domingo, 7 de noviembre de 2010

Poetas en el Café Brujas, perros afuera del Café La Habbana, policías empapados por la lluvia sobre Bucareli, el fantasma de Mario con su bastón cojo, sorteando el infierno donde los amigos son lo más "espeluznantemente bello".

Al fondo del Café Brujas, el cuadro de Felipe Gaytán, La perra ahorcada, que redondeó la temática central de la noche, en un entre que sostuvieron los poemas de Gabriela Puente, con su poética de las perras palabras, y por otra parte el sentido dubitativo de los perros violentos de Arturo Alvar. Víctor M Muñoz sorprendió con una lectura intensa y cargada de trasfondos políticos, que dieron una visión referescante a la poesía social. Para Germán Garfías fue su primer lectura, y la enfrentó con buen ánimo.

Garfias nos presentó poemas que por momentos dejaban ver intensiones críticas, pero que tendían más a un idealismo taciturno. Sus poemas coqueteaban un poco con el lugar común para luego escaparse por la tangente. Pese a esto, se mantuvo con voz firme, y no dudó en sostenerse en contacto en el público, cosa que al final fue felicitada por algunos escuchas.

Por su parte Víctor M Muñoz, dio una lectura completa, variada. Quiso demostrar, como lo declaró desde un principio, que para él escribir en verso libre es igual que escribir con métrica. Leyó un par de sonetos, que jugaban con lo trivial, y luego desenfundó un Mambo 18.5 que bien pudo ser nota bambolera de una primera plana de La Prensa. Y para rematar leyó un poema sobre el 68 que dejó retumbando el oído emocional del público.

La poblana Gabriela Puente nunca queda a deber, y esta no fue la excepción. Compartió materiales inéditos al azar, desprendidos de varias hojas sueltas de sus libros en la butaca de los editores que pronto los darán a luz. Lúdica como siempre, pero algo más desenfadada, más poderosa a la vez, leyó con descaro, con gracia y desfachatez. Un estilo que ha logrado cautivar tanto a lectores como lectoras y que como buena "Paladradera" ha conjuntado un público en torno a su ácida poesía.

Para el cierre de la mesa, Arturo Alvar dio una lectura sorpresiva. Con poemas de amplia gama, oscilantes de lo emocional o lírico, a lo histórico y semiótico, dejó un buen sabor de boca en los escuchas con ese poema que decía: "mi abuela detestaba a Octavio Paz", y luego desenvolvió sus poemas de un pergamino hasta culminar en una versificación lúcida. También puso sobre la mesa poemas perrunos, y al cierre uno digitado desde la memoria, para otorgarle lirismo a esa lluvia que durante cinco semanas ha sido el soundtrack de nuestras noches.

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