual cortesano que advirtiera González
Rojo Arthur se está agotando con la emergencia del poder mediático, que ha
puesto a los comentaristas televisivos como líderes de opinión, bajo el
auspicio del marketing político.
Entre
la comunidad cultural se han generado expectativas positivas en torno a la
gestión a realizar por Rafael Tovar y de Teresa al frente de Conaculta. Uno de
los puntos que se ha manejado a su favor, fue precisamente su capacidad para
negociar con los grupos intelectuales en tensión de aquel momento, es decir, en
medio de la contienda entre los intelectuales de Vuelta y Nexos, como un
efectivo mediador entre las mafias de aquel tiempo. Pero en cuanto a la
política de descentralización que asumió en su momento y qué fue lo que pasó en
Conaculta con la llegada de los gobiernos panistas con relación a ese proyecto
inicial, no se ha suscitado mayor problematización al respecto.
A decir de Ignacio M. Sánchez Prado, adecuando sus ideas sobre la
institución cultural a la teoría de los campos de Pierre Bordieu, el Conaculta
“emerge en un gesto de automatización del campo cultural hacia dentro del
Estado”. Se refiere con esto no tanto al nivel de independencia ideológica que
puedan llegar a tener tanto los creadores como las industrias culturales con
relación a su producción en sociedad, como al “espacio de autonomía relativa”
que consiguieron los intelectuales con la ampliación y el fortalecimiento de la
institución cultural. Esto es un movimiento endogámico de la clase intelectual
privilegiada, la llamada “alta cultura” por Heriberto Yépez, ya que Sánchez
Prado sustenta esta idea en el hecho de que muchos funcionarios “hacia dentro
de Conaculta son, de hecho productores culturales”. Visto desde esta
perspectiva, está claro cómo el hecho de que los artistas y promotores se
volvieran burócratas no garantizó que la institución cultural tuviera un
impacto real en la sociedad por medio de la descentralización como objetivo
primordial, sino se refiere a una supuesta autonomía cimentada más en la
repartición de puestos y prebendas internas, es decir, a la concentración del
poder institucional en unas cuantas mafias culturales. Precisamente Gramsci ya
había advertido que esa pretendida autonomía era ilusoria frente al carácter
orgánico y funcional del intelectual capitalista. En este sentido, Octavio Paz
al volverse “consejero del Príncipe” confirmó plenamente la vigencia de la
crítica de Antonio Gramsci hacia los intelectuales y sus relaciones con la
hegemonía política.
Con Rafael Tovar y de Teresa se fortalecieron mafias literarias como las
de Víctor Sandoval, cacique cultural de Aguascalientes que instituyó el premio
nacional de poesía más importante del país, pero también a la postre uno de los
más desacreditados precisamente por las formas en que se han elegido
sistemáticamente a los ganadores, en medio de acusaciones de plagio y de la
elección amañada por parte de los jurados (casos Javier Sicilia y Gerardo
Deniz). De ahí que funcionarios poetas de de dudosa honradez como Saúl Juárez,
discípulo de Sandoval y cercano colaborador de Tovar y de Teresa en Conaculta
durante los sexenios de Salinas y Zedillo, puedan tener nuevamente incidencia
en los programas artísticos y culturales, pero en beneficio de sus propios
intereses. Eduardo Langagne es otro poeta de la misma mafia de Víctor Sandoval,
que desde la Fundación para las Letras Mexicanas ha ejercido un espacio de
cooptación para los escritores jóvenes.
Con los gobiernos panistas se acentuó el deterioro del Conaculta, ante la
ausencia de una política cultural más allá de la endogamia institucional. El
plan sexenal de cultura presentó entonces serios vacíos. Por poner un ejemplo,
había la exigencia de que se apoyaran proyectos culturales para los 100
municipios más marginados del país, en los cuales se encuentran la mayoría de
las comunidades indígenas, en situación de extrema pobreza. En 2004 entré a
trabajar en Conaculta como analista de proyectos de infraestructura cultural,
en el Programa de Apoyo a la Infraestructura Cultural en los Estados (PAICE).
Entonces me di cuenta que había muy pocos proyectos dentro del criterio arriba
mencionado, muchos de los cuales eran rechazados dada la dificultad que presentaban
las comunidades indígenas para gestionar sus proyectos, por lo que si bien el
PAICE destinó en esa época millones de pesos para la rehabilitación de los
teatros “centenarios” de Guanajuato, en seis años apenas aportó 230 mil pesos
para la creación de cinco bibliotecas comunitarias en la Sierra Triqui de
Oaxaca; el único proyecto que atendía la “prioridad” del gobierno foxista,
presentado no desde el Estado, sino desde una organización no gubernamental en
coordinación con las propias comunidades. En este sentido, la descentralización
cultural resultó fallida, ya que mientras Vicente Fox inauguraba la
megabiblioteca “José Vasconcelos”, el elefante blanco de su sexenio, que costó
120 millones de dólares, cientos de comunidades permanecieron y permanecen sin
una sola biblioteca.
Durante el gobierno de Felipe Calderón, con la entrada de Consuelo
Sáizar como titular de Conaculta, se agravaron las prácticas de corrupción
dentro de la institución cultural. Sin embargo, Víctor Roura apunta que los
escándalos pronto caen en el olvido y eso es una desventaja en el quehacer
crítico de la sociedad mexicana. Pero lo anterior quizá se debe precisamente al
tratamiento que se le da al tema de la corrupción en la cultura por parte de
los medios de comunicación, más cercanos a la política del espectáculo, los
pormenores del escándalo, que a una crítica frontal de corte sociológico, que
establezca las relaciones intersubjetivas entre el campo artístico, el poder
estatal y la lógica empresarial inserta en el desarrollo de las industrias
culturales. Si a mediados de siglo XX se conforma el “rompecabezas de la
intelectualidad nacional en manos de una docena de personalidades”, no tanto
como República de las Letras sino
como reinado de “cortes copulares”, Víctor Roura afirma que esta misma clase
intelectual de tintes orgánicos fue la que a fines de 1988 logró “su propia
rectoría”, refiriéndose a la creación de Conaculta, administrando los recursos
que destina el gobierno para el sector cultural y configurando así una serie de
códigos de lo que “debe ser la cultura mexicana”.
Heriberto Yépez subestima las consecuencias que ha tenido el Conaculta
en el ámbito cultural mexicano de los últimos tiempos, pero retomando a Sánchez
Prado a través de su link, sólo con analizar, por ejemplo, el proceso de
institucionalización de la literatura joven en programas como Tierra Adentro, afirma Prado que
Conaculta no sólo repercute en las estrategias del escritor con relación a su
propia trayectoria, sino que también incide en la conformación de una postura
estética y de los temas que los jóvenes, nacidos a partir de los sesenta, tienden
a tratar en el margen de opciones institucionales, ya sean publicaciones,
becas, cargos, reconocimientos, etc.
Pero no estoy seguro si Heriberto Yépez más allá de la discusión teórica
pueda advertir que no es desde el centro o su negación, sino desde una lógica
independiente, en donde han surgido las propuestas emergentes en materia de
cultura y que de esto puede ser que Rafael Tovar y de Teresa esté atento, cosa
aparte es que existan las condiciones para llevarlas a cabo, incluso se puede
afirmar que la institución que es Conaculta fracasará en este sexenio si no se
suscitan cambios a partir de la exigencia ciudadana para impulsar el sector y
la capacidad del Conaculta para incorporar y llevar a cabo las propuesta de
acuerdo a un Plan Nacional. Dichas propuestas no provienen de una contracultura
autoreferencial o de eternas dicotomías, sino espacios desacralizados, incluso
de lo marginal que impone la alta cultura. El espacio cívico del arte es lo que
está marcando la pauta de lo emergente. Si Sánchez Pardo afirma tajante que el
FONCA fue “el evento más importante en la literatura mexicana de los últimos
veinte años, pues en sus dos décadas de existencia, ha determinado de manera
decisiva una amplia franja de la escritura en México”, hay que considerar que
han surgido también otras plataformas, que no son oficiales y que se han
organizado con independencia exógena, es decir, más allá de los intereses de la
alta cultura. Es el caso, por ejemplo, del Torneo de Poesía “Adversario en el Cuadrilátero”,
cuyo formato en poco tiempo ha logrado incidir en las poéticas de jóvenes que
están buscando otras maneras de ejercer el oficio sin tener que entrar en el
sistema de complicidades ni encajar en los formatos tradicionales de difusión.
La supuesta autonomía a la que alude Sánchez Pardo es orgánica. Si bien
Conaculta se separa de la SEP para llevar a cabo su proyecto de
descentralización, en los hechos los poderes fácticos importaron más que los
diseños institucionales. Por eso resulta un tanto limitado que Heriberto Yépez
centre el problema de lo que plantea Tovar y de Teresa al frente de Conaculta ―llevar
a cabo programas culturales, a través de eventos, infraestructura y la
inserción de nuevas tecnologías para ampliar públicos, así como la promoción de
industrias culturales, para resarcir el tejido social― en la disociación
institucional entre SEP y Conaculta: son parte del mismo problema, pues
mientras la primera atiende la educación escolarizada, la segunda se ha
centrado en infraestructuras de la educación no escolarizada y la creación de
los fondos estatales con sus respectivos programas.
A tal punto son los vínculos, la relación del poder fáctico en los
cargos institucionales, que durante el gobierno de Felipe Calderón, Consuelo
Sáizar fue protegida de Elba Esther Gordillo, líder del SNTE, articulando una
red de intereses corruptos que tuvieron en el campo literario su espacio
privilegiado de impunidad, ya que precisamente la titular del Conaculta durante
el gobierno de Felipe Calderón, no proviene de una familia de intelectuales,
como en el caso de Rafael Tovar y de Teresa, de raigambre priísta, sino de la
industria editorial. Por tanto, el negocio ya no iba a provenir de las facturas
infladas para alimentar al elefante blanco que fue la mega-Biblioteca “José
Vasconcelos”, sino de la publicación de libros y lo que esto generara en las prebendas
de los grupos intelectuales privilegiados, tanto para el Programa Nacional de
Lectura como con los libros de texto gratuitos y hasta para las memorias
anuales de Conaculta y otras colecciones, como puede verse en la edición, a
todas luces carísima, de un libro de gran formato con el informe de resultados
sexenales en el sector cultural. ¿Quiénes resultaron beneficiaros, pues, de
tales derroches?
En contraste a lo planteado por Heriberto
Yépez, escuchar las propuestas del titular de Conaculta y exigir acciones a
favor de la población y la comunidad cultural, no necesariamente implica
olvidar que ya existe una infraestructura que la SEP no atiende, como son las
escuelas, sino precisamente recordar que las escuelas son espacios que deben
tener programas de educación artística y de fomento a la lectura, así como
actividades culturales dentro y fuera de ella, que incorporen el trabajo de los
colectivos y las industrias culturales independientes, donde ambas instancias
deben ser complementarias. Sin embargo, la visión neoliberal pugna por la
desaparición de las humanidades, lo que es completamente contrario al sentido
de fomentar la educación artística en las escuelas, aún cuando hay un ejército
de humanistas, filósofos y artistas que están dispuestos a dar lo mejor de su
creatividad y su vida por la infancia mexicana. Por ejemplo, la comunidad
artística podría impulsar un programa de educación artística en las escuelas
educación básica, si la SEP o Conaculta contratara de manera complementaria a
talleristas.
Sin embargo, reticencias a este tipo de
propuestas no se han hecho esperar por parte de Tovar y de Teresa, cuando
declara en una entrevista a la revista Proceso
que no hay maestros de educación artística suficientes para cubrir las 240 mil
escuelas de educación básica que hay en el país. Quisiera saber entonces dónde
están los egresados de las escuelas de INBA y de otras instituciones de
formación artística, sin perder de vista la necesidad de ampliar matrículas y
generar nuevas carreras y universidades de las artes. Más bien se trata de
articular una red de artistas jóvenes independientes que pueda soportar la
tarea encomendada y tiene que ver directamente con lo que propone el movimiento
social estudiantil. Sin embargo, en el contexto de la Reforma Educativa, el
problema de fondo es la negociación que lamentable pero inevitablemente se
tiene que establecer con el SNTE, en tanto poder fáctico dentro del sistema
educativo, para que permita la entrada de los maestros emergentes y en general se
involucre, pero de manera honesta, en la propuesta que implica introducir las
artes en las escuelas, lo que se podría interpretar como un paso importante
hacia la democratización sindical, así como una respuesta inmediata y urgente a
la violencia social generada y potenciada por las decisiones gubernamentales, a
todas luces erróneas, por no decir estúpidas y criminales, durante el terrible
sexenio de Felipe Calderón.
Ciudad Juárez, Chihuahua
31 de diciembre de 2012